miércoles, 31 de agosto de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 32

Sin darse cuenta, la sombra de la Reina muerta caería, como un peso más, sobre la decadencia que había iniciado su cuesta abajo, ya incontenible. Ayala, apoyándose en los dos flancos de su vida, literaria y política, había logrado posiciones insospechadas; cuatro veces Ministro de Ultramar, dos Presidente del Congreso. Por fin, a primeros de diciembre de 1879, el Rey quiso encargarle del Gobierno; pera esto, que hubiera colmado su ambición, hubo de rechazarlo y aconsejar el nombramiento de Cánovas, por su mucho prestigio y por ser el eje de la Restauración. Pero, además, estaba enfermo, y el doctor Calleja había diagnosticado su gravedad; iba a morir del pecho, de lo que siempre padeció, y no bastaban los cauterios y los revulsivos. Moría solo, con su hermana doña Josefa, en un piso de la calle de San Quintín; en su cuarto, de amable desorden de solterón, libros, papeles, cintajos y coronas, de pasadas glorias; una imagen de la Virgen por Tiziano tendía sobre el enfermo su sombra protectora; todavía preguntaban por él, importunaban con intrigas y peticiones; aún los admiradores se interesarían; quizá la actriz Elisa Mendoza Tenorio que, de humilde origen de un apuntador y una actriz, había llegado a ser figura destacada en su drama: Consuelo, con la que algunos dicen que Ayala iba a casarse, aunque no se realizó, sino que la artista contrajo matrimonio con el doctor Tolosa Latour... De Teodora nada se dice en sus últimos momentos; probablemente el idilio concluyó o se disolvió en 1867, cuando Ayala empieza de verdad su ascensión política y ha logrado éxitos muy sólidos. El mundo de las recuerdos debió acudir a su mente y, ya en la agonía llamó a su madre, desaparecida de los vivos, y entregó su alma a Dios, cristianamente, el 30 de diciembre de 1878.

El entierro fue solemne; la pompa habría de acompañarle hasta la sepultura; el 31 de diciembre fue embalsamado, y vestido de chaqué, con la medalla de Académico al pecho, trasladado al salón de Conferencias del Congreso, y el todo Madrid político, intelectual y literario acudió al entierro. Este, realizado el 2 de enero de 1879, según el itinerario de las grandes procesiones, hasta el cementerio de San Pastor y San Justo, fue una notable manifestación de duelo; las cintas de la caja se entregaran a Castelar, Sagasta, Martos, Tamayo, Posada Herrera, Álvarez, Marqués de Cabra y Núñez de Arce, Gobierno, Guardia Militar. Al pasar por el Teatro Español, el Marqués de Torneros descubrió el busto de Calderón de la Barca, de la Plaza de Santa Ana. García Gutiérrez arrojó unas flores y Elisa Mendoza Tenorio le dedicó una corona de laurel y siemprevivas. El cuadro fue muy animado; ramos de flores, brillo de uniformes, tintineo de condecoraciones y la sonoridad de la música de aire, formaban un cortejo brillante de aquella gloria que, al fin, se acababa. En su sepultura no dice más que «Ayala», entre el alfa y la omega, principio y fin de la vida.

Allí concluía la gloria, en aquel muerto de chaqué que el embalsamamiento imperfecto desfiguraba horriblemente pese al afeite y al carmín que se le había dado. Melena, bigote y perilla, a lo Napoleón III, se convertía en trágica caricatura.

Callaba para siempre el escritor y el político; lo que después se dijese de él no sería enteramente halagador. Con todo, aun tan próximo a nuestro tiempo, cuesta ver claro su vida y su obra.

El enigma romántico

Cuanto antecede debe figurar como la biografía incompleta de Ayala. En efecto, fue preocupación de sus biógrafos, y posiblemente de él mismo, celar cuidadosamente la participación que la mujer tuviese en su vida. Entendían, sin duda, que un hombre público, que moría soltero, debería presentársele limpio y exento de cualquier compromiso de tipo erótico. Ayala, que tan conocedor había demostrado ser del corazón femenino en su obra, y tan rendido admirador de la belleza de la mujer en sus poesías, quedaba así como un teórico del amor; su vida pública absorbíale la atención y eso ocupaba las horas. Por otra parte, no debe olvidarse al batallador en los campos políticos igualmente difíciles y espinosos -política y literatura-, donde la habitual maledicencia funcionaría a modo de lima para deshacer y triturar prestigios por muy merecidos que fuesen. Quien hubiese de estar en primer plano, durante aquellos años transitivos que ocupan la vida de Ayala, debía mantener un riguroso sigilo de cuanto le ocurriese; no podría decir que estaba enfermo, pues sus amigos y correligionarios correrían inmediatamente la noticia para derribarle de su preeminencia y ocupar, después, sus puestos; no podría dejar que le calificasen de lento y perezoso, de cómodo y glotón, porque en seguida, los que militaban en partido opuesto, le descalificarían para gobernar; no podría hablar de amoríos, so pena de que la oposición le dirigiera alguna indirecta en aquellos campanudos discursos del Congreso; a lo más se permitiría hablar de unos amores contrariados, de alguna ingrata, porque eso estaba tan admitido, que hasta servía de tema a las romanzas de las zarzuelas y les daba cierto tono melodramático; y él, después de todo, seguía respirando ese clima post-romántico y no podía decir que era una reacción contra los tiempos del romanticismo. A esta clase de amores aun los biógrafos aludieron alguna vez, porque, al fin, algo habían de decir de un hombre que lo había tenido todo, que todo lo había conseguido y, sin embargo, no salía en su vida la mujer. Decir que su mujer era la Musa, es lo mismo que repetir la frase de Cánovas sobre los amores no bendecidos.

Y la mujer, mejor dicho, las mujeres existían. Basta leer su novela Gustavo, floja desde el punto de vista literario, pero que, no obstante, refleja muy bien los años de juventud de Ayala, en camaradería de Ortiz de Pinedo y Arrieta. Quedaba el enigma de la mujer en la biografía de Ayala, cuando el señor Pérez Calamarte publicó el Epistolario inédito de Adelardo López de Ayala[1].



[1] López de Ayala (Adelardo). Epistolario inédito, publicado por Antonio Pérez Calamarte. Revue Hispanique, XXVII, 1912, pág. 499.

domingo, 28 de agosto de 2011

PARA LA GUÍA REPSOL, NO EXISTE GUADALCANAL


LA COMPAÑIA REPSOL NOS NINGUNEA OMITIENDO EL NOMBRE DE GUADALCANAL EN EL MAPA DE LA PAGINA 63 DE SU GUÍA REPSOL 2011 (ANTES GUÍA CAMPSA)

Por Quimiófilo

Como mi guía de carreteras databa de 2007, había decidido renovarla dado las modificaciones que constantemente han sufrido las carreteras de nuestros país, al menos en los últimos años, aunque en el futuro, por mor de la madre de todas las crisis, no creo que se construyan muchas nuevas autopistas y carreteras o se modifiquen actuales trazados. De entre las muchas que ofrece el mercado (la Oficial del Ministerio de Fomento, la Michelín, la del RACE, Editorial Anaya, la Repsol etc.) me decidí por la última, puesto que en su versión anterior me agradó, entre otras cosas porque señala donde hay gasolineras (eso si, sólo de su marca, que tampoco hay que favorecer a la competencia) y porque incluye en su estuche dos guías más, una de vinos y otra turística.

Mi sorpresa ha sido mayúscula al comprobar como en la página 63 omiten el nombre de nuestro pueblo, tal y como podrá comprobar el lector en la imagen siguiente, escaneada del original:

Como puede apreciarse, aparece claramente señalada la gasolinera de la villa, al comienzo de la carretera de Cazalla, A-8200, El Arroyo de Guaditoca, y el embalse y pista de aterrizaje del fincón (no creo que sobre el aumentativo, pues ocupa dos provincias, propiedad del financiero de origen balear), y a la izquierda en un letra más pequeña “Sierra de Guadalcanal”, siguiendo la pauta de mencionar los accidentes geográficos, escribiéndolos incluso con su orientación.

En cuanto a los Monasterios y Ermitas, algunas de estas guías los señalan, ya sea por sus valores artísticos o por ser centro de peregrinaciones piadosas. A la vista de la imagen, se ve que solo los cazalleros tienen vara alta con la compañía petrolera, pues si constan su ermita y su Cartuja, hoy hotel. Se me ocurre pensar que, tal vez, el responsable de la Guía sea fan declarado de la tonadillera, que lleva el nombre de su patrona. Ante esto me pregunto: ¿A qué criterios obedecen estas exclusiones? Además de insertar todas las poblaciones, si se opta por lugares de interés de este tipo, o se insertan todos o ninguno, por lo que entiendo que, en relación con nuestra zona, además de no omitirnos, deberían figurar entre otros, la Ermita de las vírgenes del Ara (en Fuente del Arco), Guaditoca (en Guadalcanal) y Robledo (en Constantina).

Por todo lo anterior, en mi opinión, el Ayuntamiento de la Villa, debería elevar una enérgica protesta al departamento editorial de la compañía petrolera, suscrita por todos los grupos, pues supongo que al menos en este tema habrá unanimidad, ya que esta omisión lesiona legítimos intereses no sólo del sector turístico, sino de todo nuestro pueblo.

Por mi parte acabo de entrar en la página web de la guía de la compañía

http://www.guiarepsol.com/es_es/home/guiarepsol_2011.aspx

y en la sección contacto (Portal Repsol/Guía Repsol) he solicitado la dirección de correo electrónico del responsable del desaguisado, para expresarle mi enérgica protesta por la chapucera omisión.

Madrid, 27 agosto 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 31

El 10 de enero de 1878 se convocan las Cortes para tratar del matrimonio del Rey con la Infanta doña Mercedes de Orleáns; es el momento más brillante de Ayala: se consolida su poder político y su influencia literaria. El 15 de febrero del mismo año fue nombrado Presidente del Congreso por 177 votos, obteniendo Sagasta 81 y 29 papeletas en blanco. Alcanzada esta alta magistratura, don Adelardo da fin a su comedia más importante: Consuelo, que fue estrenada el 30 de marzo de 1878 en el Teatro Español, por la señora Marín, señoritas Mendoza Tenorio y Contreras y los señores Vico, Alisedo, Rodríguez y Fernández.

Como anécdota se recuerda una conversación con Federico Balart, en que se proyecta una comedia con unos padres tiranos que persiguen los amores inocentes de su hija, y una hija que, al fin, dando al traste con su platonismo, se casa interesadamente. El éxito fue tal que asistió hasta el Rey.

Todavía la suerte le reservaba un mayor lucimiento: la Reina Mercedes moría el día 26 de junio de 1878. Ayala fue encargado de pronunciar la oración fúnebre; subió a la tribuna pálido, sudoroso, los ojos nublados y humedecidos, y habló así:

«Ya lo oís, señores Diputados; nuestra bondadosa Reina, nuestra cándida y malograda Reina Mercedes ya no existe. Ayer celebrábamos sus bodas, y hoy lloramos su muerte. Tan general es el dolor, como inesperado ha sido el infortunio; a todos nos alcanza, todos lo manifiestan; parece que cada uno se encuentra desposeído de algo que ya le era propio, de algo que ya amaba, de algo que ya aumentaba el dulce tesoro de los afectos cristianos; y al verlo arrebatado por tan súbita muerte, todos nos sentimos como maltratados por lo violento del despojo, par lo brusco del desengaño.

Joven, modesta, candorosa, coronada de virtudes antes que de la real diadema, estímulo de halagüeñas esperanzas, dulce y consoladora aparición. ¿Quién no siente lo poco que ha durado?

No sé, señores Diputados, si la profunda emoción que embarga mi espíritu en este momento me consentirá decir las pocas palabras con que pienso, con que debo cumplir la obligación que este puesto me impone. No es porque yo crea sentir más vivamente el funesto suceso, que ninguno de los que me escuchan; porque son tantos, son tan variados, tan acerbas las circunstancias que contribuyen a hacer por todo extremo lamentable la desgracia presente, que no hay alma tan empedernida que le cierre sus puertas. Pero ocurre una tristísima circunstancia, que nunca olvidaré, a que yo la sienta con más intensidad en estos momentos.

Testigo presencial de los últimos momentos de nuestra Reina, sin ventura, aún tengo delante de mis ojos el fúnebre cuadro de su agonía; aún está fuera de mi mente la imagen de la pena, de la horrible y silenciosa pena que con varios semblantes y diversas formas rodeaba el lecho mortuorio; he visto el dolor en todas sus esferas.

Allí nuestro amado Rey, hoy más digno de ser amado que nunca, apelaba a sus deberes, a sus obligaciones de Príncipe, a todo el valor de su magnánimo pecho, para permanecer al lado de la que fue elegida de su corazón y para reprimir, aunque a duras penas, el alma conturbada y viuda que pugnaba por salir a los ojos.

Allí los aterrados padres de la ilustre moribunda, vivas estatuas del dolor, inclinando su pecho ante el Eterno, que a tan dura prueba los sometía, y con cristiana resignación le ofrecían en holocausto la más honda amargura que puede experimentarse en la vida.

Incansable en su amor a la Princesa de Asturias y sus tiernas hermanas, seguían con atónita mirada todos los movimientos de la doliente Reina, como ansiosos de acompañarla en su última partida.

Allí la presencia del Gobierno de S. M. representando el duelo del Estado; los Presidentes de los Cuerpos Colegisladores, al luto del país; y todos, de rodillas, sobre todos se elevaban los cantos de la Iglesia, que, dirigiéndose al Cielo, señalaban el único camino de consolar tantas y tan inmensas desgracias.

Y en tanto, señores, todas las clases sociales llevaban el testimonio de su tristeza a la regia morada. En torno a ella aparecía el pueblo español, magnánimo como siempre, amante como siempre de sus Reyes; con todos sus caracteres históricos, partícipe de todas las penas generosas y compañero de todos los infortunios inmerecidos.

¿Quién puede permanecer insensible en medio de este espectáculo? Intérprete de vuestro dolor, me atrevo a proponer que en tanto que la Iglesia presta sus solemnes plegarias a la que fue nuestra Reina, a la que sólo ocupó el Trono el tiempo sucintamente necesario para reinar sin límite en los corazones, en tanto que las exequias se verifiquen, esta tribuna permanezca muda, en señal de duelo, convidando con su silencio al recogimiento y a la oración.

Propongo además, señores Diputados, que una Comisión del seno de la Cámara, cuando las tristes circunstancias que nos rodean lo consientan, llegue a S. M. el Rey para significarle el sumo dolor de que se halla poseída, para mostrarle que todos participamos de su pena; que éste es el único consuelo que cabe en tan grandes aflicciones. ¿Quién será insensible a la presente? Sólo el infeliz pues se encuentra incomunicado con la humanidad.»

El pueblo, a que alude Ayala, cantaba el melancólico romance inspirado por las circunstancias:

«¿Dónde vas Alfonso XII?

