miércoles, 8 de diciembre de 2010

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 32

Fotografía cedida por Isabel Krsnik Castelló. José Castelló, hermano del General Castelló, asesinado en Guadalcanal en los primeros días de la guerra.

Me levanté rápidamente y llamé a Saravia al Ministerio:
-"¿Qué ha pasado para que Pozas retire la compañía de Guardias de Asalto?"
-"No lo sé."
-"Como le previne a usted, han asaltado la cárcel y ha habido una matanza; en la puerta hay una fila de cadáveres" -y le cité los nombre de los muertos.
Indalecio Prieto, que también había dormido en el Ministe­rio, al escuchar la conversación que mantuve con Saravia, le comentó:
-"Amigo Saravia, hoy hemos perdido la guerra."
Muchos de los presos que fueron asesinados estaban en la cárcel por orden del Gobierno para protegerlos de los milicia­nos. El asalto a la Cárcel Modelo demostró que el Gobierno no tenía autoridad sobre ellos.»
Mi padre tuvo las primeras noticias sobre su familia estan­do en la Capitanía. Eran tan malas que le produjeron una pro­funda depresión. Se apoderó de él una especie de locura, echó mano de su revólver y, al abrirlo para ver si estaba cargado, se escapó un tiro que destrozó un espejo. Al escuchar el disparo sus compañeros entraron en el despacho y enseguida fue lle­vado al Sanatorio del doctor Esquerdo. Mi padre no hablaba sobre este episodio, decía que había quedado postrado en un sillón durante largas horas y que en ese estado lo habían en­contrado sus compañeros.
Vidarte vuelve a hablar sobre Castelló: «Me dijo que le había insistido a Giral para que lo sustituyese como Ministro de la Guerra porque no había nacido para ese puesto. Había solicitado que lo enviase al frente con las fuerzas republicanas que estaban defendiendo el sector de Badajoz. Seguía obsesio­nado con el problema de su mujer y sus hijas. Creía que el Presidente del Consejo, señor Giral, accedería a su pretensión.»
Una madrugada, a eso de las seis -relata Vidarte-, me llamó por teléfono:
-«Ven con urgencia. Quiero hablarte.»
Llegué a la Capitanía y lo encontré vestido de uniforme y paseándose con grandes zancadas por el salón de su despacho.
-«¿Tú crees en los aparecidos?» -me interrogó.
-«No soy espiritista, pero hay mucha gente que cree en ellas.»
-«¿Crees que tengo condiciones de médium?»
-«Quizá todos las tengamos si las hubiéramos desarrollado como los monjes del Tíbet.»
Luis se quedó un momento mirándome con ojos desorbita­dos y me dijo:
-«Anoche vi a Margarita y a mis hijas. Ella estaba sentada en un sillón y las dos niñas estaban arrodilladas en el suelo, apretadas contra su falda. Margarita, muy serena, me decía: "Ha venido a verme Castejón y me ha dicho que nada nos ocu­rrirá y que él se ocupará de que podamos pasar a Portugal." Estaba muy demacrada y las niñas lloraban.»
Después, sin apartar de su mente las fantasmas del sueño, agregó:
-«Sí, Castejón es un caballero. El era mi ayudante. Días antes de la sublevación me habló para pedirme que me sumase a ellos. Le respondí que sería fiel al Gobierno. Le di mi palabra de honor de no decir nada y la cumplí.»
(Es posible que mi padre tuviera esa visión, pero me consta que Castejón no le avisó. Ambos me lo dijeron.)
«En el salón de su despacho, desde los balcones que dan a la calle Mayor -continúa Vidarte-, veíamos que el tránsito era normal. Desde allí no se percibía la guerra. De pronto sentí que apretaba mi brazo con fuerza:
-"No puedo, Simeón, no puedo. Me faltan las fuerzas. Pe­pín asesinado, Luis Castelló y toda su familia también, José Castelló preso en El Hacho, mi mujer y mis hijas probablemen­te presas, yo llamando traidores a mis amigos, ellos llamándo­melo a mí. ¡Y todo ello en medio de una guerra inimaginable por su crueldad! No puedo más, voy a volverme loco. Lo mejor será pegarme un tiro."
-"No digas tonterías. Tienes un terrible desequilibrio ner­vioso. Pide una licencia por el tiempo que necesites. No te la negarán."
-"Quizás tengas razón y lo que necesite sea un descanso. Sobre todo, volver a ver a Margarita y a las niñas."
-"Ahora descansa y no pienses en aparecidos." Cuando salí cambié impresiones con su ayudante:
-"El general necesita descanso. Tiene los nervios hechos polvo."
-"¿Le ha contado lo de su mujer? Yo, por si acaso, le he quitado el revólver, temo que haga una tontería".»
