GUSTAVO (continuación)
Guillermo, que hace algunos días anda
buscando una ocasión propicia para darle a Gustavo algunos consejos acerca de
su nueva posición, juzgó que ninguna era mejor que la presente: el hombre que
come no tiene más remedio que escuchar, y el apetito con que Gustavo lo hacía,
le prometía a su presunto consejero una atención, si no muy profunda, al menos
no interrumpida.
Esto advertido, tomó la mano al razonar
de esta manera:
— Regocijándonos mutuamente, amigo Gustavo,
veníamos Moncada y yo al considerar la favorable ocasión que de hacer fortuna
te se presenta. Ten presente que sólo una vez se reúnen en la vida las
favorables circunstancias que te rodean ya que tu genio ha sabido
proporcionártelas, no hagas por donde tú inexperiencia y falta de consejo las
pierda. Has dado el primer paso necesario para crearte una buena posición, que
es decir a la multitud: «Tened cuenta con que yo resisto y tengo talento».
Tiempo es ya, querido Gustavo, de que todas tus acciones sean regidas por un
cálculo prudente y un razonable egoísmo. ¡No arrugues la frente!; los aplausos
pasan como el humo; las ilusiones se desvanecen, y sólo dejan en el corazón el
remordimiento de haberles sacrificado los intereses materiales de la vida
Dos mujeres te aman; dos amigos te
quieren: con esto tienes bastante pasto para el corazón: cuantas nuevas
relaciones adquieras, que sólo te sirvan para conocer al hombre y adivinar la
manera más segura de esclavizarlo, — Repasa de nuevo las obras políticas de los
más notables autores: busca una opinión que te sirva de pretexto: hazte
diputado: adquiera tanta malicia como talento tienes, y yo te juro que serás
ministro. — Sí, Gustavo: la ambición es la pasión más digna del corazón humano.
Ella no es otra cosa que la satisfacción de todas las pasiones. — ¿Eres amigo
sincero y leal? satisface tu ambición y harás felices a tus amigos-¿Eres amante
apasionado? satisface tu ambición; que tu amada te vea en ruedas de marfil y
envuelto en seda, y nunca apartará sus ojos de los tuyos. ¿Anhelas gloria?
Levántate un pedestal, habla sobre él a la muchedumbre, y serás escuchado con
asombro.
Mucho tiempo debió gastar el metafísico
Guillermo en confeccionar tan elocuente discurso. Gustavo se dejó, arrebatar
de sus últimas palabras, imaginose ministro, y siguió comiendo más
de prisa.
Moncada, disgustado de los egoístas
consejos de su amigo, se levantó de su asiento, diciendo con voz alterada:
— No pretendas
arrugar la tersa frente del artista con los siniestros sueños de la ambición.
Convengo en que este mundo es sólo una
farsa pasajera; pero en esa farsa hay diferentes papeles, y a mí me gusta más
el del hombre que sabe hacerse estimar exclusivamente por su talento. El día
que Gustavo se haga ministro, perderá el noble e intenso placer que ahora disfruta,
el de ver que todo el mundo le aplaude, no movido del interés que envuelven los
aplausos que se tributan a un ministro, sino del entusiasmo, de la admiración
que inspira su genio. Gustavo, tú has nacido para dominar a la muchedumbre, y
es más noble y generoso que la domines con la frente ceñida de una corona de laurel,
que de una de oro.
El discurso de Moncada, como era
improvisado, no pudo ser ni tan razonado ni tan largo como el de Guillermo. Sin
embargo, también produjo su efecto; Gustavo, dejando en el plato el centro de
un pastelillo que iba a meterse en la boca, levantó la cabeza entusiasmado, y
fijó su mirada penetrante en un retrato de Bellini, que se ostentaba en el
testero de la sala, Quiso hablar, pero había comido mucho y estaba poco
inspirado; y no ocurriéndosele nada digno de los discursos anteriores, dio a
entender el efecto que le habían producido, permaneciendo un rato suspenso y
silencioso. Los dos oradores quedaron muy satisfechos de sí mismos; semejantes
en esto a la mayor parte de los que aconsejan, que antes vierten sus máximas
por que sean escuchadas, que por que sean seguidas, y más atentos a ostentar su
superioridad, que a corregir los defectos del aconsejado.
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