GUSTAVO (continuación)
— Un momento.
— ¿Qué me dice Vd.?
—' Tengo que
decirle... se me ha olvidado, pero siéntese
Vd, ¿Cuáles son sus planes?
— Dispénseme Vd. que los calle todavía. A las ocho
volveré.
— No: á las ocho no.
— ¿Por qué motivo?
— Porque Gustavo me ha prometido volver a esa hora.
— Gustavo ha prometido venir a las ocho.
— Si.
— Sin embargo, volveré.
— ¿Así cumple Vd. el convenio propuesto?
— Aun no me ha dicho Vd. que está admitido: pero que tema Vd. que la
interrumpa.
— ¿Cómo?
— Vd.
a las ocho estará sola.
— ¿Qué fin se puede Vd. llevar en
que Gustavo me visite?
— Y ¿quién le ha dicho a Vd. que yo trato de impedirlo?
— Entonces no comprendo…
— Es que Gustavo se olvidó, al hacer esa promesa, de que esa es la hora
en que tiene costumbre de visitar a Elena.
— Pero una vez hecha aunque sea por olvido la cumplirá.
— No, señora,
La condesa se mordió los labios de ira.
— Hasta hoy, según Vd. me ha dicho Gustavo no la había declarado su amor
abiertamente.
— Dispense Conde: yo no le he dicho nada.
— No sólo se habla con palabras, Señora.
Pues bien; al salir de aquí, quiero decir, al
encontrarse libre de la fascinación que ejerce Vd. sobre él, sus remordimientos
debieron ser más agudos que nunca.
— ¡Sus remordimientos!
— Si, por el agravio que acababa de hacer a Elena, a su hermanita como él la llama. Llegaría a
su casa pesaroso y arrepentido.
— ¿De amarme?
— No: de haber ofendido a su hermanita. Recordará la promesa que a Vd.
le ha hecho; querrá cumplirla; pero como esa es la hora en que visita a Elena,
de seguro no tiene valor para hacerle
tantos agravios en un día. Con que, abur, Condesa: hasta la
noche.
— Sin perjuicio de que vuelva Vd.
a la noche a consolar mi soledad, bien pudiéramos hablar ahora de sus planes.
Hijos de su ingenio y de. su amor, sospecho que han de ser muy
entretenidos.
— Hijos de mi despecho y de mi rabia, puede que sean…
— ¡Cómo!
— Hasta la noche, condesa.
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