¿Dónde vas, triste de ti?

Voy en busca de Mercedes,

que ayer tarde no la vi.»

viernes, 26 de agosto de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 30


Volvió nuevamente Ayala a la Cartera de Ultramar; puede decirse que, aparte de las cuestiones interiores que se fraguaron a ritmo mucho más acelerado de cuanto pudiera pensarse, Cuba ocupaba uno de los primeros lugares; la sedición aumentaba, sin que la autoridad del General Dulce, primero, y después del General Caballero de Rodas, que habían ido con amplias atribuciones, podían calmar la efervescencia. Ayala hizo cuanto pudo por estar al día y al momento de los sucesos de Cuba y, en cierto modo, él mismo se consideraba especialista, aunque dejase confiada la solución de los asuntos a todo un equipo de técnicos y escritores que con él estaba. Reservábase para sí la parte más brillante; dar la cara en el Congreso para responder a las interpelaciones sobre Cuba, y dar cuenta cómo se iba legislando, especialmente para las Colonias, en materia administrativa, concediendo una cierta libertad, mientras sostenía un criterio esclavista; sus palabras puede afirmarse que eran el común sentir de todos, y sólo el cruel final del 98 pudo caer con desconsuelo sobre ideas y sentimientos tan firmes en relación a las Colonias. Entendía Ayala que su posición españolista era indudable, y aunque sus medidas no logren del todo la eficacia, por lo menos excitaría el nervio del patriotismo. De las más felices actuaciones que se le recuerdan es la de 3 de abril de 1881 al ser interpelado por el diputado tradicionalista por Guernica, señor Vildósola, sobre el supuesto proyecto del Gobierno de vender la isla de Cuba, que había encontrado eco en los diarios de Nueva York; es la vez que Ayala parece que habla con más sinceridad: «Yo hubiera querido, señores diputados, que la indicación que ha hecho el periódico a que se ha referido el señor Vildósola, no hubiera necesitado para su señoría el mentís del Ministro de Ultramar; yo hubiera querido que hubiera desmentido previamente su conciencia de ciudadano español. Pero puesto que el señor Vildósola ha creído que había de traer la pregunta a este sitio, yo doy las gracias a su señoría. Pero siento, repito, que no haya empezado su señoría por desmentirla; porque para acudir a la defensa de la dignidad de España, todos los ciudadanos españoles son Ministros de Ultramar.

Pero ya que así no ha sido, su señoría ha hecho un verdadero servicio al Gobierno, trayendo aquí esa calumnia; pues aunque me repugna ocuparme de ella, aprovecho esta ocasión para que quede para siempre sepultada en este sitio.

Cúmplame, ante todo, defender al representante de los Estados Unidos en España. Yo niego terminantemente que semejante noticia tenga este origen. Y después, ya que ha acudido la calumnia, ya que ha llegado a este sitio, para que dondequiera que se levante puedan perseguirla estas palabras, yo mismo aquí, solemnemente, en nombre del Gobierno y en nombre de la Nación Española, digo, que lo mismo Cuba, que Puerto Rico, que Filipinas, en todas aquellas tierras donde ondee la bandera de España, para el que quiera comprarlas no tienen más que un precio: la sangre que hay que derramar para vencer en campo abierto al ejército, a la marina, a los voluntarios, lo mismo insulares que peninsulares, que han tomado las armas, resueltos a perderlo todo menos la honra.»

Se sucedieron crisis e incidentes; la actitud más que generosa, tarda en reaccionar de Amadeo, hacía posible que la pasión, el odio, la intransigencia envolvieran, como un mar encrespado, las consignas de la que un tiempo fue llamada la gloriosa. Tras mucha efervescencia, el 28 de junio de 1872 el último Ministerio de Ruiz Zorrilla convocaba nuevas Cortes, que se reunieron el 25 de septiembre. No habían ganado en las elecciones Ayala, Nocedal, Aparicio y Guijarro, Cánovas, Sagasta, Topete, Ríos Rosas; se eliminaba la minoría conservadora, y la minoría republicana encontraba el camino expedito; aquellas mismas Cortes votaron la República.

Ayala se apartó de la vida política; dejó de tener cargo y esperó su hora. Larga espera debió hacérsele. No obstante, dice un biógrafo suyo: «Votada la República, el primer grito en favor del Príncipe Alfonso de Borbón y Borbón se dio en el círculo Victoria, de la calle del Clavel, donde se congregaban los ex ministros conservadores de la Revolución, con Romero Robledo y sus amigos. Aquella fue la señal de una serie de disidencias en el propio partido. Aceptados por Cánovas del Castillo los poderes de don Alfonso, primero Elduaven y después Ayala se pusieron a sus órdenes, y desde aquel momento tuvo la Restauración por defensores suyos a los tres ex ministros de don Amadeo de Saboya, que representaban el más activo elemento de la unión liberal revolucionaria»[1].

