martes, 17 de septiembre de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA - 50

GUSTAVO (continuación)

Las copas se apuraron, y todos prestaron esa atención de las orgías, que siempre está pronta a interrumpirse por una estrepitosa carcajada.
— Mírame frente a frente, Ramira, no con mirada estudiada, sino con la que tu hayas usado toda tu vida, dijo el novelista, decidiéndose a hablar el primero.
  ¿Te agrada ésta?
  No tan gachona,
  ¿Y esta?
No tan grave.
Ramira hizo una mueca muy graciosa, y todos soltaron la carcajada.
  ¡Silencio! ¡atención! dijo Julián; siga el examen.
— Señores, el alma de una mujer es un abismo impenetrable: su educación que tiende, no a hacerlas buenas, sino a enseñarles el modo de fingir que lo son, les presta un disimulo tan perfecto e inalterable, que impide a los ojos más perspicaces penetrar en los sentimientos de su corazón. ¿Qué tal, señores?
  ¡Bravo! ¡Magnífico! ¡Una copa!
Mientras la acalorada concurrencia apuraba otra copa, Guillermo, que nunca perdía la razón del todo, decía para sí:
  Eso podría decirse con alguna oportunidad en el tiempo en que se escribió el Si de las niñas: hoy cada señorita, toma generalmente la educación que le da la gana.
— Por lo tanto, Señores, nadie extrañara que para dar mi fallo definitivo, vuelva a examinar el rostro de la interesada. Examinó de nuevo a Ramira, cosa que produjo mal efecto, porque el vino no presta mucha atención, y todos aguardaban, sin más preparaciones, la sustancia de su discurso.
—  Dos elementos dominan en la fisonomía de esta joven encantadora: la imaginación y el deseo: estas han sido las causas de su perdición. El deseo excitándola de continuo, y la ima­ginación engrandeciendo esos mismos placeres que su temperamento le ofrecía. Esa misma imaginación no dudo que exageraría tan bien los dolores que había de causarle el desprecio público: he aquí la lucha, En fin, Señores, como el Ángel malo es más poderoso que el bueno, quiero decir… En fin, Señores, si Ramira hubiera nacido tonta y sin deseos, sería una mujer honrada. He dicho.
— ¡Bien! ¡Bravo! ¡Otra copa!
— ¡Silencio, Señores! no profanéis vuestra razón, aplau­diendo el discurso de mi contrario. Decir que si Ramira hubiera nacido tonta, seria honrada, es tanto como asegurar que la estupidez es el fundamento de la virtud. ¡Absurdo monstruoso!
— ¡Bravo!
— ¡Indigno de vuestras ilustradas orejas!
— ¡Bravísimo!
— ¡Adelante!
¡Otra copa!
— Nadie puede negar que Ramira tiene talento y que sin embargo es… es Ramira; pero ¿esto consiste en que en el talento vaya envuelta la deshonra? De modo ninguno, Señores. Prestadme atención, que yo procuraré ponerme a vuestro alcance. El talento, Señores, aunque sea muy doloroso el confe­sarlo, sirve generalmente para conocer el camino del bien, pero no para seguirlo; para conocer que obramos mal, pero no para enmendarnos, y tal es nuestra pervertida naturaleza, que apenas sirve de otra cosa que de desarrollar nuestras pasiones, sean buenas o malas: el talento, en mano de la virtud, la eleva al cielo: en manos de la perversidad, produce el criminal más terrible.
— ¡Bravo!
— ¡Adelante! ¡Adelante!
—  Chico, que estás hablando de mi,
—  ¡Otra copa!
— No; en acabando,
—  Ahora.
— ¡Que descanse!
—  ¡Que siga!

— Silencio, Señores; voy a contraerme.

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