Del
incremento que llegó a alcanzar, en los días gloriosos del Santuario de
Guaditoca, puede darnos idea el número de mercaderes y tratantes que acudían en
busca de lucro y de ganancia al ferial. El cuaderno formado en 1786 para el
ajuste de la cuenta de maravedises que cobró en aquel año la Justicia de la villa, nos
da testimonio fehaciente de que allí se vendían desde las vituallas más necesarias
para la vista, hasta los objetos más lujosos y superfluos, que podía desear el
más refinado gusto. En los Portales, que formaban una gran plaza delante del
Santuario, estaban las tiendas de lienzos y sedas, cintas y encajes, sombreros
y zapatos, cueros y cordeles de cáñamo, estambres y paños, baratijas y alhajas
de oro y plata. En los puestos de las esquinas, y en otros, ya adosados a los
muros del Santuario, ya esparcidos por el valle, se vendían vinos, desde los
afamados de las bodegas de la
Marquesa de la
Vega , hasta el mosto de la última vendimia, aguardientes y refrescos,
tabacos y turrones, chacinas y abadejo, aceite y vinagre. En mesas y tablas,
que arrendaba el Santuario, tenían sus vendejas los jergueros de Sevilla, de
Carmona, de Tocina, de Medina de las Torres y de Fuente de los Cantos; los de
Montemolín vendían costales, los granadinos pitos, los de Berlanga bayetas, los
de Martos cordonería; botones los de Écija y Cabra, frutas los de Palma; sin
que faltaran campanillos y cencerros, suelas y horquillas, palas y aperos de
labor; herrajes y ferretería, hormas para zapatos, y calzados, paños y
estemeñas, espartos, sedas y lienzos; no siendo corto el número de vendedores
de garbanzos tostados y alfajores, avellanas y turrones, frutas del tiempo y quesos…
y mil y mil cosas más, en que pudieran gastar dinero los peregrinos, ya para
proveerse de cera y exvotos que ofrecer al Santuario, ya para llevar a los
suyos algún recuerdo de aquellos días que pasaron alegres y contentos en las
vegas de Guaditoca.
Pero la parte más principal del
ferial era el mercado de ganados.
El sitio reunía para ellos las
mejores condiciones, no siendo la menos principal el que por allí pasa la
vereda real de carnes y que los pastos son abundantes en las dehesas próximas y
excelente el abrevadero del río, que besa los muros del templo por el lado sur.
No faltaría ni el ganado de cerda,
ni el vacuno; y concurrían, seguramente, rebaños de ovejas y cabras. De estos
ganados no hablan los cuadernos de registros, dedicados solamente a la
compraventa de caballerías. Hierros de las más acreditadas cuadras de Andalucía
y Extremadura ostentaban caballos, potros y yeguas, mulos y asnos, siendo
numerosas las transacciones y viniendo los compradores y vendedores de muy
lejanas tierras. Allí se daban cita el modesto labriego y el rico labrador;
aquél en busca de la yunta de poco precio que le ayudase a labrar su pegujal, y
éste en demanda de brioso corcel; el tratante en ganados de la campiña andaluza
y el proveedor de caballos de los regimientos del Ejército; el venido de las
márgenes del Tormes y el que comercia con Gibraltar desde el vecino campo de
San Roque; el de la Sierra
de Aracena, y el de las vegas del Guadiana; los labradores de Carmona y de
Écija y Jerez y sus comarcas y los labradores extremeños… hasta de Valencia venían
en busca de potros para recriarlos. Dan esos pueblos importancia al ferial y
llevan de un extremo a otro el nombre de la feria de Guaditoca.
La situación del Santuario en el
centro de una extensa y rica comarca, en los confines de Andalucía y
Extremadura, daba facilidades lo mismo a mercaderes y tratantes que a los compradores;
pero la causa principal del incremento que adquirió la feria no era otra, que
la devoción a la Virgen
bendita de Guaditoca, que atraía a su Santuario legiones de devotos para
asistir a las fiestas religiosas que en su honor se celebraban. Sólo las
Hermandades de Guadalcanal, Valverde, Berlanga y Ayllones ya daban buen
contingente de romeros, a los que hay que agregar los devotos de aquellos
pueblos y de otros, aún más distantes, a más del de curiosos y gente desocupada
y divertida, que por distracción los unos, por conveniencia los otros, por
devoción los más, se reunían a la sombra del Santuario. Por otra parte, el
tiempo de las fiestas, en plena primavera, cuando ni se sienten los fríos
intensos del crudo invierno, ni los ardores del estío, convidaba a pasar
plácidamente unos días en sitio tan ameno como el frondoso valle que riega el
Guaditoca, hermoso vergel que rodean bravas montañas.
Ni que decir tiene que la
feria producía ventajas, muy dignas de tenerse en cuenta, en beneficio del
Santuario. No es ocasión –en otro trabajo se han consignado las notas
oportunas- de decir lo que la
Hermandad en sus tiempos, y más tarde los Patronos del
Santuario, hicieron con los ingresos de la Feria. Parte de las
obras de la Iglesia ,
su decorado y algunas alhajas, como las andas de plata de la Virgen , se costearon, al
menos en su mayor parte, con aquellos ingresos; ni hemos de omitir que, con
pretexto de la feria venían muchos, cuyas limosnas engrosaban el caudal de la Señora ; pero el pueblo
también se beneficiaba, y mucho por cierto, ya con el comercio que se hacía en
aquellos días, ya con las facilidades, que tan a mano tenía, para comprar cosas
necesarias, o de lujo, sin graves –molestias para buscarlas, ni dispendios
cuantiosos para adquirirlas; se aligeraban los impuestos y tributos, que
pesaban sobre la villa, porque parte de las contribuciones, que habían de pagarse
al fisco por el común de los vecinos, se sacaba de lo que tributaban los
mercaderes de la feria.
1 comentario:
La CocaCola de Guaditoca
http://www.antonioburgos.com/abc/2013/12/re120313.html
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