jueves, 4 de agosto de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 19

Del personaje central del drama Rioja se quiso hacer todo un símbolo; no era una plegaria, sino un carácter, casi un santo; tal es el sentido ético que quiso descubrirse en él. Lo que sí parece cierto es que el teatro de Ayala, quizás a diferencia de los demás, aparece cargado de intención política que su propio autor representa, a la cabeza de un movimiento claramente revolucionario, que provoca la crisis del 1854 cuando el Conde de San Luis disuelve las Cortes, tras una derrota parlamentaria del Gobierno en el Senado. Con ello, los campos se deslindaban, dejando a un lado a una serie de gobernantes en la cesantía y unos cuantos jóvenes, que deseaban entrar en la lid, más prestos a la lucha por la reputación y la fama, que medros personales y vanas grandezas; por lo menos, esa era la consigna lanzada como preludio de los ideales que cristalizarían en el 68. Aquellos hombres tenían ya carácter de héroes de barricada; veían fácil el acceso a los primeros puestos, quizás a la magistratura de los Ministerios; pero al fin, como jóvenes, con un entusiasmo luminoso y poco quemante; algo así como la charamasca, muy brillante, que presto se apaga. Pasada la tormenta muchos trataban de nuevo orientar sus vidas, encajar en aquel maremagnum de los partidos, ser uno de los más destacados, o bien confesar su remordimiento, ante un propósito no logrado, por una serie de circunstancias, no la menor la inmadurez del movimiento revolucionario.

En estas circunstancias, mientras los tanteos e iniciativas corrían soterrañas por el mapa político, se formó un Gobierno presidido por el Duque de la Victoria, y acentuada la política en un sentido progresista, apareció el periódico de oposición: El Padre Cobos, uno de los primeros, si no en calidad literaria, por lo menos en intención y en capacidad ofensiva. El Gobierno se encontró con un arma terrible para criticar su actuación; en serio o en broma, siempre con fuerte intención satírica, por sus páginas iban a desfilar, puestos en solfa, las políticos y los gobernantes; se criticarían hasta la demolición los discursos, programas y proyectos, habría para todos abundantes alfilerazos; pocas, Muy pocas dedal.adas de miel, y a lo más, para excitar el apetito, agrio comentarios a la actualidad. Desde aquel momento, los bandos del Gobierno podrían dividirse convencionalmente, usando términos de novela morisca, en: zegríes y abencerrcajes, con lo cual las trabas de los gobernantes, que contaban con esta vocinglera oposición, debieran ser enormes. Contra lo que puede pensarse, El Padre Cobos, periódico de oposición gubernamental, tuvo muy amplio campo de actividad; por de pronto, figuraban como dirigentes y adheridos hombres de tan sólida representación y variada procedencia como González Pedroso y Selgas, que fueron señalados como jefes, aunque figurara como editor responsable Francisco López. Instaló su redacción, más o menos clandestina, en casa de Esteban Garrido, y contó con las bien tajadas plumas de Cándido Rrocedal, Suárez Bravo, Ayala y Fernán Caballero. ¡Quién lo dijera! Extraña enterarnos que a Cecilia Bölh de Faber, al parecer tan alejada de la política, se la encuentre en un libelo de esta categoría; pero esto no parecerá tan raro si se la recuerda admiradora de Balzac y de Voltaire, a quien, por otra parte, condena; y si se, tiene en cuenta su posición de equilibrio y eclecticismo político entre los Montpensier y la Reina[1].

De un suceso que debió impresionar la sensibilidad pública, como el intento de regicidio del cura Merino, en 2 de febrero de 1852, nada dice Ayala, no ya en su obra, sino ni tan siquiera de su vida en aquellos momentos de la Corte. Debía estar preparando su incorporación al movimiento unionista, pero no deja de llamar la atención que este joven «métome en todo» no contribuyese con su colaboración literaria a celebrar el nacimiento de la Princesa de Asturias y el restablecimiento de su madre, Isabel II, en el atentado, con las fiestas del 18 de febrero del citado año. El Curioso Parlante describe así el paso del cortejo real: «Al lado de su ferviente anhelo, en comparación de su sincero enternecimiento, a la vista de la real carroza en que se encerraban los objetos de su veneración y cariño, qué son el aparato majestuoso y su cariño, el séquito brillante, la magnífica decoración de aquella marcha triunfa]? ¡Qué los arcos y columnas; qué los alcázares y templetes alegóricos; qué las luminarias, las músicas y los fuegos, al lado de aquel mágico cuadro, en que una Reina de catorce millones de súbditos, en que una madre cariñosa, en que una hermosa matrona, en cuyo augusto semblante brillan a un tiempo la majestad, la ternura y la belleza, entre las aleadas del pueblo, entre brillantes filas de guerreros, entre la nube de palomas y de flores que cubrían la atmósfera o tapizaban el suelo, entre el ruido de la artillería y el repicar de las campanas, ahogados por las férvidas aclamaciones de la multitud, atravesaba lentamente su heroica capital, desde el alcázar regio hasta el pie del altar de la Reina de los Cielos, de la Augusta Patrona de los Monarcas Españoles?»[2].

En el Teatro del Drama estrenáronse aquel 18 de febrero de 1852 dos a propósitos alusivos a las circunstancias: El don del cielo, para conmemorar el nacimiento de la Princesa de Asturias, y La esperanza de la Patria, ambas de Manuel Tamayo y Baus y Manuel Cañete; esta última llevaba unas ilustraciones musicales de Blasi, esposo luego de Teodora Lamadrid. España luchaba con el Despotismo y la Anarquía; salían en su defensa la Religión, la Libertad, la Justicia, el Saber y el Valor; concluían sentándola en el trono mientras se declamaba a voz en grito:

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[1] Vid. sobre esto mi edición de Obras de Fernán Caballero, prólogo en el tomo I. Biblioteca de Autores Españoles. Madrid, 1961, págs. VII-CLXXXVII.

[2] La Ilustración, febrero1852.

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