lunes, 23 de septiembre de 2013

LA GRANDE Y VERDADERA HISTORIA DE FRANCISCO GONZÁLEZ DE GUADALCANAL Y EL DESCUBRIMIENTO DEL MAR DEL SUR (1 de 3)

                                                                Por Jesús Rubio

                                                                I
Los cronistas son de fantasía poderosa y lengua larga, con lo que caso hay que hacerles el justo, ya que las más de las veces no dicen lo que deben. Yo no digo que no tengan razón en lo que cuentan, pero son muchas las ocasiones en que hinchan algunos hechos y soslayan otros, que se diría que parece que tienen el relato hecho aún antes de empezar, y no quieren que nada les estorbe en ello. Que si quieren elogiar a tal capitán, lo hacen, y tanto les da que otros les refuten, aunque quienes lo hagan hayan sido testigos de cuanto dicen, que ellos los elogiarán sin medida. Y lo mismo con las expediciones. Si dicen que fuera una gran hazaña, aunque no hubiera fatigas ni peligros, lo harán al punto, y la verdad la dejamos para otro día.
Yo sé qué pasó en el descubrimiento del Mar del Sur. Yo estuve con Balboa. Y he de decir mi verdad. Que fue un gran descubrimiento, está claro, pues todos los cronistas así lo han hecho notar. Fatigas hubo. Miserias, no pocas. Y crueldades, demasiadas. Yo sé que muchos de los que han hablado de esta jornada mienten, quiero pensar que más por el placer de fabular que por otras razones ocultas. Eso en cuanto a los cronistas. Y en cuanto a muchos otros, que ni siquiera fueron de los elegidos por el capitán para la toma de posesión, ni para navegar en el nuevo mar, adornan los méritos para conseguir que la Corona les conceda lo que no les dio su oficio. O su audacia. O las dos cosas a la vez.
Pues sí, porque yo estuve allí puedo decirlo. Yo estuve con el general Vasco Núñez de Balboa en aquella expedición. Yo fui uno de los cristianos que vieron por vez primera ese océano que ahora lo llaman Pacífico, sin que nadie pueda explicarme muy bien por qué, pues le he visto agitarse con toda la furia que uno imaginarse pueda. Yo recorrí Tierra Firme hasta que, con la ayuda de Dios Nuestro Señor, dimos con el nuevo mar. Porque yo descubrí la Mar del Sur. Porque yo soy Francisco González de Guadalcanal. Y ésta que ahora viene es mi historia.

                                                                II
Yo no seré de los que niegue que Balboa fuera una persona codiciosa. Es algo que va con nuestra condición, y es algo que es como el orgullo, que cada uno coge del saco el que quiere. Unos lo son más y otros lo son menos, pero todos lo son. Acuérdense de aquel Veedor de Darién, Juan de Caicedo creo que se llamaba, que volvió a Sevilla “y murió hinchado, y tan amarillo como aquel oro que anduvo a buscar”. Así son las cosas. Caicedo, dicen, encontró la muerte como castigo por haber conspirado contra el pobre Nicuesa. Pero, lo que le digo, que Balboa era codicioso, pero valiente, y he decirle que jamás desamparaba a ninguno de sus hombres. Es más, si alguno desfallecía, él mismo le cazaba y le procuraba comida, y le consolaba. En eso, no ha habido en todo el Nuevo Mundo un capitán como él. Y eso no sólo lo digo yo, lo cuenta más gente.
De sus querellas con Nicuesa, con Pizarro, con Zamudio, con Pedrarias y otros más, yo no sé. Ni tampoco sé la verdad sobre las acusaciones que le llevaron al patíbulo. Eran años bravos, y de gente recia. Y los unos y los otros no andaban con cortesías, a qué decir lo contrario. Todos hablan. Todos aportan razones. Todos tienen amigos y todos tienen enemigos. Yo hablo por mí. No le vi trato malo a su gente. Con los indios era otra cosa. No se andaba con contemplaciones, aunque a algunos los trataba en paz. Pero es verdad que fueron muchos a los que dio castigo, y que se excedió en no pocas ocasiones. Bueno, en eso muchos no le anduvieron a la zaga. Y aquí incluso debo confesar por mí mismo. He de decirlo. Pero sigamos: en cuanto al capitán, insisto en que llegaba a ser implacable con los que le ofendían. Y no cejaba en seguir su propósito. Era hombre de fuerte determinación. Yo no sé si eso es pecado o virtud. Puede que lo sea en algunas ocasiones y no lo sea en otras.


                                                                III
Yo llegué a Tierra Firme con el infeliz Diego de Nicuesa, que había sido nombrado gobernador de Veragua, por su majestad el católico rey Fernando. Era el año de mil quinientos y ocho. Entonces no eran tantos los que se aventuraban a venir a estas provincias. Sufrimos no pocas penalidades. Por la humedad y la fiebre, y porque no encontrábamos mucho que comer, hubo gran mortandad. A los dos años de mi llegada, se fundó la ciudad de Santa María la Antigua del Darién. Ya sabe usted que fue levantada por orden de Balboa. En ella se juntó la poca gente que quedaba viva de la aventura de Alonso de Ojeda, que sabe que se fue a explorar la parte occidental desde Urabá y que Balboa se quedó explorando la otra parte. Y así anduvimos por aquí nada menos que tres años. Primero recorriendo la costa de una parte a otra, buscando oro. Por lo que yo ya sabía cuando llegué aquí y lo que luego he ido aprendiendo, porque a la minería es uno de mis oficios, es que éstas son provincias ricas en oro. Y eso selló el destino de muchos. Ya le digo que anduvimos unos cuantos años, dándonos no pocas veces a la rapiña de lo poco o mucho que tenían los indios por aquí, y recelando los unos de los otros. Nicuesa fundó Nombre de Dios, el mismo año en que se fundó Santa María la Antigua del Darién. Yo me asenté en la primera de ellas, como los otros que vinieron conmigo. Y no pocos vi morir de hambre y de enfermedad.
A los tres años de llegar aquí fue cuando desapareció Diego Nicuesa, en aquel barco del que Balboa no le dejó desembarcar cuando fue a tomar la posesión de Santa María la Antigua del Darién como el gobernador que era por orden real. No le vimos más. Ni a él ni a sus hombres. Ruego a Dios que haya tenido piedad de todos ellos. Al poco de ocurrido esto que le digo, yo me instalé en esta otra ciudad. Balboa pasó a ser el gobernador de Veragua.
Luego su católica Majestad, el rey Fernando, autorizó a muchos a viajar a las Indias, con pasaje franco, con el matalotaje regalado para el viaje y un mes de comida también regalada una vez que se llegara a Tierra Firme. Era su propósito juntar toda la gente posible para poblar lo que ya se llamaba Castilla del Oro, que eran las tierras que iban desde Santa María la Antigua del Darién, hacia el Oeste. Y por eso ofreció todo eso que le he dicho. La gente toda que se juntó, que fue mucha, iba a las órdenes de Pedrarias Dávila, que marchaba con título de gobernador. Y debía juzgar la actuación de Balboa, que ya le digo que era muy discutida por muchos. De los que vinieron, los hubo que lo vendieron todo para marchar, y otros que lo empeñaron por algunos años.
La orden, ya le digo, era poblar. Y en eso tenía preferencia la gente que había partido años antes con Alonso de Ojeda, y que alguna quedaba todavía. Y después iba la que habíamos llegado con Diego Nicuesa. Después iban todos los demás.
Como se retrasó el inicio del viaje, que se había previsto para el año de mil quinientos y trece, Balboa siguió en Tierra Firme con sus andanzas y conquistas. Descubrió el río que llamó San Juan, por ser visto en ese día. Es muy caudaloso y de corriente violenta. Se suele desbordar mucho. En sus orillas hay muchos pueblos de indios, que viven en casas que están construidas sobre pilares de maderas en el propio lecho. Así se cuidan de las fieras y de sus enemigos. Intercambiaba baratijas con los indios, que le ofrecían muchas cosas. Le daban hasta esclavos, que allí unos lo unos los toman como tal a los otros después de hacerse la guerra. Incluso, para reconocerlos, los marcan con hueso y tiznan la cicatriz de manera que no se quita nunca, o les arrancan algún diente. Todo eso lo vio Balboa. Y yo lo he visto después. Balboa vio mucho oro allí. Y también le hablaron de más oro tierra adentro. Y, dicen, que allí fue cuando le hablaron por vez primera del Mar del Sur. Balboa era amigo de varios caciques. Uno se llamaba Chima, era el jefe de Careta, aunque ya había sido bautizado y su nombre cristiano era Fernando, y que incluso le había concedido la mano de una de sus hijas, que se llamaba Anayansi. Había otro cacique más, jefe de la aldea que llaman Comogre. Éste se llamaba Ponquiaco, aunque fue bautizado con el nombre de Carlos. Los dos, Chima y Ponquiaco, o Fernando y Carlos, tenían mucha gente de guerra. Y eran diestros en ella, que todo hay que contarlo para que no nos salgamos ni un punto de la verdad. Uno de ellos fue quien habló de ese gran mar que se encontraba al austro a Balboa. Dicen que fue Ponquiaco quien, mediando en una riña entre españoles por un reparto les dijo que si tanta ansía tenían por el oro él les mostraría una provincia donde había mucho.

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