Y así lo hizo, firmó página por página su declaración, omitiendo, amparando bajo su supuesta amnesia, a personas que hubieran podido resultar perjudicadas con su delación.
Llegó el día del juicio, que tuvo lugar por la mañana. Aquella tarde su habitación de Prisiones Militares estaba repleta de amigos que habían asistido al juicio. Mi padre se empeñó en que ese día mi hermana y yo fuésemos al cine. Mi hermana sospechó algo raro y a la mañana siguiente se presentó a verlo.
-«¿Qué pasó ayer?»
-«¿Por qué lo preguntas?»
-«Porque algo extraño ocurría; tú, evidentemente, quisiste que no asistiéramos a la conversación que tendrías con tus amigos. ¿Te han juzgado?»
-«Sí, ayer por la mañana.»
«El proceso se ha deslizado lentamente a pesar de ser "sumarísimo". La calificación fiscal ha sido de "adhesión a la rebelión". Según mi defensor, este delito lo cometen los militares que se alzan en armas contra el Rey, las Cortes o todo Gobierno legalmente constituido. Parece que el auditor asegura que a partir del 18 de julio de 1936 el General Franco tenía un Gobierno legal y nosotros, a quienes nos tocó estar en el otro bando, somos los rebeldes. Por ello se deduce que no he sido nunca Autoridad Judicial a pesar de haber tomado medidas por los sucesos del 18 de mayo de 1936, por emanar mi nombramiento de un Gobierno ilegítimo. Sin embargo, el fiscal me acusó de haber ejercido el cargo de Ministro, en vista de lo cual hice constar que si era Ministro para las responsabilidades, mi causa debía ser vista por el Supremo, porque éste, cuando la calidad de Ministro va aneja a la de General o Almirante, sólo podrá ser enjuiciado por el Consejo Superior del Ejército y Marina. El auditor me negó la incompetencia. A su juicio está perfectamente claro que no he sido Ministro. Por este motivo hice sendas instancias al Presidente y al Fiscal del Alto Tribunal relatándoles los hechos por si me creen. Hoy es 10 de marzo de 1943. Espero.»
«El 14 fue vista la causa. Presidió Rada, acusó Calvijo. La acusación se dirigió a mi actuación como Ministro. Los cargos emanaban de la Causa General y no se me habían leído. Conozco al Fiscal desde hace mucho tiempo. Estuvo a mis órdenes siendo yo Subsecretario. Aquello que leía no había sido escrito por él. El texto fue muy duro. Culminó con el episodio Noreña. Pidió pena de muerte. La defensa estuvo bien, a pesar de que la causa le fue pasada tres horas antes. Definió muy bien la pena de este delito en su grado mínimo.
El primero de los testigos fue Paco Borbón; estuvo admirable.»
Le oí contar muchas veces a mi padre la declaración del General Francisco Borbón de la Torre, duque de Sevilla. Le dieron la categoría de Alteza Real, aunque no sé si la tenía pese a ser primo del Rey Alfonso XIII. El Tribunal y la Sala se pusieron de pie cuando entró. Borbón relató que al proclamarse la República le había preguntado al Rey qué debía hacer.
-«Antes que Borbón eres español» -le contestó. Permaneció en España y en el Ejército. Se sublevó con el General Sanjurjo y, pese a que se dio una amnistía, a él no se le dio mando. En el colegio a sus hijos les gritaban: «¡Fuera Borbones! », La vida se le había hecho imposible. Fue a ver a su amigo Castelló, que era entonces Subsecretario en el Ministerio de la Guerra, y éste le propuso a Azaña que le diese a Borbón una comisión de servicio en Francia. El se encargaría de enviarle allí su sueldo por mediación de la Embajada de ese país. El ministro accedió.
-«Esto -había declarado Borbón- hizo que no estuviera en España cuando comenzó la guerra civil. De haberme quedado tal vez hubiera corrido la suerte de mis hermanos y algunos de mis primos, que fueron fusilados; por tanto, deduzco que mi vida y cuanto soy se lo debo al hombre que está sentado en aquel banquillo.»
