domingo, 23 de junio de 2013

NOVELA DE LÓPEZ DE AYALA - 9

GUSTAVO (continuación)

— ¡Ese es un nuevo ultraje! —respondió el tutor a las últi­mas palabras de Gustavo— estar sin vernos dos días y parecerle poco tiempo
— ¿Y mi hermanita?
— Si ¡contenta tendrás a tu hermanita! ¿No la has visto en la sala?
— No, Señor.
— Pues ya vendrá. Siéntate. No te pido cuentas del tiempo que hace que no nos vemos, ni te doy quejas; porque yo conozco tu genio bondadoso, y esto sería obligar a que nos visitaras dia­riamente, lo que en estas circunstancias te sería molesto, y tanto tu hermanita como yo sufriríamos mucho al ver que nos visitaba por bondad, quien siempre nos ha visitado por cariño.
—  ¿Merezco tanta crueldad? ¿No es disculpa...?
—  Sí; ¡no hablemos más de ello... pero esta es la primera vez que te veo buscar disculpas...! ¡si vieras que mal efecto me hace! —dijo el tutor enternecido y no pudiendo a pesar suyo pasar ligeramente sobre un asunto que era para él harto interesante. Comprendió Gustavo que el enternecimiento del anciano por causa tan leve, no era nacido de lo que había pasado, sino un triste presagio del porvenir. Gustavo recordó que efectivamente había vivido dos días completamente olvidado de aquella familia que siempre había sido la suya «¿qué vida, dijo para sí, es la que me aguarda, cual es el fin que en ella me espera, cuando empieza por robarme los afectos más nobles de mi corazón?».
              Esta reflexión cubrió de un tinte melancólico la frente del artista. Llegose al tutor, y tomándole la mano, le dijo con cierta solemnidad:
—  Padre, por Dios, respóndame Vd. la verdad de lo que voy a preguntarle: ¿cree Vd. posible que yo deje de ser lo que siem­pre he sido? Vd., que ha estudiado mi carácter ¿no encuentra en él algo que le convenza de que es imposible que mi corazón se mude?
              Al decir esto Gustavo, se marcaba en su fisonomía un temor tan grande de ser malo, que el tutor, ya repuesto y seguro, se apresuró a tranquilizarlo:

— Sosiégate, Gustavo: efectivamente, hay en tu alma una ten­dencia al bien tan constante e irresistible, que ella espero que en las mayores tempestades sabrá sacarte a puerto seguro. Sin embargo, es preciso no descuidarse; y ahora mucho menos. Así como hay ocasiones en que los poros están abiertos y las enfer­medades físicas se adquieren con más facilidad, de la misma manera en algunas ocasiones de la vida, abierta el alma a toda clase de sensaciones, puede recibir heridas incurables que deciden de la existencia del hombre. Tu corazón es bueno; pero es muy exaltable tu fantasía, y una imaginación grande es una eterna tendencia a la desorganización. Examina bien las nuevas perso­nas que te rodean antes de hacerlas dueños de tu afecto: mira que todo ha de parecerte ahora bello, y poner el cariño en una persona indigna, no es solo sufrir un desengaño, sino concebir la duda, enfriar el corazón y cerrarse la puerta a todos los nobles afectos; si; ¡una vez concebida la duda por uno de esos hombres que se gozan en analizar el corazón humano, no se desvanece jamás¡ Perdona si me atrevo al darte consejos: tú tienes más talento que yo: si los acontecimientos de la vida se presentasen juntos, bastaría una mirada tuya para comprenderlos todos; pero como esto no sucede así, siempre el talento deberá escuchar la voz de la experiencia. Examina muy detenidamente la persona de quien vayas a recibir beneficios; no te ofendas; un corazón generoso admite favores con facilidad, porque no le asusta la idea de recompen­sarlos; pero ten entendido que a todos los hombres se les pue­den hacer beneficios, pero de muy pocos se pueden recibir. Finalmente, Gustavo, ten presente que la fortuna todo lo gobierna a su despótico arbitrio; sobre todo ejerce su imperio; puede hacer a los hombres más opulentos o más pobres; pero nunca podrá destruir la paz imperturbable que reina en el corazón del hombre que siempre ha sido honrado.
Gustavo, profundamente conmovido por las palabras del viejo, recordó el discurso del Conde y avergonzose del buen efecto que le había producido. La imagen de Séneca y de Catón cruzó por su mente.
El tutor quedó, muy satisfecho del buen resultado de sus con­sejos. El pobre ignoraba que también quedaron satisfechos Gui­llermo, Moncada y el Conde.
En este momento se dejaron oír en la vecina sala las blandas pisadas de Elena. El tutor tomó la pluma, como para advertirle a Gustavo que podía salir a recibir a su hermanita y aun hablar con ella en la sala.

Así lo comprendió Gustavo, y así lo hizo.

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