miércoles, 3 de julio de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA - 15

GUSTAVO (continuación)

—  ¿No le ha dicho á Vd. Gustavo las nuevas relaciones que ha adquirido?
—  Ni yo se las he preguntado.
—  No le ha hablado á Vd. de la Condesa...
—  ¡Qué pobre recurso!
—  No trato de buscar un recurso para nada, Señora: sólo quiero devolver a Vd. alguna parte de las penas que me está cau­sando. Pues Gustavo está enamorado perdidamente de la mujer más deslumbradora de Madrid; si esto fuera fingido, valdría muy poco; pero como es cierto, bien puede servirme de venganza.
—  ¿Y bien? si Gustavo está enamorado, lo que no creo impo­sible, jamás oirá de mis labios ni una palabra en contra de la mujer a quien ame, ni una queja ni una súplica a favor de mi amor. Y no por eso dejaré de amarle; el amor y el egoísmo no se parecen en nada. Sepa Vd., señor conde, que aquel es amor verda­dero, que sólo desea la dicha del objeto amado; aunque sea lejos de nosotros, aunque sea en brazos de otra persona. Si Gustavo la ama de veras; si sólo con ella puede ser dichoso, no sentiré tanto que él la ame como que ella no le corresponda.
              Elena, sin procurarlo, se había vengado cruelmente. Al Conde le desesperaba la idea de que existiese un amor tan sublime, sin que él lo hubiese inspirado.
—  Virtud en que no creo, dijo fríamente, queriendo a toda costa producir algún efecto en aquella mujer.
—  No lo dudo.
—  Las últimas palabras de Vd. me han consolado, pues ellas manifiestan que no es de Gustavo de quien Vd. está enamorada.
—  ¡Extraña consecuencia!
—  El amor verdadero en un corazón juvenil, nunca puede ser tan desprendido. Vd. no está enamorada de Gustavo.
—  Pues de quién, ¿Señor Conde?
—  De la imagen de una pasión sublime.
—  Sírvase Vd. explicarse más claro.
—  Lo que a los ojos de un necio seria un amor sublime, a mis ojos no es otra cosa que una sublime vanidad.
—  ¡Señor Conde!
— Vd. se ha figurado que es capaz de sentir una pasión purí­sima; y trata de llenar la imagen que de ella tiene concebida, no por Gustavo, sino por sí misma, para poder Vd. convencerse de que es una mujer sublime. ¡Orgullo, vanidad! Menos vale esa pasión que Vd. manifiesta a Gustavo, que el desprecio con que me trata. No cambio mi posición por la suya.
—    En esa habitación está mi tutor, dijo Elena, retirándose pálida de ira.

El Conde salió tranquilamente de la sala, meditando el medio de perderla.

No hay comentarios: