martes, 27 de agosto de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA - 40

GUSTAVO (continuación)

CAPÍTULO XII
El Convite

¿Está todo preparado? dijo el Conde, aparte, a Dª Martina.
— Todo está listo.
— ¿En la sala que tiene los balcones al jardín?
—  ¡Por supuesto!
—  ¿Y los músicos?
— Pronto vendrán,
— ¿Y Julián?
— De aquí salió hace una hora a buscar a esos dos caballeros que Vd. le había dicho que convidara.
— ¡Oh! ¡Mucho tarda! Y si Gustavo se empeña en marcharse antes que lleguen…
— Lo que es por ahora no tiene trazas de eso: ¿Vd. no mira con que sorpresa contempla a la Angela?
En este momento sonó la campanilla.
—  Esos serán.
— ¡Quiéralo el Diablo!
El hombre a quien el Conde estaba aguardando, entró en la sala, acompañado de Moncada y de Guillermo.
—  Señora, dijo, dirigiéndose a Dª Martina, tengo el honor de presentarle mis dos íntimos amigos, de quien varias veces le ha hablado.
—  ¿Los caballeros Guillermo y Moncada?
—  Servidor, dijeron ambos, inclinándose entre burlas y veras.
—  Muy Señores míos,
—  ¡Señor Conde! ¡Vd. por aquí! -dijo Julián, fingiendo sorpresa, según el Conde le había prevenido.
—  ¡Gustavo! ¡tú por estos barrios! dijeron a la vez, verda­deramente sorprendidos, Moncada y Guillermo. ¿Habrás venido, por supuesto, con intención de acompañarnos?
— ¡Acompañaros! ¿A qué?
— ¿Nada te ha dicho nuestro amigo Julián?
— ¿Qué Julián?
— ¿Pues qué? ¿Tú no le conoces?
— Amigo Gustavo, dijo el Conde, tengo el gusto de presen­tarte a mi antiguo amigo Don Julián de Mendoza.
—  Muy Señor mío,
—  Deseaba conocerle; el entusiasmo que ha inspirado su ópera, me había hecho su amigo y admirador.
Gustavo se inclinó, sin saber que decir.
— Espero que seréis muy amigos, dijo el Conde; este es un libertino de primera, y por lo tanto tiene mucho de artista.
Gustavo se sonrió: en estas ocasiones solía estar muy poco feliz.
— ¿Por supuesto, amigo Conde, que Vd. será esta noche de los nuestros? Precisamente hemos ido en busca de dos amigos a quien no hemos hallado y a quien Vds. reemplazarán ventajosamente.
— Yo nunca he desmentido mi bien adquirida reputación, y espero que Gustavo no tendrá ningún inconveniente...
— Pero ¿de qué se trata?
— Se trata de pasar la noche en una orgía. Una noche en la torre de Nesle; con la diferencia que las mujeres que nos escanciarán el vino serán tan bellas como las hermanas de la Reina Margarita, y en vez de arrojarnos al Sena cuando estemos borrachos, nos adormirán tranquilamente entre sus brazos amo­rosos.
— Si, Gustavo, dijo Guillermo, tú pasarás la noche con nosotros, ¡Cuánto me alegro de verte aquí! Un poeta dramático debe conocer el mundo, y la mejor escuela son las Bacanales; nunca le conocerás a fondo, mientras no te hayas emborra­chado cincuenta veces.
—  ¡Basta, Caballeros! ¡no se necesita tanto para hacerme aceptar tan gustosa compañía! ¡soy completamente de Vds.!
El Conde respiró, y todos los amigos saltaron de contento.
— Pero ¿y las muchachas? ¿Dónde demonios han ido?
— Se están vistiendo, dijo Dª Martina: queremos darle a la fiesta todo el honor que se merece.
— ¡Magnifico! Que vengan con los senos desnudos, coronadas de flores, con la sonrisa en los labios y el amor en los ojos, — dijo Moncada.
— Pero ¿cuál ha sido la ocasión de tan alegre fiesta?
— Chico, para alegrarse no se necesita más ocasión que tener un corazón joven, generoso y valiente; y en cuanto a la fiesta, no debemos hacerle al vino tan poco favor que supongamos que para beberlo se necesita otro estimulo que el placer y el con­tento con que nos brinda.
— A pesar de ser muy poderosas las razones que ha expuesto Moncada, otro es el motivo que me proporciona la satisfacción de conocerle, dijo Julián.
— Ha sido nombrado auxiliar del ministerio de la Goberna­ción, repuso Guillermo, y nos prometió gastarse la renta de un año del primer destino que consiguiera.
— Y cumpliré fielmente mi palabra.
— Pues entonces, se expone Vd. a sacar dinero de su bolsillo, porque será muy fácil que antes de acabarse el año le hayan declarado cesante.
— Así lo espero, y pienso por lo mismo beberme esta noche seis copas más.

— ¡Magnifico! El modo de no llevarse nunca chasco es no pensar en el día de mañana, en la inteligencia de que a pesar de todos los cálculos humanos, él amanece vestido del color que menos se piensa.

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