GUSTAVO (continuación)
5ª
El Conde de San Román, retirado de la orgía, como
hemos dicho, fijaba los ojos en los árboles del jardín, ansioso de que la luna
le descubriera el sitio en que Elena se encontraba.
Un placer infernal bañaba su pecho.
Se figuraba que en aquel momento se estaba aniquilando
la única virtud que había encontrado en el mundo y que de allí en adelante
podría entregarse a su antigua vida, sin temor de que otra mujer le saliera al
encuentro, insultándole con su alma sublime y ahogándole con deseos nunca
satisfechos
Estaba seguro de que no había de encontrar otra
Elena, y empezaba a respirar tranquilo.
Su causa en aquel momento era la causa de Satanás, y
le engrandecía el papel que estaba representando.
— Si; ya habrá visto la orgía; ya
es imposible que exista su inocencia. Después verá a Gustavo, y morirá su amor
y saldrá de este sitio hecha una mujer tan vulgar como la última de mis queridas.
El Conde se frotó la frente y se creyó invencible.
La luna no brillaba; el jardín estaba oscuro y Elena
no se distinguía. Un proyecto infernal cruzó por su mente.
El profundo abandono en que aquella joven se
encontraba, la oscuridad del jardín... su cabeza empezó a trastornarse, El
orgullo del triunfo le cegaba y empezaba inspirarle empresas más atrevidas.
—
Es imposible que el diablo no haya sacado algún partido de
la situación en que yo he colocado a esa mujer. Si tiene sangre humana, es fuerza que con lo que ha
visto por primera vez, se haya inflamado a pesar suyo. Deseos nunca
sentidos deben agitarla: su razón estará trastornada, su virtud dormida… si yo,
en el silencio de la noche que la rodea, hiciera resonar en su oído palabras de
amor y de placer… ¡Maldición! ¡no!; ¡no es posible! mi vista le volvería la
razón; recobraría su cetro y yo volvería a gemir desesperado en las sombras.
No: que vea a Gustavo; que se convenza de que es despreciada; que se desespere,
que pierda su virtud y su inocencia, aunque otros hayan de recoger el fruto de
mi trabajo. Sí: ¡ella está perdida y esto es lo que importa! La cuestión estaba reducida a que fuese mía o que
dejase de ser lo que era ¡He vencido!
Permaneció un momento
pensativo.
— ¡Pero si mañana pide
explicaciones a Gustavo! ¡Ella, imposible, después que se convenza del agravio!
Pero él, ignorante de lo que pasa, puede buscarla y entonces… bien ¡ya se arreglará todo!
6ª
Cada vez era más violenta la fiebre que se iba
apoderando de la infeliz Elena. El abandono en que estaba sumida, los gritos de
muerte que había escuchado, la incertidumbre de la suerte de Gustavo, aquellos
hombres desencajados y horribles, que tal vez celebraban su victoria, después
de haberlo matado; cada
una de estas circunstancias, representada en su mente por una imagen siniestra,
pugnaba por absorber su
atención, que no podía fijarse en ninguna, y lanzaba su razón a un vértigo
continuo, que ya empezaba a trastornarla del todo.
La orgía no se
apartaba de sus ojos; era el vicio enamorado de sus galas, lleno de luz y de
insolencia, que pugnaba por que lo vieran, pensando destruirla virtud sólo con
ser visto.
Elena recordó la
curiosidad que al principio había querido moverla a examinar aquel espectáculo,
y se convenció de que eran sus ojos los que buscaban la orgía, y aun sentían
placer en contemplarla, porque un genio infernal se había introducido dentro de
su pecho.
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