El discurso de Tamayo parece ser que tiene, en primer término, una grave preocupación moral; la belleza en la producción del ingenia arranca del pensamiento moral, y la moral, por esta razón, ha de ser fuente inagotable de su obra ya en los dramas históricos, cuyo principal interés está en el desarrollo de los sucesos, como en los de época, en los cuales ti-ata de reflejar un trozo de la sociedad; o en la tragedia y aun en la comedia de costumbres y alta comedia. El pensamiento moral, clásico o moderno, tenía una razón de existir y de incorporarse a la obra dramática moderna. Cualquiera que fuese su origen: dramas shakesperarianos o crónicas españolas, todo bajo el manto protector de la moral.
Esto también lo comprende Ayala, y sin que de un modo explícito lo defina se ve palpable en su teatro. De lo que trata es de plantear de nuevo la vida sobre la escena, después de múltiples tanteos, de un minucioso estudio, acaso de un exagerado análisis que va mucho más allá de la creación, pues vuelve una y otra vez sobre los modelos humanos, sobre los viejos patrones del mundo real. Pero si no encontramos conceptos escuetamente definitorios, ya es bastante que hablase de Calderón, que lo escogiera para su discurso de ingreso en
Ayala, sin embargo, encuentra una razón mucha más honda y esencial en la puesta en circulación de los modelos calderonianos por los románticos, como una reacción antineoclásica; y él mismo, planteando la aparición del drama romántico, no puede, en modo alguno, hacer borrón y cuenta nueva de todo, sino que mucho habrá de ser incorporado al teatro moderno; el sentimentalismo, en sus últimos residuos, hallará acogida, y la quiebra de situaciones y conflictos todavía permanecerá; sólo que con otra dialéctica, o sea con otro modo de expresar; cesará la grandilocuencia heroica y brillante para ser sustituida por el diálogo ingenioso y bien construido; la frase clave campeará desde el título hasta el final, y, en fin, si no puede hablarse de teatro de tesis, por lo menos se habrá dado un paso seguro y avanzado. Es decir, la realidad, gráfica y sonora, de aquel mundo que contempla el autor. Y Calderón le servirá, está claro; porque cuando Ayala busca paradigma a su teatro, no lo encuentra sino en el autor de La vida es sueño; conocida es su preocupación por imitarle en su época, es decir, como si hubiera vivido en el siglo XIX.
Esto, naturalmente, extiende el área de su concepto del drama hasta los lindes de la nacionalidad, cambiante en el curso de los tiempos. «Es el teatro -dice-, en todas las naciones que han llegado al período de su virilidad y a la completa aplicación de sus principios constitutivos, la exacta reproducción de sí mismos, la síntesis más bella de sus efectos más generales. De tal manera el teatro ha sido siempre engendrado por la fuerza activa de la nacionalidad, que allí donde ésta se debilita y se extingue, aquél vacila y desaparece.»
Ello quiere decir también que el teatro por esta misma razón tiene un subido valor social. «Siendo, como he dicho, el teatro la síntesis de la nacionalidad, no parece sino que aquellos pueblos que viven des contentos de sí mismos rehúsan el espejo que les reproduce. Este fenómeno constante aclara la naturaleza de la poesía dramática, y hace evidente la principal diferencia que la distingue de las restantes manifestaciones de arte.»
Juzga de éstas el individuo; de aquéllas, la muchedumbre. Puede el individuo, prescindiendo de sí y abstrayéndose del mundo que le rodea, interesarse en acontecimientos que le son extraños, comprender y aun ejercitar la sensibilidad en pasiones que no son las suyas, y vivir con la imaginación en todos los países del globo. La muchedumbre jamás prescinde de sí misma; su criterio, resultante de todos los que le forman, no es exactamente de ninguno; al fundirse unos en otros los efectos y pasiones de todos sus miembros, pierden en variedad y en extensión lo que ganan en fuerza y en exclusivismo, y con la gran soberbia que le es propia, desecha, como indigna de atención, cualquier asunto que no sea ella misma. Confúndese fácilmente el individuo con el artista, y llevado del dulce placer que producen las infinitas variedades de la belleza, sigue sin esfuerzo los vuelos y caprichos de la fantasía. Al poeta dramático es forzoso confundirle con la muchedumbre; sus creencias, sus pasiones, sus costumbres, sus aspiraciones y afectos unísonos son las fuentes genuinas de la inspiración dramática; si éstas no existen, carece el poeta de elementos para su obra. Sólo describiendo con verdad las costumbres de su país, adquirirá influencia para corregirlas; sólo sintiendo con vehemencia sus afectos, alcanzará prestigio para purificarlos.»
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