jueves, 10 de diciembre de 2009

LA ANGUSTIA DE LAS INMENSIDADES OCEÁNICAS - 4 DE 8

(La representación del espacio en los primeros exploradores europeos del Pacífico en los siglos XVI y XVII)

Por la Dra. Annie Baert, hispanista, profesora de español y especialista en Estudios Ibéricos en la Universidad de la Polinesia francesa, en Tahití.

(Traducción de José María Álvarez Blanco)


En cuanto a los mapas de los que podían disponer, sus autores llenaban las zonas desconocidas de bonitos dibujos de navíos o de monstruos marinos, y representaban regiones de las que sólo se suponía su existencia, como el continente austral, denominado «Terra Australis» o «Terra Australis incognita», y en los que sistemáticamente figuraba ocupando una inmensa parte del sur del Pacífico, desde la Tierra de Fuego hasta Nueva Guinea (véanse los mapas de Mercator, de William Blaeu, de Ortelius o de Teixeira): eran objetos decorativos, pero no documentos de navegación, elaborados según los relatos de viajes, y que reproducían sus errores o sus imprecisiones. Así tenemos un mapa de Godinho de Eredia (1563-1623) donde figuran ciertos descubrimientos de Mendaña y de Quirós: las cuatros islas Marquesas del Sur, bien alineadas en el mismo paralelo que San Bernardo (Islas de la Ligne, Kiribati) y Tikopia (Salomón), en el nordeste próximo algunos atolones de las Tuamotu (San Blas o Marutea, el grupo llamado Las Vírgenes — Maturei-Vavao, Tenarunga, Vahanga y Tenararo— Santa Apolonia o Vairaatea), y lejos al noroeste de la Nueva-Jerusalén (Santo, Vanuatu)[i].
De hecho, el marino explorador no tenía mapas y era imposible que los tuviera, si era él quien los trazaba, frecuentemente a partir de nada. Por tanto, cuando Mendaña se preparaba para su segunda travesía, en 1595, «ordenó al piloto mayor hacer cinco mapas para su navegación, un para él y una para cada uno de los cuatro pilotos, y no haciendo figurar en ellos más que la costa de Perú, entre Arica y Paita, y dos puntos al norte y al sur, uno por encima del otro, a 7° y 12° de latitud, a 1.500 leguas al oeste de Lima, diciendo que eran las latitudes extremas de las islas que iban a buscar, y que en longitud, estaban a 1.450 leguas [de Perú]. Si hizo añadir 50 leguas, era porque siempre sería mejor llegar más pronto»
[ii]. Hoy día es difícil concebir que un navío se prepare para una larga travesía con dichos documentos. La explicación que da Quirós en cuanto a la representación de 50 leguas suplementarias en los mapas que hizo ese día hace referencia a una preocupación más sicológica que geográfica: era necesario que los marinos vieran todavía un espacio en blanco, o vacío, delante de su punto de destino, de modo que tuvieran la impresión de estar anticipadamente en su camino. Y cuando Quirós añade que «se prohibía que se representaran en los mapas ninguna otra tierra, era con el fin de evitar que uno de los navíos ni cambiara de rumbo ni se perdiera», se pregunta qué otras tierras hubieran podido ser dibujadas, además de la costa americana.
Actualmente, un navegante experimentado que emprendiera una travesía desde Tahití hasta Hawaii, para retomar nuestro primer ejemplo, sin ningún mapa marino, no se encontraría tan desprovisto: antes de aparejar, habría tenido cuidado de estudiar uno cuidadosamente e integrarlo en su memoria, de modo que conociera la distancia a recorrer, primero hacia el sur y después hacia el norte del ecuador, en regiones cuyos régimen de viento es conocido, y que sabría que islas tendría el riesgo de encontrarse en su camino. Igualmente habría memorizado la altura y el azimut de las estrellas que podrían ayudarle en su navegación. Además, gracias a un simple reloj de pulsera, podría conservar la hora de su punto de partida y estimar su longitud. Se ve pues que ahora nadie parte hacia lo desconocido.
Sin embargo, la precaución tomada por Mendaña en cuanto a la comunicación de sus escasos «conocimientos» geográficos se reveló inoperante: cuando la flota que había abandonado Santa Cruz el 18 de noviembre de 1595 intentaba regresar a las Filipinas, hacia las cuales «el piloto mayor hacía su ruta[…] sin mapa y ayudándose solamente de lo que se decía», de lo que había oído durante su carrera, dos de sus tres navíos «cambiaron de rumbo» y se separaron de la capitana, la galeota el 10 de diciembre y la fragata el 19 de diciembre. Estas dos pequeñas embarcaciones llegaron por otra parte a las Filipinas, por sus propios medios, pero solo los hombres de la galeota habrían salvado la vida. De los de la fragata, «se oyó decir que se habían encontrado encallados en alguna parte de la costa, con todas las velas izadas, y los hombres de la tripulación muertos y descompuestos»
[iii].
La falta de confianza y la desesperanza habían sido más fuertes que el deber de obediencia, tanto que el temor de estar perdidos en la inmensidad del océano se había hecho presente ya antes de la llegada a Santa Cruz. Así Quirós escribió: «Parecía que jamás encontrarían tierra. Declararon que las islas Salomón se habían esfumado, o que el Adelantado había olvidado en qué lugar las había encontrado, o que el nivel del mar había subido tanto que las había cubierto de agua y que habían pasado por encima de ellas […]: “Las cosas están claras: después de tantos días de navegar por 10° de latitud, donde se encontraban las islas que buscamos, y no encontramos: o las hemos sobrepasado, o no han existido jamás, o bien, si continuamos así daremos la vuelta entera a la tierra, y al menos llegaremos a la Gran Tartaria. Ni el piloto mayor, ni los otros pilotos, ni el general [Mendaña] saben dónde nos llevan, ni en donde estamos actualmente. ”[…] Los pilotos decían que los barcos escalarían las rocas, por encima de la tierra, porque esto hacía mucho tiempo que surcarían el lugar donde estaba dibujada. El piloto mayor estaba muy preocupado de ver que no encontraría la tierra que buscaba, en tanto que ya había sobrepasado la longitud en donde el adelantado había dicho que se encontraba»
[iv].


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[i] Carta reproducida en Landín Carrasco & Sánchez Masiá: «Fernández de Quirós en Nuevas Hébridas», Descubrimientos españoles en el mar del sur, Madrid, Editorial Naval, 1992, III, p. 649.
[ii] Pedro Fernández de Quirós, op. cit., p. 45-46.
[iii] Pedro Fernández de Quirós, op. cit., p. 131, 139, 142 et 159.
[iv] Pedro Fernández de Quirós, op. cit., p. 66.

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