miércoles, 4 de septiembre de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA - 44

GUSTAVO (continuación)
Ramira soltó la carcajada.
— ¡Caballero!
— Señores, les advierto, dijo Ramira, que la vanidad y el orgullo perjudican más que el talento de peor especie.
— Muy metidilla a bachillera está la mocita, dijo el regenerador de la novela, queriendo desquitarse en Ramira de lo mal que lo trataba Guillermo; ¿has tenido relaciones con algún catedrático de Teología?
— No, hijo mío, sino que la ignorancia...
— Dice el refrán que es muy atrevida,
— ¿Y Vd. qué dice a eso, Caballero?
— Qué tiene razón el refrán.
—Me opongo abiertamente,
— Véngame, chico,
— Y¿cómo prueba Vd.?....
—  De la manera más fácil. ¿En qué consiste la acción de atreverse? en conocer el peligro y sin embargo arrostrarlo. ¿Puede uno atreverse a un peligro que no conoce? De modo ninguno. ¿Conoce la ignorancia el peligro? No, señor; pues entonces ¿cómo tiene Vd. valor para decir que la ignorancia es atrevida?
—  ¡Ja! ¡ja! ¡ja! Responda Vd., Caballero.
El novelista estaba muy irritado para que pudiera ocurrírsele nada: hizo un gesto de desprecio y apuró una copa.
—           ¡Toma, resalao! -dijo Ramira, tomando otra y remedando un lenguaje que no era el suyo, para acabar de amostazar al otro prójimo; ¡apúrala a mi salud, que me encanta tu piquito de oro!
—                     ¡Ay, pichona mía! ¡cuánto me envanece tu conquista!
—  ¡Vaya! seamos francos, que otra conquista es la que a tí te envanece esta noche.
— ¿Cuál?
— No seas hipócrita; ¿deberé decirlo?
— ¡Ay! ¡Qué ojos tiene!
— Vamos, no me acaricies para disimular tu alegría.
— Chica, ¿sabes que voy sospechando que tienes talento?
— Pues mira, quizás te equivoques; yo sospechaba que tú eras un tonto.
El vino empezaba ya a acalorar los cerebros, y la orgía iba entrando en su segundo período. El Conde mandó a Dª Martina que corrieran las cortinas de los tres balcones.


CAPÍTULO XIV
Elena en el jardín,

Dejamos a Luisa encerrada en el coche, aguardando a su ama, y antes de trasladarnos al jardín, será conveniente que sepa el lector el medio de que se valió el Conde para alejarla de aquel sitio, Ya hemos visto que con la oportuna salida de aquellos dos hombres que estaban escondidos en la portería, se acaloró la imaginación de Elena hasta el último momento, y se la hizo entrar en el jardín sin hacer reflexión de ninguna especie ni concebir la menor sospecha, y se logró que se volviera Luisa al carruaje.
Ahora era preciso alejarla de allí, porque en aquel sitio y mien­tras supiera fijamente que su ama estaba dentro, podía ser muy peligrosa, así que, repuesta del primer susto, la calma de la noche, la soledad y la tardanza de su ama, le hicieran ver las cosas de distinta manera, Era, pues, preciso alejarla, y así que se fijó en aquel punto, concibió el Conde su expe­diente.
Dijimos que el Conde había salido de la sala, haciendo una reflexión muy prudente, inspirada por el breve relato de las aven­turas de Julián. Llegose entonces a una de las habitaciones interiores de la casa, donde otra alumna de Dª Martina le estaba esperando.
— ¿Eres tú la elegida?
— Así parece.
El Conde la examinó fijamente.
— ¿Qué tal, tengo la dicha de que mi cuerpo se parezca al cuerpecito de ese ángel?
— ¡Da un paseo! ¡No, no!: suprime toda tu gravedad.       ¡Así no!; más natural: ¡maldito sea tu cuerpo! ¡Si vas empa­lada!
— Pues ¿cómo es el andar de esa niña?

— Flexible sin gachonería, y gracioso sin desgarro; vamos, da otro paseo, ¡Maldita de Dios! si ahora vas con aire de matrona.

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