lunes, 31 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 59


De aquellos años datan unos versos que me dedicó mi padre, tal vez sin valor literario pero que resultan entrañables por la enorme ternura que encierran.

«En la Villa de Larache
en una casa bonita
nació mi hija Lolita negra
como el azabache.

Por retrasarse en venir
el padrino, que es mi hermano,
la bautizó un franciscano
allá en Alcazarquivir

en la bella Comandancia
y escogidos invitados
que fueron agasajados
con sencillez y elegancia.

Con un feroz apetito,
pues tragaba a todas horas,
se crió como una bola
mamando sus dos añitos.

Así se desarrolló
sin darnos grandes trastornos
con una cara bonita
y un buen pelo enmarañado.

A nadie ya maravilla
que sin robar ni matar
lo pasó bastante mal
en la cárcel de Sevilla.

Sin tomar una lección
es muy justo consignar
tiene gran disposición
en artes de dibujar.

Al presente se ha espigado.
Tiene el geniecillo fuerte
y gesto malhumorado
mas le pasa fácilmente.

Come como un pajarito.
Tiene el talle de una avispa
un poco corta de vista
y no tiene mal palmito.

Se expresa correctamente
en francés y en español,
redacta perfectamente
con gran imaginación.

No es gastosa ni tacaña,
no es alegre ni tristona,
en vestir no desentona
y en su trato no es huraña.

Pagando culpas ajenas
calló y aprendió a sufrir.
Olvida pronto sus penas.
Tiene fe en el porvenir.

¿Tendrá suerte en el amor?
¿Casará? ¿Tendrá chiquillos?
¿Conservará su «magot»
o se lo gastará algún pillo?

Son defectos y virtudes
que pintan de buena gana
todas las vicisitudes
que pasó Dolores Ana.»

domingo, 30 de enero de 2011

NOTICIAS DE GUADALCANAL EN INTERNET - 24

Historia del Museo y del Edificio que lo Alberga
Entre todos los edificios que conforman la calle Boticas, destaca por su singularidad la llamada Casa del Ajimez, hoy Centro de Acogida al Turista.
Desde finales del siglo XV albergaba de las boticas de la villa, en cuyo interior existía una o varias armaduras repletas de botes y cajas, conteniendo los más diversos productos de la farmacopea del momento, dispuestos para ser mezclados por medio del almirez, el alambique o la redoma, dando como resultado drogas y compuestos con que aliviar al enfermo.
El primer boticario del que tenemos noticia es Juan Vázquez Durán, allá por 1566, al que sucedería Francisco Durán a los pocos años y que sería el último propietario que a su vez ejerciera la profesión. En efecto, los siguientes poseedores del inmueble ninguno es boticario, por lo que es alquilada a aquellos que estén interesados en desarrollar su profesión a cambio de una cantidad anual en concepto de arrendamiento. Este fue el caso de Andrés González Pacheco, boticario procedente de Guadalcanal, que la arrienda en 1643.
En la escritura que se redacta como consecuencia de tal acuerdo, encontramos por primera vez la denominación de la mencionada botica como Botica del Mármol; título que respondía a la presencia en el interior de la misma de un tablero funerario de mármol actualmente en el patio de procedencia romana.
A lo largo del siglo XVII y parte del XVIII sigue desempeñando su función como expendedora de preparados medicinales. Sin embargo, a lo largo del dieciocho se constata un paulatino abandono como servicio sanitario, decantándose cada vez más como despacho de aguardiente; actividad que se convertirá en la principal cuando en 1827 Diego Infante, que la había comprado unos años antes, suscriba un contrato para la venta en exclusiva de licores y aguardientes.
La nueva dedicación como lugar donde vender destilados del vino, se incrementa a lo largo de los años siguientes hasta convertirse en una pequeña bodega doméstica. En el centro y apoyada en los huecos se puede observar los lugares en los que se insertaba una prensa. El mosto se deslizaba por el suelo inclinado hacia el lebrillo del final. De ahí se pasaba a las tinajas que rodeaban la habitación para fermentar en el gustoso vino de pitarra.No sabemos con certeza cuando cesó en su actividad expendedora de vinos y derivados, pero ya en el siglo XX la encontramos sirviendo de vivienda particular. Las últimas décadas de siglo constatan un deterioro importante en la estructura del edificio que cada vez se resiente más, consecuencia de lo cual fue el hundimiento de toda su estructura poco antes de ser adquirido por el Plan de Dinamización Turística, quedando únicamente en pie su fachada.

http://web.dip-badajoz.es/proyectos/cler/museoDetalle.php?Id=63&ver=C&localidad=&categoria

Las relaciones castellanos-granadinas a lo largo del 1406 estuvieron al borde de la ruptura debido a enfrentamientos continuos. Enrique III abordó la situación con actuaciones a nivel local y estatal. En el ámbito fronterizo se tiene constancia del nombramiento de un alcalde de frontera entre cristianos y musulmanes para Quesada, según carta dada en Madrid el 10 de diciembre de 1405, si bien a los pocos días el Concejo de Quesada se quejaba de las represalias tomadas por los granadinos contra su región en respuesta a las incursiones de otros cristianos en territorio musulman. A nivel estatal, envió a Granada a un escribano real para protestar por las repetidas incursiones y destrozos en territorio castellano. Muhammad VII confió las negociaciones a Ali al-Almin, diplomático que ya tenía experiencia en misiones de política exterior, pero las conversaciones no dieron los frutos esperados. La confianza que depositó el monarca nazarí en este miembro de los Banu-Almin se repitió con otros dos hermanos en fechas cercanas: Sa`d al-Amin fue enviado a firmar una nueva tregua con el maestre de Santiago concentrado en Ocaña, que respondió el 6 de mayo de 1406 con un listado de condiciones previas; Abd Allah al-Amin se entrevistó con el maestre en Guadalcanal el 24 de mayo. Incluso los hermanos Sa`d y Abd Allah al-Amin llegaron a mantener a la vez conversaciones con Enrique III para conseguir una tregua. Finalmente el monarca castellano llegó a un acuerdo por medio de su representante con el delegado nazarí, de nuevo Abd Allah al-Amin. Se concertó un tratado de paz por dos años, con las acostumbradas cláusulas referentes al comercio, el tratamiento de las plazas fuertes rebeldes y a los jueces mixtos, suscrito el 6 de octubre de 1406.

http://hera.ugr.es/tesisugr/16110213.pdf

sábado, 29 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 58


Este hombre, que de por sí era un poco depresivo, se des­moralizó. Mi padre le gastaba bromas. Un día lo encontró con su esposa en el pasillo. Ambos estaban tristes -contaba mi padre- y ella rezaba el rosario. Me acerqué y les dije:
-«Déjese usted de tanto rezo, tanta misa y tanto comulgar.»
-«¿Qué me dice usted?»
-«Cuando lleguemos al otro mundo, allí, según tengo en­tendido, nos recibirá San Pedro y usted con decirle: "He tenido en vida por esposo a I. D. A.", él le dirá: "Pasa hija, que bas­tante cruz has tenido".»
Los dos se echaron a reír. Al menos, por unos instantes, les había levantado el ánimo.
El otro caso fue más divertido. Se trataba de un jefe encar­celado que había luchado en zona republicana durante la gue­rra. Horrorizado por lo que veía, igual que mi padre, se refugió en una embajada. Finalizada la guerra, encontró mucho que criticar en el nuevo régimen, pero siguió en el Ejército. España, pese a su pretendida neutralidad, estaba francamente al lado de los alemanes. Era natural, puesto que aquéllos habían ayu­dado a los nacionales a ganar la guerra.
Era éste un hombre fuerte que tenía la costumbre de hablar en voz muy alta. Un día, en una tertulia de café, comentaba, plano en mano, el avance de los alemanes en Rusia:
-«Por aquí se meterán los alemanes, pero les van a impedir hacerlo; entonces intentarán abrir brecha por aquí, pero el Ma­riscal Timochenko les volverá a cerrar el paso; querrán hacer un rodeo por aquí -señalaba en el mapa- y Timochenko nue­vamente los detendrá.»
Al tercer Timochenko se acercó a él un desconocido que, le­vantándose ligeramente la solapa, le enseñó su placa policial.
-«¿Quiere usted hacer el favor de venir conmigo?»
Y así, y por eso, fue detenido y encarcelado en Prisiones Militares. ¡Había que oírlo!
-« ¡Si no puede ser! ¡Si esto es un país de mierda! ¡Si no se puede ni comentar desde un punto de vista estratégico-mi­litar la guerra europea!»
Estuvo detenido cinco meses. Al ser puesto en libertad decidió pedir el retiro militar, el cual le daba derecho a un sueldo. Para concedérselo debía presentar un certificado de vida. El respondió:
-« ¡Qué más certificado de vida que presentarme en perso­na con mi documentación!»
En vista de eso, resolvió no cobrar. El hijo menor comen­taba socarrón:
-«Supongo que el mes que viene tendremos que ponernos todos con un platillo en la calle.»
Su padre, finalmente, tuvo que bajar la cabeza y solicitar el certificado. A los cuarenta y tantos años empezó a estudiar la carrera de Derecho y al cabo de unos años ganaba muy hol­gadamente su vida; eso sí, despotricando contra la abogacía y sus incomodidades. Si hubiera llegado a saber antes lo que era esa carrera, no se hubiera metido en ella. La detención no le sirvió de escarmiento; sus críticas al gobierno aumentaron.
-«Lo que dice mi padre de paredes para adentro, en un salón, no deja de tener gracia; lo malo es que lo dice a voz en grito en la calle» -comentaban sus hijos.
No sé por qué milagro no lo volvieron a encarcelar.
Mi padre llevó su encarcelamiento con ejemplar resignación y sin perder del todo su buen humor. Escribió sus terceras me­morias, luego perdidas, y releyó dos o tres veces El Quijote, del cual sacaba sabias enseñanzas. Tenía en una hojita, clavada con chinchetas en la pared del cuarto, copiada una frase de El Quijote: «Todas estas contrariedades que nos suceden, ami­go Sancho, son prueba de que nuestra suerte va a cambiar, pues de todos es sabido que ni el Bien ni el Mal son durables, y habiendo durado mucho el Mal, el Bien está presto.»
Copió también y puso en la pared versos de Musset: «L'hom­me est un apprenti, la douleur est son maitre, et nul ne se connait tant qu'il n'a pas soufert.»
De una biografía de Isabel I extrajo palabras que el Car­denal Mendoza dirige al Rey:
«¿Quién piensa en venganza tres días después de la victoria? Si vos hubieseis matado a los portugueses en la batalla, acto heroico sería, pero tres días después es ruin venganza. El perdón es de varones fuertes y la venganza de mujeres flacas.»
Tenía también un mapa de Europa y varios pequeños mapas recortados de los periódicos en los que iba señalando el avance de las tropas aliadas. Cuando estábamos solos me daba leccio­nes de historia de España.
Por entonces apareció en mi vida un nuevo ángel tutelar. Una mañana se presentó en la casa donde vivíamos. Tendría unos treinta años, era rubia y su rostro transmitía encantó y simpatía. Llevaba un traje de chaqueta negro y un sombrero claro. Traía con ella una gran maleta.
-«Soy Carmen Espinosa de los Monteros. Supongo que sa­brás quién soy.»
Era hija del General amigo de mi padre.
-«Os traigo en esta maleta algunas cosas que quizá os vengan bien.»
Volví la cabeza un poco avergonzada.
-«No sé si debo aceptar su regalo.»
-«¿Cómo que no debes aceptar? Ahora mismo y nada de llamarme de usted.»
En la maleta venían algunos vestidos usados pero en óptimo estado, unas piezas de tela completamente nuevas, medias de seda italiana sin estrenar, dos bolsos dentro de cada uno de los cuales había un billete de cien pesetas y dos perfumes. Fueron mis primeras medias de seda, mi primer perfume. Con las telas me hice un abrigo de invierno y unos preciosos vesti­dos de verano con los que no tuve que sufrir complejos cuando fui al Monasterio de Piedra. Era una limosna ofrecida con la elegancia de la gran señora que era Carmen. Cuando se marchó, mi hermana lanzó gritos de alegría al revolver aquellas mara­villas. Yo no, pero el regalo me había llegado al alma y jamás podré olvidarlo. Durante muchos años Carmen fue mi paño de lágrimas y mi consejera.
«Vamos a mudarnos. Las dueñas de la casa donde estamos alojadas quieren subirnos el alquiler. Una habitación pequeña y oscura que da a un patio; no hay calefacción. El agua caliente del baño sale fría; en invierno nos dan dos dedos de agua ca­liente de la cocina para bañarnos. Comida mal guisada y servi­da fría muchas veces. En cuanto a la limpieza, se conforman con estirar las sábanas todos los días y fregar el suelo una vez por semana. En invierno tenemos que quedarnos por las noches en la cocina, que es la única habitación cálida y con buena luz. Son un par de beatas mezquinas y muy tontas, llevan diez años en Madrid y parece que acaban de salir de su pueblo.»

