miércoles, 29 de abril de 2015

MUERTE EN ACOMA (2 de 6)

Jesús Rubio

Estatua a Juan de Oñate

Primero días  de mayo de 1598.  Socorro, Nuevo México.
La expedición de Oñate siguió el curso del río Bravo. Hubo que trabajar mucho para que las carretas pudieran avanzar y para que el ganado no se descarriase. Además, no abundaban los víveres y ya pronto comprobaron los expedicionarios que aquello no sería un camino real. Tanto es así que entonces llamaron a aquella travesía La Jornada del Muerto. Habían sido muy pocos los que se había aventurado por allí. Sólo algunos locos como Cabeza de Vaca o Hernández Coronado habían hollado, y muy de paso, aquellos caminos. La idea de Oñate era aumentar el Camino Real y establecer una primera colonia poco más arriba siguiendo el curso de río, como cabeza de puente para una colonización más amplia.
Y con mucho tino bautizó Juan de Oñate Socorro[1] a aquel pueblo indio llamado Teipana al que llegaron, pues la gente que allí vivía ayudó en todo lo posible a aquellos expedicionarios cansados y hambrientos.
Mal les hubiera ido de no ser por los indios.
Muy mal.

4 de diciembre de 1598. Acoma
La subida al Pueblo de Acoma era muy estrecha. Había tramos en los que sólo era posible ir de uno en uno, y haciendo un enorme esfuerzo porque se empinaba bastante la subida. Diego Núñez ya había estado antes en aquel lugar, cuando subió como escolta de Oñate semanas atrás.
Miró a Escalante. Estaba muy serio. La mirada fija en la subida

18 de agosto de 1598. San Juan de los Caballeros. Nuevo México, Estados Unidos.
San Juan de los Caballeros[2] llamó Oñate al primer pueblo español en aquellas tierras. Estaba en la confluencia del río Bravo con el de Chama, que así lo llamaban los indios. En realidad, se erigió sobre unas rancherías indias de adobe que llamaban Ohkay Owingeh. Desde el principio tuvo un carácter provisional, hasta la construcción de un nuevo pueblo, pero bien cierto era que los pocos indios que aún quedaban allí fueron desalojados. Oñate no se andaba con rigodones. Si necesitaba algo, lo tomaba. No era, desde luego, la mejor manera de manejarse en tierras que hasta ese momento se habían demostrado desérticas y ásperas. Los indios, alguna que otra escaramuza aparte, se habían mostrado amistosos. Pero tanto le parecía darle al Adelantado. Eran muchos a los que sus disposiciones disgustaban. Eso, y la ausencia, no ya de riquezas, sino de tierras mínimamente fértiles, empezaron  a generar descontento, que Oñate frenó con severidad. No le temblaba la mano a Oñate ni con tirios, ni con troyanos.

4 de diciembre de 1598. Ácoma.
Los indios de Acoma, con su jefe, Zatucapán, al frente, habían emplazado a los españoles a volver ese día a por los víveres requeridos, ya que les habían contado que no tenían más, cuando a los españoles se les hizo poco lo que habían ofrecido. Zaldívar y su gente tenían órdenes muy claras: explorar todas las tierras cercanas a San Gabriel, procurándose lo necesario de mano de los naturales.

8 de septiembre de 1598. San Juan de los Caballeros, Nuevo México.
Ese día hubo gran fiesta en San Juan. Se celebraba la fiesta de la Natividad de la Virgen. Se bendijo la iglesia de San Juan Bautista. La misa era en Acción de Gracias por el buen destino que hasta el momento había tenido la caravana.
Por la tarde, se escenificó una escaramuza de moros y cristianos. Fue un gran día, para deleite de chicos y no tan chicos.
Pero había que ponerse manos a la obra. Los indios de San Juan andaban temerosos: se acercaba el invierno, tiempos en los que solían venir los pueblos nómadas, que eran sus enemigos. Los indios de San Juan así se lo hicieron saber a Oñate. Aquellas tribus se llamaban apaches y eran grandes guerreros.
El Adelantado vio la posibilidad de ganarse la lealtad de aquellos hombres: les prometió protección. A cambio, les pidió permiso para utilizar las casas abandonadas del poblado que se levantaba, o más bien ya se caía, al otro lado del río y que llamaban Yunqui o Yunge.
Aquella gente dio el permiso. Así fue como ya entrado el nuevo años nacería San Gabriel del Yunque[3], a orilla del río Bravo del Norte, y que fue la primera ciudad que levantaron los españoles en Nuevo México, del que fue capital hasta la fundación de Santa Fe. San Gabriel fue la segunda población erigida por europeos en los Estados Unidos, tras la fundación, también un 8 de septiembre, pero de 1565, de la villa de San Agustín, en la Florida, por Pedro Menéndez de Avilés.


4 de diciembre de 1598. Acoma.
Por fin estaban arriba. La subida había sido muy fatigosa. Pero al menos, con el esfuerzo, Diego Núñez no tenía tanto frío. Una vez arriba se encontraron de frente con uno de los jefes de Ácoma: Zatucapán, uno de los guerreros más prestigioso de los zopi[4].
Zatucapán hizo un gesto.
Se aproximaron corriendo unos jóvenes: traían un par de gallinas, unos huevos, y poco más.
Zaldívar habló.
-Esto no es suficiente. Vamos a buscar más provisiones. Seguro que tienen más. Hagamos dos grupos. Que cada uno vaya en una dirección. Coged comida. Pero no quiero que se les incomode.
                                                                                                            

18 de noviembre. San Juan de los Caballeros, Nuevo México
De no haber sido por la mediación de fray Alonso Martínez y los otros franciscanos, Juan de Oñate no hubiera tenido impedimento de ajusticiar a los que creía responsables del primer intento de abandono que se produjo unas semanas después de la cesión del poblado donde se asentaría San Gabriel del Yunque.
Eran cuarenta y cinco los que querían marcharse. Aquella tierra no les había ofrecido hasta ese momento nada más que fatiga, decían, y no estaban dispuestos a más. Oñate cogió a los que pensaba que eran los cabecillas de aquello. Eran ocho y quería ajusticiarlos. Pero los buenos oficios de fray Alonso lo impidieron.
Los hechos, diría luego Oñate, le dieron la razón. Y por eso después actuó sin compasión. Una noche, cuatro de aquellos hombres desaparecieron. Se organizó la partida de búsqueda. Oñate no podía consentir que su autoridad fuera cuestionada. Se encontró a dos de ellos. Los otros escaparon.
Oñate los ajustició. Y esta vez no valieron súplicas.
El intento de sedición dejó una cosa muy clara al Adelantado: sujetar a aquella gente era algo que no se podía garantizar por mucho tiempo más. Es por ello que dio orden a sus mejores de explorar aquellas tierras tomando como base de operaciones San Juan. Había que buscar Cíbola y Quivila, aquellas míticas ciudades tan ricas de las que hablaron en otros tiempos a Cabeza de Vaca y a Vázquez Coronado.
El primero que partió fue otro de los sobrinos del Adelantado, Vicente Zaldívar. Marchó hacia el Este. Buscaba las vacas de Cíbola[5], aquellos imponentes animales de los que habían oído hablar, y que podían abastecer de carne y piel a aquella frágil aldea. Y los vieron, vaya que si los vieron, pero la cacería fue muy dificultosa, y varios de sus caballos acabaron heridos. Volvieron a San Juan.
A la par que Vicente buscaba a los búfalos, Oñate partió hacia el Oeste. Llegó a Tigüex[6], la tierra que en su día descubriera Vázquez Coronado. Y continuó. Era primordial alcanzar el Mar del Sur, para conseguir un puerto de abastecimiento. El 27 de octubre Oñate llegó a Acoma. Fue invitado a subir los jefes de aquel pueblo, al que se le pidió la sumisión al rey de España. Lo hicieron. Después, Oñate emprendió camino hacia Moze y Zuñ[7]i. Y todos los pueblos que encontró los puso bajo su dominio y bajo la del Emperador. Todos juraron fidelidad.
Mientras, Juan de Zaldívar, salió aquel 18 de noviembre acompañado de otros 30 hombres. La orden era la de unirse a la expedición del propio Oñate una vez llegara a San Juan su hermano Vicente con las noticias de las vacas. Con Zaldívar iba Diego Núñez de Chaves, que anhelaba ver a esos grandes animales.



[1] Se sigue llamando así. Es, de hecho, la capital del condado del mismo nombre. Está a unos cien kilómetros al sur de Albuquerque.
[2] Recuperó su nombre nativo. Está junto a la actual ciudad de Española, a unos 40 kilómetros al oeste de Santa Fe, capital de estado de Nuevo México. Como curiosidad hay que hacer constar que su fiesta local se celebra el 24 de junio, día de San Juan.
[3] Junto a Española. No está habitado en la actualidad. Se mantienen algunas construcciones. Fue declarado Lugar Histórico Nacional en 1964.
[4] Así en los textos. Es de suponer que son los hopi, una de las tribus que conformaban la nación Pueblo, junta a las ya citadas de los keres, los jemez, los zuñi y los tañoanos.
[5] Se refiere a los bisontes, muy abundantes en aquellas tierras. De hecho, Cíbola, proviene de una palabra española, cíbolo, ya en desuso, que significaba bisonte.
[6] Así bautizado por Coronado. Un pueblo de la tribu tiwa.
[7] Otras poblaciones de nativos de Nuevo México.

domingo, 26 de abril de 2015

MUERTE EN ACOMA [1 de 6]


MUERTE EN ACOMA[1]

Jesús Rubio

PARTE I: MUERTE

4  de diciembre de 1598, Acoma, Nuevo México.
El capitán Diego Núñez de Chaves miró a su alrededor. No se veía más que nieve. Aquello era desolador. El frío era insoportable. Habían llegado hasta aquella roca en como avanzadilla de la expedición del adelantado Juan de Oñate, gobernador del Nuevo México. Pero se habían quedado sin víveres unos días antes, al lado de la inmensa roca que los naturales llamaban Acoma. Iban a las órdenes de Juan de Zaldívar.
Alzó la vista. Se mesó la barba color nuez. Al frente se alzaba la imponente silueta de la roca que ya impresionara cincuenta años antes a Vázquez de Coronado: una mesa de piedra y arena, ahora cubierta de nieve, que se elevaba sobre la llanura desértica del Nuevo México. En su cima, se encontraba el poblado indio.
Y miró al otro capitán de la columna, el alférez Felipe de Escalante.
Ninguno de los dos podía imaginar que ambos estarían muertos al acabar el día.

30 de abril de 1598. Río Bravo del Norte, Nuevo México.
Tres largos años había tardado Juan de Oñate en organizar la expedición para explorar el norte de la Nueva España. Y por fin había llegado su momento: el solemne acto de toma de posesión de aquellas tierras. Hasta ese momento, los colonos españoles lo único que habían tragado era polvo y más polvo. El polvo de la Historia, decían algunos no sin cierta guasa.
Habían salido, tras demoras, permisos, inspecciones, más demoras, nuevos permisos y una última inspección el 26 de enero de ese año. Lo hicieron desde Santa Bárbara[2]. Eran unos doscientos entre soldados, colonos, sus familias, sus criados y religiosos. Iban a extender el Camino Real y fundar una ciudad. Iban a tomar esas tierras en nombre de Su Majestad. Iban a encontrar, por fin, su lugar en el mundo.
El camino fue lento. Las ochenta y tres carretas, tiradas por bueyes, no andaban más de diez kilómetros al día. Era desesperadamente lento. Llevaban consigo muchas cabezas de ganado, unas siete mil, con lo que no era posible avanzar más rápido. Las avanzadillas enviadas por Oñate para ir observando el camino, al menos, impedían parones o retrasos indeseados.
Fue el Jueves Santo cuando les fue por Dios servido encontrar un gran río. Se celebró una misa y el propio Juan de Oñate se azotó como penitencia.
El 20 de abril cuando la caravana llega al río Bravo del Norte. Anduvieron por aquí y por allá, sin decidirse del todo dónde asentarse.
Y llegó el día 30, fiesta de la Ascensión del Señor.
No era ése un día para lamentos. Junto a la toma de posesión, se celebró una misa en Acción de Gracias porque, hasta ese momento, la expedición había llegado sana y salva, sin sufrir grandes percances. Sólo había que reseñar la muerte o extravío de algún caballo. Poco más.
Oñate había nacido en Zacatecas[3] y soñaba con unir su nombre al de Hernán Cortes. Casi podría decirse que estaba obsesionado con ello. Por el momento, algo había hecho en ese sentido: se había emparentado con él. Su esposa era doña Isabel de Tolosa Cortés de Moctezuma, nieta del conquistador de Medellín y Leonor de Moctezuma.
Desde joven había destacado en su campañas de castigo a los indios chichimecas[4], que atacaban a los colonos españoles. Se empleó con determinación. Algunos dijeron que con excesiva determinación. Mientras se empleaba a fondo en el manejo de las armas, probó fortuna como minero. No tuvo mucha.
Pidió permiso para preparar una expedición que colonizase las tierras al norte del río que hoy se conoce como Grande pero entonces se llamaba Bravo del Norte. El 21 de septiembre de 1595 le fue concedido. La orden, o al menos, la petición, era la de poblar. Pero para conseguir dinero y gente que se alistara se utilizó el señuelo habitual: aventar de nuevo relatos de grandes riquezas más al Norte. Las leyendas propagadas por Cabeza de Vaca sobre de las ciudades de Cíbola y Quivira[5], con sus tejados de oro, habían  quedado un tanto arrumbadas tras el fracaso de la expedición de Vázquez de Coronado cincuenta años antes. Quizás fuera la promesa de un nuevo comenzar lo que, al cabo, animara a los colonos que las leyendas de antaño. A ellos se sumaron algunos aventureros. Pero el avío de la expedición avanzaba con premura, para impaciencia de Oñate. Pasaron dos años más.
Pero, al cabo, ahí estaban. Casi dos centenares de colonos, con sus familias y todo cuanto tenían, pues muchos de ellos vendieron lo poco que tenían para agenciarse un caballo, alguna mula y los enseres necesarios para andar el camino y poder trabajar de mineros.
Uno de ellos era Diego Núñez de Chaves[6], que hasta entonces se había recorrido una buena parte de Nueva España en diversos servicios. Con treinta años había conseguido llegar a alférez y veía en la expedición de Oñate una gran oportunidad.
Había partido de su pueblo, Guadalcanal, en busca de la fortuna que ya había sonreído a muchos de sus paisanos, que décadas antes habían viajado desde aquel pueblo de la Baja Extremadura famoso por sus vinos y sus pilotos. Y Diego no sólo había oído relatos, sino que él mismo podía dar fe de las riquezas alcanzadas por algunos de sus paisanos, como los Bonilla o los Bastida[7], que habían alcanzado fama y fortuna con sus hazañas en Perú. Había visto el oro y la plata que había llegado a Guadalcanal para ofrecer misas o construir capellanías.


4 de diciembre de 1598. Acoma, Nuevo México.
-En marcha.
El capitán Felipe Escalante era de corta estatura. Pero no podía decirse lo mismo de su ánimo. Era capaz de cualquier cosa. Y eso le había granjeado un gran prestigio entre los expedicionarios.
El maestre de campo Juan de Zaldívar fue muy seco:
-Recuerden: ni un movimiento que los irrite.
Núñez calló. No se fíaba de Zatucapán, que así se llamaba el jefe de Acoma. Había sido hasta ahora amistoso. De hecho, junto con el resto de los indios pueblo, había jurado lealtad al Rey. En eso tenía razón Zaldívar, pero el alférez guadalcanalense se regía por una norma siempre: fiarse sólo de uno mismo, y no siempre.
La columna, compuesta en total por dieciséis personas enfiló el camino hacia Acoma, que imponente silueta se alzaba sobre el valle nevado.
Al pie de Acoma quedaron, con los caballos y mulas, tres soldados y dos criados.
Gente con suerte.




[1] Acoma o Ácoma. Poblado de los keres y los jemez, dos tribus de los Pueblo, conjunto de etnias de Nuevo México. Situado en una enorme mesa que supera los 100 metros de altura en algunos puntos. Se considera que la aldea Pueblo más antigua. Ahora es un importante foco de atracción turístico. Viven una treintena de personas. La actual Acoma está compuesta por tres pueblos. Sky City (la Acoma histórica), Acomita y McCarthys. Se encuentran en el condado de Sandoval, a 97 kilómetros al oeste de Albuquerque, ciudad más poblada del estado de  Nuevo México, Estados Unidos. La capital, desde tiempos de la conquista española es, no obstante, Santa Fe.
[2] En el actual estado mexicano de Chihuahua.
[3] Capital del estado del mismo nombre en el actual México.
[4] Tribu mexicana.
[5] Las ciudades de Cíbola y Quivira provenían de viejas leyendas españolas de la invasión musulmana, que entroncaron con relatos de los nativos de Norteamérica y que fueron recogidos por las expediciones de Cabeza de Vaca y fray Marcos de Niza. Se decía que eran ciudades con casas con tejados de oro puro. Ya Vázquez Coronado demostró, en 1542, que aquello no eran más que leyendas.
[6] En algunos documentos se habla de dos expedicionarios originarios de Guadalcanal: Diego Núñez y Diego Núñez de Chaves, ambos hijos de Juan de Chaves. Los intentos por encontrar datos del primero han sido infructuosos. Dado que se trata de una expedición muy bien documentada, suponemos, a falta de desmentido, que se trata de un solo hombre consignado dos veces.
[7] Los Bonilla y los Bastida son de los primeros vecinos de Guadalcanal en prosperar en América. 

jueves, 23 de abril de 2015

UN CURA DE ALANÍS CON INQUIETUDES DIETÉTICAS


José Mª Álvarez Blanco

            La noticia de la presentación de la novela del profesor Antonio García Benítez, realizada en la vecina villa de Alanís el pasado día 11 de Abril, me ha recordado el curioso texto que reproduzco unas líneas más abajo y con el que tropecé sin buscarlo expresamente guiado por el santo buscador Google. Se trata de un párroco de Alanís de finales del S.XVIII de nombre  Juan Antonio Delgado y del que sabemos de sus inquietudes dietético-gastrónomicas, protagonizada en Alanís en 1797, gracias a la digitalización de periódicos antiguos posibilitada por la revolución digital en la que estamos inmersos. En efecto, el Nº 72 del periódico titulado Semanario de agricultura y arte dirigido a los párrocos”, del 17 de mayo de 1798, pp. 319-320, decía textualmente, respetando la ortografía de la época:

