GUSTAVO (continuación)
Abriose una pequeña puerta sin ruido y
apareció la Condesa.
La hermosura deslumbrante de esta mujer,
estaba en perfecta armonía con el adorno del salón. Contaba apenas 25 años: sus
formas redondas y perfectamente desarrolladas, están cubiertas de una finísima
bata de seda, que presta un encanto irresistible a su elevado seno y a su
flexible y voluptuoso talle. Su tez es blanquísima y pálida; sus ojos no pueden
llamarse grandes, pero en, ellos brilla un fuego eterno y reconcentrado: cuando
los cierra un poco, se convierten en rayos: sus labios finísimos están continuamente
rebosando gracia, sarcasmos o voluptuosidad.
Alargó al artista con seductora
familiaridad su fina y transparente mano y muellemente se dejó caer sobre el
sofá, que gimió de placer al sentir sobre sí tan hermosa carga. Sacó su lindo
pie, adornado de una zapatilla blanca bordada de oro, y lo puso sobre un
almohadón de terciopelo que había delante. Gustavo tomó asiento en la butaca.
¡Pobre Elena!
— ¿Me atreveré a pedirle á Vd. cuenta del tiempo que hace que no nos
hemos visto?
— ¿Seré yo tan dichoso, Señora, que Vd. me
la pida?
— Siempre son interesantes las primeras
emociones de un joven que entra por primera vez en Madrid y yo tengo curiosidad
porque Vd. me describa las suyas.
— Es imposible describirlas cuando se están
sintiendo; son tantas y tan vehementes, que las unas borran la imagen de las
otras, pero yo se que si transcurrido algún tiempo quiero recordarlas, un solo
objeto será en mi mente la representación de todas ellas.
— ¿Un solo objeto podrá representar
emociones tan diversas?
— El corazón humano, a pesar de su
grandeza, no puede contener aisladas muchas sensaciones: todas adquieren vida
de una sola y esa...
— Esa, si no me engaño, es el amor que
inspira una mujer. Hábleme Vd. de sus amores, Gustavo. El haber sido la primera
que le ha brindado su amistad en Madrid, juzgo que me da derecho a ser su
confidente.
— ¿Si esta mujer no me amara? -dijo para sí
Gustavo.
— Muy feliz debe llamarse la que consiga
agitar con su amor el corazón y la mente del nuevo y celebrado artista.
Gustavo respiró.
— ¡Oh! Cuanta sería mi ventura y mi orgullo, si pudiera convencerme de
que tengo en mi mano la ventura de esa
mujer.
— Un corazón capaz de sentir una pasión tierna y
arrebatada; una mente inspirada y fecunda capaz de describirla con las imágenes
más dulces y encantadoras; una frente coronada de laurel…¿qué otra causa puede
exigir una mujer para ser feliz?
Estas eran las mismas palabras que Gustavo había
pensado mil veces de decirle a la escondida
deidad con que soñaba: al oírlas en boca de la Condesa , se figuró que la
tenía delante y estuvo a punto de caer de rodillas. La imagen de Elena cruzó
por su mente y lo contuvo.
— ¿Y esa mujer a quien más que amor incita hoy la curiosidad de penetrar
en los misterios del alma de un artista, ya llegará un día en que, abrumada por
la grande, por la inmensa pasión que ha inspirando, fatigada del sublime papel
que el artista la hace representar a sus ojos, anhele la calma y se arroje,
buscando reposo, en brazos del hombre más vulgar?
— ¡Mal conoce el músico poeta al corazón de una mujer! No es la violencia de la pasión que
inspiramos la que engendra en nosotras el cansancio; esa, por el contrario, a
cada instante nos rejuvenece con nueva vida. Además, Gustavo; hay en
el corazón de un artista un vago e insaciable deseo que cada día acrecienta el
amor de la mujer amada, ansiosa de satisfacerlo. ¡Oh, Gustavo! ¡la unión del
genio y del amor es una fuente de las
mayores venturas de la vida!
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