sábado, 9 de octubre de 2010

RETAZOS DE LA VIDA DEL GENERAL CASTELLÓ - 2


Este libro no relata únicamente acontecimientos históricos relacionados con la guerra civil española; no es tampoco una novela en la que se entremezclen hechos ficticios y reales. Es una historia auténtica, vivida en una época dramática e ínti­mamente ligada a la catástrofe que dividió a España.
Mi padre escribió sus memorias entre 1936 y 1937 estando refugiado en la Embajada de Francia. Al abandonar España, con nombre supuesto y pasaporte francés, juzgó más prudente quemarlas. Ya en Francia, las volvió a redactar... para destruir­las de nuevo durante la ocupación alemana. Las escribió por tercera vez mientras duró su reclusión en las Prisiones Militares de Madrid y se las confió a un amigo, a quien no se las reclamó una vez obtenida la libertad; el amigo murió y las memorias se buscaron entre sus papeles sin conseguir hallarlas.
Debido a mi insistencia, casi veinte años después y sin áni­mos para redactarlas nuevamente, conseguí que mi padre me dictase unas cuartas memorias... pero éstas, lamentablemente, son más breves y obtenidas un poco a regañadientes.
Ayudada por algunos apuntes manuscritos y por sus relatos he querido reconstruir sus vivencias durante la guerra, el pe­noso exilio y los años que siguieron a su retorno a España. A todo ello he unido los recuerdos de una época que se quedó cruelmente grabada en mí.

---------- I ----------

Nació mi padre en marzo de 1881 en un pueblo de la pro­vincia de Sevilla lindante con Extremadura, Guadalcanal.
La vocación primera de mi padre fue la medicina, pero mi abuelo le quitó la idea de la cabeza:
-« Médico, ¡Vas a ser el esclavo de las demás!»-.
Y, como decía mi padre con socarro­nería:
-«Como carrera independiente me escogió la militar».
Ascendió a Comandante a los treinta y dos años por méri­tos de guerra, procurando tener el menor número de bajas en los combates, lo que debo señalar como meritorio, ya que en aquel entonces había salido una ley mediante la cual se ascen­día de acuerdo con el mayor número de bajas acaecidas en los combates. Ganó tres cruces rojas del Mérito en Campaña y a los cincuenta años era uno de los Generales más jóvenes de España.
Su carrera se vio truncada por la guerra civil.
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«A mi hermano José.

Querido Pepe:

Tú que hiciste las veces de padre conmigo al fallecer el nues­tro; tú que fuiste siguiéndome paso a paso a lo largo de mi carrera y te vanagloriabas de mis éxitos, tú no podrás leer estas líneas pero a tu memoria dedico lo que escribo.
¡Cuántas veces, al recordar esos éxitos, dábamos la razón a papá que fue quien me imbuyó la idea de la milicia! A través de tantos años vividos entre mis compañeros de armas, éstas me dieron pruebas de afecto, de confianza en momentos difíci­les, y yo, por noble emulación, consagré a la milicia todos mis amores.
Hasta el final de 1935 puede decirse que la fortuna llevóme de su mano, y los mandos que tuve y puestos de confianza que desempeñé parecían como dados por un hada que me tuviese bajo su manto protector. Más de pronto, y sin que mi voluntad tuviese parte, un cambio brusco se produce en 1936. La guerra civil, en lucha fratricida, nos coge a ambos. Sucumbirías tú a manos de asesinos y, felizmente para ti, no viste los horrores que yo he presenciado y cómo sufrimos los seres a quienes tú más querías.
A lo largo de esos interminables años conocí la pobreza que papá y tú estabais muy lejos de imaginar que yo pudiese padecer.
Más a lo largo del calvario sufrido, del cual son pináculo los años de exilio, se acrecentó mi amor a nuestra patria, pues nada aumenta tanto ese amor como la ausencia.
De mis compañeros conocí la ingratitud; pude y no quise hacerles daño, acordándome de un pensamiento de Jules Ferry: « Por encima del éxito, más alto que la misma gloria, está el sacrificio.» Ellos han medrado y yo estoy hundido. Llevo todo, Pepe, con digna conformidad; sólo lamento que mis hijas pa­dezcan penas, mas creo haberlas forjado en mi temple de alma.
En este momento pienso en los días venturosos del pasado, en la tristeza del presente, en la incertidumbre del porvenir. Sea como Dios quiera: para conocernos a nosotros mismos, como dijo Musset, es preciso haber sufrido; por ello sé de lo que soy capaz.
Cuando vaya al pueblo donde tú reposas, haré mi primera visita a tu tumba.
Hasta entonces se despide de ti

Luis.»

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