martes, 28 de agosto de 2012

DE PRISAS Y ERRATAS RESISTENTES A LA REVISIÓN ELECTRÓNICA

Por José Mª Álvarez Blanco

El advenimiento de los procesadores de textos en modo alguno ha supuesto la erradicación de las erratas, esos errores que comparten, con los roedores con los que se diferencia en una letra, su presencia molesta y desagradable. Podría pensarse que estas faltas que tanto afean un texto impreso son propias de escritores no profesionales que han aprendido a manejar el PC por su cuenta, y que, por no haber adquirido habilidad mecanográfica por un método ciego, tienen que confiar la calidad final de sus escritos al programa de revisión del procesador de textos, que a veces suele jugar malas pasadas.
 Estas líneas pretenden demostrar e ilustrar, con la ayuda de esa maravilla de la electrónica ―que es la fotografía digital, ¡quién se acuerda ya del revelado químico! ―, que no solo los escribidores aficionados son presa de estos errores, sino que también potentes grupos editoriales, que editan bajo varios sellos y que usan el soporte más moderno, el libro electrónico (llamado e-book o ebook en la lengua imperial), sufren en sus voluminosas tiradas/descargas las garras de estos duendes, ahora electrónicos.

Los dos párrafos anteriores vienen a cuento por lo siguiente. A caballo entre los meses de mayo y junio pasado el ciudadano Ignacio Gómez Galván, y en menor grado el firmante de estas líneas, fueron responsables de la forma, no del contenido, del texto final de la obra: La Encajera. Vivencias de una familia, de Rafael Rodríguez Jiménez e Ignacio Gómez, que se puso a la venta el 28 de julio pasado en Guadalcanal, con motivo de las V Jornadas Patrimoniales. A ambos nos ha hecho muy poca gracia, por no decir ninguna, que en las 119 páginas no hayamos advertido hasta una veintena de erratas de diversa entidad.
 En estas cuitas me encontraba, incapaz de articular las consabidas disculpas repartiéndolas entre las prisas, la edad provecta propensa a distracciones de la atención, etc. etc., cuando en la pantalla de dos libros electrónicos recientemente leídos en el dispositivo comercializado por una multinacional que evoca al mayor río sudamericano, mis ojos no daban crédito a lo que veían, pues no eran, en cada caso una, sino un total de 24 erratas entre las dos obras[i]. De ellas  paso a reproducir fotográficamente  seis bastantes relevantes.


En vista de lo que antecede, me permito modificar el dicho “mal de muchos ...” y digo: “mal de grandes grupos editoriales con un numeroso grupo de profesionales, consuelo de particulares responsables de una edición artesanal ”, y me propongo, si una nueva ocasión se presentara, pecar por exceso de revisiones finales y salir airoso en la batalla contra estos duendes electrónicos.  










[i] Por razones obvias las fotos han sido modificadas para eliminar el nombre de las obras. Baste señalar que una, editada por uno de los  mayores grupos editoriales del mundo, es de las más importantes de la literatura de EE.UU. del siglo XX, mientras que la otra, es un libro de divulgación de un periodista español, editada por una empresa pequeña. En ambos casos se puede decir que tras el escaneo se imponía una revisión exhaustiva que no se hizo.  

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