Presenciaron el acto don Diego Hidalgo, mi defensor, don Ricardo Benítez de Lugo y el Jefe que me había acompañado.»
Respecto del asunto Noreña habla él mismo más tarde. El Teniente Coronel Noreña recibió orden de presentarse a las autoridades militares. Fue al Ministerio de la Guerra y manifestó que iba a entregarse porque estaba idealmente sublevado con sus compañeros. Le dijeron que se presentara ante el General Castelló, que estaba en Capitanía. Allí hizo las mismas declaraciones. Lo detuvieron. Noreña no fue a pedir protección, sino a entregarse. Tras su detención, otros oficiales que estaban a las órdenes de mi padre le manifestaron que ellos también estaban sublevados idealmente y que esperaban una oportunidad para pasarse al bando nacional con sus compañeros. Mi padre no los denunció.
Una noche perdió el sueño a causa de una visita. A altas horas de la madrugada llamó a su puerta L. de M, a quien le había tomado afecto.
-«¿Tiene usted algo de beber?»
-«Tengo un poco de vino.»
-«Pues deme una copa, necesito reponerme.» Cuando se la hubo tomado le contó:
-«Estaba en el Casino Militar y he oído decir que esta madrugada lo fusilarían y vine a despedirme de usted. Los oficiales de guardia me han confirmado que no han recibido el menor aviso, pero ya que estaba aquí quise darle un abrazo.»
Bien podría haberse ahorrado la visita -pensó mi padre-. Muy «agradecido» por esa muestra de cariño tan inoportuna, ya no pudo conciliar el sueño, puesto que si esos rumores corrían por círculos militares bien podían tener fundamento.
La sentencia fue llevada al Jefe del Estado, quien no quiso firmarla; dijo algo así como que la dejaran para más adelante. Dieciocho meses después, en una reunión del Consejo de Ministros, previendo que se trataría la sentencia de mi padre, el General Asensio, gran amigo suyo, habló con otros ministros para que llegado el momento de la votación lo hicieran negativamente. Pero la votación no hizo falta. El General Franco dijo simplemente:
-«Tengo aquí la sentencia de muerte del General Castelló; no hay lugar a deliberación: he decidido indultarlo.»
Respecto del asunto Noreña habla él mismo más tarde. El Teniente Coronel Noreña recibió orden de presentarse a las autoridades militares. Fue al Ministerio de la Guerra y manifestó que iba a entregarse porque estaba idealmente sublevado con sus compañeros. Le dijeron que se presentara ante el General Castelló, que estaba en Capitanía. Allí hizo las mismas declaraciones. Lo detuvieron. Noreña no fue a pedir protección, sino a entregarse. Tras su detención, otros oficiales que estaban a las órdenes de mi padre le manifestaron que ellos también estaban sublevados idealmente y que esperaban una oportunidad para pasarse al bando nacional con sus compañeros. Mi padre no los denunció.
Una noche perdió el sueño a causa de una visita. A altas horas de la madrugada llamó a su puerta L. de M, a quien le había tomado afecto.
-«¿Tiene usted algo de beber?»
-«Tengo un poco de vino.»
-«Pues deme una copa, necesito reponerme.» Cuando se la hubo tomado le contó:
-«Estaba en el Casino Militar y he oído decir que esta madrugada lo fusilarían y vine a despedirme de usted. Los oficiales de guardia me han confirmado que no han recibido el menor aviso, pero ya que estaba aquí quise darle un abrazo.»
Bien podría haberse ahorrado la visita -pensó mi padre-. Muy «agradecido» por esa muestra de cariño tan inoportuna, ya no pudo conciliar el sueño, puesto que si esos rumores corrían por círculos militares bien podían tener fundamento.
La sentencia fue llevada al Jefe del Estado, quien no quiso firmarla; dijo algo así como que la dejaran para más adelante. Dieciocho meses después, en una reunión del Consejo de Ministros, previendo que se trataría la sentencia de mi padre, el General Asensio, gran amigo suyo, habló con otros ministros para que llegado el momento de la votación lo hicieran negativamente. Pero la votación no hizo falta. El General Franco dijo simplemente:
-«Tengo aquí la sentencia de muerte del General Castelló; no hay lugar a deliberación: he decidido indultarlo.»
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