¿Eran « grandes ladrones » los isleños del Mar del Sur que acogieron a los navegantes europeos en los siglos XVI-XVIII ?
Dra Annie Baert
Dra Annie Baert
Otra fuente antropológica de interés es la de Bernard Rigo[1], que coincide con Tcherkézoff al afirmar que, en las sociedades polinésicas precristianas, no existía dualismo ni barrera entre lo humano y lo divino ; sólo había cierta distancia que se podía franquear gracias a varios ritos, como el de las dádivas y contradádivas.
Explica que en los tiempos preeuropeos, el océano era un lugar sagrado, como un « marae », y que la llegada de los dioses se expresaba con el término marítimo de « fano » : por allí precisamente fue por donde llegaron aquellos forasteros.
Evoca en particular la tradicional ceremonia del « pai’atua », que señalaba los grandes acontecimientos de la vida social y política, y en la que el sacerdote mayor ofrecía a los representantes de otros dioses las plumas rojas, señal visible del « mana », del poder, del gran dios Oro, que adornaban el palo oblongo, o « to’o », envuelto en un tejido de « tapa », que figuraba a aquel dios. A su vez recibía otras plumas rojas de ellos. Aquella ceremonia servía para, o consistía en, « captar el poder divino ».
Parece que es más o menos lo que se produjo cuando llegó el capitán Quirós a la isla que después llamó Espíritu Santo, el primer día de mayo de 1606. Lo cuenta así Fray Munilla :
« Estaba mucha jente enboscada por la arboleda y para engañar a los nuestros hecharon muchos muchachos por la playa y los de las piraguas quisieron hacer lo mismo y pusieron en un palo en el agua unas plumas bermejas que parezian martinetes para quando los nuestros las fuesen a tomar flechallos…[2] »
La presentación del palo con plumas rojas no deja lugar a dudas : los nativos vieron a los recién llegados como representantes de los dioses, y les hicieron el consiguiente regalo. Desgraciadamente, los forasteros no eran capaces de interpretarlo así y sólo vieron en dicha actuación una tentativa de « engaño » y « traición » : hablaron los arcabuces, despidiendo sus rayos mágicos de fuego y de luz, y siguió el malentendido…
Rigo también explica que en un mundo regido por la « necesidad existencial de la circulación de los objetos », eran los hombres los que tenían la iniciativa del intercambio con los dioses, lo que hacía de éstos los obligados de los humanos. Dar algo a los dioses equivalía entonces a ejercer una coacción o un poder sobre ellos, bajo la forma de una tácita exigencia.
Si se aplica este principio a la situación de los primeros contactos, en los que los isleños trajeron regalos a aquellos hombres recién llegados del alta mar, vistos no como dioses propiamente dichos sino como enviados o representantes de los dioses, se entiende que la exigencia de la contradádiva se extendió hasta al coger los extraños y en cierto sentido maravillosos objetos que traían consigo. Lo que fue sistemáticamente interpretado por los occidentales como « robos ».
Podemos por consiguiente responder negativamente a la pregunta que hicimos al empezar : aunque sí robaron a los navegantes — y esto es indudable —, no eran « grandes ladrones » los nativos del Mar del Sur. Pero sin embargo parece que se produjeron muchos robos, auténticos.
3 - ¿No hubo también auténticos « ladrones » ?
