GUSTAVO (continuación)
Las copas se apuraron, y todos
prestaron esa atención de las orgías, que siempre está pronta a interrumpirse
por una estrepitosa carcajada.
— Mírame frente a frente, Ramira,
no con mirada estudiada, sino con la que tu hayas usado toda tu vida, dijo el
novelista, decidiéndose a hablar el primero.
— ¿Te agrada ésta?
— No tan gachona,
— ¿Y esta?
No
tan grave.
Ramira hizo
una mueca muy graciosa, y todos soltaron la carcajada.
— ¡Silencio!
¡atención! dijo Julián; siga el examen.
— Señores, el alma de una mujer es
un abismo impenetrable: su educación que tiende, no a hacerlas buenas, sino a
enseñarles el modo de fingir que lo son, les presta un disimulo tan perfecto e
inalterable, que impide a los ojos más perspicaces penetrar en los sentimientos
de su corazón. ¿Qué tal, señores?
— ¡Bravo! ¡Magnífico! ¡Una copa!
Mientras la
acalorada concurrencia apuraba otra copa, Guillermo, que nunca perdía la razón
del todo, decía para sí:
— Eso podría decirse con alguna oportunidad en el tiempo en que se
escribió el Si de las niñas: hoy cada
señorita, toma generalmente la educación que le da la gana.
— Por lo
tanto, Señores, nadie extrañara que para dar mi fallo definitivo, vuelva a examinar el rostro de la interesada. Examinó
de nuevo a Ramira, cosa que produjo mal efecto, porque el vino no presta mucha atención, y todos aguardaban, sin
más preparaciones, la sustancia de su discurso.
—
Dos
elementos dominan en la fisonomía de esta joven encantadora: la imaginación y
el deseo: estas han sido las causas de
su perdición. El deseo excitándola de continuo, y la imaginación
engrandeciendo esos mismos placeres que su temperamento le ofrecía. Esa misma
imaginación no dudo que exageraría tan bien los dolores que había de causarle el
desprecio público: he aquí la lucha, En fin, Señores, como el Ángel malo es más
poderoso que el bueno, quiero decir… En fin, Señores, si Ramira hubiera nacido
tonta y sin deseos, sería una mujer honrada. He dicho.
— ¡Bien! ¡Bravo! ¡Otra copa!
—
¡Silencio, Señores! no profanéis vuestra razón, aplaudiendo el discurso de mi
contrario. Decir que si Ramira hubiera nacido tonta, seria honrada, es tanto
como asegurar que la estupidez es el fundamento de la virtud. ¡Absurdo monstruoso!
— ¡Bravo!
— ¡Indigno de vuestras ilustradas orejas!
— ¡Bravísimo!
— ¡Adelante!
¡Otra copa!
— Nadie
puede negar que Ramira tiene talento y que sin embargo es… es Ramira; pero
¿esto consiste en que en el talento vaya envuelta la deshonra? De modo ninguno,
Señores. Prestadme atención, que yo procuraré ponerme a vuestro alcance. El
talento, Señores, aunque sea muy doloroso el confesarlo, sirve generalmente
para conocer el camino del bien, pero no para seguirlo; para conocer que
obramos mal, pero no para enmendarnos, y tal es nuestra pervertida naturaleza,
que apenas sirve de otra cosa que de desarrollar nuestras pasiones, sean buenas
o malas: el talento, en mano de la virtud, la eleva al cielo: en manos de la
perversidad, produce el criminal más terrible.
— ¡Bravo!
— ¡Adelante! ¡Adelante!
—
Chico, que estás hablando de mi,
—
¡Otra copa!
— No; en
acabando,
— Ahora.
— ¡Que
descanse!
— ¡Que siga!
— Silencio,
Señores; voy a contraerme.
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