«Largo Caballero, en representación del ala de extrema iz­quierda, invitó al Gobierno a abandonar el poder. Se apoderó de él como Presidente y como Ministro de la Guerra. Negrín pasó a ser Ministro de Hacienda y Álvarez del Vayo de Relacio­nes Exteriores. Era la dictadura del proletariado. Los milicia­nos eran los dueños de la situación. Empezaba el terror. Se or­ganizaban patrullas que sacaban a las personas de sus casas y les daban el paseo. Se hacían sacas en las cárceles y se asesina­ba en Paracuellos del Jarama. Simpatizantes del Gobierno Mili­tar me informaban de lo que sucedía en la calle. A los retirados por la Ley Azaña se los citaba en la Casa de la Moneda para supuestamente informarles de un asunto; entraban por una puerta y salían por la de la calle opuesta donde los esperan camiones que los conducían a las nuevas cárceles, y de la ma­yoría de ellos no se volvía a saber nada.
Desde mi habitación del Gobierno Militar se oían, por la madrugada, los fusilamientos en la Cuesta de la Vega. Las cajas particulares de los sótanos del Banco de España fueron abiertas por orden del Gobierno y se apoderaron de las alhajas, valores y dinero en metálico. El oro del Banco de España fue enviado a Méjico y a Moscú. La intranquilidad reinaba en Madrid. Lar­go Caballero, como Ministro de la Guerra, dio una orden en el Diario Oficial para que en toda unidad armada o centro militar se constituyera un comité de control que sería elegido por sol­dados y que informaría al Gobierno de la lealtad a la República de jefes y oficiales. El diario que traía estas noticias me lo había dejado en mano un cabo destinado a la cuadra. Le dije:
-"Ordene que se reúnan todos los jefes, oficiales, subofi­ciales y la tropa para hacer la votación."
-"Ya lo hemos hecho y yo soy el presidente" -me res­pondió.
-"¿Y cuál es su misión?" -interrogué.
-"Informar al Gobierno de la lealtad de todos los que están destinados en la Capitanía, incluso de usted."
Ya no pude más. Había hablado con el Teniente Coronel More, agregado militar de Francia, previendo una situación se­mejante. Pedí a mi chófer que me llevara a la casa particular del Agregado. Despedí allí al automóvil oficial y en el del Agre­gado, luego de pasar por mi casa para recoger algo de ropa y algunos objetos de valor, me fui a la Embajada.»
Aquella noche y en las sucesivas la radio emitió un mensaje del Ministerio de la Guerra en el que ordenaba al General Cas­telló pasarse por aquel Ministerio. En Francia lo captó, a tra­vés de radio Barcelona, una sobrina suya que, de inmediato, escribió a la emisora pidiendo noticias, pero por toda respuesta le enviaron propaganda comunista.
Durante su estancia en la Embajada mi padre escribió sus primeras memorias. Rescaté sólo algunas páginas en las que reflexiona sobre la guerra:«De las razones que tuviera el Mando Nacional para elegir rutas ascendentes como las de Carabanchel y Usera para atacar Madrid, las desconozco. La Estación del Norte constituía una fortaleza, con la ventaja de que se podía aprovisionar de hom­bres y materiales por el Metro sin salir a la superficie. Las montañas de Príncipe Pío estaban bien guarnecidas de cañones. El ataque del 1 de noviembre fue detenido y esto levantó la moral de los defensores. Las rutas de invasión descendentes, como la de Somosierra y la carretera de Guadalajara, eran más fáciles: Esta última estaba casi totalmente desguarnecida. Rojo, al disponer de fuerzas de reserva suficientes, acudía a los pun­tos amenazados a medida que el ataque se desplazaba, y así el pugilato duró hasta que las derrotas en otros frentes influyeron en Madrid. El apoyo de Martínez Barrios a la Unión Republicana sólo puede justificarse por sus ambiciones. Obtuvo categoría de ex Presidente del Consejo. Lo que resulta difícil de comprender es que posteriormente se sumara al bloque de izquierdas revo­lucionarias teniendo en cuenta que yo mismo le he oído decir que no era partidario de los golpes extremos a tal punto que él los reprimía con rigor. Por eso, cuando formó el bloque Po­pular, constituyó la extrema derecha. Luego del triunfo de las elecciones fue nombrado Presidente de las Cortes y Vice-Presi­dente de la República, -cargo que ocupó interinamente después de la deposición de Alcalá Zamora.

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