miércoles, 27 de octubre de 2010

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 11

Fotografía cedida por Isabel Krsnik Castelló. General Castelló con uniforme de gala.

Alfonso XIII entendía el gobierno de una manera muy per­sonal y algo frívola. Hubo un tiempo en que los jefes de Go­bierno acostumbraban ceder a todas sus decisiones. Maura fue, por lo visto, el primero que se atrevió a contradecirlas. Parece ser que al presentarle al Monarca su primera lista de gobierno, acostumbrado como estaba a quitar y poner ministros a su an­tojo, quiso hacer algunas modificaciones:
-«A éste no lo co­nozco.»
-«Pero yo sí, es de mi absoluta confianza.»
-«En su lugar preferiría que pusiese usted-jamás lo tuteó- a... »
A la tercera observación tomó don Antonio la lista en sus manos y, resuelto, expresó:
--«Búsquese Su Majestad otro Jefe de Gobierno.»
Un detalle que revela muy bien el sentido del humor del Rey fue un incidente que tuvo con Mola, quien tenía entonces ideas republicanas (como el general Queipo de Llano y otros generales que luego se sumaron al Movimiento). Mola, al ascen­der a General, no fue a cumplimentar al Rey como era la cos­tumbre. El Monarca, si hizo algún comentario, fue en privado; pero he aquí que el General Mola fue nombrado Director Ge­neral de Seguridad y esta vez sí que no tuvo más remedio que visitar al Rey. Este le acogió muy bien y le dijo simplemente: «Encantado de conocerte mi General, aunque sea de paisano.»
Berenguer era general en Jefe de África y General de la Co­mandancia de Melilla. Sin fuerzas suficientes en retaguardia, comenzó un avance y adelantó posiciones. Había solicitado la creación de un grupo de Regulares de Alhucemas y el Ministro, vizconde de Eza, le negó los recursos necesarios. La última po­sición creada fue Albarrán, con una compañía, una sección in­dígena y una batería que la misma tarde de instalarla, por deserción de los indígenas en connivencia con el enemigo, fue tomada por los moros; que se la llevaron y pasearon por los zocos con ánimo retador.
Los espíritus estaban ya caldeados por las arengas de Ab­del-Krim y estalló la insurrección. Comenzaron a caer las po­siciones y los soldados, en su carrera hacia la retaguardia, en­contraron el desfiladero de Annual ocupado por los rebeldes. El General Silvestre, que acudió rápidamente, murió en Annual.
Los que se refugiaron en las posiciones de retaguardia fueron sitiados y exterminados. Igual suerte corrieron los que se re­fugiaron en Monte Arruit. La Comandancia General de Melilla dejó de existir en pocos días.
España movilizó sus fuerzas y comenzó la dolorosa recon­quista, costosa en dinero y vidas.
La prensa inició una dura campaña exigiendo responsabili­dades. El General Picaso fue nombrado Juez Instructor de una investigación que dejó disponible al General Berenguer. Cayó el Ministerio y se nombró sustituto al señor La Cierva. El pro­ceso fue largo y en él se declaró y trató como presuntos reos de delito al General Berenguer y a muchos jefes. Berenguer fue condenado a muerte.
Las opiniones estaban divididas: unos eran duros contra los militares, otros con los políticos, pues consideraban que no habían dado la ayuda necesaria a la hora de consolidar las posiciones. Se hacían críticas al Rey, a quien achacaban inje­rencias en la política y dirección de las operaciones a través del General Silvestre, ayudante suyo. Decíase que Berenguer, muerto Silvestre, encontró en su despacho documentos que co­rroboraban aquella correspondencia que fue cuidadosamente recogida y enviada al Rey.
En 1925 mi padre ascendió a Coronel por méritos de la gue­rra de Marruecos. Había trasladado a su mujer, Margarita Gauthier, y a su hija mayor a vivir con él.

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