martes, 9 de julio de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA - 18

GUSTAVO (continuación)

Todos los placeres del mundo hablaban a Gustavo por la fresca y rosada boca de aquella encantadora; volvió a levantarse la imagen de Elena, pero Gustavo no tuvo valor para renunciar a la vida: arrebatado de una fuerza irresistible, cogió la blanca y delicada mano de la Condesa y estampó en ella sus labios temblorosos.
—  ¡Gustavo!
— Háblame del amor y de la vida: yo estaba dormido, me cansa mi sueño: yo quiero despertar.
La Condesa que ya estaba sedienta de los primeros arrebatos de la pasión de Gustavo, le contemplaba con una expresión de sorpresa y de felicidad, imposible de describir. 
— ¡Oh! ¡Gracias, Gustavo! Hasta hoy no he conocido toda la inmensa ventura que cabe en la pobre existencia humana. Mi corazón, también dormido, se agitaba sediento de vida en medio de su pesado sueño: despierta a tu voz y despierta exclusivamente para amarte. ¿Qué fue mi vida hasta hoy? ¿Cuál sería hoy, si no te hubiera conocido? ¡Oh! ¡Gustavo! ¡Cuánto te adoro!
Gustavo puso la mano de la condesa sobre su corazón.
—  Pero ¿es cierto cuanto nos pasa? He soñado contigo tantas veces antes de conocerte, que me parece a cada momento que voy a despertar de este sueño delicioso. ¡Es posible que apenas nos hemos visto seis veces y ya frenéticamente nos amamos!
—  Hace mucho tiempo que nuestras almas suspiraban por encontrarse. ¡Oh! me horroriza la idea de que pude perder mi juventud y mi hermosura en medio de los hombres que rodeaban y sin haberte conocido. ¡Qué estéril hubiera sido entonces mi vida, y que pobre concepto hubiera formado de la existencia humana!
—   iOh! Jamás había concebido en mis sueños de felicidad que pudiera escuchar unas palabras tan halagüeñas. Hoy el gran día de mi existencia: hoy empiezo a crear un alma de artista poeta, cuando a mi voz despierta tu corazón para amarme. Tu amor será siempre la mejor creación de mi genio. ¡Oh! ¡qué feliz soy!
—   Si; Gustavo; si bastan los encantos del amor más ardiente para hacer a un hombre feliz, yo te juro que lo serás. ¡Oh! la idea de que los cielos han puesto tu ventura en mis manos engrandece mi espíritu y me hace formar una alto concepto de mis mi misma.
Gustavo estaba completamente fascinado: las dulcísimas palabras de aquella mujer arrebatadora, conmovían su alma con mil nuevas sensaciones que nunca su genio había podido imaginarlas.
La Condesa, por su parte, estaba encantada de ver el candoroso arrebato de aquel niño: los dos corazones rebosaban vida en aquel momento; pero todo dimanaba del corazón de Gustavo.
—   Ya es tiempo de que pensemos despacio en nuestra felicidad. De aquí en adelante me será imposible vivir sin verte un solo día. Después de haber escuchado tus palabras de amor, no habrá en el mundo armonías que halaguen mi corazón lejos de ti. ¡Cuánto he sufrido estos días! Estaba celosa de todo Madrid: de tu gloría, de las actrices... cuidado que no dejes de verme ni un solo día.
—   Tengo que comunicarte los pensamientos de mis nuevas obras.
—   ¡Oh! ¡Gustavo! ¡cuántas horas de felicidad me prometen esas palabras! ven a verme a las ocho: estaré sola y concertaremos la hora de vernos todos los días.
—    El Señor Conde de San Román: dijo un lacayo anunciando.
—   Que pase a la otra sala.
—  ¡Siempre el Conde! -dijo para sí Gustavo.
—   Te espero a las ocho.
—   Adiós: no faltaré.
El acento de profunda ternura con que la Condesa pronunció sus últimas palabras, borró completamente el mal efecto que el nombre de San Román 

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