El golpe de Pavía le ofrece una nueva coyuntura, y aun sin distraerse ni un momento, siente la Restauración, ya entonces en marcha. Ayala viajaba por Badajoz cuando le sorprende el alzamiento militar de Sagunto del General Martínez Campos y del General Jovellar. Se forma un nuevo Gobierno, en el cual Ayala vuelve a desempeñar la cartera de Ultramar. Y vuelve así a tener el mismo predicamento que antes; la alocución leída por Alfonso XII a las tropas de Somorrostro estaba redactada por Ayala. Podía estar satisfecho en cuanto a la estabilidad de la situación; el Gobierno representaba una coalición de moderados, unionistas y constitucionales; la presidencia de Cánovas era un prestigio y una garantía; por otra parte, el primer liberal que felicitaba a Alfonso XII era el General Espartero, y el primer absolutista: don Ramón Cabrera. La política se desarrolla ordenadamente tras estos largos lapsos de agitación: sustituye en La Habana Balmaseda a Concha; se acuerdan las bases de la Constitución; se convocan las Cortes para legitimar, mediante sufragio universal, la nueva situación creada. Más cuidados le causó cuanto caía en su Ministerio de Ultramar referente al constante foco de rebeldía en las Colonias; pero aun así, la expedición del General Malcampo a Jolá, el 6 de febrero de 1876, había constituido un éxito para la Restauración.


[1] Solsona, op. cit., pág. 118.

miércoles, 24 de agosto de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 29


En el Ministerio de Ultramar, bajo la jefatura de don Adelardo, hallaron cabida algunos escritores: Antonio Hurtado, Núñez de Arce, Cisneros, Dacarrete, Marco, Cazurro, Avilés, Luceño y Castro y Serrano. Ayala -que huía según sus biógrafos de todo trabajo burocrático, delegaba la firma y dictaba a su taquígrafo, solicitaría la cooperación de estos hombres para toda aquella balumba de manifiestos y circulares. Las Antillas y el archipiélago filipino, las posesiones de Oceanía, recibieron, a diario, informaciones y órdenes; se incremento el ejército en Cuba y se concedió la representación a las provincias ultramarinas, siendo el general Dulce, Marqués de Castellfiorite, que tanto había de intervenir en la ordenación de Cuba. Mientras surge la sublevación de Puerto Rico y la de Demajagua.

De su vida parlamentaria en este momento se destaca su discurso en favor de la institución monárquica, votando después el artículo 33 de la Constitución de 1869, que proclamaba la Monarquía. Conocida es su afirmación de que la República, más que una consecuencia de la revolución del 68, sería una desgracia. El discurso, que había sido razonado y valiente, le obligó a salir del Gobierno. Fuera ya de él, pero leal a su partido, votó la Constitución de 1869, la regencia del General Serrano, la suspensión de las garantías constitucionales, el juramento para cargos públicos: medidas todas ellas para la seguridad del pronunciamiento. Así las cosas, los hombres de su tiempo piensan en Ayala; que, por aquellas fechas, había abandonado sus preferencias montpensieristas y se inclinaba por la candidatura de don Amadeo de Saboya, y solicita formar parte de la comisión que ha de ofrecer la Corona al futuro monarca; pero Ayala rechaza la oferta; él, que ha prestado tantos y tan excelentes servicios a la Monarquía, ahora que ve próxima y como una solución a la crisis del 68, sin embargo, rechaza el honroso ofrecimiento, pues, como se ha recordado, nuestro político y escritor viajó tan sólo por España, cosa que debió ocurrir a muchos hombres ilustres de su época, a no ser aquellos que deliberadamente desearon el destierro, en sus conspiraciones. Ayala tan sólo había cruzado la frontera e internado en el Sur de Francia, acompañando a unos perseguidos del 66, y luego, cuando, en vísperas del 68, se refugió él mismo en Lisboa. Pera ello quiere decir que contaban con él, en cada momento, por su criterio plástico y acomodaticio a cualquier Monarquía.

Próximo el desenlace de la primera etapa del 68, con la elección de Amadeo de Saboya, justamente el 25 de marzo de 1870 Ayala ingresa en la Academia Española, en la vacante de don Antonio Alcalá Galiano, leyendo un discurso sobre Calderón. Sin duda alguna era el momento muy a propósito para ello, ya que Calderón había sido desempolvado por los románticos, que habían visto en él uno de ellos, en quien se cumplían las características de su movimiento literario y, además, la pretendida reacción antirromántica de los dramaturgos, a la cabeza Tamayo y Baus y Ayala, ofrecían un teatro todo lleno de Shakespeare, Calderón y Alarcón; el primero, sin duda, les ofrecía el modelo del genio creador, el espíritu de la fantasía, la grandeza de las almas y las caracteres, para el bien o para el mal; el segundo, las normas más rígidas del sentimiento caballeresco, el espíritu cristiano y la gran empresa nacional; y el último, el concepto moral, en el más amplio sentido de la palabra.

El discurso de Ayala, magnífica pieza oratoria para su época, tiene una extraordinaria fluidez, una armonía de palabra no igualada en ningún diálogo de su teatro, y gusta por eso, y por eso también fue acogido con tales muestras de entusiasmo que todavía cuando la Real Academia Española celebró una reunión el 25 de mayo de 1880 para recordar el centenario de Calderón, un año después de muerto Ayala, la Corporación no encontró a mano nada mejor que repetir el citado discurso, encomendando su lectura a P. A. de Alarcón.

Pero mientras en este aparente descanso de las lides políticas Ayala entraba en la casa de la Inmortalidad, el ambiente volvía a enrarecerse y el adalid de la libertad y de la revolución, el General Prim, caía asesinado el 27 de diciembre de 1870, y su caso quizá será para siempre uno de los que la historia recoge, oculta y disfraza con el espeso manto de la intriga. Desde luego moría un adalid generoso y noble, y precisamente cuando el Monarca de Saboya, recién llegado a España, podría encontrarse en tierra extranjera, desvalido y sin el amigo más leal. No era fácil la situación; por un lado, el nuevo Rey, sin duda, llegaba con los mejores propósitos; a su amor a los españoles habría que añadir el más fino agradecimiento al concederle la máxima dignidad de España; pero enfrente quedaban las agitaciones de los republicanos, que habían visto perder una de las mejores oportunidades; las intrigas de los montpensieristas ; la aversión del propio Ayala hacia Prim; todo esto cristalizaba en aquel cuadro, tan dulcemente melancólico, como expresivo de la inquietud y la incertidumbre del momento, en que Amadeo ora ante el cadáver del general asesinado. Esta era la más palpitante realidad; un oscuro atentado político y un Rey indeciso ante el camino que debe emprender[1].


[1] En relación directa con los cargos de Ayala, dice José Paúl Angulo, uno de los presuntos complicados en el asesinato de Prim: «En la misma noche de la salida del Buenaventura (éste fue un vapor que se fletó para trasladar a Canarias a las Generales unionistas), estando reunidos en la casa habitación de un comerciante de Cádiz, el señor Asquerino y yo, vino a despedirse de nosotros el señor Ayala, declarado montpensierista, que después formó parte del Gobierno provisional con don Juan Prim, hasta que éste, por denuncia pública mía, obligóle a presentar la dimisión.

Traía el señor Ayala la cifra de la clave que le servía para entenderse con el señor Rancés (otro unionista) sobre los asuntos referentes al Duque para disponer, por medio de giros sobre Londres, de unas considerables sumas a cargo de los banqueros señores Courtts y C.ª de la Casa de Orleáns. Quería el señor Ayala transmitir esta clave y autorización al brigadier Topete, a quien era ya difícil ver por lo avanzado de la hora, y habiendo manifestado por mi parte cierta dificultad hasta para ser mero portador de unos papeles, el señor Ayala hubo de entregarlas al señor Asquerino, suplicándole los pusiese en manos del brigadier Topete, recomendándole la orden para efectuar los giros que en efecto se realizaron en los días siguientes. Y para colocar en Cádiz la fuerte suma que estos giros representaban, puso en las letras su firma el señor don Pedro López Ruiz. Era éste un rico comerciante de Jerez que prestó este servicio de la firma por espíritu revolucionario y sin ocuparse para nada de quiénes eran los que percibían los millones». Paúl Angulo, J. Los asesinos del General Prim. París, 1886, págs. 24 y 25. De la enemistad y ojeriza de Ayala al General Prim, José Paúl Angulo refiere lo siguiente: «¿Quiénes fueron los nuevos amigos que el General Prim nos impuso compañeros de conspiración a última hora? En primer término, los Generales Serrano Domínguez (Duque de la Torre), Serrano Bedoya y Caballero de Rodas. En segundo término, los señores Ayala, Rancés, Vallín y otros; entre ellos, el que por eso había de ser famoso: el brigadier Topete, a la sazón capitán de puerto en el apostadero marítimo de Cádiz»... «Eran la plana mayor militar del célebre partido llamado unión liberal, sin principios políticos, compuesto por un puñado de ambiciosos, capaces de ametrallar al pueblo en repetidas ocasiones, como lo habían hecho cuando el mismo General Serrano (Duque de la Torre) firmaba hacía poco, las sentencias de muerte de los entusiastas partidarios del General Prim. En cuanto a los otros señores que dejo citados también, no eran sino políticos hambrientos de oro y de posición, partidarios declarados y pagados por el Duque de Montpensier, y ante todo y sobre todo, enemigos personales del General Prim, al que tenían la audacia de calificar de la manera más soez en reuniones bastante numerosas de conspiradores a última hora.» Y le llama la atención que «los acepte como compañeros en el Gobierno provisional», págs. 15 y 16, op. cit.

martes, 23 de agosto de 2011

lunes, 22 de agosto de 2011

PORTADAS REVISTA FERIAS Y FIESTA GUADALCANAL - 6



ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 28


El teatro reflejó el eco de estas contiendas políticas que precedieron; la Gloriosa, o la sucedieron; unas veces, para exaltar principios fundamentales de la revolución; otras, para ponerlos en solfa, cuando ya se había logrado. Algunas obras, al parecer distantes de toda ideología política, tenía dentro de la intriga cierta significado, o por lo me. nos se le pretendió dárselo; así El Dominó azul, zarzuela de Camprodón y música de Arrieta, estrenada en el Teatro Circo en Febrero de 1853; La almoneda del diablo, de Rafael M. Liern, música de Leandro Ruiz, una de las comedias de magia más aplaudidas en su tiempo, estrenada en el mismo teatro el 10 de enero de 1864; algunas tan íntimamente ligadas con el teatro de Ayala como El argumento de un drama, de Antonio Hurtado, estrenada en el Teatro del Príncipe en noviembre de 1867; La gran Duquesa de Gorolstein, adaptada por Julio Monreal, en el Circo, 7 de noviembre de 1868; Una historia en un mesón, de Narciso Serra y música de Gaztambide, en la Zarzuela el 5 de junio de 1861; pero las más alusivas al momento: Pascual Bailón, de Ricardo Apuente y música de G. Cereceda, en el Circo el 15 de octubre de 1868; La político-manía, de Leopoldo Bremón y música del maestro Leandro Sunyer, también en el mismo teatro el 16 de mayo de 1867. Y, por fin, un apropósito satírico de la política: Septiembre del 68 y abril del 69, de Rafael María de Liern, música de José Vicente Arche, en el Circo de Paul el 5 de julio de 1869. En esta última, aunque no es la política el centro sino más bien un reflejo del ambiente teatral que se respiraba, hay chistes alusivos a los personajes de su tiempo. Dice Mercurio:

«Y veréis, voto a mi abuela,

que en restoranes y hoteles

a lo Prim habrá pasteles,

riñones a lo Silvela,

chalecos a lo Zorrilla

y a lo Romero habrá pasta,

bigotes a lo Sagasta

y a lo Topete patilla;

peinado a lo Montemar,

y botas a lo Quintero

y bastón a lo Rivero

y lengua a lo Castelar;

y envolverá un ruin sarcasmo

cuanto hoy se abrillante y luce,

que esos efectos produce

la plétora de entusiasmo.

…………………………….

EUTERPE :

¡Iríais a ver a Ayala!

MERCURIO:

Por supuesto.

EUTERPE :

Cuenta, ven.

MERCURIO:

No nos recibió muy bien.

Nos hizo hacer antesala.

¡y no es que el hombre se suba!

La entrevista fue concisa,

porque le metía prisa

no sé qué cosas de Cuba.

Y expedientes, circulares

y los mulatos (Euterpe se ríe). ¿Te alegras?

Chica, se ponen más negras

las letras peninsulares.

Del negro berenjenal

se ha cansado el buen señor,

y ha pospuesto a la de autor

la pluma ministerial,

tiros le asesta la crítica

por causas que no penetra...

mas van a ganar las letras

lo que pierda la política.

EUTERPE:

¿Y don Juan Eugenio?

MERCURIO:

Vive.

García Gutiérrez...

EUTERPE:

¿Qué?

MERCURIO:

Le hallé ausente.

EUTERPE:

Ya lo sé.

MERCURIO:

Politiquea, no escribe.

EUTERPE:

¿Y Bretón?

MERCURIO:

A lo que infiero,

tanta perversión le hastía.

EUTERPE:

¿Y Cazurro?

MERCURIO:

Juraría que ha hecho añicos el tintero.

EUTERPE :

Tamayo...

MERCURIO:

Ni letra y media

lo que valen allá abajo,

no se toman el trabajo

de pensar una comedia.

Que el teatro se muere en suma

¡con una historia tan clara!

Otro gallo nos cantar

si ellos tomaran la pluma.»

Acto II, escena III.

La obra terminaba con un número de can-can.

domingo, 21 de agosto de 2011

sábado, 20 de agosto de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 27


Llegó Prim a Gibraltar y se reunió en la Zaragoza con Topete, que se mostró partidario de Luisa Fernanda, aunque lamentaba la situación difícil de Isabel. Prim no se asoció, ni por un momento, a la ideología montpensierista. Reunida la escuadra, bajo Prim, Topete y Malcampo, 21, cañonazos anunciaron el 18 de septiembre de 1868, el destronamiento de la Reina. El 19 desembarcaron en Cádiz, y Ayala, en nombre de todos, redactó el célebre manifiesto. Es muy difícil calibrar lo que hay en su contenido; por de pronto, es un grito de protesta contra todo, sin acertar a la expresión concreta; lo único viable y ejecutivo en el vibrante documento concluye así: «Queremos que un Gobierno provisional, que represente las fuerzas vivas del país, asegure el orden, en tanto que el sufragio universal echa los cimientos de nuestra regeneración política y social.» Firman: El Duque de la Torre, Juan Prim, Domingo Dulce, Francisco Serrano Bedoya, Ramón Nouvilas, Rafael Primo de Rivera, Antonio Caballero de Rodas y Juan Topete. Todos de gran solvencia; aun así en aquel momento se apresuran febrilmente a redactar un documento de contenido tan vago y tan inconcreto en cuanto al remedio de las males de la Patria. El manifiesto era un grito de guerra, y eso era lo que se pedía, aun sin saber hacia dónde podían orientarse.

El estallido en el puente de Alcolea es, en realidad, una muestra del confusionismo reinante. Deslindados los campos, en un lado las fuerzas revolucionarias, con el Duque de la Torre, y en otro el Marqués de Novaliches, con los isabelinos, el Comandante Fernández Vallín, que pasaba de aquél a éste, acaso con proclamas, o con notas conminatorias, es fusilado inmediatamente; es el primer muerto de esta revolución que hasta entonces ha tenido carácter casi romántico. No falta quien, en medio de aquella algazara, proponga que la tropa de la Reina se adhiera al movimiento, intentando sembrar el desorden y la subversión. Ayala propuso que el propio General Serrano le enviara una carta al Marqués de Novaliches, proponiéndole dejase el paso libre a sus tropas. El duque de la Torre accedió a la petición de Ayala; dicen que siempre atendía consejos ajenos; así a lo largo de su vida pública, los de Prim, Sagasta o Martos. La carta, redactada por don Adelardo en sí no hacía otra cosa que reiterar la petición de paso a las tropas revolucionarias. Y sólo queda concreto «la imposibilidad de, sostener lo existente, o mejor dicho, lo que ayer existía...», y al final: «Ultimo y triste servicio que ya podemos prestar a lo que hoy se derrumba por decretos irrevocables de la Providencia.»

Formada la bandera del parlamento con pañuelos blancos, acompañado de los agregados al Cuartel General, entre ellos Alarcón, el propio Ayala, montado en caballo tordo, con dos lanceros y un corneta, partió a parlamentar con el Marqués de Novalòches. Llegado Ayala, no sin peligro, a su presencia, le entregó el documento. La entrevista de Novaliches y Ayala fue cordial, y se le dispuso el mejor alojamiento en casa del General Vega, en el Carpio, en tanto recibía la contestación. La proposición fue rechazada y la contestación digna y resuelta. Comenzó la batalla de Alcolea.

Alguien ha querido suponer que si en el documento se hubiese propuesto la abdicación de Isabel en el Príncipe de Asturias, no llegara el combate; pero hay que pensar en las posibilidades que tal propuesta -que por otra parte no sabemos quién podría formularla- tendría; si lo admitió Ayala, el Duque de la Torre o Novaliches. Así las cosas, el 28 de septiembre se libró la batalla de Alcolea; cielos altos y nubes blancas, claros de sol y manchas de sombras, como presagio de la melancolía de un otoño que ya había comenzado. A las tres empezó el combate y a las seis las granadas inundaban con sus resplandores los campos. La lucha se desarrolló de un modo uniforme; Novalithes, herido, fue sustituido por el General Paredes, iniciándose la retirada hacia el Carpio. Al día siguiente, 29, Ayala volvió a parlamentar; se logró más fácil el acuerdo, aunque el General Echeverría, que mandaba la vanguardia, se negó a reconocer el Trono vacante, exigido por el General Serrano. Pero aquella batalla tenía ya unos moralmente vencidos; y ya los ejércitos unidos emprendieron su regreso a la Corte. Ayala y el Duque de la Torre entraron en Pinto, donde encontraron a Novaliches herido, quien les abrazó emocionado. La Reina ya no esperó más; tan pronto conoció el resultado de la batalla de Alcolea, de San Sebastián donde se hallaba, cruzó rápidamente la frontera.

Pasada la euforia propia del momento culminante en la entrada de los sublevados en Madrid, y constituido el nuevo Gobierno bajo la presidencia de Serrano, y en el que entraba Ayala como Ministro de Ultramar[1], comenzó el equipo su obra a base de muchos informes y memorias, alguna de las cuales fue redactada por Núñez de Arce, entonces Gobernador Civil de Barcelona, al parecer muy ducho en este menester pues se le encargaba con mucha frecuencia la redacción de estos documentos oficiales. Fue preocupación básica del Gobierno salvar en aquella situación el principio monárquico, por encima de todo y atender con cuidado extremo cuanto a las provincias ultramarinas se refiriese. Respecto a la institución monárquica no faltó levantamiento republicano, reprimido con dureza; para las cosas de Ultramar, Ayala se encargaría de analizar cuidadosamente la situación, ordenando leyes y medidas, muy en consonancia a la nueva situación española creada en la Metrópoli. Pero el Gabinete, compuesto de hombres que habían reflejado muy bien en el manifiesto de septiembre estar unidos para la lucha, sin saber qué debería sustituir, a lo que podía defenderse, encontraría, en su seno, divergencias: Ayala, monárquico, pensaba en la Infanta-Duquesa, y Topete creía en el Duque como digno de la Corona, en tanto que Martos, desde fuera del Gobierno, disuadía tales proyectos; Prim se inclinaba a salvar el principio monárquico, con su Rey electivo, con lo cual la distensión entre él y Ayala seguía en firme.


[1] El resto era: Lorenzana, Estado; Romeo Ortiz, Gracia y Justicia; Prim, Guerra; Topete, Marina; Figuerola, Hacienda; Sagasta, Gobernación; Ruiz Zorrilla, Fomento.