GUSTAVO (continuación)
Gustavo tembló de rabia. El coche
retrocedió y aumentó su velocidad.
— Pero no te inquietes; si ella ha
venido, no es natural que se vuelva, sin esperarte siquiera cinco minutos.
— Pero ¡hacerla esperar, después de haber
faltado a su cita, y de haber asistido ella a la mía!
Gustavo se revolvió casi desesperado.
— ¡A escape muchacho!
EI látigo crujió y los caballos
arrancaron con nuevo brío.
Pocos momentos después el coche paró, y
un lacayo abrió la portezuela. Un coche de alquiler, que estaba en la puerta,
se retiró a un lado para dejar el paso libre al del Conde.
— ¡Ah! ¡Gracias a Dios!
— Lleguemos al jardín: yo te acompaño
hasta la puerta y tú te adelantas.
Cruzaron el pasadizo y llegaron á la
puerta, que estaba cerrada.
— ¿Qué es esto?
— ¿No lo ves? que está cerrada. ¿No viste
un coche a la puerta?
— Si.
— Pues arriba ha de estar esperándote.
Subieron tres escalones, y el Conde
agitó una campanilla.
— Pero, si mal no
recuerdo, me dijiste que vivía esa Señora en el piso cuarto.
— No; pues estoy seguro de que es aquí: entonces me equivocaría.
— ¿Qué se le ofrece a
ustedes, Caballeros?
— La Sra. de Mendoza ¿está en casa?
— ¡Ah! esa Sra. hace tres días que se ha mudado a la calle de la
Encomienda , no recuerdo el número.
— Gustavo acabó de desesperarse del todo.
— ¿Se llama alguno de ustedes el caballero Gustavo?
— Yo, Señora: ¿por qué lo dice Vd.?
— Porque una Sra. que acaba de
retirarse, y que también preguntaba por la Sra. que se ha mudado, me encargó muy encarecidamente
que si venía un caballero del nombre que he dicho, que tuviera la bondad de decirle que mañana la una le aguardaba en su casa, Yo le pedí explicaciones;
pero se retiró, asegurando que con esto bastaba.
Gustavo respiró
—
Chico, ya ves que nada
hay perdido.
— Sí, podemos retirarnos.
— Sra., Vd. dispense la incomodidad.
— Vd. mande, Caballero.
— ¡Pero qué miro! ¡Dª Martina!
— ¡Sr. Conde!
— ¡Oh! ¡amiga mía! ¿Cómo
vamos?
— Muy bien, y echando siempre de menos a los amigos ingratos que nos
abandonan. Pero entren ustedes, y descansarán un rato.
— Chico, es una antigua conocida y siquiera por la buena noticia que nos
ha dado…
— Gustavo, que por la traza de Dª Martina y por la manera marcial con
que había saludado a su amigo, vino en conocimiento de la noble profesión que
ejercía, se negó resueltamente a pasar adelante, pensando que en otra parte cualquiera
correría con más velocidad el tiempo que le faltaba para ponerse en presencia
de su Condesa.
— Vamos, Caballero, que hasta mañana a la una no tiene Vd. que ver a la
gallarda Señora que buscaba. ¡Oh!
¡qué voz tiene tan dulce y que aspecto tan señoril! No extraño yo la ansiedad
que Vd. manifestaba.
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