La señora era Annie Baert, hispanista francesa, nacida en París pero residente en Tahiti desde hace unos cuarenta años, es profesora de castellano y doctora en Estudios Ibéricos (Universidad de la Polinesia Francesa), y una gran experta en los viajes a Oceanía de los españoles, en especial Álvaro de Mendaña y Ortega Valencia, como pueden leer en el currículo que a continuación les ofrezco.
Pensando que sería interesante para nuestros lectores, le solicité la posibilidad de disponer de alguno de sus artículos relacionados con nuestros navegantes, y acabamos de recibir cinco de ellos, el primero que vamos a publicar a partir de hoy.
Para que conozcan un poco a la señora Baert, les diremos que no es el primer viaje que hace a España, según se desprende de su currículo:
. Tema de investigación: los viajes españoles a Oceanía, en particular los de Álvaro de Mendaña y Pedro Fernández de Quirós (1567-1569, 1595, 1605-1606).
Miembro de la Asociación Española de Estudios del Pacífico, de la Asociación Internacional de Caminería Hispánica, de la Asociación Internacional de Hispanistas, del Cercle d’Etudes sur l’Île de Pâques et le Pacifique.
Publicaciones
— Le Paradis Terrestre, un mythe espagnol en Océanie - les voyages de Mendaña et de Quirós, 1567-1606, Préface de Christian Huetz de Lemps, 352 pages, L’Harmattan, 1999.
en español:
— « Don Diego de Prado y Tovar en el Mar del Sur » in Revista Española del Pacífico, n° 18, 2005, 178 p., pp. 11-26.
— « Los caminos de Pedro Fernández de Quirós o la novela de un navegante », Actas del VI° Congreso de Caminería Hispánica (2002), Madrid, 2004, II, pp. 869-884.
— « Pedro Fernández de Quirós o el otro Colón », in « Traspasando fronteras: el reto de Asia y el Pacífico », Vol. I, pp. 35-43. Editores: Francisco Javier Antón Burgos y Luis Oscar Ramos Alonso. Asociación Española de Estudios del Pacífico, Centro de Estudios de Asia, Universidad de Valladolid. Madrid, 2002.
— « El descubrimiento de Tikopia », en Revista Española del Pacífico », nº 15, años XII-XIII, 2002-2003, pp. 73-77. Asociación Española de Estudios del Pacífico, AECI. Madrid, 2003.
— « ‘Nos convidaron con algunas mujeres…’. Los descubridores españoles del Pacifico y las mujeres indígenas », Universidad de Zacatecas, México, 2005
— « Los contactos entre españoles y marquesanos en 1595 » Congreso internacional de la Asociación Española de Estudios del Pacífico (AEEP) « Presencia española en el Pacífico », Córdoba, España, 1995.
— « El capitán Quirós en la jornada de 1606 », Congreso internacional de la AEEP Pedro Fernández de Quirós y Luis Váez de Torres. Navegaciones y descubrimientos españoles en Asia y el Pacífico, Barcelona, 2006.
— « Luis Váez de Torres : un marino en tierras australes », Congreso internacional de la AEEP, Barcelona, 2006.
— « Los primeros viajes españoles por las islas Tuamotú, 1521, 1526, 1606 », Congreso Internacional de Caminería Hispánica, Valencia, 2000.
— « Doña Isabel Barreto, una mujer de armas tomar », Congreso Internacional de Caminería Hispánica, Universidad de Alcalá de Henares, 2004.
— « ¿Eran ‘grandes ladrones’ los isleños del Mar del Sur que acogieron a los navegantes europeos en los siglos XVI-XVIII ? » Congreso Internacional de Caminería Hispánica, Pastrana, 2006.
«Nos convidaron con algunas mujeres... »
Por Annie BAERT
Hace unos meses se ha publicado en este país un novedoso e interesante libro, escrito por el profesor Serge Tcherkézoff (1), de las Universidades de Canberra (Australia) y de Provence (Francia), que examina los primeros contactos entre los viajeros europeos (en este caso, ingleses y franceses) y las mujeres tahitianas, a finales del siglo XVIII.
Wallis fue el primero en llegar a Tahití, en 1767, seguido por Bougainville en 1768 y Cook en 1769: los tres quedaron deslumbrados por lo «descubierto (2)», como lo atestiguan sus relatos y diarios, que crearon el mito del amor libre, del amor liberado de los tabúes occidentales, y de la mujer polinésica acogedora, que se ofrecía desnuda al forastero, cohibido ante tal ausencia de lo que él llamaba «pudor femenino».
La tesis de Tcherkézoff es que, como en otros muchos casos, los extranjeros no entendieron lo que vieron, que sus prejuicios los llevaron a equivocarse totalmente, y que, en realidad, como lo dice el título del libro, aquellas mujeres eran en realidad jóvenes vírgenes («jeunes filles»), que no se ofrecían sino que eran ofrecidas por sus padres y/o los jefes de su clan, y muy a pesar suyo, por lo que llegaban llorando («en pleurs») al sacrificio.
Efectivamente las citas que el autor saca de fuentes auténticas no dejan lugar a dudas, y el lector se pregunta cómo es posible que nadie lo viera así antes, concluyendo que será por la fuerza de dichos prejuicios, que muchas veces ciegan, hasta a los mejores investigadores. Le parece ahora evidente que aquellas muchachas, teniendo a su alrededor a tantos hermosos y gallardos hombres, poco podían desear sexualmente a unos marineros que habían estado navegando por varios meses, que tenían la cara más bien rojiza -por eso los tahitianos los llamaron popa'a, que significa en su lengua «piel quemada»-, cuya estatura no podía compararse con la de sus compañeros -a los que los europeos describieron muchas veces como «gigantes»-, y que, si consideramos las nociones de higiene de la época y las rústicas condiciones de viaje, debían de despedir un olor algo desagradable. Pero todo ello no impidió que los recién llegados, quizás seguros de su poder de seducción personal, interpretaran las escenas a las que asistieron como espontáneas invitaciones a hacer el amor -el joven Fesche, compañero de Bougainville, de 23 años, escribió que las mujeres estaban «ansiosas de dar[les] placer» (3)- lo que vieron como un «placer inocente al que la naturaleza, nuestra soberana, a todos nos invita», según dijo también un personaje de Diderot (4). Lo curioso es que dichas ofertas se hacían en público, nada más llegar los navegantes a la playa o a casa de algún cacique. Podemos suponer que, a pesar de sus rígidos principios morales, muchos de ellos las habrían aceptado gustosos si hubieran podido disponer de alguna intimidad, más conforme con sus costumbres, pero, por motivos de pudor o por incapacidad «psicosomática» que muy bien explican tales circunstancias, muchos se vieron obligados a desistir de ellas.
Tcherkézoff explica que en realidad se trataba de otra cosa. Según lo expuso más detenidamente en un libro anterior (5), considera que los polinésicos, para quienes no existía barrera entre lo humano y lo divino, al ver por primera vez a los europeos, pensaron que eran unas potencias sobrehumanas, representantes de cierto «más allá», unos seres a los que habrían mandado los dioses, venidos de los cielos divinos pero bajo forma humana, con los que era necesario procrear, dado el carácter sagrado que revestía entre ellos la reproducción. Examinando los contactos ocurridos a finales del llamado siglo de las Luces, establece una clara relación intelectual y filosófica entre dichas Luces y la equivocación de sus representantes enviados al Pacífico, y explica que, por tanto, el famoso mito nació entre los franceses y los ingleses, experimentando aquéllos admiración por una actitud supuestamente «natural» que la sociedad occidental habría olvidado, y sintiendo éstos reprobación puritana frente a tanta «lubricidad» y «lujuria». Demuestra luego que, si esta fábula fue menos patente en el siglo XIX, volvió a cobrar vigor en el XX, gracias a la emergencia en EE LTtJ de una «vanguardia libertaria» que sacudió el puritanismo victoriano celebrando los pueblos polinésicos que supieron conservar una concepción «natural» de la sexualidad y pregonando la vuelta a dichas costumbres «naturales», con Margaret Mead por ejemplo: la etnografía y la antropología no sólo confirmaron el mito, sino que le dieron caución científica. Y concluye lamentando que esta gran fantasía occidental, que se concretó en tan sólo ocho años, entre 1767 y 1775, haya tenido muchos seguidores y haya seguido rigiendo tan ilustrados espíritus, como se observa en numerosos trabajos universitarios de las últimas décadas: Goldman (1970), Levy (1973), Oliver (1974), Campbell (1989), Claessen (1997), etc.
Los navegantes europeos no ignoraban que los tahitianos veían a hombres blancos por primera vez y no dejaron de notar la fuerte impresión que causaban en ellos, pero sólo la atribuyeron a sus objetos -barcos, herramientas, vestidos, armas de fuego, etc. En ningún momento se les ocurrió que podían ser vistos como seres sobrehumanos o enviados por los dioses- ¿qué no se habría dicho de su tradicional presunción y arrogancia si tal hubiera sido el caso? Teniendo una «mirada universalista sobre el género humano», no pudieron imaginar que los tahitianos los veían como otra cosa que como hombres y consideraron que para ellos sólo eran meros viajeros de paso, a quienes trataban por lo tanto como huéspedes de alto rango, y apreciaron su «hospitalidad», que es como interpretaron la oferta de muchachas. En realidad, explica Tcherkézoff, lo vieron todo a través del prisma de su concepción de lo femenino, según la que la mujer no es más que instinto y deseo de ofrecerse al hombre, influenciados por la Antigüedad, como lo revelan los nombres latinos y griegos que dieron a las tahitianas y su entusiasmo por el «Buen Salvaje», para quien el acto sexual seguía siendo natural, tal y como lo era en el momento de la creación divina, tiempo de la perfección humana.
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(2) Tómese el verbo «descubrir» en su sentido etimológico de K des - cubrir», o sea dar a conocer algo que estaba cubierto, o desconocido, hasta entonces.
(3) Tcherkézoff, op. cit. p. 123.
(4) Denis Diderot : Supplément au voyage de Bougainville, ou dialogue entre A et B. Sur l'inconvénient d'attacher des idées morales á certaines actions physiques qui n'en comportent pas, Paris, 1771, fac-simile Editions Rombaldi, 1972, pp. 289-340.
(5) Firts Contacts' in Polynesia : the Samoan case. Western missunderstandings about diviniry and sexuality, Canberra/Christchurch, 2004.
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