GUSTAVO (continuación)
— ¿Por no haberla conocido?
— No; porque no me amara.
— ¿Y bien? ¿qué piensas hacer?
— Eso es precisamente lo que quiero que me aconsejéis.
— Desengaña a la mujer que no amas, y entra en relaciones con la otra,
dijo Moncada.
— Sí; pero Elena es de complexión
muy delicada, está algo quebrantada de salud, y un desengaño completo pudiera
costarle la vida.
— No, chico; el engaño es el que puede matar a una mujer; el desengaño a
tiempo no ha matado a ninguna.
— Y ¿quién te ha dicho que ya es tiempo
de desengañarla?
— Anoche estuve a su lado; ¡que belleza
tan melancólica!; ¡que resignación! ¡qué delicadeza tan
sublime!
— Que el diablo me lleve, dijo Guillermo
con explosión, si creo en el amor ni en la virtud de esa mujer. Se me
ha encajado en los cascos que debe ser la hipócrita más redomada del mundo.
— ¡Guillermo! si no
sabes respetarla, no hablemos
más del asunto.
— Pero vamos a razones, Gustavo, ¿Piensas tú que
si esa mujer fuera lo que aparece, tu dejarías de amarla? La conociste joven,
lleno de entusiasmo, de nobleza y de vida; cuando tú no la amas, ella no es la
mujer que describes.
Este argumento no convenció a
Gustavo; pero logró sin embargo enfriar el entusiasmo con que la defendía.
— Esa es una
sutileza y nada más. No todas las mujeres dignas de ser amadas, inspiran amor.
— En las circunstancias tuyas, todas.
— Pues bien Gustavo, -dijo Montada-;
mientras más apreciable te parezca esa muchacha, más leal debe ser la conducta con ella. Desengáñala cuanto antes.
— Ya te he dicho que está indispuesta.
— El desengaño la curará,
— No lo creo.
— Toma, toma; mientras ella advierta que
sus males te producen efecto, por sólo el placer de verte triste, será capaz de
dejarse morir.
— Estás insufrible, Guillermo.
— Como que siempre digo la verdad.
— Puesto
que eres tan sensible que no puedes desprenderte de ninguna, entra en
relaciones con las dos a un tiempo.
— Si;
¡voto al Diablo! el corazón de un artista no debe satisfacerse de un amor solo
a una mujer no es bastante para poner a un artista al corriente en todos los
secretos de las pasiones amorosas; pero entre dos mujeres ya componen entero todo el corazón mujeril, ¡Ah! ¡Bribón! eso es lo que tú querías, y nosotros
tan torpes que no dábamos en ello.
— A
nadie se mentir; pero a Elena no le mentiría por cuanto hay en el mundo.
— Válgate Dios por Elena, y qué gana tengo de que se la lleven todos
los demonios.
Gustavo
hizo un gesto de repugnancia.
— Pues, Señor, otro plan se me ocurre mejor que el de Moncada.
— ¿Cuál es?
— Mañana recorro yo el paseo, la Universidad y el Teatro; formo una lista de todos
los muchachos bizarros y emprendedores que conozco, que son innumerables; tú,
puesto que no tienes valor o desprendimiento más bien, para desengañar a Doña Elena, harás por lo menos por qué
ella se figure que tú no la amas; en este estado empiezan mis galanes uno en
pos de otro, y de modo que su señoría no sospeche el plan, a declararle su
amor. Ella, al verse tan solicitada, o concebirá un grande orgullo que le dará energía para olvidarte, o encontrará
algún lindo pisaverde que le haga gracia, y Cristo con todos. El plan es excelente
y seguro; pero te advierto que el día que consigas lo que deseas, te has de
hallar más apesadumbrado que hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario