LUÍS GARRAIN VILLA.
Cronista Oficial de Llerena.
La conversión del pueblo judío al cristianismo tiene una especial relevancia con Abner de Burgos, un rabino de 50 años que en 1321 anunció públicamente el abandono de su religión para abrazar el cristianismo; adoptó el nombre de Alfonso de Valladolid y escribió tres obras para justificar los motivos de la dejación de sus creencias judías, “Las guerras del Señor”, “Mostrador de justicia” y “Oferta de celo”. [1] Es a partir de la divulgación de sus convicciones religiosas cuando muchos hebreos, obligados por las circunstancias, presionados por los cristianos, la iglesia y algunas decisiones reales, incluso bajo la amenaza de muerte en algunos casos, abrazan la religión mayoritaria. Le siguió el rabino Salomón ha-Levi, llamado después Pablo de Santa María, que durante diez años había fundamentado su conversión en profundas convicciones. No obstante, muchos de ellos, volvían a escondidas a visitar a los rabinos para volver a practicar la religión judía. Estos arrepentidos pasaban inmediatamente a ser objeto de miramientos y vigilancia por los cristianos, eran denunciados ante la Inquisición, incluso por los mismos rabinos y se les aplicaba la jurisdicción eclesiástica. Con ello se creaba un nuevo problema, los falsos cristianos, los conversos, lo suficiente para que, una población cada vez más antisemita, radicalizara su odio y repulsa hacia los judíos, hasta el extremo intolerante de considerar que la conversión del pueblo hebreo debía hacerse “no con palabras, sino con cuchillos”.[2]
El año fatídico para los judíos es 1391, el año de las matanzas. Las revueltas se centran en Sevilla, provocadas por Fernando Martínez, arcediano de Écija y después provisor en el arzobispado de Sevilla; en sus sermones animaba el antisemitismo más exacerbado e incitaba al pueblo más humilde, agobiado por una situación económica deprimente, a desvincularse de los judíos y destruir las sinagogas, consideradas como guaridas del diablo. El cardenal de Sevilla conminó al Rey para que convenciera al arcediano Martínez y dejara de predicar en contra de los hebreos, pero éste no hizo caso y reclutó a numerosas personas, procedentes de las clases bajas sevillanas, para eliminar a los judíos. El 7 de julio de 1390 fallece el arzobispo Pedro Gómez Barroso, principal opositor de Martínez, y éste se hace cargo de la administración de la diócesis; el arcediano se encuentra sin traba alguna en su lucha contra los judíos y ordena la destrucción de las sinagogas.
Todos estos actos de muerte y destrucción del pueblo judío se fueron desarrollando por todo el reino de Castilla, Toledo, Andalucía, Levante, Baleares y Cataluña, sin que la Corte pusiera interés en detenerlos. Tras estos sucesos el pueblo judío quedó diezmado, pobre, disperso y sus escuelas arruinadas. Parece ser que el balance final arroja una cifra de convertidos al cristianismo superior a la de los fallecidos, y los que sobrevivieron, quedaron sumidos en un estado de constante persecución por las autoridades eclesiásticas y la Inquisición. El historiador Juan Antonio Llorente dice que fueron más de cien mil los judíos sacrificados en dicho año 1391 y más de doscientas mil familias recibieron el bautismo en los diez primeros años del siglo XV.
Una vez que los hebreos recibían las aguas bautismales, el pueblo los denominaba con varios apelativos: cristianos nuevos, lindos, conversos, porque acababan de convertirse, aunque a los musulmanes bautizados y sus descendientes se les llamaba igual, y también marranos, palabra que procede por degeneración de marran-atha, que significaba señor viviente,[3] aunque en España, entre 1391 y 1492 el vocablo marrano se derivaba del verbo castellano "marrar”, confundirse por haberse convertido al cristianismo.[4] Todos fueron considerados como criptojudíos, que a escondidas participaban y practicaban ceremonias mosaicas. Resultaba muy difícil erradicar de una vez por todas las costumbres y abandonar la doctrina talmúdica que habían practicado generación tras generación, y se sabía que rezaban sus plegarias y observaban el Sabbat en la clandestinidad. También seguían manteniendo contactos familiares y mercantiles con personas que no se habían convertido.
