domingo, 6 de diciembre de 2009

LA ANGUSTIA DE LAS INMENSIDADES OCEÁNICAS - 2 DE 8

(La representación del espacio en los primeros exploradores europeos del Pacífico en los siglos XVI y XVII)

Por la Dra. Annie Baert, hispanista, profesora de español y especialista en Estudios Ibéricos en la Universidad de la Polinesia francesa, en Tahití.


(Traducción de José María Álvarez Blanco)

Si se pudiera trazar esta «frontera» en un mapa, incluso somero, de América, por el contrario, determinar «el anti-meridiano», es decir el límite entre las zonas descubiertas por cada uno de los dos países rivales al otro lado de la tierra, era mucho más problemático porque no se conocían las dimensiones del nuevo océano. Actualmente se sabe que esta línea virtual pasa por el meridiano 130 de longitud este, al oeste de Nueva Guinea, lo que significa que las Molucas estaban en «zona portuguesa», pero la incertidumbre de la época permitió a España reivindicarlas, y a Magallanes embarcarse hacia ellas.
Magallanes no era un novato pues ya había navegado, al servicio del Rey de Portugal, desde Europa a la India por el Océano Índico. Pero sin querer en absoluto empañar el mérito de los marinos portugueses que dieron la vuelta a África, es precioso recordar que no se trataba más que de una forma ampliada de lo que se denomina navegación de cabotaje. Esta palabra alude a una navegación «de cabo a cabo»
[i]: lo que significa que los navegantes sabían siempre donde se encontraba el continente que rodeaban, a más o menos distancia, y del que podían dibujar los contornos gracias a sus cálculos de latitud, sin tener realmente necesidad de conocer su longitud.
Esta es la razón por la que, cualquiera que sea la distancia a recorrer, algunos consideraban que era mucho más difícil atravesar un océano desconocido de este a oeste que de norte a sur. Así, cuando Pedro Fernández de Quirós hablaba de Juan Ochoa de Bilbao, que le había sido impuesto como piloto mayor para su expedición de 1605-1606, mostraba claramente que consideraba despreciable su experiencia náutica, que sin embargo era considerable, adquirida bordeando la costa oeste de América, desde México a Chile, lo que representa un número considerable de millas, porque estimaba que dicha navegación no comportaba ninguna incertidumbre: «… él navegaba en general desde Panamá o desde Acapulco al Callao, bordeando la costa. Si se alejaba, nunca era demasiado y, cuando incluso se separaba más de la costa, la tierra que se busca siendo grande […], si no se la encuentra el día previsto, se la ve al día siguiente, y si no se llega al estrecho previsto se llega a otro […], y es así como se encuentran los puertos que se buscan.»
[ii], mientras que él consideraba mucho más glorioso haber atravesado el Pacífico de este a oeste y haber encontrado allí islas tan pequeñas.
La travesía que Magallanes se apresuraba a realizar, en su entrada en el Pacífico, el 28 de noviembre de 1520, era de una naturaleza diferente porque ninguna referencia le permitía situarse. Solo sabía que estaba navegando en un océano, en un meridiano desconocido, y que debía ir a su orilla opuesta, remontando «dando un rodeo», en dirección norte-oeste. Pero, ¿durante cuánto tiempo, o cuántos lugares? Imposible decirlo, ni siquiera aproximadamente.
Sin embargo, tenían una gran ventaja sobre Cristóbal Colón que, treinta años antes, también había atravesado un océano del que ignoraba la anchura, en una época en la que no eran mayoría los marinos que pensaban que tenía efectivamente una orilla opuesta: Magallanes que llegaría allí, y que todo no era más que una cuestión de tozudez, de la que él no carecía — y de la que ya había dado pruebas. No tenía más que partir, y llegaría bien un día, si escapaba de los peligros inherentes a las travesías en alta mar, como las tempestades, encallamiento en un arrecife, falta de víveres y de agua o la hostilidad de las poblaciones indígenas.
Pasaron casi dos meses, durante los cuales navegó en medio de ninguna parte, antes de ver la isla de Fakahina (pequeño atolón del grupo de los Tuamotu), el 24 de enero de 1521. Aun le faltaba más de un mes y medio para encontrarse frente a la isla de Guam, el 6 de marzo, y después de tres semanas más antes de llegar a las Filipinas, el 27 de marzo, donde se dio cuenta de la proximidad de las Molucas, y pudo prever que su viaje tocaba s su fin
[iii]. Desde el estrecho hasta las Filipinas, no había visto más que tres islas: dos minúsculas, en el hemisferio sur (Fakahina, en el grupo de las Tuamotu, y Flint, en el de las Kiribati) y solo una un poco mayor, en el norte del Ecuador (Guam). Había necesitado cuatro meses de navegación para cubrir casi 9000 millas náuticas, lo que supone una velocidad media de aproximadamente 75 millas por día, o 3 nudos (3 millas por hora, es decir unos 5,5 km/h).


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[i] Dictionnaire d’Histoire maritime, op. cit., I, p. 269.
[ii] Pedro Fernández de Quirós: Histoire de la découverte des régions australes (Iles Salomon, Marquises, Santa Cruz, Tuamotu, Cook du nord et Vanuatu), L’Harmattan, 2001, p. 235.
[iii] Evidentemente ignoraba que iba a morir el 27 de abril después de una riña con un reyezuelo local, en la isla de Mactan, y que no alcanzaría las islas de las especias. Estos sus compañeros que desembarcaron allí, el 8 de noviembre de 1521, y supieron que el amigo Francisco Serrão también había muerto poco antes.

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