viernes, 28 de enero de 2011

NOTICIAS DE GUADALCANAL EN INTERNET - 23

-5. -Cédula de C. V concediendo la Encomienda de Guadalcanal a D. García Vázquez.
http://www.cervantesvirtual.com/historia/CarlosV/1556.shtml

Topónimos.
SEPULTURA DE LA REINA (Guadalcanal, Sevilla): Sarcófago de piedra y varias sepulturas.

http://www.celtiberia.net/articulo.asp?id=1728

* En 1571, a punto de publicarse subida de la tasa, pasando la fanega de trigo de 9 reales a un ducado, pues siendo demasiado barato los labradores dejaban de sembrar, eludiendo pérdidas, Salazar pudo comprobar que ni la Corona ni el Santo Oficio, se abstenían de violar la ordenanza. Por real provisión de los Consejos y la Inquisición, embargaron la cosecha, "para tomar el pan de aquella encomienda, pagando a la tasa" antigua. Vendieron buena parte, antes de guardar el grano, al Concejo de Azuaga, los Inquisidores de Llerena y los oficiales de las minas de Guadalcanal, con el beneficio consiguiente. Enfermo en Avila, el Administrador anunció que avisaba a "toda priesa a Robles, que no venda un grano de trigo, sin haber carta mía". Cierto el "acrescentamiento" de la tasa, se prometió "hazer las diligencias posibles, para que me lo paguen a la más crescida", pues "ame dado mucha pena" que lo llevasen tan barato (4373).
http://amerilis.iespana.es/alonsoperez/10parte/6caciques.htm

85 APÉNDICEARCHIVO DEL CABILDO CATEDRALICIO DE MÁLAGA, Actas Capitulares, Tomo 5 (1510-1523), Leg. 1024, fols. 271-275.

51. Vna executoria a pedimyento de Juan Gonçalez de Guadalcanal.
52.Vna carta de çenso de la mesquyta que se dio a Juan Gonçales de Guadalcanal.

http://e-spania.revues.org/document3243.html

La música en la Catedral de Badajoz (1654-1764) 231
Según consta de las ACB de 15 de febrero de 1737, debido a una sequía terrible y la consiguiente falta de agua, se realizaron unas rogativas en que alternaron comunidades como Dominicos, Franciscanos y Agustinos con el clero de la catedral. Para esas funciones el organista titular había prestado el órgano grande a organistas extraños. El cabildo, celoso de su órgano principal, prohibió a Abad de ceder este instrumento a organistas forasteros, dictaminando que éstos debían servirse del realejo o de uno de los otros órganos pequeños. La intención era seguramente la de evitar reparaciones costosas en esos órganos grandes. Pese a todos los buenos propósitos, dos años más tarde la restauración del órgano era imprescindible, y en virtud de ello los canónigos mandaron venir :
«...un maestro organero de Guadalcanal a componer el órgano grande y a tratar sobre el encargo de un realejo.» (ACB, viernes, 17 de julio de 1739.)
236 Anuario Musical
previo Francisco de Medina y Aguilar, vecino de Guadalcanal. Informó el maestro de capilla que :
«...el dcho. pretendiente tiene buena voz, buen gorgeo, claridad y gala, circunstancias todas que constituyen un buen músico, si le acompaña la suficiente ynteligencia del canto de órgano del que parece tiene sólo principios, pero que atendiendo a que ha hecho varias diligencias de buscar tenor y no le ha podido encontrar, ni le parece muy fácil, el que habiéndose encontrado fuese voz de las circumstancias de ésta, deseando el mayor culto divino, le ofreció al dcho. suplicante enseñarle dcho. canto, siempre que se le admitiese por tal thenor y que suponiendo su aplicación y la del dcho. maestro. Tiene que apresentar su Genealogía para las ynformaciones que se le han de hacer para el servicio de dicha capilla.')
Por lo visto no eran pequeñas las exigencias en materia de canto. Sin embargo, lo concertado no llegó a cumplirse, porque en la sesión de viernes 23 de noviembre se dio lectura de una carta recibida de Francisco de Medina :
«...excusándose que por enfermedad de su padre no poder venir en ningún modo a servir el empleo.»
Volviendo a la labor en el campo de la enseñanza realizada por miembros de la capilla, ofrecen las ACB de julio de 1737 los siguientes detalles :
Juan Pinero aprenda Bajón, Bajoncillo y Chirimía y se los enseñe Juan Pérez y se le den los instrumentos necesarios.»
«Llamamiento hecho para el memorial de Lucas de Alcántara y oído el informe ponderado del maestro de capilla acordó que aprenda Violín y Violón con Manuel de Espinosa y se le den los instrumentos necesarios para ello.»

http://nuestramusica.unex.es/nuestra_musica/musihistorica/musicacatedralbadajoz.pdf

jueves, 27 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 57


Mi hermana tenía un carácter muy diferente al mío, más abierto, más alegre. No tardó en hacerse amigas. Yo seguía en­cerrada en mí misma. Mi válvula de escape era un diario:
«... ¿Y si volviera a escribir mi diario? Dos años separan las hojas anteriores de éstas. Los Pirineos también, estoy en Es­paña, es el 28 de junio de 1943. ¡Cuántas cosas han cambiado! Cambio de colegio, cambio de carácter, años de incertidumbre. Pues héme aquí, en esta España tan soñada. ¡Cuántas decep­ciones! Ahora, tras cinco años de exilio y pese a llevar ya uno en mi país me parece que ya no formo parte de él, que soy una extranjera. Pero ¿quién ha cambiado más, España o yo? Yo, en todo caso, no soy la que era antes de la guerra. Los que me han vuelto a ver dicen que, de no haber sabido quién era, no me habrían reconocido. No me hago ilusiones, sé que el cambio no ha sido a mi favor. No es extraño que un niño cambie, pero evidentemente se espera que sea un cambio favorable. En cuan­to a mi carácter, algunos dicen que antes era muy alegre y vi­varacha, otros que era una niña muy mimada y caprichosa, otros que muy charlatana e inquieta. Debía ser todo eso a un tiempo. Conservo algunos rasgos de mi antiguo carácter, pero todo como recubierto por un velo de melancolía. He vuelto a releer lo que había escrito hace dos años. Algunas de las ideas que tenía entonces han cambiado, mis gustos también. Me agra­dan las sinfonías fantásticas, los versos llenos de sonoridad, la tempestad en el mar.»
«Hacia las seis iré a ver a papá. Todos los días es lo mismo: por las mañanas aseo, desayuno, gimnasia, a veces paseos. Lue­go almuerzo, después leo o escribo un rato y voy a ver a papá. Y luego nada. Hay días en que los buenos amigos de papá nos invitan a ir al cine, otros hacemos alguna visita. Días sin fina­lidad alguna, monótonos, llenos de incertidumbre. Julia, una de mis grandes amigas de San Juan de Luz, me ha escrito di­ciéndome que me invitaría a pasar algunos días con ellos en el Monasterio de Piedra. ¡Si supiese con qué impaciencia espero esa invitación! »
«Ayer María Luisa y yo fuimos a pasear por el Retiro, dimos un gran paseo. A la caída de la tarde el parque estaba precioso. Me gusta el olor que tienen a esa hora los árboles, la hierba, olor que yo llamo de fin de excursión. Salimos del parque y, bajando una calle, nos encontramos en la Glorieta de Atocha. Descubrimos una verbena. Había muchísima gente y un ruido confuso de distintas músicas mezcladas a cuyo compás giraban los caballos. Me sentía cansada y me hacían daño los zapatos; para calmo, tuve que permanecer de pie en el tranvía que nos conducía a casa. Hacía fresco. Pese a que Madrid es bonito de día, lo prefiero de noche. Los anuncios luminosos, las luces de las casas que picotean la oscuridad le dan un aspecto un tanto irreal. ¡Qué sensación embriagadora! El viento nocturno azota­ba mi cabello, el fresco de la noche me penetraba con un gusto extraño mientras contemplaba la ciudad iluminada. Era la pri­mera vez que viajaba de noche casi en el estribo de un tranvía.»
«¡Estuve por fin en el Monasterio de Piedra; fueron días llenos de luz!»
El régimen de Prisiones Militares era bastante considerado. Casi todos los oficiales allí detenidos estaban por delitos de pequeño o gran estraperlo, incluso de fraude. Por delitos dig­nos estaban mi padre y unos diez jefes y oficiales más.
Recuerdo dos casos, uno de ellos indignante. Se trataba de un coronel, abogado al mismo tiempo, pero no del Cuerpo Ju­rídico Militar. Por lo visto, los alemanes habían encontrado en Bruselas el archivo de la Masonería y habían enviado a España la parte correspondiente a nuestro país. Los masones fueron perseguidos y juzgados. No se les permitía tener abogado de­fensor. Al coronel acudieron compañeros que habían sido ma­sones para pedirle consejo sobre la manera de defenderse. El les ayudó y por eso fue detenido. Se inventó un delito que no existía en el Código, «Auxilio a la Masonería». No estuvo mucho tiempo encarcelado; el Colegio de Abogados protestó en pleno alegando que un abogado tiene la obligación de defender inclu­so a un criminal sin que por eso se le pueda tildar de criminal y acusársele de «auxilio a la criminalidad».

miércoles, 26 de enero de 2011

NOTICIAS DE GUADALCANAL EN INTERNET - 22

288
Beatriz González(45): El marido se había ausentado de Guadalcanal (en España) por “cosas que había hecho”, según ella porque era un “hombre muy ruyn y no era para mantener casa”. Cuando ella por su parte viajó a la Nueva España lo hizo con dos hijas, y una de ellas murió en el camino de Veracruz a México.

(45) AGN, Sec. Inquisición, vol. 22, exp. 12, fs. 209 - 234 y 278 - 299. Proceso contra Beatriz González.

357
Tal como ya he mencionado anteriormente, también se utilizaba a la Inquisición, para que actuara como juez, en este caso sin ofrecer ninguna concesión a la réplica, para servir a los intereses de un determinado individuo o personas involucradas en un dilema perteneciente al sacramento del matrimonio, tal como fue el caso de Anna María mulata226, para que el Sto. Oficio dirimiera cuál era su verdadero marido, cuando con el hombre que se casó con ella primero al investigar si era válido tal matrimonio, para poder él por su parte casarse de nuevo, se vio que Anna María ya se había vuelto a casar. No obstante, se ha de puntualizar que ella siempre quedaría en entredicho y que sería en definitiva su persona a la que se habría llevado ante el Tribunal de la Inquisición y ello sería también recordado en su futuro.
Los testigos, aparte de favorecer a un determinado sector de los procesados (defensa o acusación), aportaban también interesantes datos relativos a la propia vida de aquéllos por los cuales se les interrogaba, por ejemplo en el juicio a Beatriz González(227) apareció un testigo, al cual se le preguntó en particular por lo qué sabía acerca del segundo matrimonio de ella con Alonso Min (Martín) y de si se amonestaron debidamente para efectuar el mismo, a lo que respondió y seguidamente apostilló que:

(227) AGN, Sec. Inquisición, vol. 22, exp. 12, f. 229 reverso. Proceso contra Beatriz González.