Carta del párroco de Alanís sobre patatas

SEÑORES EDITORES: habiendo conocido lo utilísimo que sería el que se extendiese por todas partes el cultivo y uso de las patatas, conocidas en este Arzobispado con el nombre de papas, de las que hay dos especies, unas que llaman finas ó encarnadas, y otras bastas, inglesas ó blancas; y viendo el poco aprecio que todavia se hace de ellas para el uso del pan, no obstante las repetidas experiencias anunciadas en el Semanario; he tomado el medio de persuadir á mis feligreses mas bien con el exemplo que con las palabras, usando en mi propia casa del pan hecho de harina de trigo molido en piedra blanca, mezclándole igual cantidad de papas bastas, pasando éstas por un arnero1 nuevo de esparto ó de arambre, después de haberlas desmoronado con los dedos estando cocidas y mondadas: por cuyo medio habiéndome visto mis feligreses el pan, que ha resultado tan blanco, tan sabroso y esponjado, han empezado á usarlo en muchas casas, conociendo por otra parte la grande utilidad y ahorro de trigo que consiguen, pues está averiguado que de cada arroba de papas, que vale quatro reales vellón, se sacan de doce á diez y seis libras de pan mas de las que ordinariamente habian de salir del trigo solo, viniendo á tener de costo cada libra de este pan aumentado, tres quartos poco mas ó menos, siendo así que se vende cada libra á ocho quartos, resultando de ahorro casi cinco quartos en libra.

Ya he conseguido que en los pueblos circunvecinos, que son Cazalla, Constantina y Guadalcanal, hayan abierto los ojos en esta materia, admirándose del pan que he mandado á algunas casas de las que ha pasado á otras como una cosa singular. También he logrado se ponga en uso dicho pan en la villa de Campofrio mi patria, y poco á poco se irá extendiendo en las villas y aldeas de aquel principado, cuya cabeza de partido es Arazena, en donde se cultiva mucho esta preciosa raiz, al paso que se hallan muy florecientes los ramos de plantíos de árboles frutales y olivos, de dehesas pobladas de encinas y alcornoques, de castañales y de huertas, de viñas y algunos sembrados de trigo, cebada y centeno, con muchos linares.

Alanis 17 de Diciembre de 1797. 
= Juan Antonio Delgado, cura propio.
***
 --
[1] Actualmente se escribe con h, harnero.- harnero. (Del lat. [cribrum] farinarĭum).1. m. Especie de criba. (DRAE)


Llama la atención de este sacerdote, nacido en Campofrío -entonces una aldea cercana a Aracena-, cómo tenía perfectamente delimitados sus campos de acción espiritual y alimenticio, estando tan convencido de la bondad del alimento que encomia, que no dudó en extender a Cazalla, Constantina y Guadalcanal su afán propagandístico de las virtudes dietéticas de su producto. En cambio, no parece arriesgado aventurar que se abstendría de ejercer en dichos pueblos su ministerio encaminado a la salvación de las almas, supongo que por los roces que ello implicaría con los otros párrocos.

.
Madrid 15 abril 2015


lunes, 20 de abril de 2015

La alfarería de Segundo Muñoz: emprendimiento y costumbrismo en el Guadalcanal del siglo XX (3 de 3)


Por José Ramón Muñoz Criado y Sergio Mena Muñoz 

Revista de Guadalcanal – año 2014  

El aumento de producción trajo también nuevas oportunidades de negocio. Cada hornada suponía fabricar unas 1.000 piezas y el horno tenía una capacidad limitada. Por ello en casa de los Muñoz tomaron la decisión de centrar su producción en cacharros que optimizaran al máximo el espacio reducido, aprovechando al máximo la productividad del horno. El mismo sistema que ideó en 1953 el creador de IKEA, Ingvar Kamprad, que inventó los muebles desmontados en embalajes planos para que optimizaran el espacio de almacenaje y transporte. Desde entonces el sistema de red de venta por medio del ferrocarril se amplió y se comenzó a usar para traer piezas de alfarería más grandes ya hechas desde Bailén, Lora del Río y Fuente del Arzobispo. Y también empezaron a traer naranjas a granel desde Palma del Río que vendían por docenas y medias docenas, así como vinagre y carbón. La alfarería había hecho una diversificación de su negocio, pero tampoco sabían que se llamaba así.

Tal cantidad de carga de trabajo hizo que Segundo aplicara una de las finalidades por las cuales existen las empresas según el economista Adam Smith, que es crear empleo. Si ya había contratado en su momento a José, tras el abandono de éste incorporó a su equipo a otro salvaterrense, Ángel. Comenzó también a experimentar con los minerales tan abundantes en Guadalcanal. Apuntaba en un cuaderno sus evoluciones al usar más cantidad de óxido de hierro, al aumentar la temperatura de cocción a más de mil grados, al añadir sílex, yeso, berilio, circonio o feldespato. Hacía I+D+i sin saber siquiera que existiera ese concepto.

Segundo volvió a demostrar con el tiempo que la competencia mercantil no está reñida ni con la amistad ni con la camaradería ni con el compañerismo sectorial. La vida da tantas vueltas que a veces sus piruetas son tan retorcidas que marean. José, el primer alfarero que trajo a Guadalcanal, terminó instalándose por su cuenta en la calle Sevilla. Por tanto, el otrora patrón de José se quedó solo al frente de un negocio que no conocía (lo suyo eran los refractarios) y ante la imposibilidad de poder dar abasto a todos sus pedidos, Segundo Muñoz accedió a que su ayudante Ángel cambiara de empresa y se fuera a trabajar con él, a pesar de ser su competencia directa y de haberle ‘robado’ en su día a José. El vástago de los Muñoz, también llamado José, comenzó entonces a trabajar junto con su padre en la empresa, continuando la saga familiar más adelante con su tienda de ultramarinos, calzado y loza.

