GUSTAVO (continuación)
« Amada
mía si estimas en algo mi vida, esta noche a las doce te espero en el jardín de
la casa de Baños, Calle de San Dionis, n° 12. Gustavo»,
Su terrible sospecha estaba confirmada:
su amante iba, a batirse y quería verla antes o después del duelo, ¿Qué podría hacer que correspondiera al
inmenso favor que él la hacía, acordándose de ella en tan solemne instante?
Este fue el primer impulso de su corazón, «Gustavo me ama». Esta idea
fortaleció sus nervios desconcertados, Un movimiento de profunda alegría se
insinuó en lo más íntimo de su corazón; pero la idea del riesgo que corría su
amor, lo ahogó en su nacimiento.
— Luisa,
corriendo, -dijo entregándole la carta-, un manto, un coche, Gustavo está en
peligro. ¡Oh, Dios mío, qué cara me cuesta la primera prueba de su amor!
Luisa acabó de leer la carta.
— ¿Y
piensa Vd. salir, Señorita?
— ¿Lo
dudas? ¿Cómo pudiera? Pero corre… ¡un coche!... ¿qué hora es?
— Las
once y media.
— ¡Ah!
tenemos tiempo.
Luisa permaneció pensativa: la agitación en que su ama se encontraba,
no le permitía pedir explicaciones sobre el asunto: ella había oído hablar del
duelo; pero a pesar de todo, no pudo menos de considerar que su ama era una
niña lindísima y Gustavo un joven que la citaba de noche a un paraje
desconocido. Elena tenía delante los cuadros más espantosos; oía crujir espadas
y silbar floretes; su débil cabeza, no acostumbrada a contener imágenes tan
terribles, empezaba a desvanecerse.
— Corre,
Luisa: avisa el coche.
— Cerca
está la puerta del Sol; aun sobra tiempo.
— ¡Qué
noche tan oscura!
— No,
Señora; ¡si esta estrellado!
— ¿Oyes,
Luisa? ¿Qué ruido es ese? Parece una procesión.
— No, Señora; si es la gente que sale del teatro,
— ¡Ea! no tardes, sal, avisa al coche yo te
espero rezando.
Salió Luisa, y Elena se puso de rodillas delante de una virgen que había
en la sala cruzó sus manos temblorosas y le pidió que salvara a su amante. La infeliz no se acordó de rezar por sí misma.
Un coche para a su puerta: se levanta involuntariamente, recoge el manto que
Luisa le había dejado encima de una silla, y como si huyera de una sombra, sale
trémula la virgen de su casa.
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