domingo, 22 de septiembre de 2013

NOVELA LÓPEZ DE AYALA - 53

GUSTAVO (continuación)


El Conde de San Román, retirado de la orgía, como hemos dicho, fijaba los ojos en los árboles del jardín, ansioso de que la luna le descubriera el sitio en que Elena se encontraba.
Un placer infernal bañaba su pecho.
Se figuraba que en aquel momento se estaba aniquilando la única virtud que había encontrado en el mundo y que de allí en adelante podría entregarse a su antigua vida, sin temor de que otra mujer le saliera al encuentro, insultándole con su alma sublime y ahogándole con deseos nunca satisfechos
Estaba seguro de que no había de encontrar otra Elena, y empezaba a respirar tranquilo.
Su causa en aquel momento era la causa de Satanás, y le engrandecía el papel que estaba representando.
— Si; ya habrá visto la orgía; ya es imposible que exista su inocencia. Después verá a Gustavo, y morirá su amor y saldrá de este sitio hecha una mujer tan vulgar como la última de mis queridas.
El Conde se frotó la frente y se creyó invencible.
La luna no brillaba; el jardín estaba oscuro y Elena no se distinguía. Un proyecto infernal cruzó por su mente.
El profundo abandono en que aquella joven se encontraba, la oscuridad del jardín... su cabeza empezó a trastornarse, El orgullo del triunfo le cegaba y empezaba inspirarle empresas más atrevidas.
         Es imposible que el diablo no haya sacado algún partido de la situación en que yo he colocado a esa mujer. Si tiene sangre humana, es fuerza que con lo que ha visto por primera vez, se haya inflamado a pesar suyo. Deseos nunca sentidos deben agitarla: su razón estará trastornada, su virtud dormida… si yo, en el silencio de la noche que la rodea, hiciera resonar en su oído palabras de amor y de placer… ¡Maldición! ¡no!; ¡no es posible! mi vista le volvería la razón; recobraría su cetro y yo volvería a gemir desesperado en las sombras. No: que vea a Gustavo; que se convenza de que es despreciada; que se desespere, que pierda su virtud y su inocencia, aunque otros hayan de recoger el fruto de mi trabajo. Sí: ¡ella está perdida y esto es lo que importa! La cuestión estaba reducida a que fuese mía o que dejase de ser lo que era ¡He vencido!
Permaneció un momento pensativo.
— ¡Pero si mañana pide explicaciones a Gustavo! ¡Ella, imposible, después que se convenza del agravio! Pero él, ignorante de lo que pasa, puede buscarla y entonces… bien  ¡ya se arreglará todo!


Cada vez era más violenta la fiebre que se iba apoderando de la infeliz Elena. El abandono en que estaba sumida, los gritos de muerte que había escuchado, la incertidumbre de la suerte de Gustavo, aquellos hombres desencajados y horribles, que tal vez celebraban su victoria, después de haberlo matado; cada una de estas circunstancias, representada en su mente por una imagen siniestra, pugnaba por absorber su atención, que no podía fijarse en ninguna, y lanzaba su razón a un vértigo continuo, que ya empezaba a trastornarla del todo.
La orgía no se apartaba de sus ojos; era el vicio enamorado de sus galas, lleno de luz y de insolencia, que pugnaba por que lo vieran, pensando destruirla virtud sólo con ser visto.

Elena recordó la curiosidad que al principio había querido moverla a examinar aquel espectáculo, y se convenció de que eran sus ojos los que buscaban la orgía, y aun sentían placer en contemplarla, porque un genio infernal se había introducido dentro de su pecho.

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