Epílogo

Y si a la estrella de la radio la mató el vídeo, el negocio de la alfarería se lo llevó por delante la llegada del plástico. Pero para entonces Segundo ya estaba a punto de la jubilación y lo que hizo fue, una vez más, reinventarse y procurar que sus hijos se ganaran la vida en otros ámbitos aprovechando la gran cantidad de proveedores que había conocido en su vida profesional. Sus vecinos le acogieron muy bien desde el primer momento en que llegó a Guadalcanal. Ganó muchos amigos y no se le recuerda ningún enemigo. Cuando era muy anciano solía pasearse por la Plaza con su bastón y su eterno sombrero de ala ancha muy parecido al Stetson clásico canturreando alguna coplilla. Tal fue el respeto y el cariño que le depararon sus convecinos que se le concedió el honor de guardar las llaves de la ermita de la Virgen de Guaditoca. Cualquiera que quería ir hasta más allá de Altarejos y preguntaba a algún vecino, recibía como respuesta “primero tienes que ir a por la llaves a la alfarería”.

Segundo falleció en Guadalcanal en 1986 y en su cementerio de San Francisco reposan sus restos junto con los de su mujer. Lo mismo ocurre con todos los Muñoz que llegaron en 1919 desde Salvatierra de los Barros y que, con el paso de los años, hicieron de Guadalcanal su pequeña nueva patria.

Hoy día, los continuadores de la saga Muñoz por el mundo se enorgullecen de haber heredado su carácter emprendedor, de haber creado empresas en beneficio de la sociedad (los seis nietos cuentan con negocios propios, algunos hasta en Australia), de tener como ejemplo a un hombre querido y respetado en Guadalcanal por su humildad, su trabajo y su afabilidad. Ahora que se reclaman figuras carismáticas que sirvan de guía, ¿no habría que volver la vista a los procuradores de valores constructivos? Es hora de dar visibilidad a los héroes anónimos cotidianos.


jueves, 16 de abril de 2015

La alfarería de Segundo Muñoz: emprendimiento y costumbrismo en el Guadalcanal del siglo XX (2 de 3)


Por José Ramón Muñoz Criado y Sergio Mena Muñoz 

Revista de Guadalcanal – año 2014  

Un mundo de arcilla roja

En los tiempos en los que la petroquímica no estaba tan extendida como hoy día, la mayor, más barata y accesible forma de tener utensilios en casa era a través de los útiles de barro. Todas las casas de Guadalcanal tenían en sus encimeras, en sus aparadores o en sus fresqueras accesorios cerámicos. Ignacio Gómez, presidente de la Asociación Cultural Benalixa, también recuerda la alfarería de la “calle Sancha”. Aún tiene fresco en la memoria a Segundo Muñoz haciendo “algún ‘cacharro’: pipotes, platos de varios tamaños, huchas, ollas, lebrillos...” Tan antigua era la costumbre que los historiadores aseguran que su origen se pierde en la noche de los tiempos. Antonio Burgos comenta acerca de los productos de Segundo que “a los niños nos hacía piporros en miniatura, que nos encantaban, y algunas veces caballitos de barro”, porque no todo lo que hacía eran utensilios para la cocina o de decoración. Manuel Cavanilles también nos habla del surtido de la alfarería, “había botijos, jarras de diferentes formas y tamaños, lebrillos, tazones, escudillas”, pero él compró una humilde hucha aquel día que decidió invertir unas monedas que le habían regalado. “Tras escoger una y volver con el alfarero, me invitó, si quería, a contemplar sus trabajo”. Cuenta que “empezaba por colocar una gran pella de barro en el centro de la plataforma del torno y, mojándose continuamente las manos en un cubo de agua, ya con el color del barro, metía ambos pulgares en la masa dando forma, poco a poco, a un jarro”. Después, mientras el barro todavía estaba húmedo, el resto de la familia desde los más pequeños hasta la anciana madre decoraban las piezas bruñéndolas con cantos rodados de río. Los Muñoz cultivaban en su microempresa el trato cercano al cliente y la especialización laboral, aunque tampoco sabían que se denominara así.

La idea que nos asalta en pleno siglo XXI de una alfarería es de un lugar folklórico, artesano, en el que se hacen trabajos manuales cuya finalidad es la decoración de una casa. No se nos ocurre pensar en que hubo un tiempo en que, sin ir más lejos, los tornos no estaban accionados por un motor. A las nuevas generaciones se les ha enseñado que uniendo ‘churros’ de arcilla se puede dar forma a cualquier cosa que emane de la imaginación, pero no se le atribuye un papel útil en un hogar. Y aún así y todo, a principios del siglo pasado una alfarería también era un lugar mágico para los niños. Con darse una vuelta por la casa de Segundo y los Muñoz se puede aún ver elementos imaginativos como un zapato a escala 1:25 hecho de barro con su cordaje incluido, un dedal o un pájaro de barro que, con agua en su interior, imitaba el canto de un jilguero. Al Antonio Burgos niño le gustaban las producciones de aquella mano extremeña, “sobre todo me maravillaban las cantimploras para el campo que hacía, con dos asas para ponerles una tomiza y colgarlas en bandolera. Y aquellos cántaros grandes, con los que Ito iba a la fuente de la Plaza a por agua y cobraba un real por cada uno, llevándolo a casa lleno de vuelta”.

Nuevos retos profesionales

En 1941, ya casado y con dos niños, se presentó una nueva oportunidad laboral para Segundo: gestionar una aserradora en Lora del Río. Un familiar político pensó en él tras su éxito empresarial en Guadalcanal y le ofreció hacerse con la maderera del pueblo que, además, fabricaba y arreglaba carros. Y todo ello habiendo sido autodidacta en casi todo, sabiendo lo justo de letras y números pero con un gran bagaje en eso que hoy llamamos emprendimiento. El obstáculo era que debía dejar en Guadalcanal a su madre anciana y a sus hermanas solas. La solución vino de Salvatierra donde los alfareros funcionan casi como un ‘lobby’. Se corrió la voz de la situación de los Muñoz en la Sierra Norte sevillana y dos jóvenes, José y Manuela, accedieron a trasladarse a Guadalcanal a ayudar a la familia a sacar el negocio adelante.

La aventura en Lora del Río duró tres años. En 1944 José fue seducido por un empresario local que decidió montar otra alfarería en el Coso a la vista de los buenos réditos económicos que el sector estaba deparando. Segundo, su mujer Rosa y sus hijos Juanita y José tuvieron que hacer las maletas y volver a la casa de la calle Sancha. Pero no fue una vuelta amarga. Al contrario, Segundo siguió con su negocio como si nada hubiera pasado, quién sabe si incluso agradeciendo a José y al nuevo competidor su iniciativa.

Vuelta a Guadalcanal

La experiencia de Lora le ayudó a poner los huevos en más cestas aprovechando el momento de expansión económica que devino en el país tras la posguerra y, especialmente, desde 1953. El negoció floreció tanto que comenzó a tejer una red de venta y distribución a lo largo de un radio que abarcaba desde los pueblos de la Campiña Sur de Badajoz hasta El Pedroso. 

En un principio el transporte se hacía siguiendo el sistema tradicional con burros y caballos llenos de cacharros, lo que hizo que Segundo tuviera que recurrir a la ayuda de su abuelo Segundino que acudió desde Salvatierra para acompañarle en las rutas. Todo hasta que una jornada, volviendo de Fuente del Arco en una noche sin luna, la ‘jaca del alfarero’ frenó en seco en mitad del camino sin motivo aparente. La senda discurría por entonces al lado de la línea del ferrocarril y, aunque no se habían dado cuenta, estaban al borde de la trinchera a punto de desgraciarse. El hecho llevó a Segundo a volver a innovar: comenzó a repartir su género usando el tren enviándolo en paquetes y quedándose él en la alfarería. Había reducido costes de distribución y evitado riesgos laborales aunque, por supuesto, él no sabía que eso se llamaba así.    

lunes, 13 de abril de 2015

La alfarería de Segundo Muñoz: emprendimiento y costumbrismo en el Guadalcanal del siglo XX (1 de 3)

Segundo Muñoz y su hijo José trabajando en la alfarería de Guadalcanal

Por José Ramón Muñoz Criado y Sergio Mena Muñoz 
Revista de Guadalcanal – año 2014 


Fue el miércoles santo de 1919 un día incómodo, de esos típicos del tiempo que va entre el invierno y la primavera cuando aún se siente el frío de febrero pero mayo está casi a la vuelta de la esquina. Ya lo dice el refranero: “Los febreros y los abriles, los más viles”. En aquella mañana de Semana Santa sacaban pecho las cofradías de Guadalcanal la fecha en que la familia protagonista de esta historia ponía por primera vez su pie en el pueblo: Juan, Águeda, Elisa, Segundo, Carmen y Antonia, así, por ese orden, de mayor a menor. Los recién llegados de Salvatierra de los Barros, los Muñoz, venían con intención de asentarse en la localidad que vio nacer a Ortega Valencia y poner en marcha un negocio de alfarería, algo hasta ese momento inédito en la localidad. Eran tiempos de florecimiento de un municipio conocido por sus minas de plata y cuarzo en toda España y que contaba con una población de 6.811 personas, un poco más del doble que hoy día.

