En primer lugar, José Mª Álvarez nos dice:
“… el puesto estaba situado en el paseo de la izquierda, entrando por el Ayuntamiento, concretamente a la altura del que primero fue llamado Cine de Verano "Tres Palacios" y luego "Cine Diony". Era de madera desmontable, creo recordar que pintado en gris y rojo en los bordes y solo se colocaba los veranos.
Además de Juan Ceballos, hijo de Manuela, al que aludes en tu texto, también vendió helados de la casa Berza que eran de tipo sándwich entre galletas, su inolvidable hermano Taguada, cuyo nombre de pila nunca llegué a saber. La heladera era del tipo de dos cilindros concéntricos entre los cuales iba el hielo picado de la famosa y quemada fábrica de José Mª Rivero. El cilindro interior metálico más pequeño alojaba el helado. El hielo picado como he dicho iba colocado en el espacio anular que formaba el cilindro exterior de corcho. Recuerdo perfectamente a Taguada, que se daba mucho arte agitando el cilindro del helado, en los tórridos veranos vendiendo helados en los descansos de los derbis Guadalcanal - Alanís (en el campo donde ahora está la Piscina Municipal), animando a la afición…”
También nuestro amigo “el antiguo veraneante”, nos dice cosas interesantes sobre este tema:
“…el mérito que tenían (Dolores Díaz y sus sobrinas) era llevar helados hasta Guadalcanal en una época en que no había apenas neveras eléctricas y mucho menos congeladores, sólo los de la fábrica de gaseosas de José María en la calle Santa Clara. Los helados se los mandaban por tren, en unas grandes cajas de madera con hielo, preservadas del calor por corcho, y siempre me sorprendió que no llegaran deshechos. También vendían golosinas heladas de moda, como los "Cream Sicle" y "Pop Chicle", así como los "Napolitanos". Todo de la marca Frigo.
Su negocio principal era la “Dulcería”, un establecimiento que existía entre la calle San Sebastián y Santiago, que con los helados, como dicen los economistas, buscaban en el Palacio un "nicho de mercado". Siempre de negro, eso sí, como las otras grandes damas enlutadas de la época, Las Caballeras.
Sobre el pregón de Manuela la de la Berza con el que acababa la siesta, era textualmente: "¡Al mantecado helado, qué riquillo es!" A Manuela no le enviaban los helados por tren. Los hacía ella misma en su casa, junto a la iglesia-mercado de San Sebastian, con una máquina que les daba vueltas y que nos apasionaba a los chiquillos que luego le comprábamos los helados, en su vuelta por el pueblo antes de establecerse ya casi de noche en su puesto de altramuces y pipas del Palacio…”
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