miércoles, 16 de diciembre de 2009

LA ANGUSTIA DE LAS INMENSIDADES OCEÁNICAS - 7 DE 8

(La representación del espacio en los primeros exploradores europeos del Pacífico en los siglos XVI y XVII)

Por la Dra. Annie Baert, hispanista, profesora de español y especialista en Estudios Ibéricos en la Universidad de la Polinesia francesa, en Tahití.

(Traducción de José María Álvarez Blanco)

Esta expedición fue un verdadero drama humano porque, entre la escala en las Marquesas y la llegada a Manila, perdió las tres cuarta partes de sus miembros. Y es la percepción del espacio oceánico como un desierto sin límites lo que subyace bajo estos trágicos acontecimientos. Los hombres de la época estaban rotos por los peores sufrimientos, tanto en tierra como en la mar, que sólo eran aceptables si se situaban en un cuadro que ofreciera un dominio del espacio. No se produjeron semejantes motines en los viajes del galeón de Manila, sin duda porque esta ruta era conocida, de la que no habían podido desviarse, incluso en los largos retornos hacia Acapulco, que podían durar hasta seis meses. Todo lo que sucedía era en cierto modo previsible y «normal», comprendido «el mal de las encías», el terrible escorbuto, que causaba numerosas muertes.
Durante los viajes de exploración, las revueltas fueron sobre todo de los soldados, que no estaban acostumbrados a los riesgos de la mar. Esta es una de las razones por las que Quirós no quiso embarcar militares cuando tomó el mando de la expedición, pero en 1606 los marinos profesionales tampoco escapaban a la desesperanza, por lo que se le denominó el «Don Quijote de los Mares del Sur»
[i], debiéndose enfrentar a varias tentativa de lo que púdicamente denominó «una guerra doméstica».
Mientras no se habían apercibido todavía de las pequeñas islas Tuamotu
[ii], Ochoa de Bilbao, por su título de piloto mayor, acusó públicamente a Quirós de haberles llevado a un desierto, diciendo que «no se encontraría jamás [la tierra], que se quedarían prisioneros de este gran océano […] y que acabarían muriendo todos », mientras que sus cómplices decían «que era digno de un castigo ejemplar porque les llevaba a morir todos en este gran océano […] que había soñado, y que allí no había tierra »[iii]. Don Diego de Prado y Tovar escribió que se propuso ejecutarlo, pero que «las circunstancias no se prestaron a ello, como reconocerán»[iv]. Es preciso comprender sin duda que, solamente tres meses y medio después de sus salida del Callao, la desesperanza aún no había alcanzado el punto de no retorno, en parte porque no se deploraba aún la muerte de un miembro de la expedición (de hecho, sólo murió una persona en el curso de este viaje, el viejo fraile Martín de Munilla, a la edad de más de 80 años).
Pero se produjeron otros casos de marinos sublevados, como los de la nave Santiago, que partieron de Perú y que, en 1538, pasaron diez meses en la mar: donde no pudieron soportar las calmas ecuatoriales y las correspondientes restricciones de víveres y de agua dulce, y decidieron matar a su capitán, Hernando de Grijalva, para acabar por embarrancar su navío en una costa de Nueva Guinea, de donde jamás pudieron volver y en 1543 no se contaron más que dos supervivientes de esta espantosa epopeya
[v].
En cuanto a la percepción del espacio dentro de las islas, hay que tener en cuenta que sólo la expedición de 1567-1569 dio lugar a algunas exploraciones sistemáticas, muy arriesgadas, del interior de las Salomón: dos en Santa Isabel y tres en Guadalcanal, que dieron como resultado incluso grandes errores cuando se trataba de estimar sus dimensiones. Así Mendaña escribió que Guadalcanal era más grande que Santo Domingo, cuando sus superficies respectivas son de 5300 y 70.000 km2. Se puede decir que mentía conscientemente para impresionar al destinatario de su descripción, pero puede ser que estuviera sinceramente impresionado por sus descubrimientos, a los cuales atribuiría, por una clase de metonimia la misma inmensidad que la del océano.


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[i] Arnold Wood, The Discovery of Australia, London, 1922.
[ii] Atolones, todos deshabitados salvo Hao, que Quirós describió como «islas inundadas, sin interés».
[iii] Pedro Fernández de Quirós, op. cit., p. 222 et 232.
[iv] «Relación sumaria de Don Diego de Prado y Tovar», en Stevens & Barwick: New Light on the Discovery of Australia, London, 1930, p. 128 et 196.
[v] Génova Sotil & Guillén Salvetti: «La amarga empresa de Hernando de Grijalva», en Descubrimientos españoles en el mar del sur, op. cit., I, p. 271-302.

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