GUSTAVO (continuación)
Sosegaronse
los ánimos con la salida de Roberto y todos los corazones empezaron a latir
tranquilos. Sin embargo, Dª Martina no las tenía todas consigo, porque sabía
muy bien que no era hombre el matón que después de irritado tan fuertemente se
resignase a deponer su ira antes de haber causado alguna desgracia o de haber
concebido algún proyecto inicuo, que por lo tanto sería ejecutado. La presencia
y autoridad del Conde la tranquilizaba en parte, y le servía de consuelo el ver
que por medio de aquel desgraciado incidente había conseguido que el poeta
penetrara en su casa y que pudieran llevarse a efecto los planes del Conde, que
tanta utilidad le reportaran.
—¡Ah! ¡Gracias
a Dios! Y ¿cómo te sientes, hija mía?
— Ya me siento mejor, dijo Angela, respirando con ansia y mirando a Dª
Martilla con una sonrisa dulcísima.
— ¡Infame! ¡Y tuvo valor para ofender un ángel de los cielos, como eres
tú!
— ¡Y luego dice que me quiere! -dijo la
joven, con la expresión más inocente del mundo.
Ramira y Fernanda acababan de darle un
refresco y para que respirase con más libertad le habían desabrochado la blusa.
Su seno redondo y transparente latía medio desnudo, y dos gotas de sangre
resaltaban sobre la brillante blancura de su garganta.
— Buenas noches, Caballeros, dijo una
figura ridícula, abriendo una puerta vidriera y examinando la sala con ojos
recelosos, Ramira y Fernanda soltaron una estrepitosa carcajada.
— ¿Viene Vd. a defender a su dama?
— ¿Necesita Vd. todo ese tiempo para hacer coraje?
— Señoras, yo no sabía los derechos que ese caballero...
— Pero ¡Jesús! ¿Donde ha estado Vd.
metido? dijo Dª Martina, sacudiéndole el
polvo de que tenía
cubiertas las mangas del frac y las rodilleras del pantalón.
— No sé; me habré caído…
— ¿Quiere Vd. un refresco?
— Gracias.
— ¿No se sienta Vd. a descansar?
— Gracias,
— Mire Vd. que ya
se ha marchado.
— ¿Quién?
— Él.
— Yo no lo decía… tengo prisa… con que...
— Pero ¿y esa corbata?
— ¿Y ese pelo?
Mirose al espejo nuestro hombre, arreglose la
corbata, compusose el pelo, acabó de cepillarse los pantalones, y alisó el sombrero.
— Servidor de Vds.
Ramira y Fernanda soltaron la carcajada de nuevo, lo
que dio motivo a una severa reprensión de Dª Martina, en que les mandaba que mirasen mas por los intereses
de la casa.
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