358
y que asy mismo oyo dezir en la / villa de Çacatula antes que la dicha Beatriz Gonçales se ca / sase que ella queria y deseava mucho casarse y que pº / Rruiz de Guadalcanal hermano de la dha beatriz Gonçales no / la queria casar por que era casada y q quando se caso con / este alonso myn se caso contra la voluntad de su herº y sobre / ello obo cuchilladas en q hirieron al dho al.myn

Sin embargo, esta anécdota no fue confesada por ella ni por el marido segundo, el citado Alonso Min (Martín) .


http://www.mispueblos.es/andalucia/sevilla/guadalcanal/fotos/

40 Lemi 11 (2007) María del Carmen Vaquero Serrano
Ya en nuevos campos una es hoy de aquellas fl ores que ilustra otra mejor Aurora, cuyo caduco aljófar son estrellas.
La dama que había inspirado el soneto y su esposo me eran personajes conocidos, pues a ambos los incluí en mi libro Doña Beatriz de Sá, la Elisa posile de Garcilaso. Su genealogía(Ciudad real, Oretania Ediciones, 2002, pp. 37-40).4 En él tengo explicado que doña Guiomar de Sá era nieta de la hermana pequeña de doña beatriz, llamada también Guiomar. Sus padres fueron otra Guiomar de Sá y Luis Vanegas(5) [de Figueroa], aposentador mayor del rey Felipe II, embajador en Portugal y caballerizo mayor de doña Ana de Austria, última esposa del rey Prudente. Tuvo la doña Guiomar gongorina varios hermanos, entre ellos, Pedro Venegas de Sá, comendador (como su padre) de Valencia del Ventoso, de la Orden de Santiago, y alguna hermana como María de Venegas y Sá, comendadora de Santiago en el convento de la Santa Fe de Toledo. Doña Guiomar, que acaso fuera también comendadora como su hermana y en el mismo convento, matrimonió, según bien dice el soneto, con el ilustre caballero Juan Fernández de Espinosa, miembro del Consejo de Hacienda. El enlace se acordó habiendo fallecido ya el padre de la joven y tengo localizado un documento con noticias de sus capitulaciones matrimoniales, otorgadas en Madrid, en junio de 1581. A ello puedo añadir que, si bien Juan Fernández de Espinosa parece que aún vivía en 1586, en diciembre de 1598, doña Guiomar ya consta como viuda en dos documentos, en el primero de los cuales aparecen los nombres de dos hijas suyas, doña Guiomar y doña María Fernández de Espinosa; y en el segundo, acaso el nombre de un hijo, llamado como el padre, Juan Fernández de Espinosa. Las genealogías portuguesas hablan de otra hija, de nombre Ana Venegas, que casó con su primo segundo Juan Coloma, tercer conde de Elda. El único dato biográfico de relieve que nos aporta Góngora es el del fallecimiento de la dama en 1610. El que su progenitor, Luis Venegas de Figueroa,
(5).- El apellido Vanegas aparece también como Venegas. Para est e personaje vid. Alfonso Danvila y Burguero, Don Cristóbal de Moura, primer marqués de Castel Rodrigo, Madrid, Colección Diplomáticos Españoles, 900. Vid. también Antonio Villacorta Baños-García., La Jesuita. Juana de Austria, pp. 59, 6 , 65, 96 y 98. Y Real Academia de la Historia, legajo , carpeta 4, n.º 28: «Elogio de don Luis Venegas de Figueroa, comendador de Guadalcanal y Moratalla, y Trece de la Orden de Santiago, respostero y aposentador mayor de Felipe II, su embajador en Alemania y otras partes, caballerizo mayor de la reina doña Ana, mayordomo del emperador Maximiliano II y su embajador a Castilla».

http://parnaseo.uv.es/lemir/Revista/Revista11/03Vaquero_Carmen.pdf

martes, 25 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 56


El poco dinero que quedaba en el Banco en Francia lo ha­bíamos extraído para comprar ropa. Así, con nuestros billetes de segunda, nuestras 100 pesetas, un viejo baúl y una maleta nueva, emprendimos el viaje a Madrid escoltadas por un sub­oficial de la Benemérita que venía en nuestro vagón y al que un oficial que se había acercado a saludar a Lele en la estación le había recomendado:
-«Son unas señoritas muy importantes.»
Llegamos a la mañana siguiente a Madrid y en la estación nos esperaban los Uña. Ellos nos alojaron en su casa. Aquella misma tarde fuimos a Prisiones Militares a ver a nuestro padre. Tercer encuentro triste y feliz a la vez tras la dolorosa sepa­ración.
-«Miradle -exclamó Juan Uña-, hoy se ha lavado, se ha afeitado y se ha puesto una camisa limpia. ¡Si lo hubieseis visto tiempo atrás...!»
Pasamos una temporada en casa de los Uña, pero como la vivienda no tenía habitación de huéspedes y para alojarnos habían tenido que trasladar el comedor al trastero, nos busca­ron una pensión. Nos mudamos a la casa de unas bordadoras solteronas. Los Uña las conocían porque ellas bordaban el ajuar de su hija Inés. Nos alquilaban una habitación y nos guisaban lo que queríamos. El alojamiento nos lo pagaban los Uña y el doctor Varela Radio, cuñado de Juan. Éramos las únicas pensionistas de la casa. El piso era un interior de la calle Par­diñas, bastante frío y triste. Buscamos alumnos para dar clases de francés. Mi hermana enseguida encontró trabajo. Siempre fue más emprendedora que yo; además, tenía cinco años más y estaba mejor preparada. Lo único que yo tenía era un buen acento.
Casi todos los amigos de mi padre se portaron muy bien con él y con nosotras. Hubo excepciones. Una tarde, por encar­go de mi padre, fuimos a ver a unos amigos suyos; pensaba que no se habían enterado de que estaba en España y por eso no lo visitaban. Eran los dueños de un hotel y sí sabían que nuestro padre estaba detenido en Madrid. No habían ido a verlo por temor a comprometerlo.
-«Desgraciado -pensé-, qué vas a comprometerlo; eres tú el que teme comprometerse, que no es lo mismo.»
Salimos llenas de amargura y con ganas de llorar.
Yo no tenía amigas de mi edad. Inés, con el tiempo, se haría gran amiga mía. Era entonces una chica de veintidós años. Be­luca Varela, la hija del doctor Varela, mi querida y entrañable Beluca, a quien tantos favores y tanto cariño debo, era también lo suficientemente mayor como para que no saliésemos juntas. Sólo veía a Inés y a Beluca cuando iba a almorzar a casa de sus padres. Juan Uña tenía dos hermanas, Carmen, casada con José María González e Isabel, casada con el doctor Varela Ra­dio. Ambas eran dos ángeles del cielo. Mis ángeles buenos de aquellos desdichados años. Su cariño y atenciones endulzaron mi vida.
Entre mis amigas de la infancia estaba Gloria, mi insepara­ble Gloria. ¿Cómo iba a recibirme? Su padre, militar también, se había sublevado y había muerto en el Cuartel de la Montaña. Ni siquiera intenté verla. Años más tarde la vi retratada en una revista de sociedad con motivo de su puesta de largo. Si no hubiese sido por la guerra, habríamos podido ponernos de largo juntas. A María Josefa sí la volví a ver. Su madre fue muy cariñosa con nosotras y nos invitó a merendar. Pero María Jo­sefa hacía una vida normal para sus dieciséis años, usaba me­dias y medio tacón. Ella y sus amigas vivían la despreocupada y dorada adolescencia, tenían sus primeros flirteos inocentes a espaldas de sus padres e iban bien vestidas. Un abismo me separaba de ellas. Me sentía mejor comprendida por las perso­nas mayores.
Mi vida transcurría monótona; por las mañanas paseaba por el Retiro; después de almorzar, en un cuarto trasero en el cual había instalado la mesa camilla que nos había regalado Isabel, escribía, leía o dibujaba. Leía libros prestados, copiaba versos o párrafos de novelas que me gustaban. Me convertí en una criatura triste, tímida, introvertida. Soñaba, soñaba con el día en que todo aquello terminaría, el día en que mi padre sería puesto en libertad, en que tendríamos nuestra casa y una po­sición económica desahogada. Tenía ansias, verdaderas ansias de desquite, de pasarle a la vida la cuenta de todos los sufri­mientos y amarguras que me había hecho padecer.

lunes, 24 de enero de 2011

NOTICIAS DE GUADALCANAL EN INTERNET - 21

Remisa i Miarons, Gaspar
Sant Hipòlit de Voltregà, Osona 1784 - Madrid 1847
Banquer. De família modesta, passà a Barcelona, on s'enriquí ràpidament amb el comerç de queviures i el 1812 ja era un assentador important que assegurava els proveïments de la ciutat. La seva col·laboració amb els francesos no li impedí de cooperar, quan Ferran VII recuperà el poder, amb el capità general F.J.Castaños; secundà les seves iniciatives, com la creació d'una societat d'accionistes que regís el Teatre de la Santa Creu, per tal de millorar-hi les representacions d'òpera italiana i teatrals. Malgrat la crisi dels anys 1817-23, aconseguí de mantenir la seva fortuna. El 1822 es casà amb Teresa Rafo i Tolosa. Amb el seu cosí Josep Casals i Remisa fundà (1823) la Banca Casals i Remisa, en la qual la major part del capital era seu. En iniciar-se l'ocupació francesa de Barcelona per tropes dels anomenats Cent Mil Fills de Sant Lluís (1823-27), signà, amb el banquer francès Gabriel-Julien Ouvrard, un contracte pel qual s'encarregava dels proveïments a l'exèrcit francès. Dificultats de cobrament d'aquest servei el dugueren a Madrid, on el ministre de finances, Luis López Ballesteros, el nomenà director del Tresor Reial (1826), càrrec que exercí fins el 1833. Fou aquest any que un col·laborador seu, Bonaventura Carles Aribau, li dedicà la cèlebre Oda a la pàtria, testimoni de l'enyorament de l'autor i també del destinatari, residents a Madrid. També fou membre del consell reial, però des del 1834 es dedicà exclusivament a negocis particulars: arrendà les mines de Guadalcanal i Riotinto.
http://www.xtec.net/~jbuxader/historia/personatges/r.htm

En aquella época, en Castilla, para que un extranjero pudiera tener los mismos derechos que los súbditos y naturales del reino, era indispensable obtener previamente la carta de naturaleza, hecho que acontecía con muchos de ellos. Pues bien, he aquí un caso sin precedentes: Cristóbal Colón, “extranjero indeterminado”, se vio colmado de las más altas dignidades que en Castilla podían serle concedidas sin tener necesidad de dicha naturalización y lo mismo sucedió con su hermano Bartolomé. Unicamente Diego, el más joven, llegó a obtener en 1504 la carta de naturaleza que tramitó porque, ambicionando la concesión de un obispado, que no le fue otorgado, le resultaba imprescindible.
En la carta de naturaleza en los reinos de la Corona de Castilla a favor de Diego Colón, se silencia su patria de origen, al igual que en todos los demás documentos que, expendidos por los Reyes, están relacionados con sus hermanos. Dicha carta está fechada en Medina del Campo, a 8 de febrero de 1504:
“Don Fernando e doña Isabel, por la gracia de Dios, etc.: Por hacer bien e merced a vos don Diego Colón, hermano del Almirante don Cristóbal Colón, e acatando vuestra fidelidad e leales servicios que nos habéis fecho, e esperamos que nos faréis de aqui adelante, por la presente vos facemos natural destos nuestros reinos de Castilla e de León, para que podáis haber e hayáis cualesquier dignidades e beneficios eclesiásticos que vos fueren dados, e podáis gozar e gocéis de todas las honras e gracias e mercedes e franquezas e libertades, exenciones e perrogativas e inmunidades, e de todas las otras cosas e cada una dellas que podiades e debiades haber e gozar si fuésedes natural de los dichos nuestros reinos e señorios... Dada en la villa de Medina del Campo a ocho días del mes de febrero, año del Nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo de mil quinientos e cuatro años. =YO EL REY. =YO LA REINA. =Yo Gaspar de Gricio, secretario del Rey e de la Reina nuestros señores, la fice escribir por su mandado. =M. Doctor. =Archidiaconus de Talavera. =Licenciatus Zapata. =Licenciatus Polanco.”
Con relación a la materia, Antonio Rumeu de Armas en su obra El "portugués" Cristóbal Colón en Castilla puntualiza: “Era norma establecida en el derecho público castellano que en las cartas de naturaleza se hiciese constar siempre la nacionalidad de origen. En el Registro del Sello del Archivo de Simancas se conservan un centenar, por lo menos, de documentos de esta índole correspondientes al reinado de los Reyes Católicos. En todas ellas se cumple el requisito apuntado".
A mayor abundamiento, los dos italianos más íntimos amigos de Colón, colaboradores ambos en sus empresas náuticas y financieras, el florentino Gianotto (Juanoto) Berardi y el genovés Francesco Rivarolo (Riberol) decidieron en fecha circundante naturalizarse castellanos. Veamos ahora cómo se hallan redactadas las cédulas de nacionalidad pertinentes:
-Carta de naturaleza en los reinos de la Corona de Castilla a favor del "florentino" Juanoto Berardi, banquero de Cristóbal Colón fechada en Segovia a 10 de julio de 1494:
Juanote Berardi.–Naturaleza: «Don Fernando e doña Ysabel etc. Por quanto vos Juanote Berardi florentín, estante en estos nuestros reynos, nos hesistes relaçion por vuestra petiçion diziendo: que vos soys natural de la çibdad de Florencia, e ha dies años e más tienpo que estays en estos nuestros reynos e quereys venir e morar en ellos e ser nuestro natural dellos; e nos suplicastes e pedistes por merçed que vos hiziesemos natural destos nuestros reynos, para que pudiésedes gozar de todas las graçias, franquezas, libertades, esençiones, preheminençias e perrogativas de que gozan e pueden gozar los otros nuestros subditos e naturales...»
Sobrecarta de naturaleza en los reinos de la Corona de Castilla a favor del "genovés" Francisco de Riberol, particular amigo y colaborador del almirante de las Indias, fimada en Guadalcanal a 27 de junio de 1511:
Françisco de Riberol.–Sobrecarta de Naturaleza: «Doña Juana por la graçia de Dios reyna de Castilla etc. Por quanto el rey don Fernando, mi señor e padre, e la reyna doña Ysabel, mi señora madre, que santa gloria aya, ovieron dado e dieron una su carta firmada de sus nombres e sellada con su sello e librada de los del su Consejo a suplicaçion de Françisco de Riberol, mercader ginoves estante en esta çibdad de Seuilla, por sy e en nombre de Juanote e Cosme, sus hermanos, fecha en esta guisa...».

http://www.yoescribo.com/publica/especiales/buscaverdad.aspx?cod=30

domingo, 23 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 55

El General Castelló en la prisión militar de Madrid en 1943. Foto cedida por su nieta Isabel Krsnik Castelló.


Inmediatamente avisó a sus amistades, quienes acudieron a verlo. En Prisiones Militares tenía una habitación individual y podía recibir visitas sin vigilancia alguna. El trato era humano. Tenía, eso sí, que pagarse el rancho. Más tarde le fue consegui­da una pequeña parte de su sueldo para ese fin, pero tuvo que recurrir a la generosidad de sus amigos. Entre ellos estaba don Diego Hidalgo, el Ministro de la Guerra de quien mi padre había sido Subsecretario. Mi padre lo nombró su abogado para la cuestión civil; para la militar designó a don Ricardo Benítez de Lugo.
«Ya estoy de nuevo en España abandonando por tercera vez a mis hijas. Ya tengo Juez; se trata de mi compañero Esquivias, antiguo amigo.»
Nosotras permanecimos en San Juan de Luz. No había po­sibilidad de establecer correspondencia entre la Francia ocupa­da y España, pero sí entre la Francia libre y la Francia ocupa­da, y entre aquélla y España. Las cartas se las enviábamos a nuestra abuela, ella las cambiaba de sobre y se las remitía a mi padre. Por el mismo conducto, él nos respondía. Una carta que se extraviaba representaba un mes sin noticias.
Llegó el verano y todos sus amigos se fueron de vacaciones. El doctor Varela Radio, gran amigo suyo, dejó encargado a su portero que fuese a visitar a mi padre y le llevase todo lo que necesitara.
-«¿Qué se le ofrece, mi General?»
-«Nada» -contestaba lacónicamente.
-«¿Y cómo le digo yo a don Manuel que no quiere nada?» Mi padre no tenía ganas ni de comer. Una mañana lo encontraron desmayado a los pies de la cama. Cuando se releva­ba la guardia, se preguntaban unos a otros:
-«¿Vive aún el General Castelló?» Felizmente, un día fue a verlo Mercedes Peña.
-«General, usted necesita tener a sus hijas a su lado.»
-«¿Y cómo puedo hacerlas venir?»
-«Castejón se portó muy bien con su mujer y sus hijas. Actualmente está de Gobernador Militar en San Sebastián. Es­críbale.»
Castejón recibió su carta. Sin pedirle permiso a nadie, sin consultar con nadie, cruzó la frontera con su mujer en un coche no oficial y se presentó en San Juan de Luz.
Una mañana Nennette nos llamó:
-«¡Lolita! Unos señores preguntan por vosotras.»
En el comedor de los Souroste aguardaban un señor vestido de paisano y una señora joven y guapa. La miré y la reconocí enseguida.
-« ¡Lele... Lele!
Para ella yo había sido su muñeca bonita cuando vivíamos en Alicante y aún no tenía hijos.
-«¿Y usted es Antonio, verdad?»
-«Nada de llamarme de usted.»
Con Antonio Castejón había yo bailado tangos en Alicante cuando tenía cinco años, para lo cual me levantaba en sus brazos.
Poco después llegó mi hermana. Muy despistada, entró con una interrogación en la mirada. Pese a ser mayor, nunca ha tenido tan buena memoria como yo.
-«Mujer, son Lele y Antonio Castejón. Vienen a anunciar­nos la buena nueva de que pronto, muy pronto, vendrán a bus­carnos para llevarnos a España.»
Días después nos informaron que los alemanes habían em­pezado a poner inconvenientes para autorizar nuestra partida, pero que Castejón esperaba solucionarlo. Así fue, y aquella mis­ma tarde vinieron a buscarnos, esta vez en el coche oficial y con ellos pasamos la frontera.
¡España! La soñada tierra de promisión, el añorado paraíso que nos había ayudado a soportar los años del destierro. Espa­ña era para mí nuestra casa de la Gran Vía, el único hogar que conocí, la posición económica y social recuperada, mis antiguas amistades, todo lo que habíamos perdido en la guerra... Espa­ña, de momento, era un sol más brillante que el de Francia y un cielo más azul. Luego fue un compartimiento de segunda clase en un tren para Madrid. Como Castejón tenía que pagar­nos el viaje, mi padre no quiso abusar de su generosidad y le escribió diciéndole:
-«Saque a mis hijas (por carta lo trataba de usted, otras veces lo tuteaba) dos billetes de segunda clase y entrégueles 100 pesetas.»

sábado, 22 de enero de 2011

NOTICIAS DE GUADALCANAL EN INTERNET - 20

1540-1550 Índice pobladores y conquistadores
http://parnaseo.uv.es/Editorial/Maura/ConclusionYapendices.pdf
Pedro de Ortega Inarte Salazar Ponce de León
Nacido en Guadalcanal hacia 1651.
Casado en 1672 con Elvira Antonia Pérez de Herrasti y Ferrer

Fuente: El General Pérez de Herrasti, héroe de Ciudad Rodrigo.
La única representante sevillana en la exposición fue Inmaculada Álvarez que nació en Guadalcanal, Emblemas del 106 al 114 es el título de la obra expuesta.
http://www.coaat-se.es/revistaApa/lectura/numero_53/53_p60.html

Mallorca" . (Texto completo en Novisima Recopilación, lib. I, tit. XIV).
-Sobrecarta de naturaleza en los reinos de la Corona de Castilla a favor del "genovés" Francisco de Riberol, particular amigo y colaborador del almirante de las Indias, fimada en Guadalcanal a 27 de junio de 1511.

http://nuevo.yoescribo.com/publica/especiales/buscaverdad.aspx?cod=30

Francisco Jaraquemada Solís [Padres] nació en Santa Marta. Él se casó María Josefa Díaz-Madroñero Conejo.
María Josefa Díaz-Madroñero Conejo [Padres] nació en Guadalcanal. Ella se casó Francisco Jaraquemada Solís.
Ellos tuvieron los hijos siguientes:

Francisco de Borja Jaraquemada Díez-Madroñero nació el 17 Septiembre 1915.

http://extremadura.genealogica.net/linajes/pafg08.htm

Seguramente los vinos extremeños fueron los primeros en llegar al Nuevo Mundo, vinos vigorosos y populares que llegaron a ser los preferidos de Carlos V. De los dos más famosos, uno el de Guadalcanal y el otro cacereño hoy olvidado se trata del "Descargamaría" que se cosechaba en la pequeña villa de esa nombre, en la sierra de Gata .

http://www.infeur.es/wines/history.html

Ruiz de Guadalcanal, Pedro - Parents: Juan Martin de Zepecero and Teresa Arias. Settled in Zacatula with his wife and 5 daughters and son Pedro Ruiz de Guadalcanal. Son in laws: Pablo de Alcaraz and Antonio de Castrejon. Grandsons: Pablo, Hernando, Toribio and Pedro de Alcaraz and Alejo, Juan and Diego de Castrejon. http://members.tripod.com/~GaryFelix/index4.htm

· Blanco de Guadalcanal y el aloque de Baeza me confortan la cabeza. http://www.yayyan.com/yayyan/costumbres/Refranero.htm