Hemos visto que cuando Mendaña estaba en las Islas Salomón, él y sus compañeros fueron víctimas de robos por parte de los isleños. Pero al poco tiempo, la situación cambió del todo y esto es lo que se se lee en los relatos de la jornada :
« queriendo cortar vna palma de cocos para comer, porque no nos avian querido dar comida por nuestro rrescate, començaron aborotarse y a tirarnos flechasos de tal manera que defendiendonos con los alcabuzes, mataron a vn capitançillo […] ; nos fuemos a vna ysla pequeña […] y alli nos direon vn puerco como los de Castilla, sino que era montés y muy chiquito y de rruin sabor […] con que selebramos la pascua : fue la primera carne […] que se comio fresca despues que del Piru salimos »
« en este tiempo [a fines de mayo de 1568], no se daba rracion sino a ocho onças de bizcocho […] y a media libra de carne salada, y alguna bez salia dañada ; y las rraizes se nos acababan, y estaba la gente flaca, ansi del poco comer como de enfermedades y se quexaban mucho deziendo al señor General mandase buscar comida pues thenía justificada con ellos su causa pues muchas bezes se la abia pedido por rrescates, y no lo abian querido azer y lo abian visto los rreligiosos. […] determinó entrar en las casas a tomarla… »
« Viendo que de la comida que sacamos de Pirú se auia gastado mucha, y que no sauiamos lo que nos detendriamos en la tierra y los tiempos que nos darian, me pareció que era bien ayudarnos de la que auia en la tierra, y para esto traté con algunos tauriquis […] que me diessen comida y que les daria de las chaquiras y cascaueles y de los rrescates que lleuaua, los cuales me dixeron llanamente que no ; y viendo la poca virtud que en ellos auia, con acuerdo […] de rreligiosos, se entró por la tierra a buscar comida… »
« A lo qual el dicho fray Francisco Galvez, vicario, rrespondio diziendo que el avia entendido que yo avia hecho todas mis diligençias y amistades con el tauriqui, que es el señor, y con sus yndios, […] que podia muy bien entrar la tierra adentro a buscar comida, pagandola en otra cosa ; y que no queriendola dar los naturales por rrescates, la podia tomar con moderaçion, que no tomase tanta cantidad que ellos quedasen desposeydos della … »[3]
Aquí tenemos todas las claves : seis meses después de dejar El Callao, escaseaban tanto (« se habían gastado ») los víveres que la situación se había puesto insoportable : sólo comían « ocho onzas (algo más de 200 gramos) de bizcocho y media libra de carne salada, a veces dañada » al día, y el puerco con que celebraron la Pascua fue « la primera carne fresca » del viaje.
Los hombres, que sufrían del hambre, presionaban a su jefe para que les consiguiera comida más sustanciosa. Debajo del verbo « se quejaban », hay que entender que las cosas podían convertirse en rebelión abierta, o motín, lo que Mendaña, a pesar de sus pocos años, no podía descartar. A esta sensación de inseguridad se añadía la ignorancia de cuánto había de durar la jornada : « no sabíamos… ».
Verdad es que se habían previsto estas necesidades, al embarcar los « rescates », tan oficiales que venía en la armada un hombre encargado de velar por el uso que de ellos se hiciese, el « thenedor de los rescates », nadie menos que el propio autor de una de estas crónicas, Gómez Hernández Catoira. Según la mentalidad europea, propia de una civilización urbana, de aquella época, cuando alguien necesitaba un artículo, cualquiera que fuera, podía « comprarlo », en una tienda, o en un mercado, a cambio de dinero o de otro producto que le conviniera al eventual vendedor. Sólo era una cuestión de precio.
Los navegantes no podían imaginar que aquel intercambio no tuviese sentido en las islas del Mar del Sur, en cuyas sociedades la circulación de objetos sí existía y tenía un papel fundamental, pero no en la acepción occidental de « comercio ».
Nació entonces otra incomprensión : los europeos, que necesitaban comprar comida y tenían con qué pagarla, se encontraron con que sus dueños se negaban a vendérsela (« me dijeron llanamente que no »), lo que pasó por « poca virtud », o poca caridad humana. ¿Qué hacer ? No pudiendo lógicamente resignarse a dejarse morir de hambre, apelaron a la suprema autoridad moral, los « religiosos » de la armada, testigos — y víctimas también — de aquella negación a trocar pacotilla por puercos para que confirmaran que en el fondo los había constreñido la necesidad, y absolviesen lo que se disponían a cometer, robar comida, como meros bandidos.
Tenemos otros ejemplos que ilustran la manera como fue evolucionando esta situación sin salida. Primero actuaron con cierta « moderación », tal y como lo recomendó el vicario de la armada :
« pedieronles comida, que se la pagarian, mostrandoles chaquira. No lo quisieron azer, antes se alborotaban y daban alaridos, tocando sus atanbores para juntar gente ; y bisto que no aprobechaba con ellos, mandó don Hernando [el alférez general] que los rrodeleros les mirasen las casas, do allaron en ellas mucha comida […]. Sacaron alguna […]. Mando don Hernando colgar dos sartas de chaquira a las puertas de los boyos donde tomaron la comida… »
« Don Hernando dexo en ella el rrescate que le parescio balio lo que della se tomo, que fue poco. »
« Miraron todos los boyos, y allaron thener poca comida, y tomaron alguna parte por no les desposer del todo y se dexo el rrescate a las puertas de las casas. »
Se nota la voluntad de comprar y « pagar », y el escrúpulo del alférez en robar pura y sencillamente la comida de los naturales : aunque encontró víveres, sólo tomó una cantidad limitada, y la « pagó », dejando lo que estimó ser su precio en la puerta.
Pero luego desaparecieron los problemas de conciencia :
« …començaron a llegarse con el vergantin a tierra, para saltar a rrescatar o tomar algunos puercos o gallinas que abian bisto el día antes muchos. Pues, como los yndios les bieron […] les arronjaron piedras con gran furia […] huyeron todos, dexando desanparado el pueblo ; allaron almendras y rraizes y tres puercos […]. Mataronlos con los arcabuzes, y acudieron donce cantaba vn gallo y le allaron con tres gallinas y las mataron con las espadas […]. Llegaron a otro pueblo do mataron otro puerco, y allaron vna manada de gallos […] y mataron como vna dozena ; […] tomaron dos canaluchos grandes y con ellos metieron mucha comida de almendras y raizes… »[4]
De entrada, se trataba de « rescatar o tomar » : aquellos hombres contemplaban ya la posibilidad de que, como ya les había pasado en otras islas, los nativos se negaran a « rescatar », por lo que estaban determinados a « tomar », o sea « robar », los víveres que hallasen, como lo escribió claramente Catoira en el momento de hacerse a la mar para emprender el viaje de regreso :
« A esta sazon [principios de agosto de 1568] se yban acabando de aderesçar los nauios […]. El señor general […] determinó de enbiar el vergantin a buscar mas comida de la que los naturales thenían, por no gastar la nuestra para poder nabegar »[5]
También se produjeron sustanciales robos en la isla de Espíritu Santo, en mayo de 1606, como lo relatan el capitán Quirós y el Padre Munilla :
« el capitán ordenó al maese de campo que con la gente se entrase la tierra adentro […]. Los nuestros hallaron dos puercos asados y todas otras sus comidas, que comieron a su placer y a buen sabor : trajeron vivos doce puercos, ocho gallinas y pollos […] ; el capitán envió al maese de campo con treinta soldados a reconocer cierto alto, a donde hallaron un grande y apacible valle y pueblos […]. Cogieron allí […] veinte puercos… »
« era zierto alli donde estaban los yndios abria lo que se yba a buscar que era alguna comida porque teniamos nezesidad […] se allaron quatro casas buyos y en ellos atados una dozena de puercos chicos y grandes y uno se allo asado en barbacoa que luego hicieron los dichos caballeros marineros con sus bienes […]. Allaronse muchos puercos que si fuera mucha jente pudieran traher mas de 50 ; trajeron 15 porque no yban mas de 25 a 26 personas… »[6]
En estos casos, no se trata de latrocinios desdeñables, sino de cantidades tan grandes que buena falta habían de hacerles a los aldeanos, pero el buen franciscano justifica dichos « robos » por la necesidad que tenían de encontrar la comida imposible de conseguir por medio del rescate.
Si los navegantes se condujeron como bandidos, sus confesiones sugieren que fue de mala gana, por obligación, y con un hondo sentimiento de vergüenza y de humillación, que además nacía de las risas de los isleños. Es lo que evoca el piloto mayor Hernán Gallego :
« los yndios se pusieron en arma contra nosotros i haçiendo burla de nosotros porque les pediamos de comer… »
La razón de dicha burla podría parecer salida de la imaginación del marinero, pero la aclara Catoira, con un detalle lingüístico que no deja lugar a dudas — las palabras que designaban los alimentos eran las primeras que habían aprendido de los idiomas locales :
« tan cerca estaban las casas de los yndios en la playa que los nuestros los oian ablar en las casas, y las rrisadas que daban deziendo nanbolos, que quiere decir “puercos”, deziendo mas nanbolos y rreyrse mucho […] despues en conversacion azian burla de nosotros porque les pediamos puercos y comida »[7]
Tenían la impresión de ser vistos literalmente como « muertos de hambre », una imagen que no correspondía con su posición social, que evidentemente juzgaban superior a la de aquellos « bárbaros desnudos ».
