lunes, 16 de septiembre de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA - 49

GUSTAVO (continuación)

— Vd. todo lo interpreta; de todo habla; sin tener en cuenta que el hombre más sabio es un ignorante.
— Compasión da ver al hombre en sus manos.
— Dice del orgullo de Fernanda….
El orgullo de Fernanda, dijo Guillermo, algo trastornado y lanzándose ya sin freno a su manía de analizarlo todo, es o puede ser una personificación del orgullo humano, que es gene­ralmente estúpido y mal fundado.
  ¡Profanación! El orgullo, enemigo de la vileza, hermano de la dignidad, padre de las heroicas acciones…
— Y abuelo de la petulancia.
  ¡Caballero!
  El orgullo, dijo Guillermo, continuando….  
— ¡Vd. me insulta... y yo!...
  El orgullo de Fernanda, por ejemplo, no pudo consentir el verse mucho tiempo vestida de percal, y no dijo una palabra al verse sin honra: el orgullo de Fernanda no puede consentir la tiranía de un hombre, ni aun quizás de un marido, y no dice una palabra cuando todos le dan dinero. En el corazón de todas las mujeres, hay algo de este orgullo.
— El de Vd. es el más intolerable que yo he visto...
Y a Vd. señor mío, le irrita tanto… vamos claros… no porque sea contrario lo que yo digo lo que Vd. piensa, que esto sería muy difícil, sino por temor de que los concurrentes se figuren que son buenos discursos que no suenan en los labios del Regenerador de la novela. ¡Todo miseria, todo miseria!
— ¡Otro insulto!
  ¡Ira de Dios, dijo el flemático Guillermo puesto en cólera, con que a Vd. le insulta que un hombre tenga sentido común y a mí no ha de insultarme que Vd., siendo un hombre como yo, carezca de él!
El novelista le miró un instante: la ira no le dejaba hablar, porque todo lo que se le ocurría le parecía débil; él quería confundir a su enemigo con una sola palabra; todos aguardaban una grande explosión, y Ramira ya se disponía a contenerle.
— Señor mío, dijo calmándose inesperadamente, como los insultos, si prueban algo, es la poca crianza...
— Educación es de mejor tono. Siga Vd….  
—  De la persona que los usa, quiero confundirle prácticamente. Vd. se precia de conocer el corazón humano.
— No es el conocimiento del suyo el que ha de envanecerme.
— Vamos a adivinar en los ojos de Ramira cuales han sido las causas de su perdición y el que ande más acertado, según el juicio de la interesada, ese será proclamado el vencedor.
  ¡Bravo! ¡Magnífico! repitieron todos, interesándose en la cuestión.
— Acepto el duelo.
—  ¿Juras decir francamente y con lealtad cual de los dos ?...
—  ¡Basta; lo juro!
— Empiece Vd., Caballero.
Vd., que ha sido el inventor.
—Y ¿cual ha de ser el premio? -dijo Fernanda.
— Un beso que Ramira, respondió Julián, estampará en la frente del que venza.
—                ¡Magnifico! ¡Qué calle la orquesta!
Brindemos por que el diablo los ilumine.

— Si; yo aseguro, dijo Ramira, levantando su copa, que no será un Angelito el que les diga al oído lo que ha pasado en mi corazón.

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