Simón Jorge Perera y Guadalcanal
____ - ____
OCCUPATION: Capitán
OCCUPATION: Secretario del Santo Oficio de la Inquisición de Canarias
Familia 1 : María Collado San Martín
+ Leonor Perera y Collado
http://www.manueldevillena.org/arbol/Paginas/d0004/g0000092.html

viernes, 21 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 54


-«Hijas mías, me llevan mañana a España. Parece que el Gobierno de nuestro país me reclama.»
A las dos horas justas terminó la visita.
Al día siguiente nos fuimos a Hendaya. Nos sentamos en un banco cerca de la barrera fronteriza. Yo ya era más miope que un topo, pero aún así reconocí a nuestro padre.
-«En ese coche va papá» -le dije a mi hermana.
-«¿Estás segura?»
-«Sí» -afirmé y eché a correr.
El coche tuvo que detenerse mientras se levantaba la ba­rrera; me aferré a su picaporte. Junto al chófer iba un oficial de la Gestapo.
-«Son mis hijas -dijo mi padre con expresión de infinita tristeza-. ¿Puedo abrazarlas?»
De mala gana, aquel oficial abrió la portezuela y le pudimos dar un breve abrazo a nuestro padre. Volvió a cerrar la puerta; el coche pasó la barrera ya levantada, ésta volvió a descender y yo me quedé apoyada sobre ella mientras veía cómo se le­vantaba la barrera. Allí me quedé inmóvil hasta que un gendar­me francés me dijo:
-«Señorita, no puede permanecer aquí.»
Un poco extrañado, el personal de aduanas nos preguntó qué ocurría. Mi hermana les explicó que nuestro padre, que era refugiado español, había sido detenido por los alemanes y era devuelto a nuestro país.
-«Estoy muy contenta de haber visto a papá -dijo mi her­mana.
Yo no lo estaba. Algo oprimía mi corazón. Una nueva incóg­nita comenzaba para nosotros. No pude pronunciar palabra en todo el camino. Solas de nuevo.
«El día 5 un coche de la Gestapo me llevó hasta la frontera y fui entregado en Irún. Había sido roto el derecho de asilo tantos años respetado.
Supe que los desgraciados que me acompañaron en la cár­cel eran degaullistas, miembros de la resistencia, judíos y co­munistas. Allí esperaban en calidad de rehenes para responder con su vida de los atentados contra los alemanes. De allí salie­ron unos doscientos hombres que no volvieron jamás.»
Más tarde me contó mi padre cómo fue su entrada a España. Ortega, el Jefe Militar de la frontera, le dijo:
-«¡Buen desbarajuste va usted a armar aquí, mi General, pues no se lo esperaba!»
Mi padre le preguntó al oficial de la Gestapo:
-.«Y mis hijas que se quedan aquí solas y que son casi unas niñas. ¿Qué será de ellas?»
-«No se preocupe usted por sus hijas porque no las volverá a ver» -fue la terrible respuesta.
¿Por qué hicieron aquello los alemanes? ¿Creían hacerle un favor al Gobierno español? ¿Pensaban que el Gobierno ignora­ba que mi padre estaba en Francia y que no pertenecía a la Resistencia ni hacía espionaje? ¿Qué peligro constituía para alemanes y españoles? ¿Quién había escrito aquella denuncia?. Naturalmente, lo ignoramos siempre. ¿Existiría realmente esa carta anónima? ¿Y por una carta anónima se puede detener a una persona? Creo que la Gestapo demostró muy bien en sus actuaciones que carecía de toda clase de escrúpulos.
Mi padre fue llevado a la Dirección General de Seguridad de Madrid. Allí un policía le preguntó:
-«Mi General, ¿trae usted dinero?»
-«Ni un céntimo.»
-«Usted no se ofenderá si le doy unos duros? Yo sé lo que sucederá: mientras decidan dónde van a llevarlo pasarán varias horas y nadie se acordará de su comida. Con este dinero usted podrá encargar a alguien que le traiga un bocadillo.»
Mi padre no se ofendió, nadie puede ofenderse en tales cir­cunstancias porque un alma caritativa le eche una mano. Des­conozco el nombre de aquel policía, pero yo también le doy las gracias en memoria de mi padre.
Fue llevado a Prisiones Militares. Los bienes que poseía ha­bían sido confiscados y no percibía haberes pasivos; había sido dado de baja en el Ejército ese mismo año por paradero des­conocido.

jueves, 20 de enero de 2011

NOTICIAS DE GUADALCANAL EN INTERNET - 19

Carlos Romero Romero
ALJARANDA, 62. SEPTIEMBRE 2006. TARIFEÑOS DE AYER Y HOY
a persona que traemos en esta ocasión a las páginas de nuestra revista, es un hombre de sobra conocido en Tarifa.
Carlos Romero Romero, aunque nacido en Guadalcanal (Sevilla) en 1923, es tarifeño de adopción pues no en vano lleva entre nosotros más de cincuenta años. Es el tercero de una familia de cuatro hijos que formaron sus padres: Sebastián y Dolores.
A Carlos Romero, como a muchos españoles, le tocó vivir esos desgraciados tiempos llenos de incertidumbre y zozobra, lo que se acentuó todavía mas al quedar huérfano de padre a los 12 años.
Carlos nos cuenta que en su condición de Guardia Civil, llega destinado a Tarifa donde se le acoge con afecto y cariño.
Aquí se casa con Francisca Esteban y tienen dos hijos, Carlos y Francisco Javier.
Nuestro personaje es un gran enamorado de Tarifa y desde siempre ha estado vinculado a la vida social y cultural de nuestro pueblo a través de entidades y asociaciones.
Carlos Romero fue uno de los fundadores de la actual Cofradía del Cristo de Medinaceli, presidió la Junta creada para la restauración del templete del Corpus de la iglesia de San Mateo. Ha sido autor del libro localista Pequeños Relatos de un Pueblo, además de articulista en diferentes publicaciones de Tarifa. Una de las cosas de la que se siente más orgulloso es el haber pertenecido a la junta directiva de la U.D. Tarifa durante 13 años y que el equipo consiguiera el ascenso a 3ª división nacional.
Actualmente pertenece a la Asociación Mellaria para la defensa del patrimonio cultural de Tarifa y es componente de la Coral de Tarifa. Pero su gran afición ha sido el coleccionismo sobre todo filatélico y vitolfílico, habiendo expuesto en numerosas salas de Algeciras, La Línea, Ceuta, Sevilla y naturalmente Tarifa.
A Carlos siempre lo hemos conocido como una persona activa y dispuesta a colaborar en todo lo que se refiere a Tarifa.
Desde estas páginas le agradecemos el que en su día decidiera quedarse entre nosotros.

http://www.tarifaweb.com/aljaranda/Aljaranda62.pdf

BEATO SEBASTIÁN DE APARICIO
(1502-1600)
Con su atillo al hombro se encamina hacia Sanlúcar de Barrameda. No sabía él que en Guadalcanal tendría que detenerse más de lo que hubiera querido. Unas fiebres malignas han hecho presa en su vigorosa salud. Tiene que guardar cama. Largos fueron aquellos días y muchas las mermas de sus ahorros. Recuperada la salud, prosigue su ruta.
http://www.franciscanos.org/santoral/sebastianaparicio.htm

ANA HERNANDEZ que es vecina de la ciudad de Los Ángeles y natural de Guadalcanal (España) e hija legítima de Pero Hernández y de Isabel Méndez y que ha once años que pasó a esta Nueva España, con seis hijos, los cuatro varones y las dos hijas, las cuales tiene casadas en dicha ciudad, y que es pobre u padece necesidad (2:183)
MARINA VÉLEZ DE ORTEGA, dice que es vecina de la ciudad de los Ángeles y natural de Guadalcanal (España). E hija legítima de Antón Ruiz de Ortega y Catalina Martín, y que es mujer de Cristóbal Martín Camacho, natural de Moguer, el cual paso a esta Nueva España con Garay, y sirvió a su Magestad en alguna conquistas de ella, y no declara cuales, y que es una de las primeras mujeres que vinieron a esta Nueva España, y una de las primeras vecinas de la dicha ciudad de los Ángeles, donde siempre ha tenido su casa poblada con cinco doncellas huérfanas, criándolas e industriándolas dende niñas, a su costa, entre las cuales tiene una hija legítima de Juan Gómez de Peñaparda, conquistador de esta Nueva España y que todas son muy pobres y ella con ellas y padece necesidad (2:188)
Pero Ruiz de Guadalcanal
http://parnaseo.uv.es/Editorial/Maura/ConclusionYapendices.pdf

miércoles, 19 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 53


Un día entraron en su celda a cachearlo y le encontraron en uno de sus bolsillos un triángulo de cristal; el oficial hizo el gesto de pasarse el cristal por el cuello, dándole a entender si pensaba suicidarse con él. Mi padre movió negativamente la cabeza y tomando el cristal se lo pasó por las uñas haciéndole comprender que lo usaba para limpiárselas. Se le permitió con­servarlo. También me contó que después del almuerzo la vigi­lancia aflojaba. Ese rato era aprovechado por los presos para hablarse de celda a celda. Frente a la de mi padre había un pobre muchacho judío que se había vuelto loco y que se pasaba el día gritando:
-« ¡Hitler! ¡Canaille, salop, crapeau! »
Lo dejaban gritar y por las noches un practicante, por com­pasión, le ponía una inyección para que pudiese dormir. Aunque nosotras recibíamos todas sus cartas, a mi padre no le dejaban llegar ninguna de las nuestras. En todas las suyas se quejaba:
-«Hijas mías, ¿qué hacéis que no escribís?» -hasta que finalmente comprendió que no se las entregaban.
«Así transcurrieron veinticinco días. Llamé al centinela y le mostré la lista impresa y pegada en la puerta en la que se enumeraban los derechos y deberes del prisionero.
-"Tengo derecho a ver al Comandante del Fuerte» -le dije- y lo con­seguí.
«Cuando estuve frente al oficial le manifesté que ignoraba los motivos por los cuales estaba detenido y solicité ser inte­rrogado. A los dos días fui conducido a la Kommandatur. El interrogatorio duró tres días en sesiones de tres horas. Me pre­guntaron cuál era mi historia militar y mi actuación durante la guerra civil. También me interrogaron sobre los fondos de que disponía para vivir, ya que pensaban que me provenían del Socorro Rojo, cuyos fondos administraba Prieto. Les comen­té que mi difunta mujer tenía parte de su fortuna en el Banco Transatlántico de París, Bld. Haussman. Allí estaba la solicitud de pedidos mensuales. Insistieron sobre la certeza de sus datos. Les aclaré que en primer lugar para el Gobierno exiliado de la República yo era un desertor. Pregunté el origen de esos infor­mes y me contestaron que habían recibido esa información a través de una carta anónima. Entonces les dije que si tenían motivos podían fusilarme, pero que yo era cristiano y estaba dispuesto a jurar sobre un crucifijo que decía la verdad y que su insistencia, habiendo yo dado mi palabra de honor antes de declarar, constituía un insulto que me rebajaba. Finalizado el interrogatorio retorné al Fuerte. El día 2 de mayo me autoriza­ron a que viniesen las niñas a despedirse de mí.»
A Burdeos nos acompañó nuestro buen amigo Luis de la Peña. En la Kommandatur le preguntaron si era pariente nues­tro. Al responder que sólo acompañaba a sus hijas, el oficial nos condujo al Fuerte del Há. En el camino me comentó que me encontraba demasiado delgada. Yo pensé que con lo que ellos daban en las cartillas de abastecimiento no podía uno estar muy gordo.
En Burdeos se notaba un ambiente más hostil hacia el in­vasor que en San Juan de Luz. Vi miradas de odio y de temor en los ojos de los transeúntes. Al ver que hablábamos con el oficial nos miraban con animosidad, pues seguramente nos tomaban por colaboracionistas.
El Comandante del Fuerte nos recibió en su despacho. De­lante de la ventana abierta que daba al patio había una fila de personas que acudían a solicitar lo que fuese para sus parien­tes presos. El oficial nos anunció que a las cinco podríamos ver a nuestro padre y que nos dejarían hablar dos horas con él. Yo me encogí de hombros.
-«¿Qué pasa?» -me preguntaron.
-«Yo había esperado verlo más tiempo.»
A los visitantes pareció hacerles gracia el descaro de esa chiquilla que no se asustaba al expresar sus sentimientos. Mirábamos impacientes el reloj del despacho. Los oficiales sonreían. No se conmovieron ante nuestras ansias de ver a nues­tro padre. Hasta las cinco en punto no apareció ante nosotras. Estaba más delgado, con barba de varios días y la ropa le que­daba holgadísima. Nos abrazamos llorando y riendo. Nos per­mitieron hablar con él en ese mismo despacho sin escuchar nuestra conversación. Me dio pena verlo levantarse y cuadrarse cuando entró el comandante siendo él un general.

martes, 18 de enero de 2011

NOTICIAS DE GUADALCANAL EN INTERNET - 18

1. Juan Fernandez Manrique de Lara, 2. conde de Castañeda, señor de Aguilar de Campóo, 4. señor de los estados de Estar, Villanueva de Gáramo, San Martín de Helines, 9. señor de parte del estado de Amusco., capitán general de la Frontera de Jaén., Chanciller mayor de Castilla, + 1493, aet 95;= x1. Mencía Enríquez, hija de Alfonso Enríquez, 1, señor de Medina del Río Seco, Almirante de Castilla, * Guadalcanal 1354, + 1426, al Guadalupe 1429, y de Juana de Mendoza, + 1431, hija de Pedro González, señor de la casa de Mendoza, 1. señor de las villa de Hita y Buitrago, y de Aldonza de Ayala, de los 10. señores de Ayala, sin sucesión;= x2. Catalina Enríquez de Ribera, su prima hermana, hija de Ruy Pérez de Ribera, y de una hija de Pedro Enríquez de Castilla, señor de Campo Redondo, hermano de Juan Téllez, 2. señor de Aguilar de Campóo y nieto de Alfonso XI, rey de Castilla y León, y de María de Cisneros, señora de San Román, con sucesión (ver AGUILAR DE CAMPÓO, marqueses de).
VI. Pedro Fernandez Manrique, 6. conde de OSORNO (1589), + 1.4.1589.et 32;= x 1585 Catalina Zapata de Mendoza (x2. Pedro Zapata de Cárdenas, cabStg), hija de Francisco Zapata de Cisneros y Osorio, 6. señor y 1. conde de Barajas, señor de la Alameda, cabStg, comendador de Guadalcanal y Trece OStg, corregidor de Córdoba ˜1572, Asistente, capitán general de Sevilla y su tierra, Mayordomo mayor de la reina Ana, 4. mujer del rey Felipe II, Ayo y Mayordomo mayor de los principes de la Casa Real, presidente del Consejo de las Órdenes, del Consejo supremo de Castilla, y de los Reales Consejos de Guerra y Estado, + Barajas, y de María de Mendoza, hija de Juan de Mendoza, hija 4. del 2. conde de la Coruña, y de María de Mendoza de los señores de Beleña y Valhermoso, nieta del 1. duque del Infantado:

http://grandesp.org.uk/historia/gzas/osorno.htm

Comienzo del maquinismo en la minería española. Práctica empresarial y técnica minera inglesas en Sierra Morena: "The Guadalcanal Silver Mining Association" (1847-1850); Jose Cabo Hernández 745
http://www.paseovirtual.net/revistas/extremenos.htm

Francisco Gordón Márquez
Nació en Guadalcanal (provincia de Sevilla). Falleció el 16-08-41 en el campo de exterminio de Gussen, Mauthausen.
Fuente: Lista elaborada por D. Antonio Pastor para la Asociación Amical de Mauthausen.
http://www.exiliados.org/paginas/Conservar_memoria/Biografias_G.htm

lunes, 17 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 52


IX

Llegó la primavera de 1942. Una mañana, mientras mi padre estaba en el mercado, se presentó en mi casa un suboficial alemán y preguntó por él. Mi hermana lo acompañó a los luga­res donde podía encontrarlo. Cuando regresaron, sin hallarlo, mi padre acababa de llegar:

-«Tiene que acompañarme a la Kommandatur.»

Volvió mi padre poco después para decirnos:
-«Hijas mías, no os asustéis, me llevan detenido a Biarritz.» Preparó su maleta, se despidió de nosotras y bajó preocu­pado y entristecido las escaleras. Al mediodía Mr. Souroste se enteró de lo ocurrido. Me eché a llorar en los brazos de Nenette. Durante los días siguientes fuimos varias veces a la Kom­mandatur. La respuesta que nos daban siempre era la misma.

-«No se preocupen, su padre está bien.»
-«¿Pero dónde?» -preguntábamos ansiosas.
-«No les podemos informar» -nos contestaban.
-«¿Y cuándo lo pondrán en libertad?»
-«No lo sabemos.»
Y así un día y otro y otro. No siquiera nuestros pocos años y nuestras caras compungidas lograban que nos diesen una res­puesta más explícita. Probablemente ellos también ignoraban su paradero. Pasaron tres o cuatro días de angustiosa incerti­dumbre, al cabo de los cuales una mano anónima deslizó un sobre sin sello bajo nuestra puerta. La misiva decía: «Estoy en la Maison Blanche de Biarritz. Me llevan pasado mañana para Bayona. Si os dais prisa podréis verme.» La «Maison Blanche» era un chalet confiscado y convertido en prisión política. El tra­to allí no era tan malo y la vigilancia nada rigurosa, razón por la cual nuestro padre pudo darle una carta para nosotras a un preso que había obtenido su libertad. Fuimos contentísimas a Biarritz acompañadas por Nenette y Peña. En la «Maison Blan­che» nos dijeron que ya no estaba allí, que se lo habían llevado a otro sitio y que si queríamos obtener más datos nos dirigié­semos a la Kommandatur. Allí fuimos los cuatro. Nos informa­ron que aún estaba en Biarritz y nos dieron un permiso por escrito para que pudiésemos verlo. Muy ufanos y con aires triunfadores regresamos a la «Maison Blanche» enseñando el permiso de visita. Uno de los oficiales que nos había recibido antes movió la cabeza negativamente y rompió el permiso:
-«No está aquí. ¿Para qué los iba a engañar? ¿Qué me cos­taba decirles lo contrario y dejar que lo vieran con este per­miso? Se lo llevaron ayer a Burdeos.»
Efectivamente, así había sido. A mi padre le habían anun­ciado que lo llevarían a Bayona. Al llegar a destino le dijo al oficial que lo acompañaba:
-«Esto no es Bayona.»
-«No, es Burdeos.»
En el coche mi padre había visto un periódico de fecha re­ciente en el que se publicaba la fotografía de un puñal. Decía: «Con esta arma ha sido asesinado por la resistencia un coronel alemán. Si en el plazo de 48 horas no aparece el culpable serán fusilados veinticuatro rehenes.»
Pasaron varios días sin tener noticias de mi padre. Al fin llegó una carta debidamente censurada, tachados los párrafos que no querían fuesen leídos por nosotras. En sus memorias mi padre describe su entrada y estancia en la cárcel en el Fuerte del Há.
«Fui recibido con todas las formalidades que acompañan a toda detención e internado en un calabozo cuyo menaje lo com­ponían una cama con mantas, pero sin sábanas, una mesa, un banquillo, plato y cuchara y un retrete turco con grifo de agua. Tenía la celda una ventana alta con doble verja de hierro. La incomunicación era absoluta. El rancho lo componían, por la mañana, un vaso de zarzaparrilla; al mediodía y por la noche, una sopa en la que había verduras varias y cuatrocientos gra­mos de pan. Semanalmente teníamos paseo en dos tandas de diez personas. El ejercicio tenía lugar en un patio circular. Debíamos conservar una distancia de dos metros entre cada preso. El paso se marcaba a ritmo militar. Cada cuarto de hora el ritmo cambiaba a paso ligero. Le hice notar al sargento mi edad y le dije que padecía una hernia, lo cual podía comprobar el médico. Me eximieron de los cinco minutos que duraba el paso ligero. También semanalmente nos permitían ducharnos y afeitarnos.»

domingo, 16 de enero de 2011

NOTICIAS DE GUADALCANAL EN INTERNET - 17

— FRANCISCO SÁNCHEZ, hijo de Hernán Martin de Guadalcanal y Juana Martín de Abad (1513)

Nacieron nuestras Santas Justa y Rufina por los años 268 y 270 respectivamente, siendo Santa Justa dos años mayor que su hermana. Era la familia de los Rufinos de clase ilustre y distinguida, si bien, no desempeñaban ningún cargo público y vivían más bien ocultos y sencillamente.
Eran muy niñas cuando ocurrió la muerte de sus padres y se quedaron huérfanas. El venerable Obispo de la ciudad, muy amigo de la familia, dándose cuenta de la situación en que se quedaban, tuvo especial cuidado en visitarlas con fecuencia para animarlas a perseverar en la virtud y a que emprendieran un oficio para poder ganarse honradamente la vida.
Siguiendo los consejos de su Obispo y demás amigos, con sus propios ahorros montaron en la Puerta de Triana un negocio de alfarrería.
El cruel Diogeniano, sonriendo las dice: "No sabía que hacer esta vez con vosotras pero habéis sido vosotras mismas las que me habéis dado la idea". Y dirigiéndose a los soldados, les dice: "Coged a éstas y así descalzas como están atadlas a las colas de dos caballos y dos de vosotros id a dar un paseo con ellas por lo más abrupto y pedregoso de Sierra Morena".
Ellas, oyendo la sentencia con horror, dijeron interiormente: "¡Dios mío: Que sea lo que Vos queráis!".
Emprendieron el camino acompañándolas el mismo presidente Diogeniano que esperaba que, de un momento a otro, se rindieran y se ofrecieran para adorar a los ídolos. Hicieron el viaje por Guadalcanal y Almadén de la Plata para aprovechar y ver como iban las minas de plata.
Indecibles fueron los tormentos de las Santas. Al terrible dolor de los pies, cada vez más hinchados, era sofocante y calor y el cansancio. Con tan terribles dolores apenas se daban cuenta de las burlas y sarcasmos de los soldados. Pero Diogeniano no consiguió su intención. Cuando su fatiga llegó al extremo de no poder dar un paso, y agobiadas por los dolores cayeron desbanecidas, no tuvo más remedio que cargarlas en los caballos si quiso que volvieran a Sevilla con vida.
http://usuarios.lycos.es/sjsr/historia_santas.htm

3.- Ángel Antonio Spínola y de la Cueva, nacido el 30-I-1729 en Madrid, fallecido en 1789 allí. Marqués de Montevelo, Caballero de la Orden de Santiago y Comendador de Guadalcanal en la dicha, Gentilhombre de Cámara de S.M. con ejercicio, Caballero de la Orden de Carlos III 1779 (Exp.2477), Teniente General de los Reales Ejércitos.
http://www.abcgenealogia.com/Spinola00.html
8.- Juana de la Cerda y Aragón, testó el 27-VI-1711 en México ante José de Ledesma. Casó el 6-II-1684 en Madrid con Francisco Fernández de la Cueva, Duque de Alburquerque, Virrey y Capitán General de México, Comendador de Guadalcanal en la de Santiago, y de Befayán en la de Alcántara, Caballero del Toisón de Oro; nacido el 17-XI-1666 en Sicilia. Padres de:
http://www.abcgenealogia.com/delaCerda00.html

