sábado, 20 de agosto de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 27


Llegó Prim a Gibraltar y se reunió en la Zaragoza con Topete, que se mostró partidario de Luisa Fernanda, aunque lamentaba la situación difícil de Isabel. Prim no se asoció, ni por un momento, a la ideología montpensierista. Reunida la escuadra, bajo Prim, Topete y Malcampo, 21, cañonazos anunciaron el 18 de septiembre de 1868, el destronamiento de la Reina. El 19 desembarcaron en Cádiz, y Ayala, en nombre de todos, redactó el célebre manifiesto. Es muy difícil calibrar lo que hay en su contenido; por de pronto, es un grito de protesta contra todo, sin acertar a la expresión concreta; lo único viable y ejecutivo en el vibrante documento concluye así: «Queremos que un Gobierno provisional, que represente las fuerzas vivas del país, asegure el orden, en tanto que el sufragio universal echa los cimientos de nuestra regeneración política y social.» Firman: El Duque de la Torre, Juan Prim, Domingo Dulce, Francisco Serrano Bedoya, Ramón Nouvilas, Rafael Primo de Rivera, Antonio Caballero de Rodas y Juan Topete. Todos de gran solvencia; aun así en aquel momento se apresuran febrilmente a redactar un documento de contenido tan vago y tan inconcreto en cuanto al remedio de las males de la Patria. El manifiesto era un grito de guerra, y eso era lo que se pedía, aun sin saber hacia dónde podían orientarse.

El estallido en el puente de Alcolea es, en realidad, una muestra del confusionismo reinante. Deslindados los campos, en un lado las fuerzas revolucionarias, con el Duque de la Torre, y en otro el Marqués de Novaliches, con los isabelinos, el Comandante Fernández Vallín, que pasaba de aquél a éste, acaso con proclamas, o con notas conminatorias, es fusilado inmediatamente; es el primer muerto de esta revolución que hasta entonces ha tenido carácter casi romántico. No falta quien, en medio de aquella algazara, proponga que la tropa de la Reina se adhiera al movimiento, intentando sembrar el desorden y la subversión. Ayala propuso que el propio General Serrano le enviara una carta al Marqués de Novaliches, proponiéndole dejase el paso libre a sus tropas. El duque de la Torre accedió a la petición de Ayala; dicen que siempre atendía consejos ajenos; así a lo largo de su vida pública, los de Prim, Sagasta o Martos. La carta, redactada por don Adelardo en sí no hacía otra cosa que reiterar la petición de paso a las tropas revolucionarias. Y sólo queda concreto «la imposibilidad de, sostener lo existente, o mejor dicho, lo que ayer existía...», y al final: «Ultimo y triste servicio que ya podemos prestar a lo que hoy se derrumba por decretos irrevocables de la Providencia.»

Formada la bandera del parlamento con pañuelos blancos, acompañado de los agregados al Cuartel General, entre ellos Alarcón, el propio Ayala, montado en caballo tordo, con dos lanceros y un corneta, partió a parlamentar con el Marqués de Novalòches. Llegado Ayala, no sin peligro, a su presencia, le entregó el documento. La entrevista de Novaliches y Ayala fue cordial, y se le dispuso el mejor alojamiento en casa del General Vega, en el Carpio, en tanto recibía la contestación. La proposición fue rechazada y la contestación digna y resuelta. Comenzó la batalla de Alcolea.

Alguien ha querido suponer que si en el documento se hubiese propuesto la abdicación de Isabel en el Príncipe de Asturias, no llegara el combate; pero hay que pensar en las posibilidades que tal propuesta -que por otra parte no sabemos quién podría formularla- tendría; si lo admitió Ayala, el Duque de la Torre o Novaliches. Así las cosas, el 28 de septiembre se libró la batalla de Alcolea; cielos altos y nubes blancas, claros de sol y manchas de sombras, como presagio de la melancolía de un otoño que ya había comenzado. A las tres empezó el combate y a las seis las granadas inundaban con sus resplandores los campos. La lucha se desarrolló de un modo uniforme; Novalithes, herido, fue sustituido por el General Paredes, iniciándose la retirada hacia el Carpio. Al día siguiente, 29, Ayala volvió a parlamentar; se logró más fácil el acuerdo, aunque el General Echeverría, que mandaba la vanguardia, se negó a reconocer el Trono vacante, exigido por el General Serrano. Pero aquella batalla tenía ya unos moralmente vencidos; y ya los ejércitos unidos emprendieron su regreso a la Corte. Ayala y el Duque de la Torre entraron en Pinto, donde encontraron a Novaliches herido, quien les abrazó emocionado. La Reina ya no esperó más; tan pronto conoció el resultado de la batalla de Alcolea, de San Sebastián donde se hallaba, cruzó rápidamente la frontera.

Pasada la euforia propia del momento culminante en la entrada de los sublevados en Madrid, y constituido el nuevo Gobierno bajo la presidencia de Serrano, y en el que entraba Ayala como Ministro de Ultramar[1], comenzó el equipo su obra a base de muchos informes y memorias, alguna de las cuales fue redactada por Núñez de Arce, entonces Gobernador Civil de Barcelona, al parecer muy ducho en este menester pues se le encargaba con mucha frecuencia la redacción de estos documentos oficiales. Fue preocupación básica del Gobierno salvar en aquella situación el principio monárquico, por encima de todo y atender con cuidado extremo cuanto a las provincias ultramarinas se refiriese. Respecto a la institución monárquica no faltó levantamiento republicano, reprimido con dureza; para las cosas de Ultramar, Ayala se encargaría de analizar cuidadosamente la situación, ordenando leyes y medidas, muy en consonancia a la nueva situación española creada en la Metrópoli. Pero el Gabinete, compuesto de hombres que habían reflejado muy bien en el manifiesto de septiembre estar unidos para la lucha, sin saber qué debería sustituir, a lo que podía defenderse, encontraría, en su seno, divergencias: Ayala, monárquico, pensaba en la Infanta-Duquesa, y Topete creía en el Duque como digno de la Corona, en tanto que Martos, desde fuera del Gobierno, disuadía tales proyectos; Prim se inclinaba a salvar el principio monárquico, con su Rey electivo, con lo cual la distensión entre él y Ayala seguía en firme.


[1] El resto era: Lorenzana, Estado; Romeo Ortiz, Gracia y Justicia; Prim, Guerra; Topete, Marina; Figuerola, Hacienda; Sagasta, Gobernación; Ruiz Zorrilla, Fomento.

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