GUSTAVO (continuación)
— ¡Ese es un
nuevo ultraje! —respondió el tutor a las últimas palabras de Gustavo— estar
sin vernos dos días y parecerle poco tiempo
— ¿Y mi
hermanita?
— Si ¡contenta
tendrás a tu hermanita! ¿No la has visto en la sala?
— No, Señor.
— Pues ya
vendrá. Siéntate. No te pido cuentas del tiempo que hace que no nos vemos, ni
te doy quejas; porque yo conozco tu genio bondadoso, y esto sería obligar a que
nos visitaras diariamente, lo que en estas circunstancias te sería molesto, y
tanto tu hermanita como yo sufriríamos mucho al ver que nos visitaba por
bondad, quien siempre nos ha visitado por cariño.
— ¿Merezco tanta crueldad? ¿No es disculpa...?
— Sí; ¡no hablemos más de ello... pero esta
es la primera vez que te veo buscar disculpas...! ¡si vieras que mal efecto me
hace! —dijo el tutor enternecido y no pudiendo a pesar suyo pasar ligeramente
sobre un asunto que era para él harto interesante. Comprendió Gustavo que el
enternecimiento del anciano por causa tan leve, no era nacido de lo que había
pasado, sino un triste presagio del porvenir. Gustavo recordó que efectivamente
había vivido dos días completamente olvidado de aquella familia que siempre
había sido la suya «¿qué vida, dijo para sí, es la que me aguarda, cual es el
fin que en ella me espera, cuando empieza por robarme los afectos más nobles de
mi corazón?».
Esta
reflexión cubrió de un tinte melancólico la frente del artista. Llegose al
tutor, y tomándole la mano, le dijo con cierta solemnidad:
— Padre, por Dios, respóndame Vd. la verdad
de lo que voy a preguntarle: ¿cree Vd. posible que yo deje de ser lo que siempre
he sido? Vd., que ha estudiado mi carácter ¿no encuentra en él algo que le convenza
de que es imposible que mi corazón se mude?
Al
decir esto Gustavo, se marcaba en su fisonomía un temor tan grande de ser malo,
que el tutor, ya repuesto y seguro, se apresuró a tranquilizarlo:
—
Sosiégate, Gustavo: efectivamente, hay en tu alma una tendencia al bien tan
constante e irresistible, que ella espero que en las mayores tempestades sabrá
sacarte a puerto seguro. Sin embargo, es preciso no descuidarse; y ahora mucho
menos. Así como hay ocasiones en que los poros están abiertos y las enfermedades
físicas se adquieren con más facilidad, de la misma manera en algunas ocasiones
de la vida, abierta el alma a toda clase de sensaciones, puede recibir heridas
incurables que deciden de la existencia del hombre. Tu corazón es bueno; pero
es muy exaltable tu fantasía, y una imaginación grande es una eterna tendencia
a la desorganización. Examina bien las nuevas personas que te rodean antes de
hacerlas dueños de tu afecto: mira que todo ha de parecerte ahora bello, y
poner el cariño en una persona indigna, no es solo sufrir un desengaño, sino
concebir la duda, enfriar el corazón y cerrarse la puerta a todos los nobles
afectos; si; ¡una vez concebida la duda por uno de esos hombres que se gozan en
analizar el corazón humano, no se desvanece jamás¡ Perdona si me atrevo al
darte consejos: tú tienes más talento que yo: si los acontecimientos de la vida
se presentasen juntos, bastaría una mirada tuya para comprenderlos todos; pero
como esto no sucede así, siempre el talento deberá escuchar la voz de la experiencia.
Examina muy detenidamente la persona de quien vayas a recibir beneficios; no te
ofendas; un corazón generoso admite favores con facilidad, porque no le asusta
la idea de recompensarlos; pero ten entendido que a todos los hombres se les
pueden hacer beneficios, pero de muy pocos se pueden recibir. Finalmente,
Gustavo, ten presente que la fortuna todo lo gobierna a su despótico arbitrio;
sobre todo ejerce su imperio; puede hacer a los hombres más opulentos o más
pobres; pero nunca podrá destruir la paz imperturbable que reina en el corazón
del hombre que siempre ha sido honrado.
Gustavo, profundamente conmovido por las
palabras del viejo, recordó el discurso del Conde y avergonzose del buen efecto
que le había producido. La imagen de Séneca y de Catón cruzó por su mente.
El tutor quedó, muy satisfecho del buen
resultado de sus consejos. El pobre ignoraba que también quedaron satisfechos
Guillermo, Moncada y el Conde.
En este momento se dejaron oír en la
vecina sala las blandas pisadas de Elena. El tutor tomó la pluma, como para advertirle
a Gustavo que podía salir a recibir a su hermanita y aun hablar con ella en la
sala.
Así lo comprendió Gustavo, y así lo hizo.
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