sábado, 15 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 51


Mi padre, hipócritamente, repetía lo mismo. Por tácito acuerdo no reconocían sus encuentros mañaneros. Antes de la ocupación la baronesa daba unos tés exquisitos. A medida que fue transcurriendo el tiempo tuvo que pedir a sus invitados que trajesen su propio azúcar, más tarde tuvo que hacer lo mismo con el pan, y como la mantequilla y el té escaseaban, la primera fue sustituida por requesón y el segundo por mate. La mesa seguía puesta con igual elegancia.
Los Castelló le debemos un pequeño favor al ejército de ocupación. Cierto día mi padre fue a Ciboure con la esperanza de encontrar pescado. En el puerto halló un camión lleno de atunes que los alemanes estaban descargando para ellos. Se acercó al oficial que dirigía la operación, le dijo que era un refugiado español, que tenía dos hijas y le pidió que le ven­diese un atún. El oficial hizo que le entregasen uno de los pes­cados y rehusó recibir el pago. Muy agradecido, mi padre reco­gió el valioso presente. Era tan grande que no cabía en su bolsa y se le escurría de las manos. Encontró una cuerda en el suelo, la ató a la cola del pescado, se la echó al hombro y adquirió un aspecto muy parecido al pescador que se veía dibujado en los frascos de aceite de hígado de bacalao. Aquel día se encon­tró por el camino a todas sus amistades.
Frío, casi hambre, preocupación al ver que el tiempo pasa­ba sin la perspectiva de una paz que nos permitiera volver a nuestra patria mientras el dinero disminuía y era casi imposi­ble reducir más los gastos. Aprendí yo, la solemne desastrada, acostumbrada a que el servicio y más tarde mi madre cuidasen de mi ropa, a cuidarla yo misma. Lustraba mis zapatos, plan­chaba mis vestidos, lavaba mi única blusa. Sufrí en mi orgullo, aunque estaba muy agradecida en el fondo cuando alguna de mis amigas me ofrecía de parte de su madre un vestido, un chaleco, una blusa que se les había quedado pequeña. Entonces me prometí a mí misma que algún día iría bien vestida. Nos quedaron unas ansias enormes de desquite, de querer ser feli­ces, de divertirnos, de compensar con felicidad y alegría los amargos días del destierro. Aprendimos a sufrir en silencio, a pedir para Navidades una falda en lugar de un juguete y, fi­nalmente, a no pedir nada. Tenía muchos complejos, me sentía feúcha y desgarbada, torpe en mis gestos en esa edad tan difí­cil en que se transita de niña a mujer y es necesario mucho cariño y mucha comprensión. Yo tenía un padre muy bueno, pero hombre al fin y al cabo, y militar por ende, nada compren­día de sensibilidades enfermizas. Además, pese a su buen hu­mor, no pudo evitar que su carácter se agriase ligeramente.
Mi padre me traía el desayuno a la cama. Después me le­vantaba y procedía a mi aseo cantando fragmentos de ópera; él me acompañaba desde la habitación contigua. Se me iba el santo al cielo hasta que oía la voz de mi padre:
-« ¡Lolita! ¡Son las nueve y diez! ¡Mañana te despierto a las siete y tomas el desayuno levantada!»
Terminaba de arreglarme rápidamente, salía corriendo y llegaba al colegio con diez minutos de retraso.
Al día siguiente, mi padre me despertaba a la hora de cos­tumbre trayéndome el desayuno a la cama.
Me imagino lo que habrán significado para él aquellos años, las preocupaciones económicas, la responsabilidad de educar a unas hijas, una muy joven y otra todavía una niña.
En 1941 falleció el Rey Alfonso XIII. Por ese motivo, el Con­sulado de España organizó un funeral en la iglesia de San Juan de Luz al que asistimos todos los españoles de distintas ideo­logías. En la iglesia estaba nuestra bandera, la roja y gualda. Oír el himno de nuestro país en el destierro es algo que emocio­na y que difícilmente puede olvidarse. Para los refugiados era el recuerdo de la patria y de todo lo que en ella había quedado de nuestras vidas. Mi hermana se echó a llorar, yo no, pero mi emoción no fue menos intensa. A la salida había un libro de firmas; mi padre advirtió, con asombro, que detrás de él salían unos hombres que habían sido milicianos en zona republicana.
-«¿Vosotros aquí?»
-«Claro, era un español como nosotros que ha muerto en el exilio y es lo más triste que puede ocurrirle a un hombre. »
Mi padre le dijo al que cuidaba del libro de firmas:
-«Conste que quienes van a firmar ahora han sido mili­cianos.»

viernes, 14 de enero de 2011

NOTICIAS DE GUADALCANAL EN INTERNET - 16

«Era María Ramos de los Reynos de España, natural de Guadalcanal, casada con Pedro de Santa Anna, el qual aviendo pasado á Indias en compañía de su hermano Antonio de Santa Anna, se avecindó en la ciudad de Tunja del Nuevo Reyno, y escribió a María Ramos, dándole noticia de su fortuna, repre­sentándola las conveniencias que tenía en las Indias, y que para gozar de ellas con gusto estimaría que se le hiciese, ani­mándose á ir á acompañarle. Era María Ramos mujer virtuo­sa, y amante de su marido; y obligada del cariño con que la llamaba, pasó á las Indias, asistida de Francisco de Ribera Santa Anna, su sobrino. Llegó a la ciudad de Tunja donde halló á su marido, quien si en aquella ocasión la recibió con demostraciones de gusto, después manifestó no tenerlo, según el desagrado, desestimación y despego con que la trataba. No se le ocultaba á María Ramos la causa, y como prudente y virtuosa, sufría cuanto podía, mas no dejaba de afligirse, vien­do que su marido no le correspondía á la voluntad, con que por acompañarlo y servirlo, avía ido de Reynos tan distantes. Mas se afligía viéndose desfavorecida de su marido, cuando más obsequiosa se mostraba en servirle. Pasó algún tiempo tolerando con paciencia sus trabajos; y disimulando un día la pesadumbre y desconsuelo en que se hallaba, le dixo a su marido, que deseaba ir á los aposentos de Chiquinquirá áver a Catharina García de Islos y darle el pésame de la muerte de su marido, hermano de Pedro de Santa Anna, el cual le agradeció el buen deseo que tenía de ir á ver y consolar á su hermana: y no poniendo dificultad alguna, le dispuso con brevedad el viaje, y la despachó a Chiquinquirá, a donde aviendo llegado, la recibió Catharina García de Islos, con de­mostraciones de mucho amor á que correspondió María Ramos agradecida, y con mucha humildad se ofreció a servir en la casa en quanto fuera del agrado de su dueño».

http://www.lablaa.org/blaavirtual/literatura/histolit/cap7.doc

VI. EL CONVENTO DE NUESTRA SEÑORA DE LA CONCEPCIÓN.

El convento de Nuestra Señora de la Concepción de Hermanas Franciscanas Concepcionistas fue fundado hacia 1515 por Leonor Domínguez y Leonor Marín, que después de ir en romería a la Casa Santa de Jerusalén obtuvieron licencia para fundar en Fuente de Cantos un hospital y un monasterio (188). El hospital sería el de San Juan de Letrán. Ambos institutos estarían bajo la autoridad del prior de San Marcos de la Orden de Santiago. En la visita de 1549 ya se describe la iglesia, a las afueras del casco urbano, como un edificio humilde, de dimensiones poco más grandes que una casa, “todo muy limpio y decente” (189). La fundación se mantendría poco más que con limosnas (190). La ubicación extramuros es pronto causa de molestias a las hermanas por parte de los vecinos (191). En 1576 el propio visitador dispone el traslado del convento al centro de la villa, alarmado por las inoportunas visitas que recibían las monjas, entre las que se cuentan las de algunos monjes fransciscanos. Se separa así el hospital del convento (192). Las monjas han de instalarse provisionalmente en unas casas mientras se levantaba un nuevo edificio, del que no tenemos noticias hasta 1670, cuando amenazaba ruina y se ha de encargar al maestro arquitecto de Guadalcanal Pedro Rodríguez Ynfanzón que levantase una iglesia de nueva planta (193).

http://www.cenfor.com/fuentedecantos/situa/arte.html

Francisco González de Guadalcanal.
http://americas.sas.ac.uk/publications/genero/genero_segunda3_Gongora.pdf

jueves, 13 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 50


Muchos no se acostumbraban a su condición de nuevos pobres y gastaban por un lado lo que ahorraban por otro.
La familia Uña vivía en el piso superior de la primera casa que tuvimos; un día los oímos discutir porque don Juan, lleno de buena voluntad, quería ayudar a su mujer y a su hija a fregar los platos. Lo echaron de la cocina, pero como poco a poco fueron cansándose ellas también del trabajo, llamaron a una asistenta.
Los menos destacados políticamente fueron regresando a España. El resto nos quedábamos llenos de tristeza y nostalgia. La mujer de Luis de la Peña regresó a la patria para que sus hijos estudiaran sus carreras. Luis aceptó con resignación su viudedad; tenía el consuelo de ver a Mercedes y a los niños durante las vacaciones. Una tarde fue a verlo una amiga común y se lo encontró zurciendo calcetines.
-«He metido el huevo en el calcetín y he estudiado el roto; he pensado que lo mejor era ir cogiendo los puntos con la aguja, tirar luego de la hebra y después hacer esas mallas que hacen las mujeres.»
Descubrió que tenía cierto talento para la pintura y se dis­traía muy bien haciendo acuarelas.
A medida que proseguía la ocupación escaseaban más los víveres. Se organizó la resistencia, entonces se apretó aún más la garra del ocupante. Por el asesinato de un militar alemán se fusilaba a los rehenes. Como ocurre siempre en estas situacio­nes, comenzaron las delaciones que enmascaraban antiguas en­vidias. También había empezado la persecución de los judíos. Al comienzo sólo era la estrella de David en la solapa y un distintivo en la puerta de las tiendas que les pertenecían. Luego fueron las deportaciones. El tío de una compañera nuestra de colegio, al escuchar detenerse ante su casa el coche de la Ges­tapo, se había tirado por la ventana. Muchas chicos franceses cruzaron los Pirineos para, una vez en España, ponerse al habla con la Embajada de Inglaterra y marcharse a este país para unirse al General De Gaulle.
En el colegio nos enseñaron el himno del Mariscal Petain y yo, con las demás, lo cantaba.
Se hablaba mucho del retorno a la tierra y, a falta de no poder cantar a la Francia del presente, se cantaba a la del mañana.
Los alemanes empezaron a hacer propaganda de la «releve». Consistía en reclutar jóvenes franceses para que fuesen volun­tariamente a trabajar a Alemania con lo cual obtenían la liber­tad de prisioneros de guerra. No era mal negocio para los ale­manes: se llevaban muchachos más o menos bien alimentados y devolvían a otros famélicos y enfermos. Muchos se vieron obligados a colaborar. Otros, desgraciadamente, colaboraron por conveniencia, ya que la victoria de los alemanes en aque­llos años parecía evidente.
Mi colegio de Sainte Odile tuvo que cerrarse; la mayoría de las alumnas éramos extranjeras. Las españolas regresaron a nuestro país, las inglesas al suyo, y las norteamericanas, al es­tallar la guerra, juzgaron más prudente abandonar Europa. Con los restos del Ste. Odile una de las profesoras fundó el colegio «L'Ecola Bonaparte». Ingresé en él pero éste también tuvo que cerrarse. La directora le propuso entonces a mi padre darme lecciones de geografía, historia y gramática, materias que ella podía enseñar. Ingresé luego en un colegio de monjas quienes se limitaban a darnos clases de religión; las materias estaban a cargo de profesoras. El ambiente del nuevo colegio era más modesto que el de los anteriores. La mayoría de las alumnas pertenecía a la pequeña burguesía de San Juan de Luz.
Debido al intenso frío, cuando mi padre iba al mercado su indumentaria era un tanto mamarrachesca; llevaba una vieja gabardina, una bufanda tétrica, mezcla de gris y negro, regalo de una señora que, según las malas lenguas, le tenía echado el ojo para cuando enviudase de un marido achacoso que tenía (bufanda de la que, según mi padre, cada puntada era un sus­piro) una especie de pasamontañas confeccionado por la mis­ma señora, unos chanclos de goma y una boina. Trajeado de esta manera acudía al mercado donde habitualmente se cruza­ba con una aristocrática amiga suya. Esta mujer se preservaba del frío con una gran capa, medias, calcetines, pañuelo y boina en la cabeza. Ambos volvían la cara simulando no verse. Varias tardes por semana mi padre iba a jugar al bridge a casa de la señora baronesa y era saludado por ella con un:
-«¡General! ¡Cuánto tiempo sin verlo!»

miércoles, 12 de enero de 2011

NOTICIAS DE GUADALCANAL EN INTERNET - 15

Se concedió la facultad para fundar mayorazgo, como se executó en cabeza de D[o]n Rodrigo de Silva, haciéndole la succesión regular y no incluyendo los bienes de Portugal. En el año 1573, enfermó gravemente y le fue a visitar el Rey. Fue muy limosnero, hizo muchas fundaciones y su alma goza de Dios, según lo que con singular elogio se lee en la historia de los Carmelitas, que se apareció al tiempo de su muerte a la venerable eremita D[oñ]a Cathalina de Cardona, por cuya mano havía hecho grandes limosnas y lo aseguró que por ellos se hallava en carrera de salvación en el Purgatorio y la pidió que le ayudase en sus oraciones y las de sus frayles a salir de aquellas penas; lo cual hizo la venerable, de tal suerte que algunos días después volvió a ver el alma del Príncipe ya gloriosa y reconocida a sus beneficios la dixó: Si los hombres supieran de quántos males me he librado y quántos bienes gozo por las limosnas que diste con mi licencia, y por las que la Princesa // [f.13v] ha dado y sacrificios que ha hecho ofrecer después de mi muerte, toda su hacienda dieran de limosna a pobres, religiosos y clérigos, para ser participantes de sus sacrificios. Fue casado con D[oñ]a Ana de Mendoza y de la Cerda, hija única de D[o]n Diego Hurtado de Mendoza, Príncipe y conde de Mélito, duque de Francavilla, marqués de Algecilla30, varón de la Roca Angitola, Carida y Montesanto, señor de la Casa de Almenara, villas de Ulula, Uleta, Tamajón, Serracines, Miedes y Mandayona, Grande de Castilla, Comendador de Guadalcanal en la orden de Santiago y trece de ella del Consejo de Estado de Phelipe II, Virrey y Capitán General de Aragón y Cathaluña y Presidente de los Consejos de Ordenes de Italia. Tuvo por hijos, dicho Príncipe, a D[o]n Rodrigo de Silva y Mendoza; a D[o]n Diego, I marqués de Alenquer, conde de Salinas y de Ribadeo; a Ruy Gómez de Silva y Mendoza, I marqués de la Eliseda y conde de Galve de quien proceden los marqueses de Aguilar; a D[o]n Fernando de Silva, que después se llamó D[o]n Pedro González de Mendoza, arzobispo de Granada y de Zaragoza, obispo y señor de Sigüenza; a D[oñ]a Ana de Silva y Mendoza, muger de D[o]n Alonso Pérez de Guzmán // [f.14] el Bueno, VII duque de Medina Sidonia, cuyos descendientes poseen la Casa de la Chamusca. Numo. 29. D[o]n Diego de Silva y Mendoza, hijo segundo, nació en dic[iemb]re de 1564, a los 9 años gozó de la Encomienda de Herrera en la orden de Alcántara. Para la entrada que en el año 1580 hizo el exército en Portugal nombró Phelipe II por Capitán General de la frontera de Zamora. También le nombró de la costa de Andalucía, mientras que el duque de Medina Sidonia, su cuñado, pasava a Inglaterra mandando la Armada Cathólica en el desgraciado viaje del año 1588. En el de 1593, siendo ya conde de Salinas y Ribadeo, logró la preminencia con que los Reyes honran a los condes de Ribadeo, permitiéndoles que el día de la Epifanía tengan lugar en su mesa; pues el rey, le mandó llamar y comió a la mesa real, sentado en silla rasa, descubierto y le sirvió la copa D[o]n Diego de Santoyo, gentil-hombre de la Casa real. Esta preeminencia pertenece a la de Ribadeo, desde que el año 1441 la concedió D[o]n Juan II al primer conde de ella, D[o]n Rodrigo de Villandrando. El año 1596, se halló con su hermano Ruy Gómez de Silva en el exército que fue a socorrer a Cádiz contra los ingleses. // [f.14v] El año de 1598, asistió a la larga enfermedad y entierro de Phelipe II y el nuevo rey, Phelipe III, le hizo veedor de su hacienda en Portugal, del Consejo de Estado de aquella Corona y en ella, marqués de Alenquer. Le nombró el año 1615 por Virrey y Capitán General de ella, asistió a quantos se ofrecieron y murió en Madrid, el día 15 de junio de 1630. Fue casado tres veces, la primera con D[oñ]a Luisa de Cárdenas Carrillo y Albornoz, señora de Colmenar de Oreja, Torralba, Beteta, Villoría y Huélamo. Declarose nulo el matrimonio y D[o]n Diego casó con D[oñ]a Ana de Sarmiento de Villandrando y de la Cerda, V condesa de Salinas y Ribadeo, señora de Villarrubia de los Ojos y otras.

http://www.archivoducaldehijar-archivoabierto.com/articulos/ad031.pdf

martes, 11 de enero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 49


En los primeros tiempos la ocupación apenas se hacía sen­tir. Las tropas pasaban cantando varias veces al día, a la ida o al regreso de su instrucción militar. Nos sabíamos de me­moria sus marchas militares y, casi sin darnos cuenta, las ta­rareábamos distraídos.
Pronto tuvimos cartillas de abastecimiento. Eran de tres clases: una para los trabajadores de fuerza, otra para las se­ñoras embarazadas y otra para los menores de quince años. Los incluidos en esta última clase gozábamos del privilegio de tener más leche, azúcar y mantequilla. En los colegios nos daban pastillas con vitaminas todos los días y una vez por semana unas galletas, también con vitaminas, parecidas a las galletas que se les da a los perros pero con buen sabor. A algu­nas de mis compañeras no les gustaban y las repartían entre las demás. Yo no era de las remilgadas y me comía cuantas me daban.
Mr. Souroste era concejal del Ayuntamiento. Con su aire rudo de antiguo funcionario de Aduanas, era una bellísima per­sona. Gruñía cuando se le pedía un favor, pero luego lo hacía y hasta añadía:
-«Y cuando me necesiten ya saben dónde estoy.»
Gracias a su cargo comíamos mejor. Los familiares de los fallecidos tenían la obligación de entregar las cartillas de abas­tecimiento de los difuntos a las autoridades. Primero se entre­gaban en el Ayuntamiento y de allí eran remitidas a los alema­nes. Pero en el Ayuntamiento las cartillas desaparecían como por arte de magia. Francia tuvo en aquellos años el índice más bajo de mortandad de toda su historia. ¡Oh milagro! Los muer­tos seguían vivos y se alimentaban. Los alemanes seguramente se preguntarían extrañados cómo una población mal alimenta­da tenía un porcentaje tan bajo de fallecimientos. Nosotros teníamos doble cartilla, como todos los amigos de Mr. Souroste. La cuestión era muy sencilla: bastaba con dar de alta la carti­lla suplementaria en una tienda distinta de la habitual.
Luego empezó el mercado negro, que consistía en ir en bi­cicleta a los caseríos de los alrededores a comprar comestibles que los campesinos ocultaban. A este privilegio no podíamos acceder con nuestros medios económicos, ya que los víveres solían alcanzar precios astronómicos. El aceite era uno de los productos que estaban racionados. Guisábamos con margarina vegetal. Aparecieron entonces unos ingeniosos fabricantes que hacían un aceite que sólo se parecía a aquél en que era amarillo y espeso. Según mi padre, que nunca perdió su sentido del humor, nos comimos todos los perros y los gatos vagabundos de San Juan de Luz convertidos en longanizas.
En nuestra casa se comía poco. Guisaba mi padre con bue­na voluntad, aunque lo hacía peor que un ranchero de regi­miento. Oyéndole explicar sus recetas uno creía estar escuchan­do a un verdadero especialista en la materia. El pan, además de escaso, era malísimo, no había manera de comerlo a menos que fuera tostado y siempre que se lograra cortarlo en reba­nadas, pues la mezcla de aquellas harinas mal cocidas se pega­ba al cuchillo. Debí coger una avitaminosis tremenda a pesar de las pastillas que me daban en el colegio. Empecé a padecer de tiroides sin saberlo y perdí mis ojos de niña para siempre.
Naturalmente, el carbón también escaseaba y lo habían racionado. El clima parecía haberse vuelto adverso, pues aun­que no solía nevar en aquella región, en esos años lo hizo co­piosamente. Una mañana Mr. Souroste y mi padre se pusieron de acuerdo para ir a buscar juntos su ración de carbón. Tras conseguirlo, se les planteó el problema de cómo transportarlo a casa. Providencialmente encontraron una carretilla abandona­da en un solar. Y Mr. Souroste, que no se detenía ante nada -contaba mi padre- decidió incautarla «manu militari».
Todas las noches escuchábamos la B.B.C. La audición em­pezaba con un fragmento de la Sinfonía de Londres, luego la voz del locutor: «Ici Radio Londres. Les français parlent aux français». Y de pronto «taca... taca... taca...». Era la clavija alemana tratando de interceptar la audición. Cuando mi padre no bajaba a oír la radio subía Mr. Souroste a darle un resumen de lo que se había transmitido.
Era un hilo de esperanza, el final de la guerra, de la ocu­pación, la victoria aliada que traería seguramente cambios en el mundo entero y, quizá con ella, el regreso de los españoles
a nuestra patria. Mr. Souroste tenía su salón y su comedor, pera solía comer en la cocina en invierno y allí el muy insen­sato se ponía a escuchar la radio. Insensato porque hacerlo era una imprudencia enorme en aquel lugar que estaba pared por medio con la Kommandantur y, por baja que se pusiese, era fácil reconocer la emisión debido al taca-taca-taca de las cla­vijas censuradoras.
Nenette no escuchaba siempre la audición porque yo, que era una vaga de siete suelas, cuando no sabía solucionar un problema de matemáticas cogía libros y cuadernos y aprove­chando que Mlle. Souroste tenía la carrera de magisterio pedía que me echase una mano.
-«Sí, sí, papá, todo eso está muy bien pero preferiría que me ayudases a resolver los problemas de Lolita.»
Seguía la guerra, la ocupación y nuestras filigranas para vivir. En esa época nos dieron una receta para fabricar jabón a base de sebo, de yedra y otros ingredientes que ya no re­cuerdo. Mi padre, lleno de un entusiasmo digno de elogio, se puso manas a la obra. Consiguió una pasta blancuzca que sacó a la ventana para que se secase, pero por muchos soles y vien­tos que le dieron aquello no adquiría la solidez deseada. Al fin desistió y optó por servirse de la pasta tal cual estaba. Cogía un pegote de aquello y lavaba afanosamente las sábanas que quedaban más o menos igual que antes del lavado. Nuestras costumbres burguesas de tener una asistenta para lavar la rapa habían pasado a la historia. Mi padre iba al mercado, hacía colas con frío y nieve y se hernió al tratar de cargar un saco de carbón. Aquel día no había carretilla milagrosa que incautar.
No era tan fácil para un militar encontrar trabajo; unas traducciones, unas lecciones de español era todo la que podía buscar, y ya muchos lo hacían. No todos tenían el arrojo y la fortaleza física de José Eduardo Villalba, que estuvo trabajando de fogonero en un barco echando todo el día paletadas de car­bón a la máquina. Mi padre optó por reducir gastos y, por amor a sus hijas, cargó con trabajos duros. Era un hombre muy desenvuelto; cuando alguien necesitaba jabón, tabaco u otras cosas acudía a él, pues se las ingeniaba para proporcio­nar lo que le pedían. Más o menos de este modo vivíamos todos, aunque creo que nosotros éramos los más parias de los refu­giados. Todos, eso sí, hacían alguna que otra filigrana para vivir conservando al mismo tiempo ciertas pudores burgueses. Así Aguinaga, antiguo diplomático, por no llevar en la mano el pa­quete de chuletas que iba a comprar para ayudar a su mujer, prefería metérselo en el bolsillo de su gabán.