Así
no es de extrañar, que el patrono del Santuario en una exposición, en defensa
de la Feria de
Guaditoca, dirigida al Consejo, escribiera estas palabras: “Es esta feria una de las más famosas de toda
Extremadura, con innumerable concurrencia de personas de pueblos muy distantes,
por cuya circunstancia consigue esta villa un poco de alivio en su vecindario;
por cuanto los que hacen postura a el ramo de su alcabala del viento y a los
abastos públicos, esperanzados con el gran ingreso que les produce un concurso
tan numeroso y la pluralidad de contratos de ventas y permutas que se celebran,
ofrecen y pagan derechos más crecidos que aquellos que prometerían, si no se
celebrase la feria. De modo que cuando menos sube esta ventaja a mil ducados de
vellón, que dejan, por esta causa, de repartirse a el común de su vecindad, por
hallarse el pueblo encabezado, y cederían indispensablemente a la Real Hacienda , si se
administrase de su cuenta.”
*
*
*
Todo tenía su centro en la
hermosa Reina, que aparecida en las márgenes del manso arroyuelo, que serpentea
entre riscos y peñascos, era el imán que atraía a aquellas multitudes, que por
honrar a la Virgen
de Guaditoca emprendían larga jornada, sin importarles lo penoso del camino, ni
las molestias de la estancia en aquellos lugares, pues no había alojamiento
para tantos.
Casas propias tenían las Hermandades, y en ellas, aunque
con estrechez, había posada para los cofrades y paniaguados; también la tenía la Justicia de la villa para
sus oficiales y ministros; y abierta estaba la de los Patronos para amigos,
deudos y conocidos; en portales y tiendas improvisadas vivían cuantos podían, y
otros, con más modestia, sentaban los reales bajo las copudas encinas, quedando
para los demás el gran palacio que fabricó la mano del Altísimo, poniéndole el
hermoso cielo por techumbre y por muñida alfombra el verde césped.
Pero todo se sufría gustosamente por estar al lado de la
hermosa Virgen, de quien esperaban el remedio de sus males, o a la agradecían
los favores recibidos. Con lágrimas, que arrancaba el más puro amor, regaban el
suelo de la Ermita
y dejaban en sus muros testimonios de su gratitud: y si la alegría se
enseñoreaba de aquellas multitudes, que acortaban lo largo de los días con
fiestas improvisadas, la piedad más sincera se respiraba a la vez, siendo
continúo el ir y venir, el entrar y salir en el templo, donde está el trono de
las misericordias y del amor de la que escogió aquel lugar para dispensar a manos
llenas los tesoros que puso en sus manos el Eterno para distribuirlos con
largueza entre sus hijos y devotos.
La animación y vida comenzaba desde la víspera del día de
Pentecostés; a la caída de la tarde hacían su entrada las Cofradías erigidas en
los pueblos para culto de la
Virgen , precedidas de estandartes y presididas por los
oficiales de mesa, mayordomos y alcaldes, y su primera visita era para la Santa Imagen , que
vestía sus mejores galas, y recibía el homenaje oficial de la veneración y amor
de sus cofrades y devotos. El desfile de estas procesiones no dejaba de ser
vistoso, y las casas en que se hospedaban las Cofradías era desde aquel
momento, otros tantos centros obligados de concurrencia, ya por las visitas
mutuas, que impone la cortesía, ya por la largueza y buena voluntad con que se
obsequiaba a cuantos pisaban sus umbrales.
A la mañana siguiente llegaban el Corregidor de
Guadalcanal y el Alguacil mayor de la villa, los oficiales de la Audiencia y los
ministros ordinarios de la
Justicia , seguidos de los guardas de campo, para velar por la
conservación del orden público, corregir desmanes, perseguir el juego ilícito y
velar por el cumplimiento de las ordenanzas de buen gobierno, asistir a los
tratos y contratos y evitar desfalcos a la Hacienda pública. A veces, asistía alguna sección
de tropas, ya de las que hubiera accidentalmente en la villa, ya enviada
expresamente por las autoridades superiores de Llerena. Y hemos de consignar,
en honra de aquellas generaciones, que el orden más completo reinó siempre;
pues cuando en 1786 buscábanse toda clase de motivos y causas, para trasladar
la feria, sólo de un pequeño robo y sin importancia se hace mención. Una mujer,
llamada la Extremeña ,
en compañía de su yerno, Bernardo el
francés, robó el último días unas enaguas, que fueron recuperadas, y no
prendieron a la autora del robo, porque se les escapó a los alguaciles entre la
gente que había en la Iglesia
y la perdieron de vista.
Sigamos nuestro relato. A medida que entraba el día de
Pentecostés engrosaba el número de devotos y feriantes, se terminaba la colocación
de puestos y vendejas y para la tarde todo quedaba bien ordenado y dispuesto.
Desde el amanecer se celebran misas en el Santuario, en cumplimiento de
Capellanías unas, y otras por encargo de los fieles, y siendo crecido el número
de sacerdotes de Guadalcanal y del contorno, que allí se reunía, no eran
suficientes para atender las peticiones de los fieles. Las Hermandades
celebraban desde este día sus funciones, rivalizando cada una y esmerándose
para que la suya fuera más solemne que las de las otras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario