domingo, 6 de febrero de 2011

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 62

Imagen del General Castelló cedida por Antonio Rivero Morente

Presenciaron el acto don Diego Hidalgo, mi defensor, don Ricardo Benítez de Lugo y el Jefe que me había acompañado.»
Respecto del asunto Noreña habla él mismo más tarde. El Teniente Coronel Noreña recibió orden de presentarse a las autoridades militares. Fue al Ministerio de la Guerra y manifes­tó que iba a entregarse porque estaba idealmente sublevado con sus compañeros. Le dijeron que se presentara ante el Ge­neral Castelló, que estaba en Capitanía. Allí hizo las mismas declaraciones. Lo detuvieron. Noreña no fue a pedir protección, sino a entregarse. Tras su detención, otros oficiales que esta­ban a las órdenes de mi padre le manifestaron que ellos tam­bién estaban sublevados idealmente y que esperaban una opor­tunidad para pasarse al bando nacional con sus compañeros. Mi padre no los denunció.
Una noche perdió el sueño a causa de una visita. A altas horas de la madrugada llamó a su puerta L. de M, a quien le había tomado afecto.
-«¿Tiene usted algo de beber?»
-«Tengo un poco de vino.»
-«Pues deme una copa, necesito reponerme.» Cuando se la hubo tomado le contó:
-«Estaba en el Casino Militar y he oído decir que esta ma­drugada lo fusilarían y vine a despedirme de usted. Los oficia­les de guardia me han confirmado que no han recibido el menor aviso, pero ya que estaba aquí quise darle un abrazo.»
Bien podría haberse ahorrado la visita -pensó mi padre-. Muy «agradecido» por esa muestra de cariño tan inoportuna, ya no pudo conciliar el sueño, puesto que si esos rumores co­rrían por círculos militares bien podían tener fundamento.
La sentencia fue llevada al Jefe del Estado, quien no quiso firmarla; dijo algo así como que la dejaran para más adelante. Dieciocho meses después, en una reunión del Consejo de Minis­tros, previendo que se trataría la sentencia de mi padre, el Ge­neral Asensio, gran amigo suyo, habló con otros ministros para que llegado el momento de la votación lo hicieran negativa­mente. Pero la votación no hizo falta. El General Franco dijo simplemente:
-«Tengo aquí la sentencia de muerte del General Castelló; no hay lugar a deliberación: he decidido indultarlo.»

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