«Miércoles. Me levanté temprano y fui a dar un paseo. Caminé hasta la Colonia de El Viso. Este barrio me agrada, pues me recuerda San Juan de Luz. El otro día me dio incluso la sensación de que estaba allí. Dejé atrás las casas y me encaminé hacia el campo. Seguí una carretera al borde de la cual habían plantado minúsculos árboles rodeados de cemento. A mi derecha veía sembrados de trigo cuyas espigas doradas y verdes mecía el viento. Me detuve un instante para contemplar el movimiento tan bonito del trigal, que me recuerda el oleaje marino. Caminé por la vereda del trigal. El conjunto de espigas apretadas semejaba un bosque ecuatorial. Cogí amapolas y me senté un momento en el borde de un pequeño monumento de piedra que tenía forma de pirámide. ¿Una tumba? La idea de un campesino enterrado en su trigal es bonita. Al final acabé perdiéndome y llegué hasta Ciudad Lineal.»
«Ayer fuimos a almorzar con los Peña. Un matrimonio ruso exiliado vino a tomar café con ellos. La noticia de la invasión produjo un gran alboroto en Francia, según nos contó Mercedes. En cuanto a los alemanes, les sorprendió hasta el punto -de desorientarlos. Siempre habían creído que la invasión era un bulo. La radio inglesa no dijo nada el primer día; la radio alemana anunció que había tenido lugar una invasión en el norte de Francia. Seguramente esperarían que llegara por ese lugar, pero tal vez les pareció tan simple la idea, que la desecharon. Por otra parte, creían tener una barrera costera infranqueable que les hacía pensar que si el desembarco tenía lugar, las tropas enemigas no podrían permanecer en las costas más de 24 horas. Todos los soldados alemanes recibieron la orden de marchar hacia los alrededores de París. Actualmente sólo quedan en San Juan de Luz algunos oficiales, unos soldados no muy jóvenes, otros de catorce años recientemente movilizados y algunos prisioneros rusos escogidos entre los que no hablan francés y visten uniforme alemán. Los que hablan español lo ocultan. Sólo llega un tren a París cada cinco días y tras un viaje de treinta y dos horas. En París el gas y la electricidad sufren frecuentes cortes y en algunos barrios sus habitantes tienen que comprar el agua, pues los depósitos y canalizaciones han sido destruidos. Mercedes nos contó que su equipaje fue minuciosamente registrado. Las tropas de ocupación no se han vuelto groseras ni brutales por el revés sufrido, tienen una tristeza resignada. El bombardeo de Biarritz fue efectuado por bombas de poca potencia; pese a ello, las casas de las calles que dan al Port Vieux han quedado muy deterioradas. El dique construido por los alemanes ha quedado completamente destruido. Los prisioneros rusos son empleados en trabajos de reconstrucción, trabajo duro que realizan con una sola comida al día, pero la población francesa encuentra la manera de socorrerlos.»
«Con emoción me he enterado de la liberación de Francia. Todos esperábamos que con ella terminase la guerra, pero ahora los más optimistas creen que durará aún varios meses.
«A veces siento un desaliento enorme; tan sólo el recuerdo de mi padre me sirve de apoyo, ya que sé lo mucho que me quiere y que algún día se apoyará en mí. Me siento reconfortada cuando al salir de la visita diaria ambos hemos estado muy animados, mientras que cuando hemos permanecido silenciosos me siento hastiado de todo y me parece que tengo algo que reprocharme, pues debo hacer un esfuerzo por distraerlo.»
«Continúan visitándolo sus buenos amigos Juan Uña Varela y su hija, José María González, Vega, Diego Hidalgo; incluso algunas señoras organizaron en su cuarto partidas de bridge. A don Juan Uña, que era un señor muy guapo de estatura mediana pero con un gran porte, barba y cabellos canos, lo tornaban por un General retirado y los soldados se cuadraban para saludarlo. Uña, complacido, se llevaba la mano a la frente y esbozaba un leve saludo militar. El General de la Vega también era un señor de muy buena presencia. Generalmente no preguntaban a las visitas quiénes eran ni a quién iban a ver. Pero un día, el brigada de guardia se lo preguntó a Vega.»
