domingo, 25 de octubre de 2009

LOS DESCUBRIDORES ESPAÑOLES DEL PACÍFICO Y LAS MUJERES INDÍGENAS - 4 DE 6

Por Annie Baert

Las palabras de los relatos revelan que los españoles sí fueron conscientes de la sorpresa pero no de la interrogación y que, para ellos, era una eventualidad impensable que alguien los viera como otra cosa que meros hombres que hacen una escala en el curso de su viaje: «como quien se imagina...» contiene una comparación, y no una explicación del extraño comportamiento de los indios.
El que, como lo escribe Tcherkézoff, vieran a los visitantes como enviados de potencias sobrehumanas no impidió que se interrogaran (tenemos cuatro ejemplos de su interrogación) sobre la naturaleza de estas potencias que, por definición, nunca vieron antes. Lo confirman sus tentativas de averiguaciones fisiológicas :
«se iban tras ellos para ver qué y con qué [orinaban]» (1-1 y 1-2),
«para verles sus vergénzas» (1-1 y 1-2),
«ver si teníamos sexo de hombres» (1-3),
en las que es particularmente interesante el uso sistemático del verbo «ver». Fueron además tentativas muy atrevidas:
«[una mujer] levantó el sayo de un soldado» (1-1 y 1-2),
«[un hombre] se subió encima de un árbol» (1-2).
Hasta se interrogaron sobre la naturaleza de la orina de los españoles: puesto que no eran «hombres» como ellos, quizás expelieran otra cosa que ellos.
3. Si en cada caso los navegantes rehusaron el obsequio, sólo los actores de la segunda escena lo hicieron sencillamente :
«dímosles a entender que no las queríamos» (2-1)
pero, en las otras tres, la negación fue al parecer despreciativa:
«como dellas hiciesen asco y escupiesen dellas» (1-1, 1-2),
«escupíamos del convite»
«escupió de ellas» (3-1).
«como [...] escupiesen de ellas» (4-1).
Lo que choca al lector es este empleo sistemático del verbo «escupir», que traduce un acto repugnante y de muy mala educación frente a un convite, sea cual sea: según la Real Academia, su primer sentido es «arrojar saliva por la boca» y el segundo es «echar de sí con desprecio una cosa, teniéndola por vil o sucia», mientras que Sebastián Covarrubias escribe que «la cosa que tenemos por vil y sucia la escupimos [...]. Escupir uno a otro en la cara es notable afrenta». ¿Cómo interpretarían los salomonenses tal muestra de desprecio? ¿Se sintieron afrentados por aquellas potencias sobrehumanas?
Comprendemos así que a los navegantes les indignó profundamente no sólo la curiosidad de los indios sino la mera oferta de mujeres, como lo revelan estas citas:
«nos pensaron tentar con ellas, diciéndonos si queríamos comprárselas » (2-1, 2-2)
«yo les di a entender [...] que no las podían vender» (2-2).
El verbo «tentar» sugiere dos comentarios. Por una parte, y teniendo en cuenta el estado permanente de miedo en que vivían, es posible que los españoles vieran esta oferta como una tentativa de engañarlos, de aprovecharse de una supuesta debilidad para hacerlos después caer en una trampa y apoderarse de ellos -miedo que resultó fundado si pensamos en la matanza ocurrida en Guadalcanal el 27 de mayo, en la que 10 expedicionarios fueron matados, descuartizados y, dicen, comidos por los indígenas- (15). Pero no hay que descartar el temor más espiritual de ceder a la tentación y cometer el más grave de los pecados, cuando en cualquier momento podían encontrar la muerte sin confesión posible.
4. También merecen un breve análisis los verbos «comprar» y «vender». Los navegantes creyeron comprender que los indios querían venderles mujeres, y por consiguiente que para los indios ellos eran susceptibles de comprarlas. No desconocían la prostitución, que seguramente existía tanto en España como en el Perú, y quizás más en los puertos que en otras partes, pero vivían todos bajo la férrea vigilancia de los sacerdotes de la armada. Además no se podían permitir ningún desliz, so pena de atraer un castigo divino sobre toda la tripulación - una convicción tan arraigada en los espíritus que no necesitaba explicitarse, como lo prueba por ejemplo la ausencia en los relatos de toda condena moral de dicho «comercio», y que permite también explicar en parte la negación del joven (3-1), pues él por lo menos hubiera podido «sucumbir a la tentación» sin que lo supiera nadie de sus compañeros.



(15) Austrialia Franciscana, op. cit., II, pp. 111-114.

No hay comentarios: