jueves, 27 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 57


Mi hermana tenía un carácter muy diferente al mío, más abierto, más alegre. No tardó en hacerse amigas. Yo seguía en­cerrada en mí misma. Mi válvula de escape era un diario:
«... ¿Y si volviera a escribir mi diario? Dos años separan las hojas anteriores de éstas. Los Pirineos también, estoy en Es­paña, es el 28 de junio de 1943. ¡Cuántas cosas han cambiado! Cambio de colegio, cambio de carácter, años de incertidumbre. Pues héme aquí, en esta España tan soñada. ¡Cuántas decep­ciones! Ahora, tras cinco años de exilio y pese a llevar ya uno en mi país me parece que ya no formo parte de él, que soy una extranjera. Pero ¿quién ha cambiado más, España o yo? Yo, en todo caso, no soy la que era antes de la guerra. Los que me han vuelto a ver dicen que, de no haber sabido quién era, no me habrían reconocido. No me hago ilusiones, sé que el cambio no ha sido a mi favor. No es extraño que un niño cambie, pero evidentemente se espera que sea un cambio favorable. En cuan­to a mi carácter, algunos dicen que antes era muy alegre y vi­varacha, otros que era una niña muy mimada y caprichosa, otros que muy charlatana e inquieta. Debía ser todo eso a un tiempo. Conservo algunos rasgos de mi antiguo carácter, pero todo como recubierto por un velo de melancolía. He vuelto a releer lo que había escrito hace dos años. Algunas de las ideas que tenía entonces han cambiado, mis gustos también. Me agra­dan las sinfonías fantásticas, los versos llenos de sonoridad, la tempestad en el mar.»
«Hacia las seis iré a ver a papá. Todos los días es lo mismo: por las mañanas aseo, desayuno, gimnasia, a veces paseos. Lue­go almuerzo, después leo o escribo un rato y voy a ver a papá. Y luego nada. Hay días en que los buenos amigos de papá nos invitan a ir al cine, otros hacemos alguna visita. Días sin fina­lidad alguna, monótonos, llenos de incertidumbre. Julia, una de mis grandes amigas de San Juan de Luz, me ha escrito di­ciéndome que me invitaría a pasar algunos días con ellos en el Monasterio de Piedra. ¡Si supiese con qué impaciencia espero esa invitación! »
«Ayer María Luisa y yo fuimos a pasear por el Retiro, dimos un gran paseo. A la caída de la tarde el parque estaba precioso. Me gusta el olor que tienen a esa hora los árboles, la hierba, olor que yo llamo de fin de excursión. Salimos del parque y, bajando una calle, nos encontramos en la Glorieta de Atocha. Descubrimos una verbena. Había muchísima gente y un ruido confuso de distintas músicas mezcladas a cuyo compás giraban los caballos. Me sentía cansada y me hacían daño los zapatos; para calmo, tuve que permanecer de pie en el tranvía que nos conducía a casa. Hacía fresco. Pese a que Madrid es bonito de día, lo prefiero de noche. Los anuncios luminosos, las luces de las casas que picotean la oscuridad le dan un aspecto un tanto irreal. ¡Qué sensación embriagadora! El viento nocturno azota­ba mi cabello, el fresco de la noche me penetraba con un gusto extraño mientras contemplaba la ciudad iluminada. Era la pri­mera vez que viajaba de noche casi en el estribo de un tranvía.»
«¡Estuve por fin en el Monasterio de Piedra; fueron días llenos de luz!»
El régimen de Prisiones Militares era bastante considerado. Casi todos los oficiales allí detenidos estaban por delitos de pequeño o gran estraperlo, incluso de fraude. Por delitos dig­nos estaban mi padre y unos diez jefes y oficiales más.
Recuerdo dos casos, uno de ellos indignante. Se trataba de un coronel, abogado al mismo tiempo, pero no del Cuerpo Ju­rídico Militar. Por lo visto, los alemanes habían encontrado en Bruselas el archivo de la Masonería y habían enviado a España la parte correspondiente a nuestro país. Los masones fueron perseguidos y juzgados. No se les permitía tener abogado de­fensor. Al coronel acudieron compañeros que habían sido ma­sones para pedirle consejo sobre la manera de defenderse. El les ayudó y por eso fue detenido. Se inventó un delito que no existía en el Código, «Auxilio a la Masonería». No estuvo mucho tiempo encarcelado; el Colegio de Abogados protestó en pleno alegando que un abogado tiene la obligación de defender inclu­so a un criminal sin que por eso se le pueda tildar de criminal y acusársele de «auxilio a la criminalidad».

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