-"¿Que quién soy? ¡El General de la Vega y Zayas! ¿Que a quién vengo a ver? ¡A mi gran amigo el General Castelló!"
-¡A sus órdenes, mi General!"
«Ayer fuimos a almorzar con los Peña. Un matrimonio ruso exiliado vino a tomar café con ellos. La noticia de la invasión produjo un gran alboroto en Francia, según nos contó Mercedes. En cuanto a los alemanes, les sorprendió hasta el punto -de desorientarlos. Siempre habían creído que la invasión era un bulo. La radio inglesa no dijo nada el primer día; la radio alemana anunció que había tenido lugar una invasión en el norte de Francia. Seguramente esperarían que llegara por ese lugar, pero tal vez les pareció tan simple la idea, que la desecharon. Por otra parte, creían tener una barrera costera infranqueable que les hacía pensar que si el desembarco tenía lugar, las tropas enemigas no podrían permanecer en las costas más de 24 horas. Todos los soldados alemanes recibieron la orden de marchar hacia los alrededores de París. Actualmente sólo quedan en San Juan de Luz algunos oficiales, unos soldados no muy jóvenes, otros de catorce años recientemente movilizados y algunos prisioneros rusos escogidos entre los que no hablan francés y visten uniforme alemán. Los que hablan español lo ocultan. Sólo llega un tren a París cada cinco días y tras un viaje de treinta y dos horas. En París el gas y la electricidad sufren frecuentes cortes y en algunos barrios sus habitantes tienen que comprar el agua, pues los depósitos y canalizaciones han sido destruidos. Mercedes nos contó que su equipaje fue minuciosamente registrado. Las tropas de ocupación no se han vuelto groseras ni brutales por el revés sufrido, tienen una tristeza resignada. El bombardeo de Biarritz fue efectuado por bombas de poca potencia; pese a ello, las casas de las calles que dan al Port Vieux han quedado muy deterioradas. El dique construido por los alemanes ha quedado completamente destruido. Los prisioneros rusos son empleados en trabajos de reconstrucción, trabajo duro que realizan con una sola comida al día, pero la población francesa encuentra la manera de socorrerlos.»
«Con emoción me he enterado de la liberación de Francia. Todos esperábamos que con ella terminase la guerra, pero ahora los más optimistas creen que durará aún varios meses.
«A veces siento un desaliento enorme; tan sólo el recuerdo de mi padre me sirve de apoyo, ya que sé lo mucho que me quiere y que algún día se apoyará en mí. Me siento reconfortada cuando al salir de la visita diaria ambos hemos estado muy animados, mientras que cuando hemos permanecido silenciosos me siento hastiado de todo y me parece que tengo algo que reprocharme, pues debo hacer un esfuerzo por distraerlo.»
«Continúan visitándolo sus buenos amigos Juan Uña Varela y su hija, José María González, Vega, Diego Hidalgo; incluso algunas señoras organizaron en su cuarto partidas de bridge. A don Juan Uña, que era un señor muy guapo de estatura mediana pero con un gran porte, barba y cabellos canos, lo tornaban por un General retirado y los soldados se cuadraban para saludarlo. Uña, complacido, se llevaba la mano a la frente y esbozaba un leve saludo militar. El General de la Vega también era un señor de muy buena presencia. Generalmente no preguntaban a las visitas quiénes eran ni a quién iban a ver. Pero un día, el brigada de guardia se lo preguntó a Vega.»
-"¿Que quién soy? ¡El General de la Vega y Zayas! ¿Que a quién vengo a ver? ¡A mi gran amigo el General Castelló!"
-¡A sus órdenes, mi General!"
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