Juan, el ‘pater familias’ de todo el grupo, no tenía ni idea de lo que significaban las palabras emprendimiento, “start-up” o marketing. Hasta entonces, su modelo de negocio había seguido las mismas pautas que la de la mayoría de sus vecinos de Salvatierra. Todos producían los mismos utensilios en base a la misma materia prima y, ante la imposibilidad de poder competir en un mercado tan reducido, cargaban los mulos que podían y como podían y se dedicaban a recorrer la piel de toro hasta que vendían todo el género. Y así una y otra vez. Las largas jornadas y las ‘dietas’ tanto del alfarero-vendedor como del animal o animales mermaban bastante las cuentas de resultados, por lo que el margen de beneficios no era muy holgado. Un día, estando en plena faena en su pueblo, le hablaron sobre una localidad en Sevilla en la linde con Extremadura donde no había nadie que explotara ese negocio. Los datos aportados por los viajantes de ‘cacharros’ lo confirmaban. No se lo pensó mucho.  “O me rompo la crisma compitiendo contra todos por un mendrugo de pan o me voy a otro sitio donde tenga más posibilidades”, debió pensar.

En mercadotecnia existe la premisa de valorar antes de lanzarse a crear un negocio las fortalezas y debilidades propias y las oportunidades y adversidades que pueden surgir. Juan y su hijo Segundo (que por entonces tenía 19 años) lo hicieron con detenimiento sobre su propia circunstancia sin saber que, en realidad, estaban realizando una investigación de mercado.  “Pros, contras, pros, contras….¡nos vamos!” Y así, aquel 16 de abril de 1919, tal y como reza en un cuadro a la entrada del número 11 de la actual calle Juan Carlos I de Guadalcanal “vino la familia Muñoz Guillén a esta casa con su alfarería”.  

Todo negocio tiene un inicio difícil

La familia Mirón Villagrán les alquiló en primera instancia parte de su casa hasta 1945 en que se la venderían. Allí instalaron en la planta inferior un taller de fabricación con un par de tornos o ruedas manuales, un horno de cocción, tamices, prensas, amasadoras y varias salas para secar y presentar las piezas al público. El periodista y escritor Antonio Burgos, preguntado acerca de la alfarería, comenta que “eran unas dependencias con suelo de barro tan rojo como el de los primores del torno. (…) Yo llegaba de Sevilla, tierra de los barros blancos de Lebrija, y me sorprendían aquellos rojos”, hechos de arcilla ferruginosa, la señal inconfundible de Salvatierra. También Manuel Cavanilles Carbajo recordaba el taller alfarero en su libro ‘Tal como lo recuerdo’: “Por un zaguán oscuro se llegaba al obrador (…), una habitación mantenida por una luz de sol mínima, por el calor. Solo por una rendija abierta en la contraventana entraba una franja de aquella luz, que iba a incidir directamente sobre el torno que giraba continuamente movido con el pie por el alfarero”.   

Y empezaron de cero. Ni ningún banco les otorgó una hipoteca, ni por supuesto ningún gobierno les concedió una subvención ni ninguna parcela, hacienda, piso, mansión o castillo alguno les sirvió de aval de nada. Solo las credenciales de su oficio fueron sus cartas de presentación ante el nuevo mercado potencial de clientes que les esperaba en Guadalcanal. Y el resultado de la satisfacción de sus clientes, su única estrategia de publicidad. Antonio Vargas asegura en su libro sobre el negocio de la microempresa que “fidelizar al cliente consiste en conseguir que el cliente vuelva a comprar el producto”. Los Muñoz fidelizaron a todo un pueblo, aunque no sabían que lo que estaban haciendo se llamara así.


Juan Muñoz murió en 1930 cediéndole la labor alfarera a su único hijo varón, Segundo, que no solo asentó la pequeña fábrica sino que amplió y diversificó su negocio a otros ámbitos. José María Álvarez Blanco, al que no hace falta hacer presentaciones, recuerda al alfarero Segundo como un hombre “muy serio”, lo que no le quitaba de tener un humor “muy irónico”. Su imagen más clara de él es, cómo no, dándole al torno con el pie sin parar fabricando “botijos rojos”. 

martes, 7 de abril de 2015

PRESENTACIÓN LIBRO SOBRE JUAN DE CASTELLANOS, EN ALANÍS



El próximo sábado 11 de abril, a las 18:30 horas se presentará en el Salón de Plenos del Ayuntamiento de Alanís, el libro sobre Juan de Castellanos "La orilla de las eternas miradas", del escritor Antonio García Benítez.

Guadalcanal en cierto modo está relacionado con Juan de Castellanos, ya que fue el primer juez designado para examinar e investigar el prodigio de Chiquinquirá, hecho que le ocurrió a nuestra paisana María Ramos. Fue cura beneficiado de Tunja, cronista egregio y paladín inflexible de la verdad, que nació en Alanís, donde se bautizó en 9 de marzo de 1522.