¿Eran « grandes ladrones » los isleños del Mar del Sur que acogieron a los
navegantes europeos en los siglos XVI-XVIII ?
Dra Annie Baert
El oriente era el lado del sol. Y sus objetos coincidían también con la valoración de lo brillante y de la luz, vinculada a la idea de dios y de antepasado : el destello de los objetos de metal (pensemos en las ollas y calderas de cobre que se lavaron en un arroyo de Taumako) o de cristal, los reflejos de los espejos, o el fuego de los cañones y de los mosquetes, que fue asociado al dominio del rayo y el trueno, dos atributos fundamentales del demiurgo Tangaroa y de los demás dioses primordiales.
Los polinesios también admiraron las herramientas de hierro. Ellos veneraban las que tradicionalmente utilizaban para cortar, porque permitían labrar casas y piraguas, que siempre estaban consagradas a los antepasados y cuya fabricación era una prueba de estatuto social. Las que descubrieron en los navíos representaron un auténtico « tesoro » por el progreso que significaban pero también porque se insertaban en una clase de objetos « tabú », o sea sagrados, cuyas virtudes multiplicaban, y las adoptaron en poquísimo tiempo — 30 años después de la escala de Wallis en Tahití, las azuelas de piedra ya eran consideradas como artículos anticuados.
Otro elemento que participó de esta visión sobrehumana fueron los vestidos de algodón que llevaban los navegantes. Por una parte, porque cuando aquellos recién venidos sacaban riquezas desconocidas de sus bolsillos, parecía que las sacaban de sus propios cuerpos. Por otra, porque en la sociedad tradicional preeuropea, se ofrecían « tejidos » ceremoniales a los jefes y la cantidad de « tejido » con la que se envolvía el cuerpo era una señal de estatuto social. Dichos « tejidos » eran el llamado « tapa », que se fabricaba — y se sigue fabricando — con la corteza de ciertos árboles, machacándola con un palo erizado de numerosas púas hasta obtener algo que se parece a una tela, más o menos fina y flexible según el uso que se pretende, y cuyo color varía según el árbol escogido. La primera descripción que tenemos de ello la debemos a don Diego de Prado y Tovar, quien lo descubrió en la isla de Tikopia (Islas Salomón) en 1606, y dice así : « son de las corteças de unos arboles y pareçen texidos como medias de punto », y a Luis Váez de Torres, quien escribió que le « presentaron una cascara de palo que parecia ser un lienzo mui fino de cuatro baras de largo y tres palmos de ancho de que ellos se visten[1] ». Los polinesios no conocían el algodón y le descubrieron una infinidad de virtudes : no sólo resistía al agua, mientras que su tradicional tapa se deshacía bajo la lluvia, sino que ofrecía varias capas superpuestas, y los vestidos que con él se hacían ostentaban colores asociados a lo divino, el rojo y el dorado.
Finalmente, para los polinesios, los recién llegados eran sin duda sobrehumanos, pero difíciles de clasificar porque hacían más que los antepasados propiamente dichos y menos que los dioses — que crearon el mundo, inventaron el rayo y el trueno y pescaron las islas con sus gigantescos anzuelos. Para un espíritu racional de occidente, los hombres y los dioses no pueden ser confundidos, y la pregunta es : « ¿humano o divino ? ». Pero esta interrogación no tenía sentido en la Polinesia precristiana, y hubo que forjar palabras nuevas para designar a aquellos seres hasta entonces desconocidos.
Una de ellas es « papalangi » que en muchas islas del Mar del Sur se suele utilizar para designar a los europeos — y la palabra « popa’a » o « papa’a », con la que se los llama en la Polinesia oriental, como por ejemplo en Tahití, sería una deformación y/o abreviación de « papalangi ». Pero, en el siglo XVIII, para el capitán Cook o para el español Alejandro Malaspina, « papalangi » designaba « los vestidos de los forasteros », y según John C. Beaglehole se refería de manera más general a « los objetos que trajeron los forasteros ».
Una hipótesis reciente[2] hace venir esta palabra « papalangi » del malayo « barang », que significa « cosa, objeto, artículo », que habría sido adoptado por unos polinesios al escucharlo en boca del navegante holandés Tasman, en 1643 — en aquella época los holandeses habían incluído un gran número de palabras malayas en su lengua cotidiana y seguramente varios de los tripulantes de Tasman hablaban malayo.
Los polinesios oyeron probablemente que aquellos recién llegados les decían que los regalos que les ofrecían (vestidos, perlas de cristal, herramientas de hierro) eran « barang », y la palabra nueva conoció una transformación fonética lógica : barang > *palangi, con la también explicable reduplicación que llegó a « papalangi ».
Parece pues que el sentido de « papalangi » pasó de « artículos europeos », en tiempos de los primeros contactos, al de « hombres europeos », y que los polinesios pronto olvidaron el sentido original de esta palabra, para la que fue inventada además una supuesta etimología « auténtica » : « papa » + « lagi », « gente [que viene del] cielo ». Esta explicación es tan presumidamente eurocéntrica que no puede retenerse, como lo indica la controversia entre Marshall Sahlins — éste escribió, con razón, que en Hawaii, el capitán Cook fue visto como una manifestación visible y algo inesperada del dios Lono —, y Gananath Obeyesekere — que lo acusó de mirar con condescendencia a los indígenas, y estimar que eran lo bastante tontos como para que tomaran a un europeo por un dios.
En realidad, lo interesante de esta hipótesis sobre el origen de « papalangi » es que asocia a los recién llegados con sus « tesoros », sus artículos desconocidos y tan deseables, y que puede ofrecernos una clave para comprender la atracción que ejercieron dichos objetos-regalos más o menos divinos sobre los polinesios que, como en sus ritos tradicionales, se abalanzaron sobre ellos para apropiárselos — y los « robaron » a los forasteros.
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[1] Relación de Prado y carta de Torres, in : New Light..., op. cit., pp. 118 y 224.
[2] Paul Geraghty & Jan Tent « : Exploding sky or exploding myth. The origin of papalagi », Journal of Polynesian Society, 2001, 110 (2) : 171-214
navegantes europeos en los siglos XVI-XVIII ?
Dra Annie Baert
El oriente era el lado del sol. Y sus objetos coincidían también con la valoración de lo brillante y de la luz, vinculada a la idea de dios y de antepasado : el destello de los objetos de metal (pensemos en las ollas y calderas de cobre que se lavaron en un arroyo de Taumako) o de cristal, los reflejos de los espejos, o el fuego de los cañones y de los mosquetes, que fue asociado al dominio del rayo y el trueno, dos atributos fundamentales del demiurgo Tangaroa y de los demás dioses primordiales.
Los polinesios también admiraron las herramientas de hierro. Ellos veneraban las que tradicionalmente utilizaban para cortar, porque permitían labrar casas y piraguas, que siempre estaban consagradas a los antepasados y cuya fabricación era una prueba de estatuto social. Las que descubrieron en los navíos representaron un auténtico « tesoro » por el progreso que significaban pero también porque se insertaban en una clase de objetos « tabú », o sea sagrados, cuyas virtudes multiplicaban, y las adoptaron en poquísimo tiempo — 30 años después de la escala de Wallis en Tahití, las azuelas de piedra ya eran consideradas como artículos anticuados.
Otro elemento que participó de esta visión sobrehumana fueron los vestidos de algodón que llevaban los navegantes. Por una parte, porque cuando aquellos recién venidos sacaban riquezas desconocidas de sus bolsillos, parecía que las sacaban de sus propios cuerpos. Por otra, porque en la sociedad tradicional preeuropea, se ofrecían « tejidos » ceremoniales a los jefes y la cantidad de « tejido » con la que se envolvía el cuerpo era una señal de estatuto social. Dichos « tejidos » eran el llamado « tapa », que se fabricaba — y se sigue fabricando — con la corteza de ciertos árboles, machacándola con un palo erizado de numerosas púas hasta obtener algo que se parece a una tela, más o menos fina y flexible según el uso que se pretende, y cuyo color varía según el árbol escogido. La primera descripción que tenemos de ello la debemos a don Diego de Prado y Tovar, quien lo descubrió en la isla de Tikopia (Islas Salomón) en 1606, y dice así : « son de las corteças de unos arboles y pareçen texidos como medias de punto », y a Luis Váez de Torres, quien escribió que le « presentaron una cascara de palo que parecia ser un lienzo mui fino de cuatro baras de largo y tres palmos de ancho de que ellos se visten[1] ». Los polinesios no conocían el algodón y le descubrieron una infinidad de virtudes : no sólo resistía al agua, mientras que su tradicional tapa se deshacía bajo la lluvia, sino que ofrecía varias capas superpuestas, y los vestidos que con él se hacían ostentaban colores asociados a lo divino, el rojo y el dorado.
