Dolores Castelló Gauthier rindió homenaje a su padre, escribiendo este libro que ella llamó "Retazos de la vida del General Castelló", y que ahora vamos a publicar por capítulos.
Dolores Castelló nació en Larache y bautizada en Alcazarquivir, donde estaba destinado su padre como Gobernador Militar.
PRÓLOGO
Entre los recuerdos más entrañables de mi infancia en el Madrid del final de los años 40 figura, de una manera destacada, el del General Castelló. Aunque lo vi sólo en contadas ocasiones, lo recuerdo perfectamente, y además, era un personaje que aparecía frecuentemente en la conversación entre mis padres. El General Castelló había sido Subsecretario del Ministerio de la Guerra durante 1934 y, como tal, colaborador directo de mi padre, Diego Hidalgo Durán, que ocupó el cargo de Ministro durante más de diez meses en ese agitado año, sobreviviendo a cuatro crisis ministeriales, enfrentándose con la revolución de Asturias y el levantamiento catalán de octubre, y siendo el Ministro que ocupó su cargo durante más tiempo seguido en la Segunda República. Además del cariño recíproco entre el General Castelló y mi padre, había una poderosa razón para que se hablara tanto de él en nuestras conversaciones familiares: la lucha en la que participó mi padre para conseguir el indulto de la pena de muerte que pendía sobre el General. Es de todos conocida la importancia histórica que alcanzaría en este período el General Castelló, que llegó a ser Ministro de la Guerra precisamente en el comienzo de la guerra que se inició el 18 de julio de 1936.
Cuando hace tres años recibí la llamada de Dolores Castelló Gauthier, hija del General y doña Margarita Gauthier, y ésta me anunció que había un libro escrito por su padre y adaptado por ella misma después de la muerte del General, me apresuré a pedirle que me lo trajera con vistas a su posible edición, bien en Alianza Editorial, bien en alguna otra en cuyo catálogo el libro pudiese encajar. Me ofrecí a acudir a su casa; recordaba a su padre como un anciano de pelo blanco, mucho mayor que mi padre, y calculando que había nacido en la séptima década del siglo XIX y que su hija podría haber nacido tal vez veinticinco o treinta años después, pensé que Dolores Castelló sería una venerable anciana y que, por deber de cortesía, yo debería visitarla para impedir que hiciese molestos desplazamientos dentro de Madrid. Sin embargo, ella insistió en venir a traerme el libro personalmente.
Mi sorpresa fue grande cuando descubrí que se trataba de una persona joven, unos treinta años menor de lo que yo había supuesto. Guardé el libro en mi cartera y lo llevé en un viaje a Estados Unidos, dispuesto a leerlo a ratos perdidos y especialmente durante el vuelo. Hasta unos minutos antes de aterrizar en Nueva York no recordé que lo llevaba y fue entonces cuando comencé su lectura. Allí recibí mi segunda sorpresa. El libro no sólo tenía un elemento de indudable interés histórico con las memorias del General que revelaban acontecimientos desconocidos e inéditos; tenía, además, un elemento narrativo de una emoción extraordinaria sobre la vida de su hija, que, por haber nacido cuando su padre era bastante mayor, era una niña de pocos años durante el desarrollo de los acontecimientos transcendentales en la vida española que protagonizó su padre. La fuerza narrativa del libro fue tal que me vi incapaz de cerrarlo en mi camino hacia la inmigración y el paso de la aduana en Nueva York. Había una cola de cuarenta y cinco minutos y allí, de pie, dando patadas a mi cartera a medida que la cola iba avanzando, fui recorriendo las páginas del libro, leyendo con fruición y sintiendo casi un desgarro cada vez que tuve que interrumpir la lectura, primero para sufrir el interrogatorio del oficial de inmigración, y más tarde para recuperar mi maleta facturada. Reanudé la lectura ya en el taxi camino de Manhattan, y no pude iniciar mis actividades neoyorquinas hasta que no llegué a la última página del libro.
A mi regreso a España me asaltó una duda: mi juicio sobre el libro ¿estaría influido por el interés que despertaba en mí la figura del General Castelló, la aparición esporádica de mi padre en el relato, o el componente personal del drama vivido por la autora? La opinión favorable sobre el libro de amigos de mi padre, como Juan y Guillermo Uña, podría haber estado sesgada por las mismas consideraciones. Por lo tanto, decidí entregar el libro al Comité de Lectura de Alianza Editorial para que emitiese una opinión objetiva. Yo sabía que Alianza no era la editorial idónea para el libro: por una parte, sólo publica a autores consagrados y, por otra, la obra, a pesar del interés que indudablemente tiene para estudiosos del período de la República y la Guerra Civil y para el público lector en general interesado por estos temas, me parecía más la narración de un drama personal que una obra de carácter histórico. Además, es bien conocido el rigor con el que las obras de autores noveles suelen ser calificadas por el Departamento Editorial de Alianza, que a veces no escatima adjetivos crueles para calificar las obras que recibe para leer, y en los que a menudo aparece cierta exasperación por haber tenido que analizar obras recomendadas por amigos de la casa. Me sorprendió agradablemente la opinión favorable de Alianza Editorial sobre el libro: si el programa de Alianza sobre libros de Historia no hubiera estado completo para varios años, la obra habría podido ser considerada digna de edición por esta prestigiosa editorial, cuya dirección general he tenido el honor de desempeñar desde 1983.
Sin embargo, el interés del libro era tal que la editorial Siddharth Mehta manifestó inmediatamente su intención de incluirlo en su catálogo como uno de los primeros y principales títulos para su lanzamiento. La editorial, cuyos promotores, naturalmente, creen con ilusión y seguridad en su éxito en un futuro a corto y mediano plazo, han consagrado en el nombre de la editorial su devoción a la figura de un gran hombre que nació en la India, en el Estado de Gujarat, en 1917, y que, después de vivir la revolución pacífica de Gandhi, dedicó su vida a la lucha por el desarrollo económico y social de su país.
Cuando nos dejó en 1987, todos los que lo conocimos nos quedamos con la impresión de haber tenido un privilegio en nuestra vida, y de haber tenido una comunicación especial no sólo con un ser humano entrañable, sino con uno de las hombres más grandes que han nacido en el siglo XX. El hecho de que su modestia y austeridad no le hayan encumbrado a la fama, salvo en selectos círculos dedicados a la lucha por el desarrollo del Tercer Mundo, no disminuye la talla de su figura. Esta obra de Dolores Castelló se integra en la que todos aspiran que se convierta en una destacada editorial; en ella se espera que aparezcan temas relacionados con la India: entre ellos, un libro de Manu Desai, un gran artista gráfico indio. Con el nacimiento de la editorial y junto con el recuerdo emocionado a S. S. Mehta, vaya una dedicatoria para su mujer Nirupama y sus hijos Anand, Sharon, Nandita y Sunil.
DIEGO HIDALGO SCHNUR
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