Andrés Mirón en la Romería de Guaditoca el año 2003 (a la derecha de la fotografía) |
En estas fechas de añoranzas y balances de este año infausto, hemos querido recordar a nuestro insigne poeta e Hijo Predilecto de la Villa de Guadalcanal, que tantos premios consiguió en su dilatada carrera literaria.
Agradecemos a José Mª Álvarez que nos ha facilitado el poema premiado por la Villa de Aoiz y los datos de la fecha en que se falló y la composición del jurado.
CUANDO YA NADA IMPORTA
Hay cosas que se explican cuando ya nada
importa.
Evoco los tranvías y a las rubias platino
del lábil cine negro y ciertos plenilunios
y unos tristes boleros oxidando los años
donde el oro es chatarra y los partes de
guerra
y las casas de putas y un olor a alhucema,
que dieron en cenizas. Qué inútil la
palabra
que llega cuando el tiempo ya puso, según
suele,
su estrago en lo que nombra. Aquí donde
ahora lato,
un soldado de Aníbal me hizo prisionero
por gritar ¡Ave César! una noche de
farra.
Y preso continúo, pero de otros caprichos,
si no tan placenteros, más turbiamente
inútiles.
Los malvas del poniente acercan aventuras
vividas no se sabe en cuáles alamedas
con pájaros cantores. ¿Memoria o
espejismo?
Da igual; tal vez un roce de hermosura no
escrita.
Por esta densa niebla transito cada tarde.
Y así doy en la noche, esa trama secreta
que otorga paz al mundo y pone en
evidencia
la pequeñez del hombre, su ceguera
culpable.
Pero no todo es sombra. Una flor se hace
mayo
si en ella se sustancian canción y
galanura.
En este extraño instante coincido en el
Martinho
da Arcada con Pessoa, un sombrero marengo
de fieltro y mucho humo. Encuentros como
éste
se dan en cualquier sitio a poco que me
marche
de copas y regrese borracho y me detengan
por recitar mi vida. Nadie me espera
nunca.
Una vez intentaron liquidarme en Granada
tan sólo porque quise llamar al crimen,
crimen,
pero huí para siempre como dicta mi miedo.
Allí donde hubo un árbol, siempre queda
una sombra
y hay vuelos que se truncan en pleno
descarrío
y una historia de trinos le otorga a la
mañana
fascinación durable. Con trinos me
despierto.
Con trinos, ya en la calle, me salen al
encuentro
árboles prisioneros, sin culpa, del
asfalto.
Si ofician el asombro, la prisa no lo
advierte.
Solos y rutinarios nos perdemos de vista
y de otros soliviantos igualmente feroces.
Todo este helor se llama miércoles, por
ejemplo.
Pero a veces el cielo se engrisa en
nuestro daño
y deja una caricia allí donde un parterre
implora verderío. Vivir es sucederse.
Estar es santiguarse con la luz de los
días.
Lo demás es un juego en que todo se pierde
o, con mucho entusiasmo, se gana lo
apostado.
Sólo así nos sorprende con sus dalias
tardías
la estación de los sueños. Es lo que
siempre pasa
cuando ya no se explican las cosas que
importaron.
Andrés Mirón