«También estuvo muy bien Fidel de la Cerda; bien Ungría. La declaración escrita de Castejón fue muy valiente. Los escritos de García Encina muy afectuosos. Se me concedió la palabra. Empecé entregando la copia de los escritos dirigidos al Fiscal y al Presidente del Supremo. Acto seguido les dije que no podían enjuiciarme ni sentenciarme, pues no tenían categoría para ello, a pesar del respeto que me merecían. Les dije que había lagunas en mi defensa motivadas por la precipitación de la vista. Lo primero que impugné fue que mi nombramiento de Autoridad Judicial emanaba de una orden jurídica "rebelde", datando, como databa, de marzo de 1936. Además, con esa autoridad había fallado sobre la sedición de Alcalá de Henares de cuya sanción me hice responsable ante Casares Quiroga. Vinieron luego las "salpicaduras" de Madrid, y Miaja nombró juez al Coronel Blasco. Por conducto de mi Auditor, don Constante Miguélez de Mendiluce, supe su nombramiento, pero yo destituí a Blasco porque entendí que no podía ser Juez quien estaba afectado a organizaciones de extrema izquierda y debía juzgar a personas de derechas.
Me preguntaron si había servido con lealtad a la República y contesté:
-"Con la misma lealtad que a la Monarquía."
Dije también que la causa de mi continuidad en el cargo de Subsecretario se debía a que, siendo muchos los aspirantes, prefirieron confiar la administración de los ochocientos millones del presupuesto del Ministerio de la Guerra y los tres del Fondo particular a un militar apolítico. En este sentido habló también en mi defensa don Diego Hidalgo, quien dijo que "podía dormir tranquilo sabiendo que la llave de los Fondos del Ministerio la tenía el General Castelló". Fue muy importante su declaración. Por último, relaté con más detalle el asunto Noreña. La vista, que había comenzado a las diez, terminó a la una. Cuando me retiré eran las dos de la tarde y aún el Tribunal no había terminado de deliberar. En tanto salió el Fiscal y me dijo:
-"Perdón, mi General."
Le estreché la mano con afecto y lo tranquilicé:
-"Usted no ha hecho más que cumplir con su obligación." El que hubiese solicitado mi pena de muerte no era motivo para que se fuese con la conciencia intranquila. Me acordé de Maura cuando decía "Nosotros somos nosotros".
Llegó el día del juicio, que tuvo lugar por la mañana. Aquella tarde su habitación de Prisiones Militares estaba repleta de amigos que habían asistido al juicio. Mi padre se empeñó en que ese día mi hermana y yo fuésemos al cine. Mi hermana sospechó algo raro y a la mañana siguiente se presentó a verlo.
-«¿Qué pasó ayer?»
-«¿Por qué lo preguntas?»
-«Porque algo extraño ocurría; tú, evidentemente, quisiste que no asistiéramos a la conversación que tendrías con tus amigos. ¿Te han juzgado?»
-«Sí, ayer por la mañana.»
«El proceso se ha deslizado lentamente a pesar de ser "sumarísimo". La calificación fiscal ha sido de "adhesión a la rebelión". Según mi defensor, este delito lo cometen los militares que se alzan en armas contra el Rey, las Cortes o todo Gobierno legalmente constituido. Parece que el auditor asegura que a partir del 18 de julio de 1936 el General Franco tenía un Gobierno legal y nosotros, a quienes nos tocó estar en el otro bando, somos los rebeldes. Por ello se deduce que no he sido nunca Autoridad Judicial a pesar de haber tomado medidas por los sucesos del 18 de mayo de 1936, por emanar mi nombramiento de un Gobierno ilegítimo. Sin embargo, el fiscal me acusó de haber ejercido el cargo de Ministro, en vista de lo cual hice constar que si era Ministro para las responsabilidades, mi causa debía ser vista por el Supremo, porque éste, cuando la calidad de Ministro va aneja a la de General o Almirante, sólo podrá ser enjuiciado por el Consejo Superior del Ejército y Marina. El auditor me negó la incompetencia. A su juicio está perfectamente claro que no he sido Ministro. Por este motivo hice sendas instancias al Presidente y al Fiscal del Alto Tribunal relatándoles los hechos por si me creen. Hoy es 10 de marzo de 1943. Espero.»
