jueves, 2 de diciembre de 2010

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 29


-«Allí ha desembarcado Goded, pero la guarnición se ha puesto a las órdenes de un General de la Guardia Civil; éste se ha apoderado del Parque de Artillería, ha armado a los milicia­nos y ha hecho presos a los generales y jefes de la guarnición.»
Me puse luego en contacto con el General Cabanellas, de la quinta región, de Zaragoza. Le pregunté si estaba al corriente de la sublevación, me contestó que sí pero que aún no había tomado determinación alguna.
-«Le doy dos horas de plazo para responder, al cabo de las cuales, si no he obtenido respuesta, daré por hecho que está usted en contra del Gobierno.»
La sexta División estaba bajo las órdenes de Mola. Este se había hecho cargo del mando luego de arrestar a los Generales Batet y González de Lara.
La séptima División, Valladolid, no respondió al teléfono. Posteriormente supe que el General Saliquet acompañado de unos paisanos armados y tras un breve tiroteo en el que hubo algunos muertos, se había hecho cargo del poder.
La octava División era La Coruña; al frente estaba Salcedo, quien me comunicó que no sabía nada del movimiento. Me enteré más tarde de que el Coronel Martín Alonso, secundado por otros jefes, habían arrestado a los generales Salcedo y Ca­ridad y los habían fusilado dos días después.
Finalmente hablé con Asturias; desde allí el Coronel Aranda me dio a conocer su posición: sabía del estado de la situación política y se había puesto a las órdenes de Mola.
Poco más tarde supe que el General Queipo de Llano se había hecho cargo del poder en Sevilla.
Tras estas conversaciones telefónicas, comenté con Saravia: «Esto no es lo de Asturias. Es el comienzo de una guerra civil.»
El día 20 de julio se reunió el Consejo de Ministros en el Ministerio de Marina. Les informé sobre mis gestiones ante las ocho divisiones y el resultado de las mismas.
Mientras tanto, en Madrid, los cuarteles eran asaltados por los milicianos. En el Campamento de Carabanchel una colum­na de milicianos tuvo un enfrentamiento en el que murieron el General García de la Herrán y fueron hechos prisioneros gran número de jefes y oficiales. Comenté a los ministros, además, que Saravia me había dicho que el movimiento revolucionario para contrarrestar el del ejército tenía organizados muchos ba­tallones clandestinos con mandos políticos. Yo consideraba que por no ser político no podría entenderme con ellos y presenté la dimisión, que fue hecha pública semanas más tarde.
Hablé con mi mujer, que había quedado en Badajoz. El sar­gento de la estación de telégrafos se presentó en mi despacho para hablarme a solas:
-«Mi General, tiene usted intervenidas las comunicaciones telefónicas.»
El 21 de julio recibí la visita del Cónsul de Francia en fun­ciones de Embajador. Me informó que la Embajada se estaba llenando de personas que acudían allí en busca de asilo y que para poderlas evacuar en un avión que vendría de Toulousse solicitaba permiso del Ministerio. Hablé con el Comandante Mi­litar de Barajas y le di orden de que no pusiese dificultades para que los coches de la Embajada, con la bandera de Fran­cia, se acercaran al avión y subiesen sus ocupantes.»
Un día mi padre fue enviado por el Gobierno a presidir un mitin anarquista. Lo recibieron puño en alto cantando la In­ternacional. Sin inmutarse, bajo las miradas de fuego de los asistentes, esperó a que terminase la música con la gorra en la mano. Luego preguntó:
-«¿No tiene un himno la República?»
-«¿Quiere usted que se toque?»
-«Naturalmente.»
Durante la ejecución del himno se puso la gorra y saludó militarmente.
Durante su servicio en el Ministerio tuvo ocasión de salvar­le la vida a un amigo y compañero de promoción, el Coronel Fidel de la Cerda, quien había sido detenido por los milicianos.

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