GUSTAVO (continuación)
— Vd. todo lo interpreta; de todo
habla; sin tener en cuenta que el hombre más sabio es un ignorante.
— Compasión da ver al hombre en sus
manos.
— Dice del orgullo de Fernanda….
El orgullo de Fernanda, dijo Guillermo, algo trastornado
y lanzándose ya sin freno a su manía de analizarlo todo, es o puede ser una
personificación del orgullo humano, que es generalmente estúpido y mal
fundado.
— ¡Profanación! El orgullo, enemigo de la vileza, hermano de la
dignidad, padre de las heroicas acciones…
— Y abuelo de la petulancia.
— ¡Caballero!
— El orgullo, dijo Guillermo, continuando….
—
¡Vd. me insulta... y yo!...
— El orgullo de Fernanda, por ejemplo, no pudo consentir el verse mucho
tiempo vestida de percal, y no dijo una palabra
al verse sin honra: el orgullo de Fernanda no puede consentir la tiranía
de un hombre, ni aun quizás de un marido, y no dice una palabra cuando todos le
dan dinero. En el corazón de todas las mujeres, hay algo de este orgullo.
— El de Vd. es el más intolerable que yo he visto...
— Y a Vd. señor mío, le irrita tanto… vamos claros… no porque sea contrario lo que yo digo lo que Vd. piensa, que esto sería muy difícil, sino por temor
de que los concurrentes se
figuren que son buenos discursos que no
suenan en los labios del
Regenerador de la novela. ¡Todo miseria, todo miseria!
— ¡Otro insulto!
— ¡Ira de Dios, dijo el flemático Guillermo puesto en cólera, con que a
Vd. le insulta que un hombre tenga sentido común y a mí no ha de insultarme que
Vd., siendo un hombre como yo, carezca de él!
El novelista
le miró un instante: la ira no le dejaba
hablar, porque todo lo que se le ocurría le parecía débil; él quería
confundir a su enemigo con una sola palabra; todos aguardaban una grande explosión, y Ramira ya se disponía a contenerle.
— Señor mío,
dijo calmándose inesperadamente, como los insultos, si prueban algo, es la poca
crianza...
— Educación es de mejor tono. Siga
Vd….
— De la persona que los usa, quiero
confundirle prácticamente. Vd. se precia de conocer el corazón humano.
— No es el
conocimiento del suyo el que ha de envanecerme.
— Vamos a adivinar en los ojos de
Ramira cuales han sido las causas de su perdición y el que ande más acertado,
según el juicio de la interesada, ese será proclamado el vencedor.
— ¡Bravo! ¡Magnífico! repitieron todos, interesándose
en la cuestión.
— Acepto el
duelo.
— ¿Juras decir
francamente y con lealtad cual de los
dos ?...
— ¡Basta; lo juro!
— Empiece Vd.,
Caballero.
— Vd., que ha sido el inventor.
—Y ¿cual ha de ser el premio? -dijo
Fernanda.
— Un beso que Ramira, respondió
Julián, estampará en la frente del que venza.
—
¡Magnifico!
¡Qué calle la orquesta!
— Brindemos por que el diablo los ilumine.
— Si; yo aseguro, dijo Ramira, levantando
su copa, que no será un
Angelito el que les diga al oído lo que ha pasado en mi corazón.
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