«El 14 fue vista la causa. Presidió Rada, acusó Calvijo. La acusación se dirigió a mi actuación como Ministro. Los cargos emanaban de la Causa General y no se me habían leído. Conozco al Fiscal desde hace mucho tiempo. Estuvo a mis órdenes siendo yo Subsecretario. Aquello que leía no había sido escrito por él. El texto fue muy duro. Culminó con el episodio Noreña. Pidió pena de muerte. La defensa estuvo bien, a pesar de que la causa le fue pasada tres horas antes. Definió muy bien la pena de este delito en su grado mínimo.
El primero de los testigos fue Paco Borbón; estuvo admirable.»
Le oí contar muchas veces a mi padre la declaración del General Francisco Borbón de la Torre, duque de Sevilla. Le dieron la categoría de Alteza Real, aunque no sé si la tenía pese a ser primo del Rey Alfonso XIII. El Tribunal y la Sala se pusieron de pie cuando entró. Borbón relató que al proclamarse la República le había preguntado al Rey qué debía hacer.
-«Antes que Borbón eres español» -le contestó. Permaneció en España y en el Ejército. Se sublevó con el General Sanjurjo y, pese a que se dio una amnistía, a él no se le dio mando. En el colegio a sus hijos les gritaban: «¡Fuera Borbones! », La vida se le había hecho imposible. Fue a ver a su amigo Castelló, que era entonces Subsecretario en el Ministerio de la Guerra, y éste le propuso a Azaña que le diese a Borbón una comisión de servicio en Francia. El se encargaría de enviarle allí su sueldo por mediación de la Embajada de ese país. El ministro accedió.
-«Esto -había declarado Borbón- hizo que no estuviera en España cuando comenzó la guerra civil. De haberme quedado tal vez hubiera corrido la suerte de mis hermanos y algunos de mis primos, que fueron fusilados; por tanto, deduzco que mi vida y cuanto soy se lo debo al hombre que está sentado en aquel banquillo.»
«También estuvo muy bien Fidel de la Cerda; bien Ungría. La declaración escrita de Castejón fue muy valiente. Los escritos de García Encina muy afectuosos. Se me concedió la palabra. Empecé entregando la copia de los escritos dirigidos al Fiscal y al Presidente del Supremo. Acto seguido les dije que no podían enjuiciarme ni sentenciarme, pues no tenían categoría para ello, a pesar del respeto que me merecían. Les dije que había lagunas en mi defensa motivadas por la precipitación de la vista. Lo primero que impugné fue que mi nombramiento de Autoridad Judicial emanaba de una orden jurídica "rebelde", datando, como databa, de marzo de 1936. Además, con esa autoridad había fallado sobre la sedición de Alcalá de Henares de cuya sanción me hice responsable ante Casares Quiroga. Vinieron luego las "salpicaduras" de Madrid, y Miaja nombró juez al Coronel Blasco. Por conducto de mi Auditor, don Constante Miguélez de Mendiluce, supe su nombramiento, pero yo destituí a Blasco porque entendí que no podía ser Juez quien estaba afectado a organizaciones de extrema izquierda y debía juzgar a personas de derechas.
Me preguntaron si había servido con lealtad a la República y contesté:
-"Con la misma lealtad que a la Monarquía."
Dije también que la causa de mi continuidad en el cargo de Subsecretario se debía a que, siendo muchos los aspirantes, prefirieron confiar la administración de los ochocientos millones del presupuesto del Ministerio de la Guerra y los tres del Fondo particular a un militar apolítico. En este sentido habló también en mi defensa don Diego Hidalgo, quien dijo que "podía dormir tranquilo sabiendo que la llave de los Fondos del Ministerio la tenía el General Castelló". Fue muy importante su declaración. Por último, relaté con más detalle el asunto Noreña. La vista, que había comenzado a las diez, terminó a la una. Cuando me retiré eran las dos de la tarde y aún el Tribunal no había terminado de deliberar. En tanto salió el Fiscal y me dijo:
-"Perdón, mi General."
Le estreché la mano con afecto y lo tranquilicé:
-"Usted no ha hecho más que cumplir con su obligación." El que hubiese solicitado mi pena de muerte no era motivo para que se fuese con la conciencia intranquila. Me acordé de Maura cuando decía "Nosotros somos nosotros".
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