domingo, 31 de julio de 2011

ADELARDO LÓPEZ DE AYALA - 17


En los últimos días de agosto de 1850, haciéndosele una eternidad aquel tiempo, gastado en la bohemia de las noches de claro en claro, entre el café y la calle, la aristocracia y la vida de los bajos fondos, tal como él mismo relata en su novela Gustavo, sin duda de su juventud, decide dar un paso mucho más eficaz y firme: dirigirse por carta al Ministro de la Gobernación, don Luis Sartorius, Conde de San Luis. La carta, que ha pasada a ser documento literario para la historia de Ayala, está concebida en los siguientes términos:

«Excmo. Sr. Conde de San Luis.- Sin duda extrañará a V. E. que antes de tener el honor de conocerle, me haya tomado la libertad de molestarle, pero yo le suplico que perdone mi atrevimiento, al menos por él demuestro lo mucho que de su bondad confío. Desanimado de lo que se dice de la lentitud con que en el Teatro Español se ponen las producciones nuevas, y siéndome imposible permanecer mucho tiempo en la Corte, resuelto me hallaba a volverme a uno de los últimos pueblos de Andalucía, de donde he venido para hacer ejecutar el adjunto drama, si las noticias que he tenido de la bondad de V. E. no hubieran reanimado mis esperanzas. Señor Conde: me presento a V. E. sin otra recomendación que la que pueda darme mi primer encargo; ni tengo otras recomendaciones, ni haría uso de ellas aunque las tuviera. No le pido que lea mi drama, porque no le hago el agravio de juzgarle tan desocupado; pero toda obra nueva exige de derecho que se lean las primeras páginas y eso es precisamente lo que exige la mía. Si por ellas halla V. E. que podrá merecer su bondad, puede someterla al juicio de persona más desocupada, y si su fallo me fuese favorable, me atrevería a suplicarle que me conceda la gracia de ser ejecutado en el Teatro Español antes de enero; gracia para mí de inmenso valor; pero quizás pequeña si se compara con la noble generosidad que V. E. ha usado con todos los ingenios españoles. Quisiera ser muy breve, pero parece arrogancia no suplicarle de nuevo que me perdone mi atrevimiento, atendiendo que a pesar de ser el drama que le remito el fundamento de toda mi esperanza, me hallaba resuelto ya a retirarme sin ejecutarlo. En tan penosa situación se prescinde de todo, pero si es triste perder la esperanza cuando los años han ido disminuyendo los deseos, V. E., que aún no se encuentra lejos de mi edad, comprenderá cuán doloroso será perderla al principio de la juventud y cuando todos los deseos, y en especial el de la gloria, conservan toda su intensidad.-Se ofrece de V. E. s. s. q. b. s. m.,

Adelardo Ayala.- Madrid, 1 de septiembre de 1850. Calle del Desengaño, número 19, cuarto, 3º»[1].

Ayala, con esta carta, había dado un paso decisivo; obsérvese el tono, aunque amable y halagador para el gobernante y mecenas, no exenta de una petición en firme, casi de una exigencia; brava manera, sin duda, de abrirse camino; en lo sucesivo, Ayala lo empleará alguna que otra vez. Le pone al Conde de San Luis en el disparadero de atenderle o bien permitir que un joven de tales prendas vuelva a su pueblo. ¿Y si era un talento, uno de esos que rara avis nacen en los más alejados puntos de la capital, y por no haberles escuchado quedan perdidos para siempre, malogrados, sin haberles concedido oportunidad? Tal debió de ser el pensamiento del Ministro, pues en seguida llamó a su secretario, don Manuel de Cañete, y le rogó que examinase con toda detención la obra. Era Cañete el brazo derecho de aquel político, pero además, y como complemento de su acción gubernamental, uno de los mejores críticos de su tiempo; por lo menos de mayor prestigio y eficacia. Llegó momento que a él confluyó cuanto de valor intelectual surgía en el momento. Quizá mucho más de lo que pudiera merecer por el valor de su crítica; pero ello es cierto que, entre el prestigio de su obra y la eficiencia cerca del hambre de poder, Cañete representaba poco menos que un monopolio.

El drama fue leído por Cañete, y aunque algunos defectillos le sacara, fácilmente corregibles, su opinión distaba de ser la de un Ortiz, y Zárate, y la obra le pareció bien y, sobre todo, viable. Llamó al joven autor y, junto con él, se leyó de nuevo, rectificando a petición de Cañete el primer acto. Es de suponer que Ayala no opondría el menor reparo, sino que muy gustoso la corregiría, pues aunque en el fondo su egolatría era que nadie le enmendase la plana, en aquellas sus incipientes páginas no le quedaba más recurso que aceptar correcciones y además sonreír y agradecer que el mecenas y el crítico se dignasen acogerle. Tiempo habría después para el desquite. Por de pronto, el único camino para que el drama saltase del papel a la escena era éste. Y Ayala lo había seguido con paso tan firme que el 25 de enero de 1851 el drama se representaba en el Español, con la cooperación de los mejores artistas de su tiempo: Teodora y Bárbara Lamadrid, José Valero, José Calvo, Antonio Pizarro, Antonio Alverá, Manuel Ossorio, Lázaro Pérez, Pedro Mafey y Bernardo Lloréns.

El éxito, en cierto modo, fue circunstanciado. La Época y El clamor público califican al drama de lento, extenso y pesado. Con todo, el germen político que llevaba le daba una extraordinaria vitalidad.

No sabemos si, como a Bretón por su obra Marcela, le darían los consabidos 16 duros por derechos de autor, o con él hicieron tarifa especial; lo cierto es que el drama, con un símbolo político en su argumento, obtuvo éxito, y conocidas son las frases de Bretón calificándolo de «la mejor mina de Guadalcanal»; y Ortiz y Zárate, rectificando su antigua opinión, calificando el drama de «ensayo de Hércules»; y los dos, como se ve, valoraban mucho más la supervivencia que los méritos intrínsecos. Ayala se había acercado al Conde de San Luis implorando protección, pero no había ofrecido a cambio incorporarse a ninguna política; ni aun siquiera definirse moderado o progresista. Cristino Martos, gran amigo de Ayala desde el primer momento, subrayó los méritos literarios y también el contenido político. En fin, tanto se valoró la primera obra de don Adelardo que, del propio Ministro de la Gobernación, recibió a raíz del estreno un destino de 12.000 reales, con que pudiera hacer frente a la vida y situarse en la Corte.


[1] Citado en Solsona, op. cit. págs. 14 y 15.

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