La Iglesia, que como siempre ha jugado un papel predominante en la política de los monarcas españoles, aceptaba estas conversiones con las consiguientes cautelas. Los cristianos nuevos inmediatamente comenzaron a ocupar cargos importantes en el Estado y en la Iglesia, incluso algunos obispos tenían ascendencia judía, y en definitiva los cristianos viejos del pueblo llano y los personajes integrados en las altas jerarquías civiles y religiosas, no los aceptaban de ninguna manera porque perdían poderes.
Al ocurrir el fallecimiento de Enrique III en 1406, al parecer y según rumores de la época, envenenado por el judío Mayr Alguadex, se dictó la orden de que ningún hebreo pudiera ocupar cargos en la Corte ni intervenir en los arrendamientos y recaudaciones de tributos dependientes de ella. [5]
Poco después, las leyes de Ayllón, promulgadas en 1411, establecieron en 24 apartados las bases y normas de comportamiento del pueblo judío, que no hicieron más que complicar su existencia. Algunas de estas disposiciones los obligaron a residir en zonas reservadas dentro de los cascos urbanos, las aljamas, lo más apartado posible de los lugares de residencia de los cristianos, y su salida de ellos quedaría supeditada a la autorización competente del concejo. En cuanto a sus vestiduras y aspecto exterior se diferenciaban de los demás por el uso obligatorio del cabello largo y barba, túnicas de paño oscuro adornada con una rodela bermeja y las mujeres cubrían su cabeza con un manto. Se les prohibió el uso de armas, por lo que muchos de ellos iban acompañados de escoltas. Por esta causa, siempre se les veía asustados y temerosos y se les acusaba de cobardes.
Estaba prohibido que los cristianos visitaran las aljamas, el barrio de los hebreos y éstos ni sus descendientes ocuparían jamás las profesiones siguientes: arrendadores de tributos, almojarifes, médicos, cirujanos, farmacéuticos, drogueros, herradores, carpinteros, jubeteros, sastres, tundidores, carniceros, peleteros, traperos, zapateros y comerciantes. Tampoco podrían usar el título de “don” y para que en sus aljamas se estableciera el cobro de contribuciones era imprescindible la autorización del concejo. [6]
El rey Fernando I ratificó las leyes de Ayllón en 1415 en las que se añadía la prohibición terminante del uso del Talmud, ordenaba el registro de domicilios y sinagogas para su destrucción y los conminaba a que asistieran a sermones y reuniones de catequesis.
Pero ante el acoso y presión a que estuvo sometido el pueblo judío, cabe pensar que iba a sufrir una merma considerable, existía la posibilidad de que desapareciera y éste era el propósito de los cristianos viejos. En cambio, la unión de todos los sefardíes, el secretismo con el que continuaron luchando por sus creencias, los hizo fuertes.
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[1] SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis. La expulsión de los judíos de España. MAPFRE, Colección Sefarad, pág. 149.
[2] SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis. Obra citada, pág. 173.
[3] LLORENTE, JUAN ANTONIO. Historia crítica de la Inquisición en España. Ediciones Hiperión, S.L., Madrid-1981, tomo I, pág. 124.
[4] CARRETE PARRONDO, CARLOS. El judaísmo español y la Inquisición. Editorial Mapfre, Madrid, 1992, pàg. 16.
[5] SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis. La expulsión de los judíos de España. Editorial Mapfre, Madrid, 1991, pág. 215.
[6] SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis. Obra citada, pág. 217.
[1] SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis. La expulsión de los judíos de España. MAPFRE, Colección Sefarad, pág. 149.
[2] SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis. Obra citada, pág. 173.
[3] LLORENTE, JUAN ANTONIO. Historia crítica de la Inquisición en España. Ediciones Hiperión, S.L., Madrid-1981, tomo I, pág. 124.
[4] CARRETE PARRONDO, CARLOS. El judaísmo español y la Inquisición. Editorial Mapfre, Madrid, 1992, pàg. 16.
[5] SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis. La expulsión de los judíos de España. Editorial Mapfre, Madrid, 1991, pág. 215.
[6] SUÁREZ FERNÁNDEZ, Luis. Obra citada, pág. 217.
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