viernes, 26 de agosto de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 30


Volvió nuevamente Ayala a la Cartera de Ultramar; puede decirse que, aparte de las cuestiones interiores que se fraguaron a ritmo mucho más acelerado de cuanto pudiera pensarse, Cuba ocupaba uno de los primeros lugares; la sedición aumentaba, sin que la autoridad del General Dulce, primero, y después del General Caballero de Rodas, que habían ido con amplias atribuciones, podían calmar la efervescencia. Ayala hizo cuanto pudo por estar al día y al momento de los sucesos de Cuba y, en cierto modo, él mismo se consideraba especialista, aunque dejase confiada la solución de los asuntos a todo un equipo de técnicos y escritores que con él estaba. Reservábase para sí la parte más brillante; dar la cara en el Congreso para responder a las interpelaciones sobre Cuba, y dar cuenta cómo se iba legislando, especialmente para las Colonias, en materia administrativa, concediendo una cierta libertad, mientras sostenía un criterio esclavista; sus palabras puede afirmarse que eran el común sentir de todos, y sólo el cruel final del 98 pudo caer con desconsuelo sobre ideas y sentimientos tan firmes en relación a las Colonias. Entendía Ayala que su posición españolista era indudable, y aunque sus medidas no logren del todo la eficacia, por lo menos excitaría el nervio del patriotismo. De las más felices actuaciones que se le recuerdan es la de 3 de abril de 1881 al ser interpelado por el diputado tradicionalista por Guernica, señor Vildósola, sobre el supuesto proyecto del Gobierno de vender la isla de Cuba, que había encontrado eco en los diarios de Nueva York; es la vez que Ayala parece que habla con más sinceridad: «Yo hubiera querido, señores diputados, que la indicación que ha hecho el periódico a que se ha referido el señor Vildósola, no hubiera necesitado para su señoría el mentís del Ministro de Ultramar; yo hubiera querido que hubiera desmentido previamente su conciencia de ciudadano español. Pero puesto que el señor Vildósola ha creído que había de traer la pregunta a este sitio, yo doy las gracias a su señoría. Pero siento, repito, que no haya empezado su señoría por desmentirla; porque para acudir a la defensa de la dignidad de España, todos los ciudadanos españoles son Ministros de Ultramar.

Pero ya que así no ha sido, su señoría ha hecho un verdadero servicio al Gobierno, trayendo aquí esa calumnia; pues aunque me repugna ocuparme de ella, aprovecho esta ocasión para que quede para siempre sepultada en este sitio.

Cúmplame, ante todo, defender al representante de los Estados Unidos en España. Yo niego terminantemente que semejante noticia tenga este origen. Y después, ya que ha acudido la calumnia, ya que ha llegado a este sitio, para que dondequiera que se levante puedan perseguirla estas palabras, yo mismo aquí, solemnemente, en nombre del Gobierno y en nombre de la Nación Española, digo, que lo mismo Cuba, que Puerto Rico, que Filipinas, en todas aquellas tierras donde ondee la bandera de España, para el que quiera comprarlas no tienen más que un precio: la sangre que hay que derramar para vencer en campo abierto al ejército, a la marina, a los voluntarios, lo mismo insulares que peninsulares, que han tomado las armas, resueltos a perderlo todo menos la honra.»

Se sucedieron crisis e incidentes; la actitud más que generosa, tarda en reaccionar de Amadeo, hacía posible que la pasión, el odio, la intransigencia envolvieran, como un mar encrespado, las consignas de la que un tiempo fue llamada la gloriosa. Tras mucha efervescencia, el 28 de junio de 1872 el último Ministerio de Ruiz Zorrilla convocaba nuevas Cortes, que se reunieron el 25 de septiembre. No habían ganado en las elecciones Ayala, Nocedal, Aparicio y Guijarro, Cánovas, Sagasta, Topete, Ríos Rosas; se eliminaba la minoría conservadora, y la minoría republicana encontraba el camino expedito; aquellas mismas Cortes votaron la República.

Ayala se apartó de la vida política; dejó de tener cargo y esperó su hora. Larga espera debió hacérsele. No obstante, dice un biógrafo suyo: «Votada la República, el primer grito en favor del Príncipe Alfonso de Borbón y Borbón se dio en el círculo Victoria, de la calle del Clavel, donde se congregaban los ex ministros conservadores de la Revolución, con Romero Robledo y sus amigos. Aquella fue la señal de una serie de disidencias en el propio partido. Aceptados por Cánovas del Castillo los poderes de don Alfonso, primero Elduaven y después Ayala se pusieron a sus órdenes, y desde aquel momento tuvo la Restauración por defensores suyos a los tres ex ministros de don Amadeo de Saboya, que representaban el más activo elemento de la unión liberal revolucionaria»[1].

El golpe de Pavía le ofrece una nueva coyuntura, y aun sin distraerse ni un momento, siente la Restauración, ya entonces en marcha. Ayala viajaba por Badajoz cuando le sorprende el alzamiento militar de Sagunto del General Martínez Campos y del General Jovellar. Se forma un nuevo Gobierno, en el cual Ayala vuelve a desempeñar la cartera de Ultramar. Y vuelve así a tener el mismo predicamento que antes; la alocución leída por Alfonso XII a las tropas de Somorrostro estaba redactada por Ayala. Podía estar satisfecho en cuanto a la estabilidad de la situación; el Gobierno representaba una coalición de moderados, unionistas y constitucionales; la presidencia de Cánovas era un prestigio y una garantía; por otra parte, el primer liberal que felicitaba a Alfonso XII era el General Espartero, y el primer absolutista: don Ramón Cabrera. La política se desarrolla ordenadamente tras estos largos lapsos de agitación: sustituye en La Habana Balmaseda a Concha; se acuerdan las bases de la Constitución; se convocan las Cortes para legitimar, mediante sufragio universal, la nueva situación creada. Más cuidados le causó cuanto caía en su Ministerio de Ultramar referente al constante foco de rebeldía en las Colonias; pero aun así, la expedición del General Malcampo a Jolá, el 6 de febrero de 1876, había constituido un éxito para la Restauración.


[1] Solsona, op. cit., pág. 118.

No hay comentarios: