GUSTAVO
PRIMERA PARTE
CAPÍTULO I [1]
Juventud, amor y vino
¡Qué bello, qué delicioso aparece el
mundo a los ojos de un joven que por primera vez se enamora y se embriaga! A
medida que el Champagne ensancha su corazón y acalora su mente, más dulce y
encantadora se le aparece la imagen de la mujer querida y es más profunda el
inmenso amor que la profesa. El cielo se esclarece, el horizonte se dilata; la
brisa es más suave; los campos más amenos, y de lo más íntimo de su corazón,
ebrio de amor y de vino, sale un acento de tiernísima gratitud, que bendice al
Creador por haberle colorado en medio del Paraíso, ¡Qué figura tan agradable y
simpática la de un joven enamorado y borracho!
Perdonad, queridos lectores, estas
reflexiones extravagantes, inspiradas por el bullicioso espectáculo de una
brillante y esplendorosa orgía, en que varios jóvenes se han reunido, no como
la cansada vejez para olvidar sus penas, sino para celebrar sus placeres y
aumentar el estruendo de sus alegrías.
Todos los circunstantes no corresponden
exactamente al tipo que con tanta ligereza acabamos de describir; pero uno de
ellos, favorecido por las continuas atenciones de todos, es un perfecto modelo
de vigorosa juventud y de espontáneo y arrebatado entusiasmo. Nada revela en
su morena y aguileña fisonomía la más ligera huella de esa repugnante gangrena
de nuestra presente juventud, la duda y el escepticismo. Su frente lisa, ancha
y desembarazada, anuncia la fecundidad de sus pensamientos, y su mirada
ardiente y luminosa, demuestra la virginidad de su corazón.
Dos meses apenas se habían cumplido desde
el día en que el joven Gustavo había pisado por primera vez la deleitable
capital de las Españas. Nacido en un modesto pueblo de la provincia de Castilla
la Vieja , había hecho sus primeros estudios artísticos en la antigua y célebre
Universidad de Salamanca, y a los
22 años se presentaba en la corte, rico de ilusiones, escaso de
dinero y autor de una ópera admiración y espanto de cuantas personas habían
escuchado sus melodías.
En todas partes la envidia levanta sediciones contra el genio; pero el entusiasmo se
encarga de recompensarle generosamente con abundante cosecha de amigos y
admiradores. Antiguos condiscípulos de Gustavo, literatos de todas clases,
aficionados inteligentes, honrados y
ricos, de esos que
deseando contribuir
eficazmente a los adelantos de las artes no se les ocurre otro medio que emborrachar a los
artistas, todos se prestaban sinceramente a celebrar el triunfo
del nuevo genio.
Ya se habían apurado las doce primera
botellas, y el vino, enemigo irreconciliable de las diferencias sociales, a
todos los había convertido en verdaderos hermanos; cada uno de los profesores
concurrentes estaba altamente satisfecho de sí mismo, porque nunca se había
creído capaz de tanta sinceridad.
— ¡Brindemos a la salud de la hermosa que reine
en el pensamiento de nuestro Bellini —dijo Moncada—, estudiante bullicioso que
se enamora perdidamente de la primera mujer que encuentra en la calle, que se
dejaría matar por el amigo que hace ocho días aun no le era conocido. y que,
sin embargo, hace alarde de escepticismo.
— ¡Brindemos! exclamaron todos. Alzáronse las
copas y en la vecina estancia estalló de pronto el armonioso estruendo de una
orquesta.
Gustavo
levantó su copa, quiso Ilevársela a los labios, y se detuvo un momento: al fin
la apuró, pero con tales muestras de indeciso, que cualquiera hubiera conocido
que, o no tenía mujer ninguna en quien hacerle aquel obsequio, o que varias se
disputaban la preferencia.
— Lo mismo es ocho que ochenta, —dijo
Moncada, reparando la indecisión de Gustavo — aunque para mí no hay más que
una mujer en el mundo, que se compone de todas las que he conocido y me faltan
que conocer: ¡juro ser un modelo de constancia!
— Así comprendo yo la constancia, repuso
Guillermo, estudiante metafísico y muy dado la explicar absurdos; nadie se enamora
de una determinada persona, corto dijo no sé quién, sino del amor, y mientras
no se averigua de quién es la culpa, si de la mujer, que no sabe seguir
agradándonos mucho tiempo, o de nosotros, que no sabemos seguir queriéndola, yo
estoy…
Tu estas… dijo
Moncada, queriendo acabar la frase de otro.
— Aún no es
tiempo: me faltan muchas copas; — y apuró la qué tenía en la mano.
[1] El autor de la
primera edición, que manejó las cuartillas originales manuscritas de Ayala,
indica que el dorso de la primera cuartilla se podían leer los siguientes
apuntes: «Describir la lectura de la
ópera.- Carácter de Gustavo.-Ama el amor.- No se atreve a despreciar el amor de
la Condesa.- No
desecharía amor ninguno.-Todo le parece poco.- No tiene la edad en la que basta
y sobra con un amor.-Él acoge todo lo que llega.- No cree lo de Elena porque
amengua su fortuna y ataca su vanidad».
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