GUSTAVO (continuación)
— ¿No le ha dicho á Vd. Gustavo las nuevas
relaciones que ha adquirido?
— Ni yo se las he preguntado.
— No le ha hablado á Vd. de la Condesa.. .
— ¡Qué pobre recurso!
— No trato de buscar un recurso para nada, Señora: sólo quiero devolver
a Vd. alguna parte de las penas que me está causando. Pues Gustavo está
enamorado perdidamente de la mujer más deslumbradora de Madrid; si esto fuera
fingido, valdría muy poco; pero como es cierto, bien puede servirme
de venganza.
— ¿Y bien? si Gustavo está enamorado, lo que no creo imposible, jamás
oirá de mis labios ni una palabra en contra de la mujer a quien ame, ni una
queja ni una súplica a favor de mi amor. Y no por eso dejaré de amarle; el amor
y el egoísmo no se parecen en nada. Sepa Vd., señor conde, que aquel es amor
verdadero, que sólo desea la dicha del objeto amado; aunque sea lejos de nosotros,
aunque sea en brazos de otra persona. Si Gustavo la ama de veras; si sólo con
ella puede ser dichoso, no sentiré tanto que él la ame como que ella no le corresponda.
Elena, sin
procurarlo, se había vengado cruelmente. Al Conde le desesperaba la idea de que existiese un amor tan
sublime, sin que él lo hubiese inspirado.
— Virtud en que no creo, dijo fríamente, queriendo a toda costa producir
algún efecto en aquella mujer.
— No lo dudo.
— Las últimas palabras de Vd. me han
consolado, pues ellas manifiestan que no es de Gustavo de quien Vd. está
enamorada.
— ¡Extraña consecuencia!
— El amor verdadero en un corazón juvenil,
nunca puede ser tan desprendido. Vd. no está enamorada de Gustavo.
— Pues de quién, ¿Señor Conde?
— De la imagen de una pasión sublime.
— Sírvase Vd. explicarse más claro.
— Lo que a los ojos de un necio seria un
amor sublime, a mis ojos no es otra cosa que una sublime vanidad.
— ¡Señor Conde!
— Vd. se ha
figurado que es capaz de sentir una pasión purísima; y trata de llenar la
imagen que de ella tiene concebida, no por Gustavo, sino por sí misma, para
poder Vd. convencerse de que es una mujer sublime. ¡Orgullo, vanidad! Menos
vale esa pasión que Vd. manifiesta a Gustavo, que el desprecio con que me
trata. No cambio mi posición por la suya.
— En esa habitación está mi tutor, dijo Elena,
retirándose pálida de ira.
El Conde salió tranquilamente de la sala, meditando
el medio de perderla.
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