GUSTAVO (continuación)
CAPÍTULO XII
El Convite
— ¿Está todo preparado? dijo el Conde, aparte, a Dª Martina.
— Todo está listo.
— ¿En la sala que tiene los
balcones al jardín?
— ¡Por supuesto!
— ¿Y los músicos?
— Pronto vendrán,
— ¿Y Julián?
— De aquí salió hace una hora a
buscar a esos dos caballeros que Vd. le había
dicho que convidara.
— ¡Oh! ¡Mucho tarda! Y si Gustavo
se empeña en marcharse antes que lleguen…
— Lo que es por ahora no tiene
trazas de eso: ¿Vd. no mira con que sorpresa contempla a la Angela ?
En este momento sonó la campanilla.
— Esos serán.
— ¡Quiéralo el Diablo!
El hombre a quien el Conde estaba aguardando, entró en la sala,
acompañado de Moncada y de Guillermo.
— Señora, dijo, dirigiéndose a Dª Martina, tengo el honor de presentarle
mis dos íntimos amigos, de quien varias veces le ha hablado.
— ¿Los caballeros Guillermo y Moncada?
— Servidor, dijeron ambos, inclinándose entre burlas y veras.
— Muy Señores míos,
— ¡Señor Conde! ¡Vd. por aquí! -dijo Julián, fingiendo sorpresa, según
el Conde le había prevenido.
— ¡Gustavo! ¡tú por estos barrios! dijeron a la vez, verdaderamente
sorprendidos, Moncada y Guillermo. ¿Habrás venido, por supuesto, con intención
de acompañarnos?
— ¡Acompañaros! ¿A qué?
— ¿Nada te ha dicho nuestro amigo Julián?
— ¿Qué Julián?
— ¿Pues qué? ¿Tú no le conoces?
— Amigo Gustavo, dijo el Conde, tengo el
gusto de presentarte a mi antiguo amigo Don Julián de Mendoza.
— Muy Señor mío,
— Deseaba conocerle; el entusiasmo que ha inspirado su ópera, me había
hecho su amigo y admirador.
Gustavo se inclinó, sin saber que decir.
— Espero que seréis muy amigos,
dijo el Conde; este es un libertino de primera, y por lo tanto tiene mucho de
artista.
Gustavo se sonrió: en estas
ocasiones solía estar muy poco feliz.
— ¿Por supuesto, amigo Conde, que
Vd. será esta noche de los nuestros? Precisamente hemos ido en busca de dos
amigos a quien no hemos hallado y a quien Vds. reemplazarán
ventajosamente.
— Yo
nunca he desmentido mi
bien adquirida reputación, y espero que Gustavo no tendrá ningún
inconveniente...
— Pero ¿de qué se trata?
— Se trata de pasar la noche en una orgía. Una noche en la torre de Nesle; con la diferencia que las mujeres que nos escanciarán
el vino serán tan bellas como las hermanas de la Reina Margarita , y
en vez de arrojarnos al Sena cuando estemos borrachos, nos adormirán
tranquilamente entre sus brazos amorosos.
— Si, Gustavo, dijo Guillermo, tú pasarás
la noche con nosotros, ¡Cuánto me alegro de verte aquí! Un poeta dramático debe
conocer el mundo, y la mejor escuela son las Bacanales; nunca le conocerás a
fondo, mientras no te hayas emborrachado cincuenta veces.
— ¡Basta, Caballeros! ¡no se necesita tanto para hacerme aceptar tan
gustosa compañía! ¡soy completamente de Vds.!
El Conde respiró, y todos los amigos saltaron de
contento.
— Pero ¿y las muchachas? ¿Dónde demonios han ido?
— Se están vistiendo, dijo Dª Martina:
queremos darle a la fiesta todo el honor que se merece.
— ¡Magnifico! Que
vengan con los senos desnudos, coronadas de flores, con la sonrisa en los
labios y el amor en los ojos, — dijo Moncada.
— Pero ¿cuál ha sido la ocasión de tan alegre
fiesta?
— Chico, para alegrarse no se
necesita más ocasión que tener un corazón joven, generoso y valiente; y en
cuanto a la fiesta, no debemos hacerle al vino tan poco favor que supongamos
que para beberlo se necesita otro estimulo que el placer y el contento con que
nos brinda.
— A pesar de ser muy
poderosas las razones que ha expuesto Moncada, otro es el motivo que me
proporciona la satisfacción de conocerle,
dijo Julián.
— Ha sido nombrado
auxiliar del ministerio de la
Goberna ción, repuso Guillermo, y nos prometió gastarse la
renta de un año del primer destino que consiguiera.
— Y cumpliré fielmente
mi palabra.
— Pues entonces, se
expone Vd. a sacar dinero de su bolsillo, porque será muy fácil que antes de
acabarse el año le hayan declarado cesante.
— Así lo espero, y
pienso por lo mismo beberme esta noche seis copas más.
— ¡Magnifico! El modo
de no llevarse nunca chasco es no pensar en el día de mañana, en la
inteligencia de que a pesar de todos los cálculos humanos, él amanece vestido
del color que menos se piensa.
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