Finalmente, para los polinesios, los recién llegados eran sin duda sobrehumanos, pero difíciles de clasificar porque hacían más que los antepasados propiamente dichos y menos que los dioses — que crearon el mundo, inventaron el rayo y el trueno y pescaron las islas con sus gigantescos anzuelos. Para un espíritu racional de occidente, los hombres y los dioses no pueden ser confundidos, y la pregunta es : « ¿humano o divino ? ». Pero esta interrogación no tenía sentido en la Polinesia precristiana, y hubo que forjar palabras nuevas para designar a aquellos seres hasta entonces desconocidos.
Una de ellas es « papalangi » que en muchas islas del Mar del Sur se suele utilizar para designar a los europeos — y la palabra « popa’a » o « papa’a », con la que se los llama en la Polinesia oriental, como por ejemplo en Tahití, sería una deformación y/o abreviación de « papalangi ». Pero, en el siglo XVIII, para el capitán Cook o para el español Alejandro Malaspina, « papalangi » designaba « los vestidos de los forasteros », y según John C. Beaglehole se refería de manera más general a « los objetos que trajeron los forasteros ».
Una hipótesis reciente[2] hace venir esta palabra « papalangi » del malayo « barang », que significa « cosa, objeto, artículo », que habría sido adoptado por unos polinesios al escucharlo en boca del navegante holandés Tasman, en 1643 — en aquella época los holandeses habían incluído un gran número de palabras malayas en su lengua cotidiana y seguramente varios de los tripulantes de Tasman hablaban malayo.
Los polinesios oyeron probablemente que aquellos recién llegados les decían que los regalos que les ofrecían (vestidos, perlas de cristal, herramientas de hierro) eran « barang », y la palabra nueva conoció una transformación fonética lógica : barang > *palangi, con la también explicable reduplicación que llegó a « papalangi ».
Parece pues que el sentido de « papalangi » pasó de « artículos europeos », en tiempos de los primeros contactos, al de « hombres europeos », y que los polinesios pronto olvidaron el sentido original de esta palabra, para la que fue inventada además una supuesta etimología « auténtica » : « papa » + « lagi », « gente [que viene del] cielo ». Esta explicación es tan presumidamente eurocéntrica que no puede retenerse, como lo indica la controversia entre Marshall Sahlins — éste escribió, con razón, que en Hawaii, el capitán Cook fue visto como una manifestación visible y algo inesperada del dios Lono —, y Gananath Obeyesekere — que lo acusó de mirar con condescendencia a los indígenas, y estimar que eran lo bastante tontos como para que tomaran a un europeo por un dios.
En realidad, lo interesante de esta hipótesis sobre el origen de « papalangi » es que asocia a los recién llegados con sus « tesoros », sus artículos desconocidos y tan deseables, y que puede ofrecernos una clave para comprender la atracción que ejercieron dichos objetos-regalos más o menos divinos sobre los polinesios que, como en sus ritos tradicionales, se abalanzaron sobre ellos para apropiárselos — y los « robaron » a los forasteros.
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[1] Relación de Prado y carta de Torres, in : New Light..., op. cit., pp. 118 y 224.
[2] Paul Geraghty & Jan Tent « : Exploding sky or exploding myth. The origin of papalagi », Journal of Polynesian Society, 2001, 110 (2) : 171-214
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