Francisco de Mendoza “El Indio”
Del libro de Francisco Javier Escudero Buendía
Parte 4
9. Francisco de Mendoza en la Corte: La construcción de su legado.
En el otoño de 1559 Felipe II vuelve a España desde Flandes (58), para preparar una contraofensiva contra Trípoli y la Armada de la isla de los Gelves – Djerba -, acontecimientos que al final acabarán afectándole directamente, porque en ellos morirá su primo Juan de Mendoza y él acabará ocupando su puesto.
Ya que estaba negociando la compra de su señorío en Estremera (59), no pudo perder esta oportunidad de tratar directamente con el monarca todos estos asuntos y marcha a la Corte a principios de 1560, a Toledo y posiblemente pasó la mayor parte del año allí, ya que lo estaba en enero y también en diciembre (60).
En el mismo año de 1559 había recibido la media annata de la Encomienda de Socuéllamos, dinero con el que construyó la casa alfolí o granero de la Casa Encomienda, donde situó como otros habitantes ilustres hicieron antes y después su blasón o escudo de armas en piedra: Había comenzado a construir su legado, que no tardará mucho en aumentar.
A principios de 1561 ordenó a su mayordomo Hugo Frisio que buscara un pintor para que hiciera un plano y pintura de los pozos de Guadalcanal, y éste se lo encargó a Juan de Orihuela, de Granada, quien hizo un lienzo de seis varas de ancho por lo que cobró 1496 maravedíes, más nueve reales que costó la tela, y se colgó en la Iglesia de las minas; no es necesario hacer demasiado esfuerzo para trazar un paralelismo entre estos planos y aquellos que realizó el Mendoza en el Cerro Rico de Potosí y su visita geográfica en El Perú.
El 18 de julio se habían terminado las obras de la Iglesia y casas parroquiales de los capellanes de Guadalcanal, y entonces el administrador llamó a Juan de Zumárraga, maestro de cantería, para que tasara las obras; las minas se estaban convirtiendo en una pequeña población, adosada a las minas, y esta súbita riqueza volvería a recordarle a Mendoza de nuevo su pasado en Potosí.
No es casualidad que en esos mismos días a principios de agosto ordenara nuestro personaje que en este núcleo incipiente de Guadalcanal se edificara un “aposento” independiente, de acuerdo al rango que tenía como Administrador General de las minas; habían pasado seis años desde que le fue encargada su misión, y sabemos que hasta entonces no había tenido reparos de vivir en una tienda o compartir la casa con el contador Zárate y otros encargados de la gestión minera. ¿Qué había cambiado?
Pues precisamente que el 6 de agosto había firmado la escritura de compra de Estremera y Valdaracete, y ya era el Primer Señor de las citadas villas; ya no era un segundón cualquiera de un casa alejada, sino un futuro conde o marqués, y el trato que debía recibir – ya era llamado Muy Ilustre Señor -, así como su modo de vida debía reflejar el nuevo estatus. Por otra parte no dudamos que ya en estas fechas estaba planteándose la creación de su mayorazgo y las obras pías que debía realizar en todas sus nuevas posesiones.
No es extraño entonces que a principios de 1562 volviera a partir a la Corte a tratar los negocios de las minas, pero también los suyos, y que comenzaran las quejas; desde ese momento se cortó la comunicación entre los oficiales de las minas con el respectivo Secretario del Rey, y se entendían exclusivamente con los Contadores mayores.
Estos se mostraron muy poco sastisfechos de lo mucho que había gastado don Francisco de Mendoza en edificios y obras de lujo y la excesiva confianza que había hecho de los operarios alemanes (61), así como los retrasos en las fundiciones, lo que ya le había traido problemas como vimos a su antecesor, y que parece ser que ahora poco le importaba al tener que delegar necesariamente en alguien: El negocio de las minas había pasado a un segundo plano para él.
El 10 de abril seguía en Madrid, desde donde había enviado una serie de instrucciones a los oficiales de las minas, y ordena traer al famoso Mosén Boteller desde la Nueva España para que ensaye el método de beneficiar la plata con el azogue – mercurio- que él pensaba antes que no iba a ser útil para Guadalcanal.
Será uno de los últimos mandatos de su cargo de Administrador, porque antes de terminar este acuerdo (62), Francisco de Mendoza es nombrado Capitán General de las Galeras de España, el 22 de septiembre está en Estremera visitando sus nuevas posesiones (63); y aunque todavía hay un auto suyo en el 28 de octubre, el 15 de noviembre (64) ya se ha nombrado un administrador interino nombrado por el Mendoza llamado Pablo de Melgosa, ya que iba a tener ausencia de las minas (65).
Francisco de Mendoza vuelve a estar en la cumbre, y a costa de asumir un gran riesgo por fin ha conseguido que la Corte le vuelva a dar un cargo de gran importancia. Pero, ¿por qué lo hizo? ¿Por vanidad? ¿Por ganar en la guerra, quizás de la única forma que podía hacerlo, su condado y marquesado? ¿Era ya su cargo en las minas, como presumimos, más un estorbo que un trampolín hacia sus sueños de grandeza? Puede que sea por todos estos motivos, o por uno sólo en especial, desgraciadamente fue una elección equivocada; hasta ahora había sorteado a la muerte en la batalla en Alborán, en Argel, en Perú y en San Quintín: Ésta vez no pudo escapar.
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