Parece que no se repitieron estos robos en los siglos posteriores — o que sus autores los disimularon u omitieron en sus relatos —, sin duda porque las condiciones prácticas de las expediciones habían progresado lo bastante como para que ya no se diera su urgente necesidad — o porque, como los de Taumako, los nativos habían aprendido que era mejor « comerciar » con aquellos extraños forasteros, y que así se limitarían las pérdidas.
xxx
En conclusión, hemos pasado de indígenas referidos como « grandes ladrones », cuando en realidad y según su propio sistema intelectual no lo eran, a descubridores y exploradores convencidos de la ventaja de su propia cultura, que las circunstancias forzaron a mostrarse pésimos representantes de dicha « superioridad ».
El interés de estudiar este detalle de los primeros viajes europeos por el Pacífico, por secundario que sea, es que pone de manifiesto lo relativos que pueden ser los juicios aplicados a otras civilizaciones, y revela que es necesario ponerlos sistemáticamente en tela de juicio.
Teniendo siempre en cuenta los distintos esquemas de pensamiento y las particulares condiciones de la vida cotidiana es como podemos recorrer los caminos del pasado escapando a la irrisoria tentación de juzgar a los actores de la Historia con nuestras actuales escalas de valores.
En fin, éste es el mensaje que traté de comunicar a los vanuatenses que hace un mes me hicieron tantas preguntas sobre lo que ocurrió entre los hombres de Quirós y sus antepasados, en una perspectiva humana que permitiera evitar las caricaturas habituales en películas de « buenos » y « malvados ».
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[1] Bernard Rigo : Altérité polynésienne, ou les métaphores de l’espace-temps, Paris, 2004, ed. CNRS.
[2] Relación de Fray Martín de Munilla, in Austrialia Franciscana, ed. Celsus Kelly, Franciscan Historical Studies / Archivo Ibero-Americano, Madrid, 1963, I, p. 61.
[3] Relación « anónima », y relaciones de Mendaña y de Catoira, op. cit., IV, p. 316-317, II, pp. 14 y 102, y III, pp. 204-205. El subrayado es mío.
[4] Relación de Catoira, ibid., pp. 118, 130, 145, 170-172. El subrayado es mío.
[5] Relación de Catoira, ibid., p. 184. El subrayado es mío.
[6] Historia del descubrimiento…, op. cit., I, pp. 321-323 ; Relación de Fray Munilla, in Austrialia Franciscana, op. cit., I, pp. 73-75. El subrayado es mío.
[7] Relaciones de Hernán Gallego, in Austrialia Franciscana, op. cit., III, p. 130, y de Catoira, ibid., II, p. 103. El subrayado es mío.
Explica que en los tiempos preeuropeos, el océano era un lugar sagrado, como un « marae », y que la llegada de los dioses se expresaba con el término marítimo de « fano » : por allí precisamente fue por donde llegaron aquellos forasteros.
Evoca en particular la tradicional ceremonia del « pai’atua », que señalaba los grandes acontecimientos de la vida social y política, y en la que el sacerdote mayor ofrecía a los representantes de otros dioses las plumas rojas, señal visible del « mana », del poder, del gran dios Oro, que adornaban el palo oblongo, o « to’o », envuelto en un tejido de « tapa », que figuraba a aquel dios. A su vez recibía otras plumas rojas de ellos. Aquella ceremonia servía para, o consistía en, « captar el poder divino ».
Parece que es más o menos lo que se produjo cuando llegó el capitán Quirós a la isla que después llamó Espíritu Santo, el primer día de mayo de 1606. Lo cuenta así Fray Munilla :
« Estaba mucha jente enboscada por la arboleda y para engañar a los nuestros hecharon muchos muchachos por la playa y los de las piraguas quisieron hacer lo mismo y pusieron en un palo en el agua unas plumas bermejas que parezian martinetes para quando los nuestros las fuesen a tomar flechallos…[2] »
La presentación del palo con plumas rojas no deja lugar a dudas : los nativos vieron a los recién llegados como representantes de los dioses, y les hicieron el consiguiente regalo. Desgraciadamente, los forasteros no eran capaces de interpretarlo así y sólo vieron en dicha actuación una tentativa de « engaño » y « traición » : hablaron los arcabuces, despidiendo sus rayos mágicos de fuego y de luz, y siguió el malentendido…
Rigo también explica que en un mundo regido por la « necesidad existencial de la circulación de los objetos », eran los hombres los que tenían la iniciativa del intercambio con los dioses, lo que hacía de éstos los obligados de los humanos. Dar algo a los dioses equivalía entonces a ejercer una coacción o un poder sobre ellos, bajo la forma de una tácita exigencia.
Si se aplica este principio a la situación de los primeros contactos, en los que los isleños trajeron regalos a aquellos hombres recién llegados del alta mar, vistos no como dioses propiamente dichos sino como enviados o representantes de los dioses, se entiende que la exigencia de la contradádiva se extendió hasta al coger los extraños y en cierto sentido maravillosos objetos que traían consigo. Lo que fue sistemáticamente interpretado por los occidentales como « robos ».
Podemos por consiguiente responder negativamente a la pregunta que hicimos al empezar : aunque sí robaron a los navegantes — y esto es indudable —, no eran « grandes ladrones » los nativos del Mar del Sur. Pero sin embargo parece que se produjeron muchos robos, auténticos.
3 - ¿No hubo también auténticos « ladrones » ?
Hemos visto que cuando Mendaña estaba en las Islas Salomón, él y sus compañeros fueron víctimas de robos por parte de los isleños. Pero al poco tiempo, la situación cambió del todo y esto es lo que se se lee en los relatos de la jornada :
« queriendo cortar vna palma de cocos para comer, porque no nos avian querido dar comida por nuestro rrescate, començaron aborotarse y a tirarnos flechasos de tal manera que defendiendonos con los alcabuzes, mataron a vn capitançillo […] ; nos fuemos a vna ysla pequeña […] y alli nos direon vn puerco como los de Castilla, sino que era montés y muy chiquito y de rruin sabor […] con que selebramos la pascua : fue la primera carne […] que se comio fresca despues que del Piru salimos »
« en este tiempo [a fines de mayo de 1568], no se daba rracion sino a ocho onças de bizcocho […] y a media libra de carne salada, y alguna bez salia dañada ; y las rraizes se nos acababan, y estaba la gente flaca, ansi del poco comer como de enfermedades y se quexaban mucho deziendo al señor General mandase buscar comida pues thenía justificada con ellos su causa pues muchas bezes se la abia pedido por rrescates, y no lo abian querido azer y lo abian visto los rreligiosos. […] determinó entrar en las casas a tomarla… »
« Viendo que de la comida que sacamos de Pirú se auia gastado mucha, y que no sauiamos lo que nos detendriamos en la tierra y los tiempos que nos darian, me pareció que era bien ayudarnos de la que auia en la tierra, y para esto traté con algunos tauriquis […] que me diessen comida y que les daria de las chaquiras y cascaueles y de los rrescates que lleuaua, los cuales me dixeron llanamente que no ; y viendo la poca virtud que en ellos auia, con acuerdo […] de rreligiosos, se entró por la tierra a buscar comida… »
« A lo qual el dicho fray Francisco Galvez, vicario, rrespondio diziendo que el avia entendido que yo avia hecho todas mis diligençias y amistades con el tauriqui, que es el señor, y con sus yndios, […] que podia muy bien entrar la tierra adentro a buscar comida, pagandola en otra cosa ; y que no queriendola dar los naturales por rrescates, la podia tomar con moderaçion, que no tomase tanta cantidad que ellos quedasen desposeydos della … »[3]
Aquí tenemos todas las claves : seis meses después de dejar El Callao, escaseaban tanto (« se habían gastado ») los víveres que la situación se había puesto insoportable : sólo comían « ocho onzas (algo más de 200 gramos) de bizcocho y media libra de carne salada, a veces dañada » al día, y el puerco con que celebraron la Pascua fue « la primera carne fresca » del viaje.
Los hombres, que sufrían del hambre, presionaban a su jefe para que les consiguiera comida más sustanciosa. Debajo del verbo « se quejaban », hay que entender que las cosas podían convertirse en rebelión abierta, o motín, lo que Mendaña, a pesar de sus pocos años, no podía descartar. A esta sensación de inseguridad se añadía la ignorancia de cuánto había de durar la jornada : « no sabíamos… ».
Verdad es que se habían previsto estas necesidades, al embarcar los « rescates », tan oficiales que venía en la armada un hombre encargado de velar por el uso que de ellos se hiciese, el « thenedor de los rescates », nadie menos que el propio autor de una de estas crónicas, Gómez Hernández Catoira. Según la mentalidad europea, propia de una civilización urbana, de aquella época, cuando alguien necesitaba un artículo, cualquiera que fuera, podía « comprarlo », en una tienda, o en un mercado, a cambio de dinero o de otro producto que le conviniera al eventual vendedor. Sólo era una cuestión de precio.
Los navegantes no podían imaginar que aquel intercambio no tuviese sentido en las islas del Mar del Sur, en cuyas sociedades la circulación de objetos sí existía y tenía un papel fundamental, pero no en la acepción occidental de « comercio ».
Nació entonces otra incomprensión : los europeos, que necesitaban comprar comida y tenían con qué pagarla, se encontraron con que sus dueños se negaban a vendérsela (« me dijeron llanamente que no »), lo que pasó por « poca virtud », o poca caridad humana. ¿Qué hacer ? No pudiendo lógicamente resignarse a dejarse morir de hambre, apelaron a la suprema autoridad moral, los « religiosos » de la armada, testigos — y víctimas también — de aquella negación a trocar pacotilla por puercos para que confirmaran que en el fondo los había constreñido la necesidad, y absolviesen lo que se disponían a cometer, robar comida, como meros bandidos.
Tenemos otros ejemplos que ilustran la manera como fue evolucionando esta situación sin salida. Primero actuaron con cierta « moderación », tal y como lo recomendó el vicario de la armada :
« pedieronles comida, que se la pagarian, mostrandoles chaquira. No lo quisieron azer, antes se alborotaban y daban alaridos, tocando sus atanbores para juntar gente ; y bisto que no aprobechaba con ellos, mandó don Hernando [el alférez general] que los rrodeleros les mirasen las casas, do allaron en ellas mucha comida […]. Sacaron alguna […]. Mando don Hernando colgar dos sartas de chaquira a las puertas de los boyos donde tomaron la comida… »
« Don Hernando dexo en ella el rrescate que le parescio balio lo que della se tomo, que fue poco. »
« Miraron todos los boyos, y allaron thener poca comida, y tomaron alguna parte por no les desposer del todo y se dexo el rrescate a las puertas de las casas. »
Se nota la voluntad de comprar y « pagar », y el escrúpulo del alférez en robar pura y sencillamente la comida de los naturales : aunque encontró víveres, sólo tomó una cantidad limitada, y la « pagó », dejando lo que estimó ser su precio en la puerta.
Pero luego desaparecieron los problemas de conciencia :
« …començaron a llegarse con el vergantin a tierra, para saltar a rrescatar o tomar algunos puercos o gallinas que abian bisto el día antes muchos. Pues, como los yndios les bieron […] les arronjaron piedras con gran furia […] huyeron todos, dexando desanparado el pueblo ; allaron almendras y rraizes y tres puercos […]. Mataronlos con los arcabuzes, y acudieron donce cantaba vn gallo y le allaron con tres gallinas y las mataron con las espadas […]. Llegaron a otro pueblo do mataron otro puerco, y allaron vna manada de gallos […] y mataron como vna dozena ; […] tomaron dos canaluchos grandes y con ellos metieron mucha comida de almendras y raizes… »[4]
De entrada, se trataba de « rescatar o tomar » : aquellos hombres contemplaban ya la posibilidad de que, como ya les había pasado en otras islas, los nativos se negaran a « rescatar », por lo que estaban determinados a « tomar », o sea « robar », los víveres que hallasen, como lo escribió claramente Catoira en el momento de hacerse a la mar para emprender el viaje de regreso :
« A esta sazon [principios de agosto de 1568] se yban acabando de aderesçar los nauios […]. El señor general […] determinó de enbiar el vergantin a buscar mas comida de la que los naturales thenían, por no gastar la nuestra para poder nabegar »[5]
También se produjeron sustanciales robos en la isla de Espíritu Santo, en mayo de 1606, como lo relatan el capitán Quirós y el Padre Munilla :
« el capitán ordenó al maese de campo que con la gente se entrase la tierra adentro […]. Los nuestros hallaron dos puercos asados y todas otras sus comidas, que comieron a su placer y a buen sabor : trajeron vivos doce puercos, ocho gallinas y pollos […] ; el capitán envió al maese de campo con treinta soldados a reconocer cierto alto, a donde hallaron un grande y apacible valle y pueblos […]. Cogieron allí […] veinte puercos… »
« era zierto alli donde estaban los yndios abria lo que se yba a buscar que era alguna comida porque teniamos nezesidad […] se allaron quatro casas buyos y en ellos atados una dozena de puercos chicos y grandes y uno se allo asado en barbacoa que luego hicieron los dichos caballeros marineros con sus bienes […]. Allaronse muchos puercos que si fuera mucha jente pudieran traher mas de 50 ; trajeron 15 porque no yban mas de 25 a 26 personas… »[6]
En estos casos, no se trata de latrocinios desdeñables, sino de cantidades tan grandes que buena falta habían de hacerles a los aldeanos, pero el buen franciscano justifica dichos « robos » por la necesidad que tenían de encontrar la comida imposible de conseguir por medio del rescate.
Si los navegantes se condujeron como bandidos, sus confesiones sugieren que fue de mala gana, por obligación, y con un hondo sentimiento de vergüenza y de humillación, que además nacía de las risas de los isleños. Es lo que evoca el piloto mayor Hernán Gallego :
« los yndios se pusieron en arma contra nosotros i haçiendo burla de nosotros porque les pediamos de comer… »
La razón de dicha burla podría parecer salida de la imaginación del marinero, pero la aclara Catoira, con un detalle lingüístico que no deja lugar a dudas — las palabras que designaban los alimentos eran las primeras que habían aprendido de los idiomas locales :
« tan cerca estaban las casas de los yndios en la playa que los nuestros los oian ablar en las casas, y las rrisadas que daban deziendo nanbolos, que quiere decir “puercos”, deziendo mas nanbolos y rreyrse mucho […] despues en conversacion azian burla de nosotros porque les pediamos puercos y comida »[7]
Tenían la impresión de ser vistos literalmente como « muertos de hambre », una imagen que no correspondía con su posición social, que evidentemente juzgaban superior a la de aquellos « bárbaros desnudos ».
Parece que no se repitieron estos robos en los siglos posteriores — o que sus autores los disimularon u omitieron en sus relatos —, sin duda porque las condiciones prácticas de las expediciones habían progresado lo bastante como para que ya no se diera su urgente necesidad — o porque, como los de Taumako, los nativos habían aprendido que era mejor « comerciar » con aquellos extraños forasteros, y que así se limitarían las pérdidas.
xxx
En conclusión, hemos pasado de indígenas referidos como « grandes ladrones », cuando en realidad y según su propio sistema intelectual no lo eran, a descubridores y exploradores convencidos de la ventaja de su propia cultura, que las circunstancias forzaron a mostrarse pésimos representantes de dicha « superioridad ».
El interés de estudiar este detalle de los primeros viajes europeos por el Pacífico, por secundario que sea, es que pone de manifiesto lo relativos que pueden ser los juicios aplicados a otras civilizaciones, y revela que es necesario ponerlos sistemáticamente en tela de juicio.
Teniendo siempre en cuenta los distintos esquemas de pensamiento y las particulares condiciones de la vida cotidiana es como podemos recorrer los caminos del pasado escapando a la irrisoria tentación de juzgar a los actores de la Historia con nuestras actuales escalas de valores.
En fin, éste es el mensaje que traté de comunicar a los vanuatenses que hace un mes me hicieron tantas preguntas sobre lo que ocurrió entre los hombres de Quirós y sus antepasados, en una perspectiva humana que permitiera evitar las caricaturas habituales en películas de « buenos » y « malvados ».
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[1] Bernard Rigo : Altérité polynésienne, ou les métaphores de l’espace-temps, Paris, 2004, ed. CNRS.
[2] Relación de Fray Martín de Munilla, in Austrialia Franciscana, ed. Celsus Kelly, Franciscan Historical Studies / Archivo Ibero-Americano, Madrid, 1963, I, p. 61.
[3] Relación « anónima », y relaciones de Mendaña y de Catoira, op. cit., IV, p. 316-317, II, pp. 14 y 102, y III, pp. 204-205. El subrayado es mío.
[4] Relación de Catoira, ibid., pp. 118, 130, 145, 170-172. El subrayado es mío.
[5] Relación de Catoira, ibid., p. 184. El subrayado es mío.
[6] Historia del descubrimiento…, op. cit., I, pp. 321-323 ; Relación de Fray Munilla, in Austrialia Franciscana, op. cit., I, pp. 73-75. El subrayado es mío.
[7] Relaciones de Hernán Gallego, in Austrialia Franciscana, op. cit., III, p. 130, y de Catoira, ibid., II, p. 103. El subrayado es mío.
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