viernes, 19 de julio de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA - 23

GUSTAVO (continuación)

San Román  aunque se había propuesto ser muy lacónico con la Condesa y aguardar a que ella tomase la iniciativa, viendo que permanecía silenciosa, sentose a su lado, con ánimo resuelto de alcanzar cuanto antes la tarjeta, y como dándose prisa a separar a Gustavo y Elena, que en aquel momento los contemplaba mirándose tiernísimamente,
—  Con que Vd. por lo visto, se resigna con su humillación: la sufre gozosa por venir de manos del lindo artista: ¿no es esto?
            La Condesa levantó la frente, y sin querer fijó la vista en los relojes. Dieron las ocho y cuarto, y le parecieron seres animados que le lanzaban una carcajada de burla.
—   ¡Resignarme con mi humillación! ¡Oh! ¡Nunca! La falta de esta noche, después de lo que hoy ha pasado, es un agravio sangriento; y si desde luego no me decido a vengarlo, es porque temo que si mi venganza se frustra, aumentará mi humillación el vano deseo de conseguirla.
La Condesa hablaba ya francamente.
—  Entrégueme Vd. esa tarjeta, y yo respondo de su efecto.
—  Y ¿cuál ha de ser?
—  Gustavo le escribirá a Vd. una carta muy apasionada, dándole una cita, a la que no faltará Vd…. en pago de mis buenos oficios, me entregará esa carta.
—  Y Vd. la pondrá en manos de Elena, para convencerla de la perfidia de su amante. ¿No es esto?
—  ¡Oh! nada de eso: me ofende mucho que Vd. me haya supuesto autor de un plan tan vulgar.
—  Entonces no comprendo.
—  Lo demás es cuenta mía, y puesto que son los mismos nuestros intereses, debe Vd. fiarse de mí. Sólo por Vd. puede Gustavo separarse de Elena; luego es imposible que yo la perjudique en su amor, sin perjudicarme el mío.
—  Pero esa carta…
—  Condesa, no se trata de la carta, sino de la tarjeta.
—  Y ¿piensa Vd.?
—  Yo pienso que es el único medio que tiene Vd. de salvarse. Esta noche ha muerto definitivamente la influencia de Elena con Gustavo.
—  ¿Pues Vd. no me ha dicho que en este momento  se halla a su lado?
—  Pues esa es la razón.
—  No lo entiendo.
—  Gustavo, dejando de verla a Vd. esta noche, ha hecho por Elena el sacrificio más grande que puede hacer: un afecto débil muere sin remedio cuando llega a imponer un grande sacrificio. Gustavo esta noche visita a Elena, y mañana amanece queriéndola la mitad menos y amándola a Vd. otro tanto.
—  Según eso, debo darme por muy satisfecha de su ausencia.
—  Sin duda alguna. Es este momento Elena sufrirá más que si lo tuviese ausente, porque no logrará fijar un solo instante su atención.
—  Bien; pues entonces no se yo que falta pueda hacernos la tarjeta.
—  Quisiera que me entendiese Vd. dijo el Conde… -casi grosero.
La Condesa arrugó su linda frente y miró a San Román de alto a bajo.

—  Si Vd. por ese medio, -prosiguió con un tono suave y natural-, no le manifiesta todo el mal efecto que su ausencia le ha producido y la arrojada determinación que es capaz de tomar en un caso extremo, el sacrificio que Gustavo imagina haber hecho por Elena, se desvanece completamente y se sentirá más capaz de repetirlo. Por otra parte, como hombre de imaginación, él habrá exagerado el estado violento en que Vd. se encuentra, y si ve luego que su ausencia sólo ha producido pasajeros enojos, que hacen más dulces las paces, empezará a no fiarse de su imagina­ción y desde entonces empezará a debilitarse el amor que Vd. le  ha inspirado.

No hay comentarios: