Jesús Rubio
VIII
Cuando llegamos al pueblo
de Chape, supimos que el dicho cacique ya no vivía, y quien reinaba era su
esposa. Llegamos al océano y esperamos en los bohíos hasta que llegaron los
nuestros. Allí vimos más oro, pero sobre todo vimos muchas perlas, que aquellas
aguas son muy ricas en ellas y por eso ahora a las islas que hay allí se llaman
de las Perlas, porque se cogen a puñados.
Cuatro días después de
visto el mar, llegaron los hombres que se habían quedado en el poblado de
Torecha. Entonces, decidió el capitán que le acompañarían veintiséis hombres a
la toma de posesión del Mar del Sur. Los más dispuestos de todos, o al menos,
los que a mí me lo parecen, dijo Balboa. Y yo fui uno de ellos. Y ahora le
cuento cómo fue aquello, porque no lo olvidaré por más años que viva.
Fue a horas de vísperas,
pues hubo que esperar a que las aguas se crecieran un poco. Entonces, primero
el capitán, y después todos nosotros, nos metimos en el agua, hasta que nos
llegó un poco por encima de las rodillas. Balboa llevaba una espada desnuda en
la mano, y en la otra el pendón real de Sus Altezas, en el que estaban pintada una
imagen de Nuestra Madre la Virgen Santa María, sosteniendo en sus brazos a su
Precioso Hijo, Nuestro Redentor Jesucristo. Al pie de esa imagen estaban
pintadas las armas de Castilla y de León. Y entonces, tomó la posesión del Mar
del Sur, dando vivas al rey don Fernando, y a su hija, la reina Juana.
Y dijo también que tomaba
posesión de todas las tierras andadas hasta llegar a él, y también de todas las
que rodeaban aquel golfo, y prometió, y nos hizo prometer a todos, que si algún
otro príncipe las reclamaba, habríamos de defenderlas. Y como nadie dijo nada
en contra, se dio por hecho que habíamos tomado posesión de todo ello. Y para
que constase que todos habríamos de cumplir lo prometido, que insisto era
defender aquellas posesiones espada en mano, se tomó nota de los que habíamos
participado en ese solemne acto, del que se hablará por muchos años que pasen.
Y yo le digo quienes eran
los que allí estábamos. Aparte del capitán, estuvieron el clérigo don Andrés de
Vera, don Francisco Pizarro, don Bernardino de Morales, don Diego Albítez, don
Rodrigo Velázquez, don Fabián Pérez, don Francisco de Valdenebro, don Sebastián
Grijalba, don Hernando Muñoz, don Hernando Hidalgo, don Álvaro de Bolaños, don
Ortuño de Baracaldo, don Francisco de Lucena, don Bernardino de Cienfuegos, don
Martín Ruiz, don Diego de Tejerina, don Cristóbal Daza, don Juan de Espinosa,
don Pascual Rubio de Malpartida, don Francisco Pesado de Malpartida, don Juan
de Portillo, don Juan Gutiérrez de Toledo, don Francisco Martín, don Juan de Beas,
el escribano don Andrés de Valderrábano y servidor, Francisco Goznález de
Guadalcanal. Cuéntenos y verá que somos veintisiete. Los veintisiete del Mar
del Sur.
Después probamos el agua
para ver que era efectivamente salada y que habíamos llegado por tanto al mar.
Y todos nos alegramos mucho por ello, porque era verdad todo aquello y nosotros
habíamos sido elegidos por Dios Nuestro Señor para ver aquel momento.
Después, el capitán hizo
con su puñal una cruz en el tronco de uno de los árboles en los que batía el
mar cuando subían las aguas. Y luego hizo dos más, como tributo a la Santísima
Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas y un solo Dios Verdadero,
en cuyo nombre se había tomado aquel mar y aquellas tierras. Y todos los demás
también grabamos cruces en otros árboles.
Volvimos después al pueblo
de Chape, y se enviaron emisarios a otras partes para decirles que aquella
tierra era nuestra, y que todos aquellos que así lo acatasen no se verían
envueltos en guerra.
Y a los pocos días llegó
un indio muy principal, familia de la esposa de Chape, y trajo mucho oro y
muchas perlas. Y dijo que nos daría canoas y nos diría cómo se pescaban.
IX
El primer día que salimos
a navegar en el golfo de San Miguel era el siete del mes de octubre. Salieron a
navegar sesenta hombres. Yo iba con ellos, porque el capitán siempre me tuvo en
mucha estima. Además, ya he dicho, era minero, además de muchas otras cosas. Fuimos
bordeando la costa y a la noche del día ocho, llegamos a una provincia, en la
que mandaba el cacique Cuquera. Su pueblo estaba como unas tres leguas hacia
adentro de la costa, y no era fácil llegar hasta él, pues la selva era densa y
el terreno bastante quebrado. Poco antes de llegar, los indios huyeron y
dejaron el pueblo vacío. Poco a poco, se fueron acercando, y lo hacían con no
poco respeto, y mirándonos las barbas, que parecía que les llamaban mucho la
atención. El capitán ordenó tomar a uno de ellos, y les hablaba a través de los
indios de Chape, y les decía que llamaran a su cacique y que no tuvieran miedo.
Al poco vino el cacique, trayendo oro y perlas, y se le dieron a cambio
cuchillos y un hacha.
Poco después volvimos al
pueblo de Chape. Estaba el capitán obsesionado con las perlas y quería ir a
donde estaban y ver cómo se pescaban. Salimos sesenta hombres con él llegamos a
una provincia después de dos días de muy mala navegación, pues las canoas no
eran muy grandes y el mar se embravecía bastante. Además llovía mucho. El jefe
de aquella tierra se llamaba Tumaca, que no nos recibió bien. Tuvimos que
reducirle por las armas, matamos a muchos de ellos y les tomamos muchos
prisioneros y ninguno de los nuestros resultó herido. Se cogió el oro y las
perlas que se encontraron. Y había ostras todavía vivas, recién pescadas. Los
indios dijeron que las pescaban en unas islas pequeñas que hay cerca de su
tierra, que están en medio delgolfo, como se ha dicho. Balboa llamó a aquella
tierra San Lucas, porque se llegó a ella en ese día, y dijo a los indios que
fueran a buscar a su cacique, que había huido en medio de la batalla.
No volvió hasta tres días
después. Esta vez no opuso resistencia. Y Balboa pidió prestada al cacique una
canoa para tomar posesión de aquella costa y vimos que en algunos remos tenían
las perlas engarzadas, lo que nos maravilló a todos porque aquello era prueba
de aquellas islas eran muy ricas en ellas. Llegamos a una isla pequeña, que
llamó, y a otras más que estaban cerca y eran igual de tamaño, de San Simón. Y
fue tomando la posesión de más islas. Llegamos a otra a que se llamó Isla Rica,
porque se decía que era donde más perlas se pescaban y que está a la parte de
Poniente. Y allí se volvieron a consignar los nombres de quienes habían
navegado con él por vez primera en el Mar del Sur y habían descubierto todas
esas islas, que se llamaban de las Perlas. Y es por ello que aparece el mío,
porque yo también estuve allí, y por eso cuento esto, porque lo vi con mis
propios ojos, no por lo que me han contado o he leído. Se llamó a todo este
archipiélago el de Las Perlas, y jamás hubo nombre más ajustado.
Después volvimos a donde
Tumaca y se ordenó a los indios que se echaran al agua y pescaran ostras para
nosotros. Se subieron a unas canoas y con ellos algunos de los nuestros y el
propio Andrés de Valderrábano tomó nota de todo ello. Lo hicieron y cogieron
muchas de ellas, y muy grandes, aunque no sin peligro, porque la mar es brava
en esas islas, y más de una vez temimos que se perdieran. Gracias a Dios que no
ocurrió nada.
X
A día tres del mes de
noviembre fue cuando dejamos la tierra de Tumaca y nos fuimos costeando por un
brazo de mar que estaba tupido de manglares y se juntaban con lo de algunas
islas pequeñas que estaban cerca de la costa, hasta el punto que teníamos que
cortarlas con las espadas y con las hachas. Iba con nosotros un hijo de este
cacique, que se quiso venir con nosotros. Entramos por la boca de un gran río,
y al día siguiente llegamos a una tierra cuyo cacique se llama Thevaca, cuyo
pueblo tomamos por sorpresa, antes de que se pudieran defender de alguna
manera. Pero en seguida se vio que no quería oponerse a nuestra fuerza y se mostraron
muy solícitos a todo lo que les decíamos. Nos regalaron preciosas piezas de
oro, y también muchas perlas.
Entonces enviamos a
algunos de los nuestros a por más canoas al pueblo de Chape. Y mandamos con
ellos al hijo de cacique Tumaca, para que se quedara ya allí. Dejamos el pueblo
de Thevaca y seguimos avanzando tierra adentro, hasta que llegamos a otro
pueblo, cuyo cacique se llamaba a sí mismo Pacra. En todo momento se mostró pacífico
con nosotros. El capitán llamó a toda esta tierra de Todos los Santos, porque había
sido tal fiesta. Y se llegaron más caciques, cuyos nombres ya no recuerdo. Y
todos traían oro, que se debieron de decir entre ellos que si se nos traía oro,
no les habría de pasar nada, porque justo es decir que el oro enfebrecía a
todos los nuestros. Y no puedo decir que a mí la ambición no me dominara,
porque decirlo sería faltar a la verdad. Pero los hay que son capaces de todo
por conseguir lo que se proponen, y otros a los que su conciencia les impide
acometer algunas acciones. Pero yo vi cosas que fueron crueles, como aperrear a
los indios o tomar a sus mujeres y a sus hijas. Y esto son pocos los que lo
cuentan. Que muchas veces no nos comportamos como buenos cristianos, le digo. Había
ocasiones en que los indios no eran propicios a la pelea, en la que teníamos
mucha más ventaja gracias al acero y los arcabuces, y aún así les hicimos la
guerra. Pero también le digo que con nosotros iba gente buena, incapaz de no hacer
daño nada más que para defenderse. Pero para los indios fue una gran desgracia
que en aquellas tierras y en aquellas aguas hubiera oro.
XI
Pasamos en aquellas
tierras la Pascua. Tomamos el oro que nos daban. Y el que no nos daban,
también. Pero el capitán decidió que volveríamos a Santa María la Antigua del
Darién, porque algunos de los nuestros estaban ya enfermos. Y la gente estaba
muy cansada porque el calor y la humedad de estas provincias agotarían al
propio Aquiles. Volvimos por el camino andado, y comprobamos que Comogre, amigo
del capitán, había muerto ya.
Llegamos a la tierra de
Ponca el día diecisiete de enero del año mil quinientos y catorce. Fuimos muy
bien recibidos porque ya he dicho que era amigo y había sido bautizado.
Después, en el galeón que
nos llevó volvimos a Santa María la Antigua. Llegamos con más de cien mil
castellanos sólo en oro, y multitud de perlas, y con muchos indios e indias. Y
fuimos muy bien recibidos. Y cuando el rey se enteró de se había descubierto se
alegró mucho, y perdonó a Balboa todo lo que se decía que había hecho.
Pero al poco llegó el
gobernador Pedrarias, con lo que comenzaron las desgracias del capitán, que
acabó, como usted sabe, en el patíbulo, dicen que por traidor del que llegó a
ser su suegro, porque de la perdición de Nicuesa, al que subieron en una nao y
nunca más se supo, lo declararon inocente. Y fue el propio Pizarro el que lo
detuvo en nombre de Pedrarias. Yo no sé qué hay de verdad en ello. Sí le digo
que cuanto le he contado hasta ahora es la verdad de lo que pasó en el
descubrimiento del Mar del Sur.
Y de mí no tengo mucho más
que decirle. Cuando Pedrarias fundó la ciudad de Panamá, en la que ahora
estamos, fui uno de los primeros encomenderos. Y lo fui por orden del propio
Pedrarias, que andado el tiempo, se mostró muy cruel con muchos de los
nuestros. Aquí sigo, con mi encomienda, que me la otorgó el dicho Pedrarias.
Está en la provincia del cacique Chagre, en la parte de Pereagil y Conthaco, donde
hay sesenta y cuatro personas: Tengo otra más, en la parte llamada de Pocorosa,
donde hay otros ochenta tributarios. Esta última se me dio como de regidor perpetuo
de Panamá, honor que se me hizo por lo bien que he servido en estas tierras
desde que llegué con don Diego Nicuesa, lo que da muestra de que mis méritos no
son fabulados. Y en estas encomiendas hay minas de oro, y arroyos auríferos,
que alguna vez me han dado rescates de hasta setenta y seis mil maravedíes de
oro de diferentes leyes. Y desde mi encomienda me acerco cada vez que tengo
ocasión hasta esta ciudad levantada a orillas de este Mar del Sur que vi por
vez primera aquel veinticinco de septiembre, siendo uno de los primeros
cristianos que lo vieron, algo que yo quiero contar y quiero que se sepa,
porque es un hecho singular e importante, que yo no he de olvidar jamás.
JESÚS RUBIO
Septiembre de 2013